Me bajo de la noria

Me imagino que la vida es como una noria en la que, a veces, estoy arriba, exultante, disfrutando de los paisajes, motivada por todo y, pero, cuando menos me lo espero, estoy boca abajo, como si el mundo girará del revés y, simplemente no tengo ni idea de por qué ni cómo he pasado de una situación a otra.

Aunque nací en una familia obrera, más bien pobre, de esas que tienen problemas para llegar a fin de mes, me decían que era una niña con suerte, siempre he creído que me encontraba en la parte alta de la noria, disfrutando de un bello paisaje, sin tener demasiadas preocupaciones. Mis padres se conocieron en la fábrica donde trabajan desde los catorce años, tuvieron dos hijas, Rita y Juani, pero, justo cuando mi madre se preparaba para la menopausia tuvo una agradable sorpresa y se quedó embarazada de mí.  Así que, mientras que mis hermanas se llevan dieciocho meses, conmigo hay una diferencia de diez años. Ese debe ser el motivo principal por el que toda la familia me ha mimado en exceso, llevándome a ser un poco caprichosa.

Si bien mis hermanas no pudieron estudiar y a los dieciséis años ya estaban trabajando en la misma fábrica que mis padres, para mí hicieron un gran sacrificio para que pudiese ir a la Universidad, así que me esforcé en sacar buenas calificaciones, por lo que, tanto mis padres como mis hermanas, incluso los abuelos, estaban ilusionados en verme convertida en una maestra de escuela.

Cuando llegó el momento, mis padres me pagaron los créditos de la Universidad, pero tuve que buscar un trabajo para pagar el alojamiento y los demás gastos que fuesen surgiendo. En realidad, no me resultó difícil alquilar una habitación cerca de la Facultad, incluso pude escoger entre varias habitaciones disponibles

Después de visitar los diferentes pisos y sus variadas arrendatarias, me decidí por una habitación pequeña que disponía de un armario empotrado, una cama estrecha, una mesa de escritorio, una silla de madera y una ventana que daba a un patio interior. El piso lo habían alquilado Rosario y Mercedes y, aunque no era muy grande, estaba muy bien situado y era de los más económicos, solo tenía una pega, era un quinto piso y el ascensor casi nunca funcionaba. Otro problema era que ellas empezarían el tercer curso y solo les quedaban dos años, por lo que, a no ser que, después se decidieran a estudiar algún máster, seguramente me quedaría sin piso, pero bueno, ese problema ya lo resolvería cuando llegase el momento.

Tuve suerte y encontré trabajo como camarera en una cafetería cercana y con el sueldo pensaba pagar la habitación y otros gastos de mantenimiento. Así pues, de 8 a 13 h. trabajaba preparando bocadillos, cafés o tes y por la tarde, de 16 a 20 h. iba a la Facultad, preparándome para ser una buena maestra de primaria.

Recuerdo los nervios del primer día en la Facultad, por una parte, me sentía infinitamente pequeña, como una gota de agua vagando río abajo pero, por otro lado, me veía capaz de comerme el mundo, con muchas ganas de conocer a mis compañeros y hacer amigas con las que compartir todas las experiencias que me estaban esperando, pensando que siempre estaría en la parte alta de la noria.

Nada más ver a Maca, supe que nos entenderíamos a la perfección. Era una sevillana que había venido a estudiar a Barcelona y se había integrado perfectamente en nuestra ciudad. Alta y bien proporcionada, con una cabellera larga y pelirroja, sus preciosos ojos verdes la hacían parecer una diosa y me hacía sentir como un patito feo, sin embargo, era de trato fácil y caía bien a todo el mundo.

Tropezamos en un pasillo de la Facultad una tarda que las dos llegábamos tarde a clase. Fue muy gracioso, se nos cayeron los bolsos abiertos y nuestras cosas se esparcieron por el suelo mezclándose los objetos personales. Nos miramos a los ojos y empezamos a reír, haciendo que ese momento fuese especial. Nos sentamos en el suelo y recogimos nuestras pertenencias, luego decidimos que era tarde para entrar en clase y nos fuimos a la cafetería. Ese fue el principio de una bonita y duradera amistad.

Maca se involucraba en todo, fue escogida delegada, se implicó en todas las comisiones de todo lo que se organizaba en la Universidad, era el alma de las reuniones, parecía que tenía respuestas divertidas para cualquier situación y, normalmente, estaba rodeada de gente de todo tipo y para mí, era muy importante que quisiera pasar tiempo conmigo, así pues, sin darme cuenta, empecé a implicarme en todos los eventos que se iban creando en la Facultad.

Pasé el primer curso con unas calificaciones bastante buenas, teniendo en cuenta que no tenía más remedio que repartir las veinticuatro horas del día en las clases, trabajos de la facultad, reuniones y la cafetería, donde pasaba todo el tiempo libre posible, para sacar el máximo dinero y no tener que pedírselo a mi familia.

Una vez acabó el curso y llegó el verano, mis compañeras de piso se marcharon de vacaciones, así que durante los meses de julio y agosto tenía que afrontar con los gastos de alquiler, agua, electricidad, así como comprar comida y todo lo necesario, por eso no tuve más remedio que buscarme otro trabajo. Por la mañana me levantaba a las seis para vender flores en una floristería del mercado y, después de comer, iba a la cafetería hasta las doce de la noche. Solo tenía un día libre a la semana y nunca coincidían, así que solo era libre o por la mañana o por la tarde. Aunque ese verano quedé reventada, sé que mi familia se sentía orgullosa de mí, incluso vinieron algunas veces a verme y compartimos el poco tiempo libre de que disponía.

Por fin terminó el verano, en setiembre mis compañeras de piso volvieron para preparar su incorporación al nuevo curso, para ellas el último y yo dejé mi trabajo en la floristería y volví al trabajo de la cafetería por la mañana y las clases en la Facultad por la tarde.

Maca también se había ido de vacaciones a Sevilla, con su familia y amigos, aunque no perdimos el contacto, hablábamos a menudo por Skype o por WhatsApp, sin embargo, cuando nos encontramos de nuevo y nos abrazamos me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos.

Empecé con ganas el nuevo curso, pensando que todo sería igual de fácil que en primero. Poco a poco me fui involucrando, otra vez, en las comisiones de fiestas, además este año organizábamos el Paso de Ecuador, la famosa fiesta que se organiza en segundo para celebrar que estamos a la mitad del grado.

La cena sería en el restaurante japonés de los padres de Isao Fujimori, un compañero de curso. Luego iríamos a una famosa discoteca, en la que otro compañero, Roberto, trabajaba ocasionalmente como DJ.

Decidimos que sería obligatorio ir vestidos de blanco y, por supuesto, de gala, los chicos con americana y las chicas de largo. Por lo que un sábado que tenía fiesta en la cafetería, Maca y yo nos fuimos de compras y, después de recorrer todas las tiendas del centro, acabamos entrando en una boutique de ropa vintage, donde su encantadora dueña nos dejó probar casi todas las piezas.

Nos dejamos aconsejar por su experiencia y Maca se quedó un vestido de lino con encaje con los zapatos y un pequeño bolso en conjunto con el vestido. Yo me decidí por un conjunto formado por una falda y un top de seda, un cinturón dorado, los zapatos y el bolso de raso, con detalles dorados, que quedaba genial con la ropa.

Cuando llegó el día de la fiesta, fuimos juntas a la peluquería y nos peinaron con unos recogidos de trenzas espectaculares. A Maca le colocaron una diadema de pequeñas flores blancas que realzaba su bonita cabellera pelirroja y a mí me incrustaron algunas pequeñas perlas.

Nos arreglamos en mi casa, puesto que ella vivía en una residencia. Mientras nos acabábamos de arreglar llegaron nuestros compañeros Patricia y Marcos, que quedaron alucinados al vernos, aunque ellos también estaban muy guapos y elegantes.

Fuimos los cuatro en el coche de Patricia, bueno el coche de su madre, aunque siempre lo comparten. Poco a poco fueron llegando todos, unos a pie, otros en bus, algunos en metro y algunos en sus coches o de sus padres. La cena fue muy divertida, entre sushi, ensaladas de algas y verduras en tempura, bajaban las botellas de vino y luego las de cava, por lo que salimos de allí muy alegres y con ganas de seguir pasándolo bien.

Luego nos distribuimos en los diferentes coches de los compañeros o en taxi fuimos a la discoteca, donde ya estaba todo preparado. Era un local en la parte alta de la ciudad, con una terraza que disponía de unas vistas excelentes. Era a principios de primavera y todavía hacía frío a esa hora de la noche, sin embargo, apetecía de disfrutar de las vistas desde la terraza.

Y allí lo vi, por primera vez, al lado de la piscina, apoyado en una columna, fumándose un cigarro. No era muy alto, pero estaba muy bien proporcionado, su piel morena resaltaba bajo la camisa de algodón blanco. Sus bellos ojos almendrados no paraban de mirarme. Bajo un sombrero de paja blanco salían unos rizos negros y su blanca sonrisa era cautivadora. Le miré de arriba abajo, descaradamente, preguntándome como es que no lo había visto antes, estaba segura de que no estaba en la cena, convencida de no haberlo visto nunca en la Facultad.

Enseguida busqué a Maca para preguntarle si lo conocía, sin embargo, al girarme para irme, me lo encontré de frente, mirándome a los ojos mientras me susurraba al oído:

  • No sé si eres un ángel o una Diosa.

Se me puso la piel de gallina cuando sus labios rozaron el dorso de mi mano, mientras el aroma de su perfume, sexy y masculino penetraba por mi nariz haciéndome estremecer.

Le miré a los ojos, sintiendo que me hechizaba, notando un leve temblor en las piernas, abrí la boca, aunque no me salía ni una palabra. Él notó mi turbación y pretendiendo disimular siguió hablando:

  • Perdón, señorita, que la asalte inoportunamente, pero es usted muy bella y no he podido resistir la tentación de conocerla.

Su acento latino no ayudó a que saliera del estado de trance en el que me encontraba, por suerte, sonriendo, con acento cubano, continuó hablando:

  • Mi nombre es Osmany, encantado de conocerla.

Sonreí y, por fin, me atreví a decir:

  • Mucho gusto Osmany, me llamo Elena. ¿En qué curso estás? No te he visto nunca por la Facultad.
  • En realidad, no estoy estudiando, me ha invitado un amigo, trabajo conduciendo un camión – contestó con su voz melodiosa.
  • ¡Qué interesante! Debes viajar mucho, a países lejanos, transportando mercancías – dije intentado parecer más tranquila, mientras observaba atentamente su hermoso perfil.

Todavía con mi mano entre las suyas, tiró suavemente de mí, arrastrándome hasta la pista de baile, donde me enseñó a bailar una sensual bachata, consiguiendo que, irremediablemente, me enamorara de él.

Bailamos juntos toda la noche, bebimos demasiado y fumamos algún porro, luego nos tumbamos los dos en una tumbona al lado de la piscina, donde, entre besos y caricias, esperamos el precioso amanecer.

La fiesta llegaba a su fin y apareció Maca diciéndome que se iba con Arturo, porque vivía cerca de su residencia y la acompañaría en coche. Se quedó embobada mirándonos allí, estirados en la tumbona, metiéndonos mano. Sin embargo, no sé cómo, me levanté y le presenté a Osmany:

  • Maca, te presento a Osmany, es cubano y conduce un camión – acerté a decir con una sonrisa bobalicona en los labios.
  • ¿Quién te ha invitado a la fiesta? No recuerdo que estuvieses en la lista – dijo Maca al tiempo que Osmany se levantaba de la tumbona y se acercaba para darle un par de besos.
  • El DJ es amigo mío, preciosa – contestó sonriendo mientras le guiñaba un ojo y le besaba en las mejillas.

No se porqué Maca se quedó desconcertada, mirándole incrédula, ella que tenía respuestas para todo y para todos.

Arturo la llamó desde el otro lado de la piscina y nos apresuramos a abrazarnos mientras me decía al oído:

  • No te fíes de él, es demasiado mayor para estar en esta fiesta.
  • No te preocupes Maca, es un encanto. Creo que me he enamorado – conseguí contestar un poco nerviosa.

No sé exactamente cuánto rato pasó hasta que un guardia de seguridad se acercó y nos pidió que nos marcháramos porque iban a cerrar. Osmany me cogió de la mano y fuimos a buscar nuestras cosas al guardarropa y al salir de la discoteca le pregunté:

  • ¿Has venido en coche?
  • No, no tengo coche, he venido con mi amigo, pero creo que él hace horas que se ha ido. ¿I tú? ¿Cómo has venido? – dijo él sin dejar de sonreír.
  • He venido con un compañero de clase, pero me parece que hace horas que se ha ido – contesté riendo.
  • Bueno, podemos ir paseando, así hablamos y nos conocemos mejor – expuso rascándose la cabeza.
  • Creo que estamos un poco lejos y no sé por dónde hay que ir. ¿Sabes cuál es el camino que debemos seguir? – dije yo bostezando.
  • Claro que sé el camino de vuelta, he venido muchas veces. ¿Dónde vives? Podemos ir a tu casa – siguió proponiendo sin dejar su sonrisa cálida.
  • Vivo en la calle Valencia, pero, tal vez, sería mejor que llamásemos a un taxi – expuse, sintiéndome de repente muy cansada y con ganas de llegar a casa y meterme en la cama.
  • Bueno, si quieres puedes llamar a un taxi, pero siento decirte que no llevo dinero encima, porque en estos pantalones no me cabían ni la cartera ni el móvil.
  • De acuerdo, ya me ocupo yo – dije sacando el móvil y llamando a un taxi.

El taxi nos sorprendió besándonos apasionadamente debajo de un frondoso árbol, en la esquina de la calle, mientras las farolas se apagaban y los primeros ciudadanos salían de sus casas para ir a trabajar.

Subimos a mi casa besándonos en cada rellano, metiéndonos mano por debajo de la ropa, así que cuando llegamos delante de la puerta me cogió en brazos como si de una pareja de recién casados se tratase.

Le fui guiando por el pasillo hasta llegar a mi habitación y me depositó suavemente encima de la cama, besándome en la frente, los ojos, los labios, quitándome la ropa lentamente, mirándome con deseo, consiguiendo que lo deseara.

Estábamos solos, mis compañeras se marchaban con sus novios o sus familias cada fin de semana. Había conseguido que me dieran fiesta en la cafetería y hasta el domingo por la mañana tendría libre.

Hasta la fecha no había tenido ninguna relación seria, solamente algún rollo de fin de semana y jamás había llegado a tener relaciones sexuales porque esperaba a mi príncipe azul, por lo que me pareció que Osmany era el hombre con el que había soñado toda mi vida.

Verle desnudo me excitó mucho más de lo que me había imaginado en mis sueños y cuando sus expertas manos recorrieron mi cuerpo sentí que mi corazón se aceleraba, deseando que ese momento no acabara nunca, pero a la vez que llegara al final para poder volver a empezar.

Llegamos juntos al orgasmo y nos dormimos abrazados, desnudos, exhaustos. Desperté que un pequeño rayo de sol se colaba por las cortinas, jugueteando en mi cara. Observé como dormía plácidamente, como un ángel, su piel morena y sus rizos negros destacaban en las sábanas rosas de mi cama y empecé a besarle suavemente hasta que nos fundimos en un apasionado beso en la boca y su miembro volvió a enardecerse, jugueteando en mi sexo.

Y así estuvimos todo el día, amándonos o durmiendo hasta que nos levantamos para comer algo. Estaba convencida de que era el principio de una larga relación.

Por desgracia, entre besos y abrazos, las horas volaron y el domingo por la mañana tuve que ir a trabajar, Osmany se marchó y quedamos en llamarnos para vernos la semana siguiente, aunque yo no disponía de mucho tiempo libre y él tenía que ir en el camión.

Los días pasaban lentamente, aunque nos mandamos corazones por WhatsApp, mensajes de amor en audios románticos y fotos sexys de algunas partes de nuestros cuerpos.

Cuando llegó el fin de semana aprovechamos que mis compañeras no estaban para pasarlo juntos en mi casa, aunque esta vez yo trabajé tanto el sábado como el domingo por la mañana, aunque el resto del tiempo lo pasamos juntos.

Como que era imparable con el sexo, pasamos el fin de semana desnudos, comiendo, bebiendo y haciendo el amor sin parar, el resto del tiempo, abrazados, mimándonos con besos y caricias. Así pues, cada hora que pasaba, yo sentía más mariposas en mi interior y le amaba cada vez más hasta llegar al punto de la locura.

El domingo por la noche se marchó dejándome un gran vacío, aunque sabía que entre semana era imposible que nos viésemos, primero por su trabajo con el camión y después porque yo llevaba una vida muy intensa entre la cafetería, la universidad y las reuniones con los diferentes grupos de los que formaba parte.

Aunque deseaba pasar más tiempo con él, también me gustaba estar con mis compañeras de piso, mis compañeros de curso y, por supuesto, con Maca, que me parecía un poco celosa desde que estaba con Osmany, aunque no se lo tuve en cuenta.

Hacía tiempo que Maca insistía en que saliéramos algún jueves por la noche de fiesta porque era la noche de encuentro de estudiantes y, aunque yo siempre tenía la excusa de que al día siguiente tenía que trabajar en la cafetería, al final, no sé cómo, se enteró de que el viernes sería mi día de fiesta laboral, así que no tuve excusa, vino a casa a cenar pizza y luego nos arreglamos y salimos decididas a pasar un rato divertido.

Fuimos a un pub muy concurrido, donde siempre se encontraba muy buen ambiente y en la terraza pasamos una noche muy agradable con compañeros de nuestra Facultad y jóvenes de otras universidades.

De vuelta, Maca me pidió si podía quedarse a dormir en mi casa, porque quedaba más cerca y le daba pereza ir hasta la residencia. Entonces fue cuando, de repente, lo vi allí, conduciendo el camión de la basura, riendo con sus compañeros, con su sonrisa blanca y alegre, sus rizos morenos y esa mirada penetrante que tanto me gustaba.

Maca y yo nos quedamos petrificadas, mirando a los basureros, que alegremente, llevaban a cabo sus tareas de recogida, mientras Osmany, sentado al volante del camión, estaba concentrado en su labor de subir los contenedores y vaciarlos en el interior del vehículo, hasta que nos vio. Su cara cambió, se endureció y unas arrugas de preocupación se formaron en su frente.

Maca tiró de mí mientras me decía:

  • Vamos, Elena, este no es el lugar ni el momento para hablar con él.

La seguí como un robot, arrastrando los pies mientras se me iba formando un nudo en la garganta, deseando gritar, llorar, pero, a la vez, sin poder pronunciar ni una palabra. Al tiempo que me giraba y le miraba, clavando mis ojos en los suyos, mientras él bajaba la cabeza y evitaba mi mirada.

Llegamos a casa, Maca me desnudo y me ayudo a meterme en la cama, luego se estiró a mi lado y me abrazo, sin decir nada, demostrándome así su gran amistad.

No pegué ojo en toda la noche, cuando nos levantamos miré el móvil y me sentí todavía más decepcionada al comprobar que no me había llamado, esperaba encontrar varias llamadas perdidas, notas en el WhatsApp, pero no había rastro de él y yo desee morir para poder olvidarle.

El sábado, al salir de la cafetería, lo encontré apoyado en una farola, fumándose un cigarro, esperándome. Se acercó lentamente, quedándose muy cerca de mí, impregnándome con su sexy aroma varonil y entonces noté que me temblaban las piernas, que desfallecía, sobre todo cuando me besó suavemente en los labios, observándome atentamente, al tiempo que decía:

  • Déjame que te explique, por favor. Al fin y al cabo, yo no te he mentido en ningún momento. La verdad es que conduzco un camión, aunque, en realidad, tú te imaginaste que era un camión de transporte y no el de la basura. Tal vez tenía que haberlo aclarado, pero te vi tan ilusionada imaginando que transportaba mercancías a otros países que no me pareció correcto decirte que pertenezco a la brigada municipal. Perdóname, por favor. Sabes que te quiero más que a nadie en el mundo.
  • Es que me siento engañada y no se si me escondes algo más – le dije con voz tremulosa, con ganas de llorar y a la vez deseando abrazarle y besarle.
  • Puedes estar tranquila, no tengo nada que esconder, soy transparente como el agua del río – contestó abrazándome y llenándome la cara de pequeños besos y mordiscos, como solía hacer siempre.
  • ¿Por qué no vamos nunca a tu casa? – pregunté haciéndome la enfadada, aunque se me escapaba una sonrisa.
  • Bueno, ya sabes, no vivo solo, comparto mi habitación con Kabir y el resto del piso con siete compañeros más. Hay demasiada gente, no tendríamos intimidad – se justificó cogiéndome de las manos y acariciándome el dorso con la suavidad de una pluma.

Cogidos de la mano como dos adolescentes corrimos hasta mi casa, subimos las escaleras, riendo, haciéndonos bromas y quitándonos la ropa, hasta llegar a la última planta, casi desnudos, excitados y con ganas de sexo.

Esa noche fue casi mágica, no comimos ni bebimos y casi no dormimos, pasamos la noche compartiendo algo más que sexo, confesándonos nuestros secretos, al menos  eso creía yo.

Dejamos que el amanecer nos sorprendiera y que, sutilmente, los rayos de sol invadieran la cama y acariciara nuestros cuerpos desnudos. Llamamos a nuestros respectivos trabajos para decir que no nos encontrábamos bien y no podíamos ir a trabajar y le pedí a Maca que cogiera apuntes para mí.  Y seguimos juntos, amándonos, el resto del día y de la noche.

Llegaron los exámenes finales, tuve que esforzarme, en mi cabeza solo cabía el cuerpo desnudo de Osmany, sus besos, sus caricias y sus palabras cariñosas. Me costó mucho aprobarlo todo, pero lo conseguí.

Ahora que mis compañeras de piso terminaban sus estudios, tenía que replantearme como lo haría en verano y el año siguiente, así que le pedí a Osmany que buscáramos un piso y nos fuésemos a vivir juntos. Me decepcionó su reacción, parecía que no le apetecía demasiado, incluso me disgusté. Miles de preguntas rondaron por mi mente, inevitablemente, en busca de una explicación que me satisficiera, sin embargo, nada me parecía lógico y no me atrevía a preguntarle el por qué.

Seguí en el piso, trabajando por la mañana en la cafetería y por la noche en un pub, Maca se marchó a Sevilla y me quedé sola pensando que Osmany vendría a hacerme compañía y que, sutilmente, acabaría convenciéndole de que se instalará en mi casa.

Un día vino muy alterado, contándome que su madre estaba muy enferma y que debía viajar urgentemente a Placetas, Cuba, su ciudad natal y donde vivía su familia.

Nos despedimos, en medio de besos, caricias, abrazos y sexo y, luego, sentí un gran vacío, como si me hubiesen amputado una parte de mi ser. Solamente tenía ganas de llorar, sentí que estaba en la parte baja de la noria, aunque después me di cuenta de que todavía podía estar peor.

Los días pasaban lentamente, trabajando sin parar y cada día me encontraba más cansada, más desanimada, porque, además, desde que se había ido no había tenido noticias suyas de ningún tipo, incluso le llamé por teléfono, pero no contestó.

Acabó el verano y cuando Maca volvió de Sevilla, le pedí que se viniera a vivir conmigo, sobre todo porque no tenía dinero para pagar yo sola el piso, en cuanto dejara el trabajo en el pub, donde me pagaban bastante.

Hicimos cuentas y observamos que los gastos eran bastante elevados, eso no habíamos cambiado el contrato, que seguía a nombre de la compañera anterior, porque si no nos subían la cuota y los gastos eran mayores. A pesar de todo, decidimos probar suerte y buscar algún compañero o compañera que ocupase la habitación que quedaba libre.

Quique fue el elegido para ocupar la habitación libre. Era un estudiante de primer curso, parecía muy buen chico, de fiar.

Una tarde, que estábamos en clase, empecé a sentir mucho calor, me faltaba el aire, la cabeza comenzó a darme vueltas y caí al suelo desmayada. Desperté en el interior de una ambulancia, camino del hospital.

Estirada en una cabina de urgencias no podía creer lo que me estaba contando la doctora, no podía ser, me estaba diciendo que en los análisis había salido que estaba embarazada. Pero si llevaba todo el verano sin tener relaciones, desde que se había ido Osmany no había estado con nadie.

Por lo visto estaba preñada de tres meses, sin embargo, estaba delgada, tenía el peso inferior para una embarazada y debería cuidarme, porque, de lo contrario, corría peligro de perder al bebe.

Miles de preguntas asaltaron mi mente: ¿quería seguir adelante con el embarazo? ¿podía permitirme el lujo de seguir embarazada? ¿tendría que dejar las clases? O peor aún: ¿podría continuar trabajando? De lo que si que estaba segura es que no se lo diría a mis padres, tendrían una gran decepción, no podía hacerles esto, de ninguna manera.

Menos mal que Maca se ocupó de mí, me obligó a comer sano, a beber mucha agua y a seguir con las clases en la Facultad. Me enseñó a prescindir de Osmany, intentar olvidar su agradable y sexy aroma, sus suaves caricias y sus sesiones locas de sexo, que tanto me gustaban y que me habían llevado hasta donde estaba ahora.

El curso pasó lentamente, seguí trabajando en la cafetería por las mañanas y por la tarde las clases, tareas y estudiar para no perder el curso. Y aunque no se me notaba mucho que estaba embarazada, algunas compañeras de curso me soltaron un:

  • Cada día estas más guapa, sobre todo desde que has ganado peso.

Yo me sentía avergonzada, intentando esconder la barriga, que pronto estaría demasiado a la vista. Menos mal que mi familia nunca venia a la gran ciudad, porque me habría sido imposible esconder ese gran secreto a mis padres o hermanas.

El curso llegaba a su fin y me asaltaban infinidad de dudas, sobre todo no me veía capaz de afrontar mi situación cuando Maca se marchase de vacaciones a Sevilla, como cada verano y no le podía pedir que renunciase a estar con su familia para quedarse conmigo, aunque me lo ofreció. Sí, una noche que yo estaba bastante deprimida, me dijo:

  • He pensado en ir unos días a Sevilla para ver a mi familia, pero volveré cuando estés a punto de dar luz.
  • No, Maca, no puedes renunciar a tus vacaciones en Sevilla por mi culpa, por haber sido una descuidada con mis relaciones sexuales. Tú no tienes la culpa – respondí tristemente.
  • Para mí no representa ningún esfuerzo, estoy deseando conocer ese bebe, voy a ser su madrina y no me lo quiero perder por nada del mundo – contestó alegremente.
  • ¡Oh! Maca, eres la mejor persona que he podido conocer, no sé qué haría sin ti, ya sabes que te quiero mucho – objeté emocionada, con lágrimas en los ojos.

Así pues, acabaron las clases, por suerte lo aprobé todo, aunque no estaba orgullosa de mis calificaciones, pero al menos no había suspendido ninguna asignatura. Ahora tenía que pensar bien los pasos a seguir. Quique, nuestro compañero de piso, estaría de vacaciones julio y agosto y Maca también, aunque me aseguró que vendría para el parto.

No era plan trabajar en un pub de noche ahora que ya se me veía la tripa, seguramente no me iban a contratar, así que debería buscar algún trabajo complementario para el que no necesitase demasiado esfuerzo.

Hablé con la encargada de la cafetería y acepto hacerme un contrato temporal, para el verano de jornada partida, en el que cobraría más, aunque me daba la impresión de que no podría con todos los gastos. También debería tener en cuenta que habría unos gastos adicionales, como ropa para recién nacido, cuna y otros enseres que, además eran bastante caros, así que decidí buscar en una página de segunda mano, incluso estaba decidida a regatear lo que hiciese falta.

No quería pensar en cómo me organizaría con la llegada de mi hijo, ya que solamente me quedaba un curso, pero no sabía como podría trabajar, ir a la Facultad y cuidar de la criatura. Decidí que era mejor organizar paso a paso y luego ya veríamos.

A finales de julio tenía ropa de recién nacido, una cuna, un biberón y un cochecito, ahora debía pensar también en el nombre, aunque no sabía si era niño o niña. En la última revisión el médico me dijo que el parto estaba previsto para la segunda quincena de agosto.

Aunque mis padres cada año insistían en que fuese unos días de vacaciones al pueblo, yo siempre les decía que tenía que trabajar para poder pagar los gastos en invierno, pero hacía más de un año que no había ido a visitarles y se ofrecieron a venir a verme, así que tuve que darles una excusa diciendo que no tenía sitio en el piso porque había realquilado las habitaciones.

El verano se hizo muy largo, el piso demasiado vacío, la soledad exageradamente inoportuna y las patadas del bebe inapropiadas. En realidad, no sabía si podría querer a esa criatura porque del amor al odio hay un paso y después de amar excesivamente a Osmany ahora sentía odio hacia esa persona que había sido incapaz de quedarse a mi lado para cuidarme y cuidar de nuestro hijo. Aunque, tal vez, si hubiese sabido que estaba embarazada, se habría marchado corriendo. No sabía que pensar.

A principios de agosto me desperté por un fuerte dolor en la parte baja del vientre, cuando me levanté para ir al baño, noté un líquido viscoso resbalando por mis piernas, había roto aguas.

No sabía que hacer, así que llamé a una ambulancia, preparé una bolsa con ropa para el bebe y para mí. Lo recuerdo como un largo camino, cuesta arriba y tortuosa, hasta que, por fin, determinaron hacerme la cesárea y nació Eva, mi pequeña niña morenita, igual que su padre, con los ojos almendrados y una sonrisa cautivadora.

Agotada por todo el esfuerzo y bajo los efectos secundarios de la anestesia epidural, cogí el móvil y llamé a Maca. Sin embargo, la ilusión de contarle que había nacido su ahijada se rompió cuando empezó a llorar mientras me explicaba que su padre había muerto en un grave accidente de tráfico y, por ahora, no podría venir a Barcelona para ayudarme.

Ahora, no solamente me veía en la parte baja de la noria, además sentía un fuerte deseo de bajarme, de abandonarlo todo y marcharme lejos, huir de la vida que me estaba tocando vivir, huir de Eva, aunque ella no tenía ninguna culpa de que yo hubiese sido una alocada que no utilizase protección delante de este imprevisto. Cada vez que la miraba la veía más parecida a su padre y eso me hacía odiarla un poco más cada día, sin poder evitar tener melancolía por aquellos momentos que tanto disfruté.

Llegué a un acuerdo con los propietarios de la cafetería, así que debería incorporarme al trabajo en quince días, puesto que me obligaron a renunciar la baja por maternidad si quería continuar con mi trabajo, por lo que no tenía ni idea de cómo me las apañaría, ni qué haría con la niña, que tuve la suerte de que nació sana y fuerte, dormía mucho por las noches y a mí me dejaba descansar. Ahora debía buscar a alguien que pudiese ocuparse de ella mientras yo estaba trabajando. Y aunque siempre me venía a la cabeza mis padres y mis hermanas, de ninguna manera podía defraudarlos, ellos que habían puesto sus ilusiones en mí, una universitaria estudiosa y trabajadora, capaz de salir sola adelante.

Y para colmo, una tarde de agosto, cuando íbamos a pasear al parque, al girar una esquina, lo vi abrazado a otra mujer, con dos niños de diez o doce años. Se me paró el corazón, quise haberme equivocado, pero no, era él, Osmany y ella lo cogía del brazo, como una pareja de enamorados. Me quedé paralizada mientras una ola de calor me invadía haciéndome creer que me desvanecería. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, pero enseguida desvió sus ojos hacia su acompañante y habló suavemente con los niños.

Cruzó la acera en nuestra dirección, donde yo me había quedado clavada en el suelo, como si mi hubiesen puesto pegamento en los zapatos, mirando como se acercaba, sin poder hacer nada, ni reír ni llorar ni siquiera moverme.

Cuando llegó donde estábamos nosotras, me cogió suavemente por el brazo y me obligó a entrar en una cafetería, y entonces empezó a hablar:

  • Hola preciosa, cuantas ganas de verte tenía – dijo besándome en las mejillas, como si no hubiese pasado el tiempo, ni nada.
  • ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me has contestado las llamadas? ¿Quiénes son esas personas con las que estabas? – acerté a preguntar nerviosa, con voz trémula, odiándole y amándole a la vez.
  • Es que me robaron el móvil y no sabía como contactar contigo. He estado con mi familia, pero ya estoy aquí de nuevo – contestó acariciándome una mejilla, mientras unos grandes lagrimones escapaban de mis ojos, sin que yo los pudiese controlar.
  • Pero tú sabes donde vivo, sabes donde trabajo y si hubieses querido me habrías venido a buscar. ¿Quién es esa? ¿Es tu novia, tu mujer? ¿Quién es? – acerté a gritar, preguntando sin parar.

Quiso abrazarme, sin embargo, le empujé y entonces entraron la mujer con los niños y ella preguntó:

  • ¿Quién es esa?
  • Una amiga que conozco desde hace tiempo – respondió sin dar muestras de estar nervioso, pareciendo que nada le afectaba.
  • ¿Una amiga? Si, tal vez era una amiga, pero desde que he tenido una hija tuya ya no me considero tu amiga – grité tan fuerte como pude entre sollozos.

Los dos me miraron atónitos y mientras ella clavaba sus ojos en los suyos pidiendo una explicación, Osmany, la cogió de la mano y tirando de ella, salieron a la calle con los niños pegados a ellos. Los oí gritar mientras se marchaban calle abajo, mientras me caía al suelo, sin poder evitarlo, dejando a mi pequeña llorando dentro de su cochecito.

Desde la ambulancia llamé a Maca, que tampoco estaba pasando por un buen momento, estaba muy deprimida y su familia le había pedido que estudiara el último curso en Sevilla y yo no sabía ni como explicarle todo lo que me estaba pasando. Definitivamente quería bajarme de la noria.

Lo peor vino cuando no pude pagar el alquiler, nos cortaron el agua y la luz. Vivíamos las dos solas en aquel piso porque no sabía donde ir, hasta que se presentaron del juzgado con un requerimiento, informándome que si no pagaba el alquiler nos iban a desahuciar y en ese momento desee no seguir viviendo.

Conocí a Berta en el parque, ella estaba sentada en un banco leyendo un libro, mientras yo paseaba con mi hija. Me senté a su lado y aproveché para darle el pecho. Observé de reojo que no podía parar de mirarnos, incluso pensé que, tal vez, no le gustaba que estuviera alimentando a mi hija sentada en un banco. Cuando terminó, la acuné y enseguida se durmió y entonces fue cuando cerró el libro y me dijo:

  • Que bonita escena, cuantos buenos recuerdos con mis hijos, sin embargo, ahora estoy sola y los echo mucho de menos.
  • ¿Dónde están sus hijos? ¿Viven lejos? – me atrevía a preguntar.
  • Toni vive en Canadá, se marchó hace diez años, tiene una familia allí, pero vienen muy poco. Marta vive en Japón, se fue a estudiar allí y ahora está casada y tiene un niño precioso, aunque no vienen muy a menudo, porque el viaje es muy caro y está muy lejos.

Sin poder evitarlo me eché a llorar y entre sollozos logré contarle mi vida, mi triste vida, desde que había conocido a Osmany, cuando creía que era feliz.

Berta nos ha acogido en su casa, ella se ocupa de nosotras y, aunque este año lo he perdido, estoy trabajando duro para poder matricularme el año que viene y terminar el grado. Berta está siendo como una madre para mí y hemos acordado que cuando me gradúe voy a invitar a mi familia, deberé contarles todo lo sucedido y, por fin, conocerán a Eva.

Maca está mejor y ha prometido venir a Barcelona a conocer a su ahijada. A Osmany no lo he visto más, pero cuando veo un camión de la basura, salgo corriendo evitando mirar al conductor, por si acaso.

Fin

 

Lois Sans

17.07.2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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