Winnipeg
Recuerdo el 2020 como uno de los peores años de mi vida y, supongo, que para la mayoría de la población mundial también. Solo unos cuantos privilegiados se beneficiaron del caos que se organizó.
A mediados del 2017 acepté ilusionada la invitación de Abel para mudarme a su casa, un chalet de dos plantas en una urbanización cercana a la ciudad. Habíamos terminado el Grado de Filosofía y Letras, mientras él preparaba las oposiciones de profesor en un Instituto, yo encontré trabajo como traductora y correctora en una Editorial, una ocupación aburrida, aunque muy bien pagada.
Aunque mis planes eran viajar por toda Europa antes de aposentarme en lo que debería ser una relación consolidada, tanto mis padres como el resto de la familia se mostraron muy orgullosos de mí y eso, en aquel momento, era muy importante para mí, así que no le di más importancia y me centré en nuestra relación, el trabajo y en disfrutar del tiempo libre practicando los deportes que me gustaban.
Cuando faltaban dos semanas para finalizar el 2019, Abel me informó de que este año no iríamos a Andorra a esquiar y celebrar el Fin de Año porque el director del Instituto nos había invitado a su casa, una mansión con seis habitaciones, cuatro baños, piscina y barbacoa. Me sentí decepcionada, incluso desanimada, puesto que habría preferido celebrarlo en una tienda de campaña o en la cima de una montaña antes que compartir ese día tan especial con la gente estirada que se codeaba con Abel.
Me esforcé en seguirle la corriente porque le veía muy feliz, insistía en que iban a asistir personalidades de la ciudad como la alcaldesa, políticos importantes, abogados, a parte de la mayoría de sus compañeros profesores, en fin, el tipo de personas que yo evitaba porque estaba convencida de que no teníamos nada en común.
Así pues, no tuve más remedio que buscar un vestido deslumbrante, unos zapatos a juego y pedirle a Ester, mi esteticista que idease un peinado a juego, con maquillaje, manicura y pedicura incluido.
El día 31 Abel estuvo muy nervioso porque alguien le había chivado que podría ser el próximo Coordinador del Instituto si la Fiesta de Fin de Año salía bien, por lo que, a media tarde, me rogó que empezásemos a prepararnos, ya que, de ninguna manera, quería que llegásemos tarde.
Mientras él se duchaba, coloqué mi vestido largo dorado encima de la cama, saqué las sandalias de tacón de aguja a juego de su caja y me eché a reír pensando que iba a parecer una burbuja de cava, como las que salen en los anuncios. Me miré el recogido con trenzas que había creado Ester, con flores blancas esparcidas por la cabeza, un peinado realmente elaborado. Luego saqué el pequeño bolso dorado de su funda y el abrigo de piel que me había dejado mi prima Laura.
Entre tanto me convencía de que esta noche debería ser como Carnaval, porque todos iríamos disfrazados de personas elegantes, sonó una divertida melodía en el móvil de Abel, que estaba en la mesita de noche. Nunca he mirado su teléfono, ni sus contactos, ni sus mensajes, sin embargo, esta vez, pensé que tal vez, podría ser algo relacionado con la cena, la fiesta o yo que sé, por eso, cogí su teléfono justo en el momento en que la fotografía de una chica muy joven, que solamente llevaba un pequeño sostén y un tanga rojo, en una pose que quería ser sexy llenaba la pantalla, dejándome boquiabierta.
Enojada, busqué su nombre: “Rocío” y, a continuación, repasé todos los mensajes y fotografías que se habían estado intercambiando, quedándome atónita al descubrir que estaba liado con esa “guarra”.
Me senté en la cama, encima del vestido dorado, sintiéndome ridícula por no haberme dado cuenta, por estar convencida de que nuestra vida era perfecta y, aunque últimamente no salíamos de excursión, ni a escalar, ni siquiera habíamos ido ningún día a esquiar, pensaba que era temporal y que, próximamente seguiríamos con nuestra vida social de siempre. Ahora comprendía porque siempre tenía la excusa perfecta para quedar con sus estirados compañeros mientras yo tenía que soportar a algunas de sus aburridas parejas.
Abel salió de la ducha nervioso, gritando:
- Todavía estás así, empieza a vestirte. Sabes que no soporto llegar tarde.
- ¿Desde cuándo estáis juntos? – pregunté enseñándole la fotografía de Rocío.
- No estamos juntos – respondió tragando saliva – solo nos hemos enrollado un par de veces, pero no es importante para mí. Te quiero a ti.
Se acercó, tiró de mi mano, me obligó a levantarme y me abrazó. No sé que pasó por mi cabeza, solo sé que, mientras olía su cuerpo recién duchado, ese cuerpo que había amado tantas veces, me percataba de que no era la vida que yo quería, estos no eran los planes que habíamos hecho en la Universidad.
Ahora me daba cuenta de cuanto habíamos cambiado y yo me había acomodado a sus caprichos, viviendo una vida que no me pertenecía, no era mi vida.
Me separé de él, le miré y le dije:
- Entonces, deberías ir a la super fiesta con ella, porque yo no iré.
- ¿Qué dices? Tú eres mi pareja. Debes venir conmigo.
- Ni lo sueñes. He estado haciendo un esfuerzo para ir a esa Fiesta, a la que no me apetece ir. Ni siquiera te has preocupado de preguntarme si quería ir, no me has dado ninguna opción. Y ahora resulta que te follas a una chica que podría ser alumna tuya. ¡Un momento! ¿No será una alumna tuya? – grité cabreada.
- No hemos follado, solo nos hemos besado alguna vez, pero no fue importante, sucedió y ya está – empezó a excusarse.
- ¡Es una alumna! – certifiqué horrorizada – No me digas que no habéis follado, te ha mandado una foto desnuda y las conversaciones que tenéis son de lo más picante. Ve a la cena con ella, yo no pienso ir – afirmé tirando el vestido al suelo.
- Por favor, no me hagas eso – imploró cogiéndome del brazo.
No respondí, me deshice de su mano, cogí dos maletas del trastero y empecé a llenarlas con ropa, zapatos y cualquier cosa que consideraba mía, sin tener la menor idea de dónde podría ir la noche de fin de año, mientras Abel me miraba horrorizado.
Cuando terminé, él ya estaba vestido, llevaba el traje azul marino que habíamos comprado en El Corte Inglés. Reconozco que estaba muy guapo, aunque no era el Abel con el pelo un poco descuidado, barba de tres días y vaqueros rotos del que me había enamorado. Entonces me di cuenta de cuanto habíamos cambiado, pero ya no caminábamos juntos, íbamos en diferente dirección, le besé en la mejilla y le deseé:
- Feliz año nuevo. Ya quedaremos un día para repartir algunas de las cosas.
- Lo siento, no quería que terminásemos así. Te ruego que lo pienses.
- No hay nada que pensar.
Salí a toda prisa de su casa, donde me esperaba un taxi, al que debería dar una dirección. Laura se había ido con unos amigos a esquiar a Andorra, por lo que quedaba descartada. Luisa y Raúl habían invitado a dos parejas amigos suyos y a sus hijos, iba a ser una cena familiar con niños. En principio, no era el tipo de fiesta al que me gustaría asistir, sin embargo, tal vez, podría excusarme a las doce y cinco, retirarme a alguna habitación a dormir, llorar o lo que me viniese en gana.
Me arriesgué dando su dirección al taxista y, por el camino la llamé, le conté la situación en la que me encontraba y tal como esperaba, me ordenó que fuese a su casa. Cuando abrió la puerta me abrazó, me consoló, dejó que me aposentase en una habitación que tienen para cuando viene su suegra y solo me pidió que cenase con ellos.
Digamos que ese no fue un buen principio de año 2020, sin pareja, sin casa y con un trabajo que no me gustaba. Sin embargo, pasadas las Fiestas, busqué un piso pequeño, con muebles, en un barrio tranquilo. Me decidí por uno de setenta metros cuadrados, en la última planta de un viejo edificio, con un pequeño recibidor, una habitación, un salón-comedor con cocina americana, un pequeño cuarto de baño con ducha y una terraza con vistas a ninguna parte.
En la esquina había un supermercado de barrio, donde se me ocurrió dejar el currículo y una semana más tarde me llamaron para una entrevista. Me ofrecieron un buen horario, de tres a nueve de la tarde, por la mañana podría ir a correr al parque que tenía cruzando la calle.
Se empezaba a comentar que una epidemia cambiaría nuestras vidas saturadas de estrés, con excesiva tecnología, demasiadas comodidades, cargadas de quejas, reproches y descontento con todo y con todos. Sin embargo, parecía que esta pandemia estaba en China, demasiado lejos, aunque actualmente todo está a unas horas de avión, incluso el virus, que atravesó el Mundo entero.
Tuve suerte de haber cambiado de trabajo cuando nos confinaron, porque debía salir igual a trabajar, aunque nos obligaban a llevar mascarillas y guantes. Sin embargo, Abel trabajaba desde su casa, encerrado y solo.
Aunque, en un principio, se hablaba de que después del confinamiento la sociedad, en general, mejoraría, pronto se percibió que no iba a ser así, sino al contrario, en general, la gente se volvió más insegura, inhumana, individualista y egocéntrica.
Recuerdo el 2020 como el año sin besos ni abrazos, sin celebraciones ni encuentros con amigos, con pocos viajes y a lugares cercanos. Nos quedó la sensación de que nos habían robado un año de nuestras vidas. La mayoría de la población vivió atemorizada por el alud constante de noticias sobre cifras de infectados, hospitales colapsados, enfermos solos y muertos sin familiares que los velasen.
Mientras el pueblo tenía la sensación de que los políticos no sabían controlar la situación y se aprovechaban de nosotros, las grandes empresas se acogían a los ERTE para contratar menos trabajadores, dejando en el paro a una gran parte de la población. Por el contrario, el personal contratado debía efectuar el triple de trabajo por el mismo sueldo y los que no conseguían contrato intentaban sobrevivir con la limosna que podía pagarles la Seguridad Social. Los autónomos estaban indignados porque no podían trabajar, aunque si tenían la obligación de pagar su cuota. Aumentó la delincuencia y mientras unos pocos enriquecían la mayoría tenía que estreñirse el cinturón. Algunos sectores como las agencias de viajes, los hoteles o la restauración quedaron muy tocados económicamente.
Cuando nos obligaron a utilizar una APP para móviles que controlaba donde estábamos y con quién, asegurando que era por nuestro bien y el de la sociedad, la ciudadanía se indignó, sin embargo, nos tenían tan atemorizados que nadie se atrevía a ir en contra de que nos tomasen la temperatura antes de entrar a trabajar, en el gimnasio, al cine, antes de subir a un avión o en el metro. Cualquier dato era utilizado para confirmar que el virus seguía entre nosotros, asegurándonos que los efectos post enfermedad eran peores que la pandemia en sí.
Mi vida siguió entre la soledad de mi casa y el supermercado hasta que pude retomar mis actividades deportivas, saliendo varios días a la semana a correr al parque. Más adelante seguí saliendo a escalar con mis amigos de siempre, de vez en cuando navegábamos en kayak y, sobre todo, quedábamos, a menudo, para ir de excursión y seguir rutas por la montaña.
Abel me pidió que volviésemos a intentarlo, pero a mí me gustaba mi nueva vida independiente, con mis amigos de siempre, con los que podía ser yo misma, sin tener que fingir que me gustaba estar con el círculo de amistades tan selecto en el que Abel había entrado. Le dije que necesitaba tiempo, más adelante, quién sabe.
Aunque la pandemia seguía viva, me adapté perfectamente a mi nueva vida, sin embargo, para no sentirme tan sola, adopté a Pancho o él a mí, porque dicen que son los gatos quienes escogen a su amo y no al revés. Mis salidas sola o con amigos, encuentros con Laura y Luisa, el trabajo en el supermercado, sencillo pero variado y, casi siempre, divertido.
Terminó el año que debería marcar un antes y un después, decidí esperar el nuevo año con la compañía de Pancho, aunque tanto Luisa como Laura intentaron convencerme de que podía pasarlo con ellas, sin embargo, necesitaba aceptar mi situación, comerme las uvas sola, irme a dormir a las doce y cinco y al día siguiente salir a correr.
Finalmente, el virus nos dejó de la misma forma que llegó, con las farmacias repletas de vacunas, los bolsillos vacíos, descontento entre la población y el Sistema aprovecho para controlar donde íbamos, con quién, el dinero que gastábamos, en fin, gobernar nuestras vidas.
Para mí todo seguía igual, deporte por la mañana y super por la tarde, hasta que un día ocurrió algo que hizo que mi vida cambiase totalmente. Fue en una mañana de primavera que salí a correr por el parque, un lugar con árboles, espacios para juegos infantiles, maquinaria para hacer ejercicio, un estanque con peces y nenúfares, bancos de madera para leer o relajarse y un camino para correr o pasear entre la arboleda.
Era temprano, justo empezaba a amanecer y los primeros rayos de sol se colaban débilmente entre las ramas espesas de los árboles, se escuchaba el fino trino de los pájaros y el ambiente olía a naturaleza, no había nadie, solamente un pequeño grupo personas que compartían ejercicios de taichi en un claro entre los árboles. Me sentía feliz acompasando mis pasos con la respiración, concentrándome en cada zancada hasta que, inesperadamente, sin saber cómo, caí de bruces al suelo.
No sé si tropecé con la raíz de uno de esos enormes árboles o simplemente, se me torció el tobillo, pero, de repente, estaba boca abajo. Gemí sorprendida esperando que nadie me hubiese visto, cuando, de repente, unas manos fuertes me cogieron por los brazos, me levantaron y me obligaron a sentarme apoyada en un cataño. Abrumada, observé detenidamente al joven que me había auxiliado, tendría unos treinta años, de estatura mediana, moreno, con el pelo rizado, un poco largo, una barba de tres días y unos expresivos ojos grises. Dejó su vieja mochila en el suelo, se sentó a mi lado y me preguntó:
- ¿Cómo estás? ¿Te has hecho daño?
- Me duele el tobillo – conteste frotándomelo.
- Permíteme que lo examine, soy fisioterapeuta. Quítate la zapatilla – ordenó.
Obedecí mientras observaba como sacaba un pequeño bote de cristal de su mochila, luego pasó su mano, suavemente, por la pierna hasta el tobillo siguiendo hacia el pie y lo giró en diferentes direcciones.
- Es un esguince. Con tu permiso, puedo hacerte un masaje con este ungüento. Con un poco de descanso, en un par de días estarás como nueva – explicó sonriendo.
- De acuerdo, puedes hacerme el masaje, aunque es difícil que pueda descansar, porque trabajo en un supermercado de tres a nueve – contesté dejándome cautivar por su expresiva mirada.
Se acomodó frente a mí, abrió el tarro de cristal, metió dos dedos en su interior y se untó las manos, luego me cogió el pie y empezó un suave pero enérgico masaje mientras un agradable aroma mentolado nos envolvía.
- ¿De dónde has salido? – me atreví a preguntar.
- Bueno, pasaba por aquí justo en el momento en que te has caído – respondió sin dejar de manipular mi pie con destreza.
- Habría jurado que no había nadie. ¿Quién eres? ¿Un ángel? – seguí cuestionando.
- Que va, solo te quiero ayudar – dijo riendo
- ¿Cómo te llamas?
- Roque ¿Y tú?
- Alma – respondí observándole atentamente.
- Sabes que Alma es un nombre mágico, las personas que lo llevan son muy especiales. Es tan bonito como tú – respondió mirándome fijamente sin dejar de sonreír.
Siguió con el masaje hasta que lo consideró oportuno, metió el bote de cristal en su mochila y me ayudó a levantarme. A continuación, me ofreció su brazo para que me apoyase y, lentamente, empezamos a caminar, mientras me proponía:
- Si te parece bien, te acompañaré a tu casa.
- Entonces lo mínimo que puedo hacer es invitarte a desayunar – respondí sin pensar que no lo conocía de nada y yo soy muy desconfiada.
Seguimos caminando en silencio mientras un sudor frío me invadía, arrepintiéndome de haber invitado a mi casa a una persona que no conocía de nada. Me parecía increíble que se me hubiese ocurrido invitar a un extraño a mi casa, donde solo han entrado mi amiga Luisa y mi prima Laura.
Tragué saliva, esperando no haberme equivocado, incluso empecé a pensar una excusa para que no subiese. Me armé de valor y pregunté:
- ¿Dónde vives?
- En el Mundo. Voy de un lado para otro, me quedo un tiempo donde me siento cómodo y cuando me canso emprendo el vuelo de nuevo – contestó mirando hacia el infinito.
- Pero ¿dónde naciste?
- Nací en un pequeño pueblo de la costa asturiana, aunque luego mis padres se trasladaron a Santander, donde estudié – explicó.
- ¿Y en qué hotel te alojas?
- No me gustan los hoteles, siempre voy a albergues o a casa de algún amigo. Bueno, ¿esto que es? Un interrogatorio policial – dijo guiñándome un ojo.
- Lo siento, no quería incomodarte, pero es que soy muy desconfiada. Hemos llegado – aclaré parándome delante del portal.
- Bonito edificio, parece muy antiguo – comentó observándolo detenidamente.
- ¿Te gustan los gatos? Es que Pancho es muy especial, como su dueña – pregunté sonriendo.
- Me gustan todos los animales, incluso pensé en estudiar veterinaria, pero al final no pudo ser.
- Entremos primero en la panadería, Rosa me guarda las llaves de casa cuando salgo a correr. De paso compraré pan y alguna cosilla más – ordené empujándole suavemente hacia el interior ante la mirada atónita de la dependienta de la tienda.
- Hola Alma, hoy has terminado pronto de correr – exclamó guiñándome un ojo.
- Es que me he torcido el tobillo y Roque me ha ayudado – contesté sonriendo.
Cogió una bolsa de papel, metió una barra de pan, unas madalenas integrales y se acercó, entregándomela junto con las llaves de mi casa mientras me susurraba al oído:
- ¿De dónde lo has sacado? Es perfecto.
Se me escapo una risa floja, le guiñé el ojo, sorprendida de mí misma y mientras cogía la bolsa me ofreció el brazo para que me apoyase y nos dirigimos al portal.
Subir las escaleras fue lento y doloroso. Cuando llegamos a la primera planta y le confesé que vivía en la cuarta, me dio la bolsa de la panadería, me cogió en brazos y subió las escaleras ágilmente hasta llegar al último piso, donde le di las llaves para que abriese la puerta de mi fortaleza privada.
Enseguida apareció Pancho, olió sus botas y se refregó entre sus piernas dejándome sorprendida por esta reacción tan cariñosa, puesto que mi gato es tan desconfiado como yo. Roque me dejo suavemente en el suelo y mientras acariciaba a Pancho me metí en la cocina para empezar a preparar el desayuno.
De repente, noté su aliento en mi nuca y, por un momento, temí que me hubiese equivocado al invitarle a subir a casa, contuve la respiración y seguí preparando un zumo de naranja hasta que puso su mano sobre la mía suavemente mientras ordenaba:
- Siéntate, por favor, debes descansar hasta que tu pie se recupere del todo. Deja que acabe de preparar el desayuno.
- De acuerdo – respondí sorprendida observando como su mano tiraba de la mía y me obligaba a sentarme en una silla.
Me asombró observar lo bien que se movía en mi cocina, abriendo armarios y cajones hasta encontrar lo que buscaba.
En un momento preparó un par de pequeños bocadillos, terminó el zumo de naranja que había empezado a exprimir y dos cafés. Mientras comíamos le pregunté:
- ¿Cómo te ganas la vida para poder viajar?
- Cuando llego a una ciudad buscó trabajo de lo que sea, por ahora no he tenido problemas, siempre encuentro algo, mejor si es temporal, con los años he ido cogiendo experiencia en casi todo, he trabajado en un matadero, cargando cajas de fruta, en una empresa de congelados, incluso estuve en un zoológico, cuidando de los monos. No me gusta estar demasiado tiempo en el mismo sitio, ni con la misma gente, haciendo cada día las mismas cosas, por lo que, cuando tengo suficiente dinero, me voy. ¿Y tú, qué haces?
- Pues a mí me gusta tenerlo todo controlado, estudié siempre en la misma escuela, luego fui a la universidad, estudié Filosofía, me enamoré de un compañero, Abel y cuando acabamos el Grado nos fuimos a vivir juntos a una casa que heredó de su familia. Encontré un aburrido trabajo como traductora en una editorial y él aprobó las oposiciones como profesor en un instituto. Creía que éramos la pareja perfecta con una vida inmejorable hasta que le pillé liándose con una alumna suya de segundo de bachillerato. Entonces me di cuenta de lo aburrida que era mi vida, dejé el trabajo como traductora, busqué un piso pequeño en el centro que pudiese pagar y presenté mi currículo en el supermercado de la esquina, donde trabajo como cajera.
- Parece un cambio interesante.
- Sí, lo es. Es un supermercado de barrio, me llevo muy bien con mis compañeras y el horario me va genial, trabajo por las tardes y puedo practicar deportes por la mañana.
- ¿Qué deportes practicas?
- Varios días a la semana salgo a correr por ese parque donde nos hemos encontrado, a menudo sigo alguna ruta de senderismo, de vez en cuando, aprovecho para hacer escalada y si el tiempo lo permite, me gusta navegar en kayak.
Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente, como si buscásemos la armonía entre nuestros defectos y perfecciones. Bajé la vista hacia el plato cuando su mirada gris me incomodó. Bebí un sorbo de zumo y seguí preguntando:
- Entonces, en alguno de tus trabajos debes haber sido fisioterapeuta ¿no?
- Fisioterapeuta es mi vocación, lo hago siempre que puedo ayudar a alguien, pero no cobro nada – respondió guiñándome un ojo, lo cual le hizo peligrosamente irresistible.
- ¿Practicas algún deporte? – consulté atreviéndome a tocar sus marcados bíceps.
- No practico ningún deporte en concreto, pero me gusta mantenerme en forma.
Acabamos de comer y nos levantamos los dos a la vez para llevar los platos a la cocina, sin embargo, él, enseguida cogió lo que llevaba en las manos y me obligó a sentarme en el sofá mientras recogía y lavaba los utensilios que habíamos utilizado.
Le hice caso y me senté mientras activaba los altavoces con el móvil, empezó a sonar una romántica bachata de Juan Luis Guerra. Cuando terminó de limpiar la cocina se acercó sigilosamente, tendió su mano delante de mí invitándome a bailar, sin pensarlo, me levanté, dejé que me abrazase y nos movimos sensualmente al ritmo de la música, sorprendiéndome, de nuevo, de que supiese bailar tan bien y de que, con lo rara que soy, aceptase a abrazarme a un extraño.
No sé en qué momento, el abrazo de la bachata se convirtió en un abrazo más íntimo y nuestras lenguas se enzarzaron al tiempo que el ritmo de mi corazón se iba acelerando, nublándome la razón.
Nos desnudamos el uno al otro, sin vergüenza, con la prisa de la primera vez. A continuación, me cogió en brazos, entró en el dormitorio y me depositó suavemente en la cama al tiempo que con la yema de los dedos recorría mi piel haciéndome estremecer. Cerré los ojos dejándome llevar por todas esas sensaciones, que ya no recordaba, ya que, desde que no estaba con Abel, nadie me había puesto la mano encima, a parte de mí misma.
Dejé mi cuerpo a su merced, sin esperar nada en especial a la vez que deseaba que todo fuese perfecto, abrí la boca para que su lengua jugase con la mía, rozó mi cuello con sus labios, bajó a mis pechos y se entretuvo jugando con mis pezones para luego, recorrer con su lengua el corto camino desde el ombligo hasta mi sexo, que le esperaba impaciente. Relamió los pliegues húmedos de mis zonas más íntimas y cuando me penetró se me saltaron las lágrimas de placer mientras nos movíamos como un solo cuerpo hasta que los dos llegamos al orgasmo.
Luego nos dormimos abrazados. Me desperté sobresaltada por la alarma del móvil, eran las dos de la tarde, tenía una hora para ducharme, comer y bajar a trabajar. Menos mal que el supermercado estaba muy cerca de casa. Miré al otro lado de la cama, estaba vacía y, por un momento, pensé que todo había sido un sueño, aunque estaba desnuda, mi vagina pegajosa y la habitación olía a sexo y a su colonia mentolada.
De repente, un sudor frío me envolvió mientras mi conciencia se apoderaba de mi mente, consiguiendo que me sintiese culpable, porque me había entregado a un extraño, del que solo sabía su nombre. ¿Qué me había pasado? Con lo desconfiada que era yo, había invitado a un hombre a mi casa, habíamos tenido sexo, “sin protección” y ahora había desaparecido y ni siquiera sabía su teléfono. Quizás no volvería a verlo nunca más, tal vez sería lo mejor.
Y si me había quedado embarazada, o peor, me podría haber pegado alguna enfermedad venérea o SIDA. Salté de la cama como si un resorte hubiese empujado mi cuerpo, corrí a la ducha, me lavé profundamente, dirigiendo el chorro todo lo dentro de mí que pude, rezando para que ese momento de debilidad no me pasase factura en un futuro.
Mientras comía una ensalada de pasta intenté ordenar mis ideas, tal vez debería pedir cita al ginecólogo y que me hiciese una revisión y unos análisis. Estaba disgustada, avergonzada y enojada conmigo. Después de comerme una manzana, me vestí y fui a trabajar, aunque no conseguí concentrarme, metiendo la pata varias veces hasta que Marta, mi compañera en la caja contigua, lo notó y acabó preguntando:
- ¿Qué te pasa hoy? Estás muy despistada.
- No he dormido bien – mentí.
- Menos mal que no ha venido mucha gente – comentó.
Cuando salí llamé a Luisa y le conté todo lo que había pasado. Primero se rio a carcajadas, luego me riñó:
- A ver, chica, no te entiendo, con lo desconfiada que eres siempre y metes en tu casa a un hombre que no conoces de nada y encima tenéis sexo sin protección. Vamos, esa no eres tú, la que ha abducido a mi amiga Alma, que me la devuelva.
- Tienes razón. No sé qué me pasó, es que es muy guapo y una persona encantadora. Supongo que me falta cariño y sexo.
- Me parece genial que tengas sexo, ya era hora de que cerrases la puerta al pasado, pero hay que tener cuidado, sobre todo si no sabes ni quién es.
- ¡Oye! Tengo que colgar, estoy llegando a casa y le veo esperando frente al portal – confesé observando a Roque apoyado en un árbol
- ¡De acuerdo! Pero luego cuéntame qué ha pasado. No me dejes con la incertidumbre.
Mientras colgaba a Luisa aceleré el paso y me planté frente a él nerviosa y excitada a la vez.
- ¡Roque!
- Hola preciosa. ¿Cómo está tu pie? – preguntó sonriendo mientras se acercaba y rozaba con sus labios los míos.
- El pie está bien – respondí bruscamente.
- ¿Estás enfadada? – preguntó visiblemente sorprendido.
- ¿Y a ti que te parece? Te colaste en mi vida para desaparecer, de repente, sin dejar huella – contesté con un nudo en la garganta.
- Dormías tan a gusto que me ha parecido inoportuno despertarte y yo tenía cosas que hacer – respondió sonriendo mientras me cogía de la mano.
- Podías haberme dejado una nota con tu teléfono y te hubiese llamado – seguí reprochándole.
- No tengo teléfono – explicó sonriendo.
- ¿No tienes teléfono? ¿Debes de ser el único mortal en la Tierra sin móvil? – cuestioné extrañada.
- Bueno, no creo, cada vez hay más mortales sin móvil – contestó dejando ir una bonita carcajada.
- ¿De veras? Me parece increíble.
- ¿Qué te parece si te invito a cenar? – preguntó enseñándome el interior de una bolsa de papel que había dejado en el suelo, donde se podía ver comida japonesa.
- De acuerdo, sube – manifesté mientras intentaba disimular mi impaciencia.
Abrí el portal con su mano cogida fuertemente de la mía, como si temiese perderme, mientras no podía evitar que mi corazón latiese desbocado y una sonrisa se acomodase en mi cara.
Subimos por la estrecha y oscura escalera besándonos y cuando llegamos al rellano de mi apartamento, dejo la bolsa de la comida en el suelo, me cogió la cara con las dos manos y nos besamos suave pero intensamente, entretanto mi cabeza se debatía en una intensa discusión con mi corazón. Sabía que lo que me ocurría era irreversible, porque me estaba enamorando, estaba entrando en terreno de arenas movedizas y, aunque me daba mucho miedo, estaba deseando seguir adelante.
Cuando entramos Pancho se frotó, ronroneando, en sus piernas y Roque le acarició. Luego me cogió en brazos y me llevó a la habitación, depositándome suavemente sobre la cama. Después dejó su vieja mochila en el suelo y me atreví a preguntar:
- ¿Tienes preservativos? Es que… no quisiera quedarme embarazada.
- No, pero iré con cuidado. Tranquila no te pasará nada – respondió sacándose la camisa blanca y mostrando sus abdominales bien marcados.
- Me quedaría más tranquila si usamos preservativos. Puedes bajar a la farmacia, por favor – insistí preocupada.
- No te preocupes, Alma, todo irá bien – insistió sacándose los pantalones y el bóxer, dejando al descubierto su hermoso miembro excitado.
Estirada en la cama ante la fabulosa visión de su perfecto cuerpo, no pude decir nada más, estaba bajo su voluntad, dejé que me desnudase, que rozase mi piel con la yema de sus dedos, repasase mi cuerpo con la punta de su lengua mientras todas mis dudas se disipaban, recreándome en cada movimiento, dejando que ganase el corazón por encima de la razón. Reseguí sus fuertes brazos, lamí su pecho y recorrí sus abdominales. Dejé que jugasen nuestros cuerpos, piel con piel, lengua con lengua. Aspiré su suave aroma a sudor y menta. Nos acoplamos, se metió en lo más hondo de mi ser y nos mecimos al mismo ritmo hasta que alcanzamos el clímax.
A continuación, permanecimos largo rato abrazados, en silencio, evité que el remordimiento me mortificase, solo él y yo, nada más. Estaba en un estado de semiinconsciencia cuando Roque me susurró:
- No te muevas, voy a preparar la cena, te avisaré cuando esté todo a punto.
- De acuerdo, voy al baño.
Me levanté deprisa, me metí en el baño y me miré en el espejo, recriminándome no haber evitado, de nuevo, esta situación. Otra vez había caído a sus encantos, había dejado que hiciera conmigo lo que quisiera, sin protección y, lo peor de todo, es que lo había pasado genial. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto. Sin embargo, estaba enfadada conmigo. ¿Qué me estaba pasando? Con lo maniática e intransigente que había sido siempre, incluso con Abel, que me tildaba de obsesionada. Eso no podía seguir así, tenía que poner mis límites, porque se me estaba escapando de las manos.
Entré en la ducha, dejé que el agua resbalase por todo mi cuerpo, con fuerza, intentando borrar mis manías, luego me lavé a conciencia, esperando evitar cualquier contagio o embarazo.
Abrí el armario y cogí un vestido al azar, curiosamente, era el vestido azul que me regaló Abel cuando celebramos nuestro segundo aniversario juntos. Tal vez era una señal, aunque no entendía cuál, por lo que pasé de todo y me lo puse. Cuando me miré al espejo me percaté de que realmente me quedaba muy bien.
- ¡Alma! Ya puedes venir – escuché la voz grave de Roque.
Me estremecí al entrar en la sala, decorada con pequeñas velas repartidas por toda la estancia, sobre la mesa, en la cocina, velas perfumadas que distribuían aroma y luz. Cogí el móvil para inmortalizar el momento mientras él movía la cabeza en señal de reproche, luego puse música romántica y nos sentamos a cenar.
Aunque la comida japonesa estaba muy buena, la música era relajante y su mirada intensa, no podía evitar que mi conciencia se revelase, sin ninguna consideración, así pues, desbordada por los sentimientos, me atreví a indicar:
- Necesito saber más de ti.
- ¿Qué necesitas saber?
- Tu nombre completo. Quiero ver tu carnet – ordené, pensando que Laura trabaja en Hacienda y podría averiguar todo lo que me hiciese falta.
- Roque Sánchez Vidal. Mi DNI es 41325654S – respondió deprisa, dejándome atónita.
- ¿Estás casado o tienes pareja fija? – seguí preguntando mientras me levantaba.
- No, no tengo pareja ¿Dónde vas? – preguntó extrañado.
- Al baño. Tengo una urgencia, pero volveré enseguida – dije entrando en el cuarto de baño para coger un lápiz de ojos y anotar todos sus datos en un trozo de papel higiénico y guardarlo en un cajón.
Tiré de la cadena para disimular, me miré en el espejo, me peiné, me lavé las manos y la cara, me sequé bien con la toalla, respiré hondo y me dirigí de nuevo hacia la mesa, donde me esperaba visiblemente preocupado.
Me senté, le miré directamente a los ojos y, suspirando, solté todo lo me estaba preocupando:
- Roque, me gustas mucho y lo paso muy bien contigo, pero si no vas a ser sincero conmigo prefiero que desaparezcas de mi vida antes de que sea demasiado tarde. No sé quién eres, de dónde vienes ni a dónde quieres ir. Iré directa al grano, tengo miedo de quedarme embarazada. Si te quedas en mi vida quiero que sea con la verdad por delante, si no será mejor que te levantes y te marches ahora mismo.
Estiró los brazos y con la punta de los dedos rozó mis manos mientras me miraba fijamente a los ojos. Luego, bebió un sorbo de vino blanco y empezó a explicar:
- Tienes razón, no he sido sincero del todo, pero debo preservar mi identidad, porque vivo al margen de la ley.
- ¿Qué quieres decir? ¿Te has fugado de la cárcel?
- No, tranquila, no es eso. Simplemente no me gusta que me controlen, por eso no tengo móvil y no me quedo demasiado tiempo en el mismo sitio.
- Entonces ¿qué quieres decir con que vives al margen de la ley?
- Tranquila, es una expresión – contestó guiñándome un ojo mientras me acariciaba una mano.
- Entonces no volveremos a tener sexo si no es con preservativo – insistí intentando ser convincente.
- De acuerdo, mañana iré a la farmacia – aceptó sonriendo.
Seguimos comiendo y conversando sobre temas muy variados, películas antiguas, lugares a donde habíamos viajado y compartiendo algunas anécdotas divertidas. Luego insistió en que me acostase mientras él recogía la mesa, las velas y limpiaba la cocina. De repente me sentí muy cansada, así que me preparé para retirarme a dormir, lavándome los dientes y poniéndome un camisón.
Le observé mientras lavaba los platos y canturreaba una canción antigua a media voz, aproveché que estaba concentrado para coger su mochila y rebuscar entre sus cosas hasta que encontré una cartera marrón desgastada, la abrí, en su interior había el carnet con el nombre y número que me había dicho, respiré aliviada. No había ninguna tarjeta de crédito, ni carnet de conducir, solo un par de billetes de diez euros y algunas monedas. Sin perderle de vista ni un momento, volví a dejar la cartera en su lugar y me acerqué con intención de desearle las buenas noches:
- Si no te importa, me voy a dormir. Puedes quedarte, si quieres, pero solo a dormir – insistí dándole un casto beso en la mejilla.
- Claro, tranquila. Que descanses – dijo abrazándome fuertemente.
Cuando nos separamos entré en mi habitación, me estiré en la cama, intenté relajarme, dejar la mente en blanco, aunque era realmente difícil, no podía dejar de pensar en él, su cara con una mirada intensa y una bonita sonrisa. Su cuerpo bien proporcionado. Sus besos, sus caricias, era tan tierno y sus conversaciones tan inteligentes. Estaba loquita por él.
Me desperté y decidí ir a correr, entré en un bosque, estaba muy oscuro y no se veía nada, pisé un charco, la tierra cedió a mis pies. Empecé a caer por un oscuro agujero, quería gritar, pero no podía. Era muy profundo, parecía que no tenía fin y, cuando menos me lo esperaba, me sumergí en un lago, intenté nadar, pero no podía, mi cuerpo era muy pesado, no flotaba. Miré hacia arriba en el momento que alguien cogía mi mano y tiraba de mí con fuerza llevándome hasta la superficie.
Grité sentada en la cama, empapada de sudor, con el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Miré a mi lado, no había nadie, ni siquiera se había metido en ella. Cogí el móvil, eran las cinco de la madrugada, tenía varias llamadas perdidas de Luisa y un WhatsApp de Laura invitándome a desayunar el sábado por la mañana.
Contesté a Laura con un mensaje de voz, le facilité el nombre completo de Roque y el número de carnet para que investigase su vida laboral en la Seguridad Social, sus declaraciones de renta y todo lo que pudiese encontrar.
A continuación, mandé un mensaje de voz a Luisa, resumiendo la noche, rogándole que no fuese demasiado dura conmigo, aunque sabía de sobra que me lo merecía.
Luego me tendí en la cama preparándome para darle vueltas al lío en el que me había metido. Recordé lo que me decía mi madre: “Cuando un problema tiene solución no hace falta que te preocupes y si no tiene solución para que preocuparte”
Que fácil es decirlo y que difícil hacerlo. No podía dejar de pensar en Roque, la manera en qué apareció en mi vida, como nos enrollamos, lo bien que lo pasamos y lo mucho que me gustaba. Sabía que me estaba enamorando, porque cuando pensaba en él no podía parar de sonreír, sin embargo, había desaparecido de nuevo, no sabía si volvería a verle y, lo peor, no tenía ni idea de dónde encontrarle.
Tal vez era mejor que no volviese de nuevo a mi vida, sería duro al principio, pero llegaría a formar parte de los buenos recuerdos, eso suponiendo que no me hubiese dejado embarazada. Y si estaba embarazada… ¿qué haría? ¿Abortar? ¿Cuidar del bebé yo sola?
Vibró el móvil, era un mensaje de Laura diciendo que se ocuparía de buscar todos sus antecedentes. Miré la hora, eran las siete, sin darme cuenta habían pasado dos horas. No podía dejar de darle vueltas. Quizás me apetecería estar embarazada nueve meses, tener un hijo, o puede que fuese una niña, entonces le llamaría Cati, como mamá, seguro que se parecería a ella. Como la echo de menos, ella estaría a mi lado, no es justo que muriesen los dos en ese horrible accidente, dejándome sola.
Pero bueno, qué me estaba pasando, ahora no podía quedarme embarazada ¿o sí? Toqué mi tripa, luego mis pechos. ¡Basta ya! Me levanté decidida para ir a correr al parque. Me vestí, me bebí una infusión y salí de casa corriendo, pero al llegar a la esquina noté un pinchazo en el tobillo. Todavía no estaba preparada, debería descansar.
Los días que siguieron fueron duros, sin saber nada de Roque, sin poder ir a correr, recordándole, temiendo por mi futuro hasta que, por fin, llego el sábado. Había quedado con Laura para desayunar en nuestra cafetería preferida. Cuando llegué ella estaba sentada en nuestra mesa particular, la que está al lado de la ventana. Nos abrazamos y, después de aguantar los nervios estos días, no pude más y dejé que las lágrimas retenidas rodasen por mi cara mientras ella me acariciaba el pelo y me susurraba que estaba a mi lado para lo que fuese.
Cuando Pedro, el camarero, se acercó, le pedimos dos pequeños bocadillos vegetales y zumo de naranja. A continuación, Laura me cogió de las manos y empezó a hablar, pausadamente, como buscando las palabras adecuadas:
- Alma, cariño, he buscado en Hacienda y en la Seguridad Social cualquier información sobre Roque, pero no he encontrado nada a partir del 2021, porque, como ya sabes, la información anterior está bloqueada. Sin embargo, me pareció muy extraño que no hubiese datos de la Seguridad Social, así que llamé a Sergio, ya sabes, ese amigo mío que trabaja en la Policía Secreta. ¿Sabes a quién me refiero?
- Sí, claro, Sergio, ese tipo alto y fuerte como un armario, con unos buenos abdominales y los brazos robustos. ¿Y? ¿Qué te dijo?
- Estuvo investigando, el DNI pertenece a una persona muerta por COVID-19 a finales del 2020.
De repente, fue como si mi vida se parase, como si estuviese mirando una película, en la cual la protagonista está quieta mientras el resto del mundo sigue su rumbo a una velocidad vertiginosa.
- ¡Alma! – escuché a lo lejos como Laura me llamaba, pero yo seguía sin poder reaccionar.
- Pues te aseguro que Roque está vivo y no me lo he inventado – aseguré con un nudo en la garganta.
- Seguro que sí, solo que te ha mentido, ese no es su nombre ni su carnet.
- Entonces… ¿Quién coño es? ¿Por qué me tienen que pasar esas cosas a mí? ¿Qué le he hecho al karma?
- Nada, no le has hecho nada, seguramente tiene una explicación, mujer, aunque ahora no sabemos cuál es.
- ¡Estoy muy cabreada! ¡Por Dios! Follamos sin protección. ¿Y si me he quedado embarazada? O, peor aún ¿y si me ha pegado alguna enfermedad? Cuando le dije que no había más sexo sin condón desapareció – grité sollozando mientras Laura intentaba calmarme y algunos clientes nos miraban sorprendidos o divertidos, no sabría decir.
- Dale tiempo y, tal vez, vuelve a aparecer. Quizás tenía algo pendiente que hacer o está enfermo – dijo intentando solucionar la papeleta, aunque, realmente, lo estaba empeorando.
- Seamos realistas, no puedo esperar nada de una persona que no tiene móvil y su DNI pertenece a alguien que murió el 2020 – atiné a responder.
Acabamos de desayunar en silencio, me costaba tragar, mi cabeza daba demasiadas vueltas, se me había cerrado el estómago, me sentía muy desanimada.
- No quiero ser negativa, pero creo, que deberías pedir hora al ginecólogo. Antes de que digas nada, quiero que sepas que voy a acompañarte. Debes enfrentarte al problema, si es que lo tienes y si no, cerrar esta puerta para siempre – puntualizó Laura.
- Tienes razón, aunque esté muerta de miedo, lo mejor es que me enfrente al problema. Cabe la posibilidad de que no esté embarazada y puede que no me haya pegado ninguna enfermedad. Y entonces pasará a ser un buen recuerdo – contesté intentando parecer segura de lo que decía.
El lunes llamé al ginecólogo, me dio cita para el viernes, así que tuve que seguir viviendo en la incertidumbre, mientras tanto Roque seguía desaparecido, aunque yo esperaba encontrarle en el parque, cuando salía a correr o en el portal de casa al llegar de trabajar.
Aunque Laura y Luisa insistieron en acompañarme a la revisión con el ginecólogo, las convencí de que debía enfrentarme yo sola al problema. Y llegó el gran día, tuve que sincerarme, explicar que había mantenido relaciones sexuales sin protección con un hombre que había desaparecido. Juan, es mi ginecólogo desde que tuve mi primera regla, está a punto de jubilarse y es muy comprensivo. Tuvo mucha paciencia conmigo, haciéndome una exploración a fondo. Luego me ordenó unos análisis completos, con los resultados sabríamos si estaba embarazada y si tenía cualquier enfermedad, incluso SIDA.
Los días siguientes al análisis fueron terribles, de día estaba nerviosa, en el trabajo no podía concentrarme y por la noche me era imposible conciliar el sueño. Cuando Juan me llamó por teléfono para informarme de que tenía los resultados y todo estaba perfecto, lloré de la emoción. Luego llamé a mis chicas y decidimos reunirnos el domingo por la tarde, en mi casa, para celebrarlo. Por fin, cerraría esta puerta para siempre y ambas coincidieron al decirme: “esperamos que hayas aprendido la lección”.
El domingo me levanté temprano, decidida a aprovechar el día, primero iría a correr, luego había quedado con Mateo, Margarita y Javi para ir a escalar, comería en casa y por la tarde vendrían Laura y Luisa para celebrar mi buena suerte. Sin embargo, no todo saldría como había planeado, puesto que al salir de casa encontré a Roque apoyado en el árbol, delante del portal, esperándome.
Dentro de mí se aglomeraron diferentes emociones, por un lado, me sentía feliz de volverle a ver, no podía evitar sonreír, aunque también estaba muy cabreada. Respiré hondo esperando que todas esas emociones salieran de mi cuerpo, sin embargo, un peso me oprimía el pecho impidiéndome respirar y razonar. Cuando me vio se acercó rápidamente, me abrazó y besándome suavemente en la mejilla susurró:
- Tenía muchas ganas de verte y abrazarte.
- ¿Y esperas que me lo crea? – gruñí apartándole de un empujón.
- Tienes motivo para estar enfadada, pero deja que te explique – insinuó mirándome a los ojos mientras yo apartaba mi mirada al tiempo que replicaba:
- Ya puedes tener una buena excusa, porque para mí estás muerto.
- ¿Podemos subir a tu casa? Tengo muchas cosas que contarte – sugirió.
- Ni hablar, iba hacia el parque, si quieres darme alguna explicación tendrás que hacerlo por el camino – aseguré firme.
- De acuerdo, vamos – se resignó empezando a caminar, mientras yo le seguía no demasiado convencida.
- Primero tienes que prometerme que esta conversación no saldrá de aquí. Es un secreto, nadie más se puede enterar ¿De acuerdo?
- Tú cuéntame y después ya decidiré si realmente vale la pena guardar el secreto.
- ¿Conoces Winnipeg?
- ¿Winnipeg? ¿Te refieres al barco en el que Pablo Neruda trasladó a miles de exiliados políticos en la guerra civil española?
- Sí, era el barco de la esperanza en aquella época.
- Pero eso sucedió el siglo pasado. ¿Qué tiene que ver contigo? – pregunté con un deje sarcástico.
- Verás, durante la epidemia del 2020, cuando el gobierno empezó a controlarnos de manera obsesiva, una parte de la población no estábamos de acuerdo con sus resoluciones, así que nos declaramos en contra del Sistema. Estábamos hartos de los controles de temperatura, las aplicaciones espías en los móviles, las máscaras y las prohibiciones. Por eso, nos recluimos en masías alejadas de las ciudades, casas derruidas y fábricas abandonadas. Conocimos a gente en otros países que hacían lo mismo y decidimos abandonar cualquier tecnología que pudiese rastrear nuestras vidas, vaciamos nuestras cuentas bancarias y nos preparamos para luchar contra el Sistema. Unos argentinos bautizaron este movimiento con el nombre de Winnipeg, en recuerdo al barco de la esperanza. De vez en cuando nos conectábamos a Internet mediante servicios públicos para que no nos rastreasen. A continuación, unos alemanes comunicaron su idea de organizar ciudades bajo tierra. Muchos ecologistas también se apuntaron a la movida y nos organizamos en grupos, primero por países y, más adelante, por ciudades. Después, aprovechamos los bailes de cifras de muertos por la epidemia para utilizar los nombres, apellidos y carnets de fallecidos para que ni Hacienda ni la Policía nos localizase. Ahora tenemos a miles de personas de diferentes etnias y culturas, las cuales persiguen el mismo sueño, un lugar donde vivir en libertad y democracia. Los ciudadanos de Winnipeg tienen una misión especial para conseguir que sea el lugar ideal para nuestros hijos y nietos, donde exista la verdadera democracia y los valores importantes no sean los materiales. Me gustas mucho y sé que tú podrías formar parte de Winnipeg y de mi vida. No digas nada, déjame que te muestre una pequeña parte de la ciudad escondida y luego ya decidirás. Pero primero debes prometerme que no se lo contarás a nadie.
- De acuerdo, te lo prometo – afirmé levantando la mano derecha en señal de juramento al tiempo que un escalofrío recorría mi columna mientras intentaba procesar toda la información que me acababa de abocar.
- Ven conmigo y déjame que te lo muestre – dijo acelerando el paso – estos días he estado desaparecido porque he tenido que solucionar una serie de problemas importantes.
- ¿Problemas? ¿Qué problemas? – pregunté curiosa.
- Problemas de comunicación con algunos colaboradores lejanos. Sé que es difícil de comprender, pero dame una oportunidad – insistió acelerando el paso, obligándome casi a correr.
Caminamos deprisa por calles desiertas por las que no había pasado nunca hasta que llegamos a un solar donde había una fábrica en ruinas, abrió una puerta de hierro oxidado, nos colamos por lo que debía haber sido el jardín, donde se amontonaba chatarra de todo tipo, el chasis de un coche, una motocicleta con las ruedas pinchadas, un horno oxidado, una mesa metálica a la que le faltaba una pata, una sombrilla rota y algunos otros objetos que no supe identificar. El edificio, aunque parecía que estaba en ruinas, tenía las ventanas y la puerta protegidas con rejas. Dimos la vuelta al inmueble, abrió una puerta metálica y entramos en una amplia sala con una larga escalera bastante destruida y el techo derrumbado. Caminó sin titubear hacía la parte de la escalera que todavía estaba en pie, apretó con fuerza la pared y se abrió una puerta, donde no se percibía nada más que oscuridad, puso su mano en un bolsillo de la mochila y sacó una linterna, me cogió fuertemente de la mano, como si temiese perderme y me arrastró por unas escaleras metálicas en dirección a lo que parecía ser un subterráneo. A pesar de estar sudando por la larga caminata a toda prisa que llevábamos, noté como los pelos del cogote se me rizaban y un escalofrío sacudía mi cuerpo haciéndome estremecer.
Aunque al principio se me ocurrió contar los escalones, acabé descontándome y perdí la noción del tiempo y, sobre todo, de la ubicación. De repente, se acabaron las escaleras, aunque seguimos descendiendo por una pendiente escarbada en la roca, con recodos hacia la derecha o la izquierda, indistintamente, pero siempre con una ligera inclinación hacia abajo. Cuando entramos en un túnel iluminado por antorchas guardo su linterna en la mochila. Seguimos caminando por ese túnel, que se iba ensanchando hasta que llegamos a un espacio abierto con muchos árboles, jardines, incluso un lago con cisnes.
Sorprendida por el cambio repentino de paisaje, miré hacía arriba, para averiguar por donde se colaba la luz del sol que iluminaba la estancia. Niños jugando bajo la mirada atenta de algunas personas mayores, que paseaban o estaban sentadas en un banco, hablando, leyendo o, simplemente, disfrutando del paisaje.
Aunque me habría gustado hacer una parada en uno de esos bancos de madera, Roque tiró de mi mano y seguimos caminando por un sendero, luego atravesamos el estanque por un puente de madera y entramos en un pasillo algo más estrecho, donde no había tanta luz, aunque unas antorchas iluminaban el camino. Después de caminar largo rato bajo la luz de las antorchas, el camino se fue ensanchando hasta llegar a una galería donde se podían apreciar varios huertos con diferentes cultivos de verduras, frutales, varias personas se ocupaban de regar, recolectar o quitar malas hierbas. De nuevo miré hacia arriba al notar que el sol acariciaba el lugar, aunque reconozco que no se podía apreciar por donde entraba.
Tenía ganas de charlar con las personas que cuidaban de los huertos y preguntarles cómo era su vida aquí abajo, pero seguimos caminando, volvimos a entrar en unos túneles, esta vez, cuesta arriba, como si estuviésemos subiendo una montaña. No sé cuánto rato estuvimos ascendiendo, sentía que había perdido la noción del tiempo hasta que el pasillo se ensanchó, de nuevo y llegamos a lo que parecía una plaza, con una fuente, bancos, con personas sentadas, bebiendo agua, hablando o paseando. Entonces me di cuenta de que estaba sedienta y cansada, así que le pedí a Roque que parasemos a descansar y a beber agua.
Junto a la fuente había algunos cántaros y unos vasos de cerámica, olía a jazmín y rosas, me senté al lado de una señora mayor, nos observamos detenidamente, como si esperásemos reconocernos, aunque no nos habíamos visto nunca. Roque llenó un vaso con agua fresca de la fuente y me lo entregó, me lo bebí de un trago, luego me mojé las manos, me refresqué la nuca y la frente, todo bajo la atenta mirada de la señora, al poco rato, ella se levantó, nos saludó y se marchó. Roque se sentó a mi lado y bebió agua del cántaro, a continuación, me cogió de la mano y preguntó:
- ¿Y bien? ¿Qué te parece todo esto?
- Estoy impresionada. Me parece estar viviendo en una película de ciencia ficción.
- Pues todavía no lo has visto todo – insinuó sonriendo.
- ¿Dónde vamos exactamente?
- Quiero enseñarte un poco como es Winnipeg, luego iremos a la Central para hablar con la Comisión.
- ¿La Comisión?
- Winnipeg está gestionada por una Comisión compuesta por diez personas, que se escogen aleatoriamente una vez al año. Parecido a las Juntas de vecinos de una división horizontal. En el caso de que la mayoría de los ciudadanos opinen que no se gestiona bien, no se espera a que terminen el mandato, automáticamente, se escoge una nueva Comisión.
- ¿Y este sistema funciona?
- Hasta ahora sí. La Comisión es la encargada de decidir quién puede quedarse en Winnipeg. Vamos, tenemos que seguir, todavía falta bastante para llegar a la Central – dijo levantándose y tirándome de la mano para que me pusiese en pie.
- ¡Espera! ¿Por qué me llevas a la Central? ¿Qué quieres de mí? – pregunté asustada y bastante cansada.
- Me gustaría que te quedarás conmigo en Winnipeg para colaborar en las labores que estamos haciendo en el Mundo entero.
- ¿Cómo puedo colaborar?
- Tienes buenos conocimientos de escalada, natación, tienes fondo, necesitamos deportistas. Además, eres Filósofa, también podrías organizar terapias o dar clases.
- Pues no sé si estoy preparada para vivir aquí abajo. No me imagino sin correr por el parque, escalar o viajar. No puedo dejar de lado a mis amigos, mis compañeras de trabajo y, sobre todo a Luisa y Laura que son como mis hermanas.
- Sé que es un paso importante, pero me tienes a mí y, por supuesto, aquí harás nuevas amigas, pero lo más importante es tu contribución a una sociedad más humana y la ayuda inestimable a una Tierra con tendencia a desaparecer.
- No sé. Tendré que pensarlo. Me pides mucho y no sé hasta qué punto puedo fiarme de ti. Todavía no me has dado motivos suficientes para que confíe plenamente en ti. Te colaste en mi vida, desapareciste de repente y ahora vuelves pidiéndome que cambie mi modo de vivir mudándome a una ciudad subterránea. Todo esto parece muy surrealista, ¿no crees?
- Dicho así… claro, pero sé que no te arrepentirás. Primero hablaremos con la Comisión y luego ya decidirás ¿Vale?
- Está bien, pero ¿falta mucho? Porque había quedado para salir a escalar y por la tarde tengo previsto merendar con Luisa y Laura y se está haciendo tarde.
- No, tranquila, vamos andando porque quería enseñarte todo esto, pero podemos subir a un montacargas y llegaremos antes a la Central.
- Si, por favor. Creo que ya he visto suficiente, por ahora. Tengo que intentar asimilarlo.
Entramos en un pasillo de roca bastante ancho, donde encontramos diez o doce personas delante de una enorme puerta de hierro pintada de azul. Curiosamente, excepto yo, todos eran hombres, más o menos de la edad de Roque, vestidos con vaqueros desgastados, botas de montaña y cargados con una pequeña mochila. Les observé atentamente, de reojo, me fijé que unos tenían barba o bigote, algunos llevaban el pelo muy largo y otros sombreros de paja. Estaba distraída con mi recuento particular cuando se escuchó un chirrido metálico, se abrió la puerta hacia un lado y salieron varias personas, algunas iban cargadas con carretillas, carros de la compra y algún carrito de supermercado. Cuando se vació el montacargas empezamos a montar los que estábamos esperando, luego se cerró la puerta con un estrepitoso chirrido y el aparato empezó a ascender lentamente.
Aunque era un sitio bastante grande, estaba iluminado por unas antorchas y había espacio suficiente para todos, la ascensión se me hizo lenta, incluso agobiante. Estaba tan absorta en mis pensamientos, que me asusté cuando el montacargas paró, luego se abrió la puerta metálica y fuimos saliendo, Roque me cogió de la mano, tiró fuertemente de mí y me obligó a girar en dirección contraria a la que iban los demás. Subimos unas escaleras y llegamos a una plaza donde parecía que había varios edificios de dos o tres plantas, escarbados en la roca, con grandes ventanales, sin cortinas, a través de los que se podía observar la vida cotidiana de las personas que moraban allí.
De repente, acercándose, me preguntó al oído:
- Estás muy callada. ¿Qué opinas de Winnipeg?
- No sé qué decir, estoy impresionada. Supongo que habréis trabajado muy duro para construir una ciudad que pueda abastecer a tanta gente.
- Sí, trabajamos duro, pero somos muchos y cada uno tiene su misión especial.
- ¿Cuál es la tuya?
- Soy lo que denominamos un trovador, me ocupo de subir a la superficie para abastecimiento, encontrar nuevos ciudadanos, también me comunico con compañeros de otras zonas del mundo.
- Pero, aquí hay mucho trabajo, me parece increíble que en tan poco tiempo hayáis conseguido crear todo esto.
- Somo muchos, hay especialistas de todo tipo, ingenieros, sanitarios, albañiles, profesores, incluso algún político cansado de vivir bajo la presión del Sistema. Empezamos aprovechando galerías subterráneas, ahora, como has podido observar, tenemos huertos, parques, casas. En Winnipeg no hay dinero, utilizamos el trueque. Solo tenemos dinero en curso los trovadores, como yo, que viajamos al exterior y, algunas veces, tenemos que comprar alguna cosa o abonar algún servicio.
- ¿Y estas ciudades subterráneas están por todo el Mundo?
- Si, se puede viajar de una parte a otra del Planeta sin subir nunca a la superficie, solo tenemos un impedimento, el océano, pero disponemos de pequeños submarinos.
- Vaya – musité sorprendida.
- Ya hemos llegado. Este es el edificio de la Central. Lo que tú conoces como Ayuntamiento. Ahora conocerás a la Comisión – dijo con voz misteriosa atemorizándome de tal manera que noté un ligero temblor en las piernas.
Entramos en un edificio, subimos por unas escaleras escarbadas en la roca y llegamos a una puerta de madera marrón. Roque dio tres golpes y la puerta se abrió, ante nosotros apareció una sala bastante grande con una mesa redonda, de madera, situada en el centro, alrededor de la cual había sentadas varias personas. De repente, alguien se levantó y se acercó corriendo, le miré detenidamente, era mi primo Arturo, el cual habíamos dado por muerto justo antes de las fiestas de Navidad del 2020. Saltó sobre mí y nos abrazamos con fuerza mientras se me escapaban las lágrimas por la emoción. A continuación, aun abrazada a él, le susurré al oído:
- Todos creímos que estabas muerto, incluso Paula, tu mujer.
- Lo sé y lo siento por la familia. Paula y yo hacía tiempo que no estábamos bien, le había pedido que tuviésemos un hijo, ella me iba dando largas hasta que un día descubrí que tenía un amante, luego empezó a ningunearme, a dejarme de lado y todo empeoró cuando perdí el trabajo. Me ofrecieron la posibilidad de formar parte de este maravilloso proyecto y no lo dudé ni un segundo. Este año estoy en la Comisión – afirmó orgulloso.
- Pues fue todo muy creíble, claro que pocos pudieron asistir a tu entierro y nadie vio que estabas muerto. Pero me alegro mucho de que estés bien.
- Te vas a quedar con nosotros, Alma.
- No lo sé, tendré que valorar lo que voy a dejar, cómo puedo ayudar y qué obtendré. Quiero pensarlo bien.
- Por supuesto, piénsalo bien, pero, sobre todo, has de tener en cuenta de que es un proyecto ambicioso en el que podrás dar lo mejor de ti, sintiéndote compensada con el orgullo de colaborar en dejar un Planeta mejor a tus hijos y nietos.
Nos separamos, sentí un nudo en la garganta mientras él se sentaba en el lugar que le correspondía de la mesa redonda. Observé detenidamente a las otras personas por si conocía alguna más, sin embargo, eran desconocidos para mí. La Comisión estaba formada por seis mujeres y cuatro hombres, la mayoría eran de la edad de Arturo, pero también había una mujer de unos sesenta años y un joven de unos veinte.
Estuvimos dialogando todos largo rato, comentando los pros y los contras, lo que podría traer conmigo y lo que debería dejar fuera, del lugar donde viviría y del trabajo que podría realizar.
En algún momento me convencieron de que no tenía nada que perder, todo eran ventajas y, suponiendo, que en algún momento no me sintiese a gusto, siempre podría regresar a mi mundo, con la condición de no decir nada a nadie.
Me despedí de la Comisión para volver a casa, preparar lo que considerase necesario, despedirme de las personas que me importaban. A continuación, debería simular encontrarme mal para que me llevasen al Hospital, donde nuestros colaboradores se encargarían de certificar mi defunción, preparar una falsa incineración y Alma Rovira dejaría de existir legalmente.
Aunque, en un principio todo esto me parecía complicado, en realidad fue muy sencillo. Roque me acompañó a casa por otro camino mucho más rápido, mientras me explicaba cómo debería proceder para que nadie notase nada. Cuando llegué a casa, me disculpé por no haber ido a escalar con mis amigos. Por la tarde merendé con Luisa y Laura, tal y como habíamos quedado, comimos, bebimos y nos reímos, nos hicimos fotos con el móvil, sin que sospechasen nada, aunque yo sabía que estábamos celebrando mi despedida. Cuando se marcharon preparé las pocas pertenencias que me llevaría. Decidí dejar a Pancho, segura de que Laura se quedaría con él y lo cuidaría tan bien como yo.
El lunes fui a trabajar, simulé desmayarme, me quejé de no podía respirar, que me encontraba muy mal y me llevaron al Hospital. Allí conocí a nuestras colaboradoras externas, Susana y Marta, ellas me ayudaron, estuve dos días ingresada y luego firmaron mi certificado de defunción, mientras yo salía por la puerta trasera, donde me esperaba Roque para llevarme a mi nuevo hogar.
Él estuvo espiando mi funeral, en el que Laura y Luisa organizaron una despedida con mis compañeras del Super, el grupo de escalada, el de kayak y el de senderismo. Todos colaboraron aportando fotografías mías en mis diferentes actividades, incluso algunos pronunciaron unas emotivas palabras en mi recuerdo y después fui incinerada.
Hoy hace tres años que vivo en Winnipeg, he colaborado en tareas de escalada para que la ciudad siga expandiéndose, he aprendido submarinismo para ayudar en las labores necesarias. Junto con Roque y algunas personas más, que ahora son mi familia, hemos viajado por el mundo Winnipeg, donde hemos conocido a otros ciudadanos que colaboran para salvar nuestro Planeta de las manos de los desalmados que lo destruyen diariamente.
Al contrario de lo que temía, en un principio, no he sentido la necesidad de salir al aire libre. Ni siquiera he echado de menos el parque donde iba a correr tan a menudo. Este año. Roque forma parte de la Comisión y yo colaboro con él para que la organización siga su curso y cada vez seamos más.
Vivimos en una casa con una ventana que da al estanque, donde los cisnes nadan tranquilos y las ardillas bajan de los árboles para que los niños les den frutos secos. Desde que la Doctora Matilde me ha confirmado que estoy embarazada he dejado mi trabajo como colaboradora deportista y he empezado a organizar terapias, participo en encuentros filosóficos, doy clases de filosofía a adolescentes y corrijo textos en diferentes idiomas. Hemos decidido que si es niña le llamaremos Cati como mi madre y si es niño Rodrigo como su padre.
FIN
Lois Sans
17/08/2020
M’agradat molt, els punts d’intriga i fantasia la fa molt amena i et demana lectura.
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Moltes gràcies
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