La caja de música – 18. La vida es sueño.

18.La vida es sueño.

Seguimos abrazados en silencio mientras recuerdo el extraño sueño que he tenido cuando estaba inconsciente. Una niña pequeña, con el pelo rizado, cogida de mi mano, tirando de mí, primero suavemente, después con fuerza, obligándome a correr hacía el final del camino, un pasillo oscuro, con altos árboles y vegetación espesa.

Y luego, esa luz tan brillante, absorbente, atrayéndome como un imán. Me pregunto qué significado tendrá que el gato, Galimatías, se haya metido entre mis piernas, como si intentase evitar que llegásemos al final de ese camino tan lúgubre. Sin embargo, ha dejado que la niña se marchase corriendo, sola, hacia la luz.

Al separarnos Cosme se da cuenta de mi ensimismamiento, me mira sonriendo y, sin decir nada, vuelve a la habitación para terminar de preparar el material. Le sigo en silencio, le ayudo y entre los dos terminamos enseguida. Mira el reloj y me propone:

  • Como mañana deberemos levantarnos muy temprano será mejor que cerremos el Estudio y vayamos a tu casa a recoger todo lo necesario. Luego podemos cenar con Lidia y nos iremos a dormir pronto. Necesitamos descansar, sobre todo tú, que últimamente estás pasando por un temporal de emociones.
  • Creo que tienes razón. Me parece buena idea ir a casa ahora y luego cenar con Lidia – acepto resignada.

Ponemos una cartulina en la puerta pidiendo disculpas por cerrar antes de hora y dejamos el material preparado para meterlo en el coche cuando volvamos de mi casa.

Hacemos el viaje en silencio, concentrados en nuestros pensamientos y, aunque sé que él también tiene sus problemas, ahora no tengo ganas de preguntarle como lo ha solucionado, mañana haremos un viaje un poco largo y ya tendremos tiempo para hablar.

Por más que lo intento no puedo dejar de darle vueltas a ese sueño o premonición o lo que sea. Tal vez la niña es el bebé que se está formando dentro de mí, aunque no sé por qué el gato me impidió avanzar. Dándole vueltas al asunto, se me ha hecho muy corto el camino y Cosme aparca enfrente de la puerta. Salgo del coche esperando, como siempre, encontrar a Víctor saliendo de su casa, pero no está. Tal vez ha ido a pasear con Nuca o está charlando con algún vecino en otra calle.

Abro la puerta y el gato sale disparado como una bala, pasando por entre mis piernas, haciéndome perder el equilibrio, menos mal que Cosme está detrás de mí y me sostiene. De repente, me da miedo entrar sola en casa, enciendo todas las luces, tanto del salón como de la cocina, luego le pido a mi tío que suba conmigo y me ayude a preparar la maleta.

En la habitación está todo igual como lo dejé y, aunque las cortinas están descorridas con lo que entra la luz del sol iluminando toda la sala, también enciendo la lámpara. Busco una maleta en el altillo del armario y meto, primero, la ropa que voy a ponerme mañana y unos zapatos con un poco de tacón. Miro bien en mi armario y decido llevarme más ropa, por si acaso. Cojo tres pantalones, un vestido, dos blusas, tres camisetas, un par de jerséis y una americana. En una bolsa de deporte pongo unas zapatillas de deporte, unos botines, unas zapatillas de casa y unos zapatos negros. Luego me acuerdo de la ropa interior, también cojo un camisón y, a continuación, entro en el cuarto de baño con un neceser y cojo cepillo dental, dentífrico, maquillaje, barra de labios, cepillo del pelo, secador y todo lo que me parece que podría necesitar. Mientras Cosme cierra la maleta y la bolsa, vuelvo a mirar en el armario por si se me olvida alguna cosa importante.

De repente, me giro hacia la cama y siento como una fuerza invisible que me lleva hasta mesita de noche que tiene Leo, donde hay una pequeña lámpara i un despertador analógico, de esos convencionales que, con el silencio de la noche, se escucha el tic tac demasiado fuerte. Sentada en la cama abro el primer cajón que, por cierto, está muy desordenado. Saco un paquete de pañuelos de papel, un paquete de condones por estrenar, que me hacen intentar recordar cuando fue la última vez que los utilizamos, puesto que me he quedado embarazada.

También encuentro un bolígrafo y una pequeña libreta con las tapas negras. La abro y, con su letra perfecta, ha escrito nombres, direcciones y teléfonos. Primero los de su familia, sus padres, hermanos, supongo tíos, no llave ningún orden alfabético, más bien parece que los ha ido escribiendo a medida que se los ha facilitado.

Cuando leo María Roca siento una punzada de celos, seguro que es la vecina, así que me apunto su número en el móvil por si decido llamarla. Observo que tiene el número de Víctor y decido anotarlo también. Me alivia encontrar mi nombre y mi número de teléfono. A parte de esos pocos números, a los demás no los conozco, que yo sepa. Me extraña ver que el último número anotado es el de Tomás. Decido meterme la libreta en el bolso, tal vez sirva como prueba para la inspectora.

Sigo revolviendo en el cajón, saco unas gafas de sol, un paquete de cigarrillos casi vacío, un encendedor azul, una caja de cerillas de una discoteca, que me meto en el bolso y al fondo encuentro un sobre color crema un poco arrugado.

De nuevo me asaltan los celos cuando descubro, en su interior, una fotografía de Leo y María sonriendo. Que guapo está Leo, debe ser por esa sonrisa tan sexy que tan pocas veces me ha mostrado. Ella también está muy guapa, más que en las fotos del pen, donde siempre aparecía triste. Lleva el pelo largo, suelto, muy negro y liso. Sus ojos grises parecen brillantes y desprenden alegría, parece muy feliz al lado de Leo y eso me duele mucho más de lo que jamás habría imaginado, porque creía que no era celosa.

Vuelvo a meter la fotografía en el sobre y lo dejo encima de la cama. No puedo dejar de hurgar en ese cajón, aunque no encuentro nada más relevante, a parte, de una cámara de fotos digital, la dejo en la cama, junto al sobre, luego miraré si hay fotografías guardadas.

Ahora le toca el turno al segundo cajón, donde solo hay un objeto, una caja de música, aunque esta no es como las que habíamos visto en la casa vecina, es más grande y más bonita. La saco con cuidado, atemorizada, sin saber si abrirla. Creía que él no tenia nada que ver con esa historia de la secta, sin embargo, ahora, tengo muchas dudas.

Con la caja de música encima de las piernas, recapacito sobre lo poco que conocía a Leo, recuerdo que la última vez que hicimos el amor, cuando le dije que le amaba, no contestó, lo cual me dejó bastante tocada. Poco a poco voy comprendiendo lo que era nuestra relación para él, era como un puente mientras esperaba a María.

Me sobresaltó cuando notó una mano apoyándose en mi hombro, es mi tío, que, como siempre, en silencio, me protege. Respiro hondo y abro la caja, suena el tema “Para Elisa” y en su interior no hay ningún dedo, solamente un reloj. Aliviada vuelvo a dejarla en el interior del cajón.

Cuando voy a levantarme, me apoyo en la cámara digital, así que, me armo de valor y decido mirar que hay en su interior, aunque me parece extraño que alguien use estos pequeños aparatos cuando la mayoría de los móviles hacen fotografías de calidad.

Cosme se sienta a mi lado dispuesto a compartir el contenido de la cámara. Nos sorprende encontrar fotografías familiares, de un cumpleaños, de una fiesta de fin de año, excursiones, fiestas de disfraces, risas, en la piscina, con amigos, amigas y, me imagino, sus padres, hermanos y otros familiares. Todas parecen correctas, hasta que llegamos casi al final, donde aparecen las imágenes de una boda. Al principio me ha parecido que Leo era el padrino, porque posa sonriendo, vestido con un traje negro, camisa blanca y pajarita, en fin, muy guapo y elegante. Luego se ve a la novia caminando con su padre hasta el altar, y allí, le espera Leo, no me lo puedo creer, parece ser su boda.

Cosme pone su brazo sobre mis hombros, me quita la cámara y la deja encima de la mesita, a continuación, dice:

  • Lo siento mucho, cariño. Aunque, tal vez es mejor que sepas quién es Leo. Ahora nos iremos a casa, pero la semana que viene, volveremos para que te lleves todas tus cosas y te traslades a vivir con Lidia y conmigo.
  • Tal vez tienes razón, pero me gustaría que apareciese y me explicase que quiere decir todo esto. Quizás hay una explicación, puede que sea viudo o que luego se separasen. Necesito saber la verdad – explico consternada, negándome a admitir que me ha engañado.
  • Lo que está claro es que hay varias mujeres en su vida, no eres la única – insiste él, consiguiendo que la punzada de celos vuelva a aparecer.
  • Vamos, se está haciendo tarde – ordena levantándose de la cama y tirando de mi mano hasta que consigue que me ponga en pie.

Cuando entramos en el coche, aparece Víctor que, cuando me ve, se acerca rápidamente hacia nosotros. Abro la ventanilla y le saludo:

  • Hola Víctor ¿cómo estás?
  • Hola Raquel. Bien, acelerado con todo lo que está pasando en el barrio. ¿Sabias que han desarticulado la secta? Y el vecino, Tomás, es el cabecilla, el jefe – expone satisfecho de poderme informar.
  • Algo he oído – digo para disimular, porque no tengo ganas de profundizar más en este tema.
  • Por lo visto ese impresentable escogía chicas jóvenes y las engatusaba, haciéndoles cortar un dedo para conseguir la conciencia divina y ellas le creían. ¿No te parece increíble? – sigue explicando
  • Si, Víctor, parece increíble – le doy la razón intentando acabar de una vez con esta conversación.
  • ¿Y Leo? ¿Dónde está? ¿Por qué no viene contigo? ¿Ocurre algo? – me avasalla preguntando.
  • Leo está de viaje y nosotros mañana tenemos una boda en un pueblo de la costa que está bastante lejos, así que he venido con mi tío a buscar algunas cosas, porque me quedaré a dormir en su casa – explico esperando parecer convincente.
  • ¡Vaya! No sabia que Leo estaba de viaje. Bueno, pues que vaya bien la boda – comenta no muy convencido con mis explicaciones.
  • Gracias Víctor. Cuídate mucho – me despido.
  • Yo ya me cuido, tú deberías cuidarte, tienes mala cara – indica acertando, aunque no sabe por qué.

Mi tío le saluda con la cabeza y arranca el coche mientras subo la ventanilla y muevo la mano diciéndole adiós. Él se queda inmóvil mirando cómo nos vamos y Nuca aprovecha para olfatear el árbol.

Me gustaría volver atrás en los años para quedarme en aquella etapa de la infancia que, junto a mi hermano David, formábamos un equipo, mientras la abuela nos esperaba en casa con la cena preparada para que todos juntos, como una familia nos reuniéramos alrededor de la mesa para comentar los acontecimientos del día.

Pero lo que más añoro son los plácidos domingos en la playa, cuando íbamos todos, la abuela sentada en una silla, debajo de la sombrilla amarilla, mamá estirada en una toalla de rayas de colores, tomando el sol con un bikini verde. Papá leyendo el periódico o jugando con nosotros en el agua, donde hacíamos carreras nadando hasta la plataforma. David y yo construíamos castillos de arena, luego papá nos ayudaba a hacer un pozo muy hondo para sacar agua que correría por el foso del castillo. ¡Qué bien lo pasábamos!

Llegamos al garaje, Cosme me ayuda con mi equipaje y subimos a casa, donde nos espera Lidia, con la cena preparada en la mesa. Nos fundimos en un abrazo y lucho para que no se me escapen las lágrimas, que intento contener todo el día. Es un abrazo en silencio que dice mucho, que significa que no estoy sola, que me apoya y eso es suficiente para que me sienta protegida.

Mientras cenamos Lidia nos explica las anécdotas del día, algunas de ellas muy divertidas, ya que, al trabajar como funcionaria en Hacienda se encuentra con personajes de todo tipo, aunque ella los justifica como personas temerosas de defraudar, sin querer, al fisco.

Después de cenar les doy un fuerte abrazo a cada uno y me retiro a la habitación que me han preparado y que, anteriormente, era de mi primo Nicolás, Nico como le llamábamos de pequeño. Me entretengo mirando las fotos que tiene colgadas en la pared, no puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando encuentro algunas en las que estamos David y yo. En otra posa sonriente junto a sus padres, también tiene algunas con sus amigos del cole y en otras con los compañeros del instituto. Pero hay una que me llama mucho la atención, es más grande que las demás, donde un grupo de gente joven, que parecen excursionistas, posan enfrente un lago, con unas altas montañas nevadas detrás. Le busco entre la gente y lo que me sorprende es que al lado de mi primo está Leo. Y me pregunto qué hace Leo con mi primo y que tiene que ver con toda esta gente. Cojo la foto, me la guardo en el bolso y decido que, para hoy, ya tengo suficiente. Es la hora de meterme en la cama e intentar desconectar.

Sentada en un banco del parque voy meciendo el cochecito donde está durmiendo Elvira, mi hija. Leo ha prometido que vendría a verla, me ha asegurado que quiere conocer a su hija y yo estoy muy contenta, así que me he esmerado vistiendo a la niña como una princesa. Y también me he esforzado en mi imagen, quiero que se sienta orgulloso de nosotras. Observo feliz como respira tranquilamente, mientras en su cara aparecen algunas muecas que la hacen más guapa de lo que es. Aunque todos me dicen que se parece a mí, yo encuentro que tiene el encanto de su padre.

Cuando levanto la cabeza, veo a Leo acercarse, sin embargo, no va solo, lleva cogida de una mano a María y de la otra un niño de unos cuatro años, igualito que él. María también lleva de la mano un niño, exactamente igual que el otro, por lo que deduzco que son gemelos. No puedo soportar verlos tan felices y sonrientes, forman la familia perfecta, mientras que yo estoy sola con mi niña.

De repente se levanta un fuerte viento que arrastra unas enormes nubes negras, tapando el sol y el cielo azul. Empieza a llover, unas gotas grandes y frías cubren el suelo. El parque se ha quedado vacío, Leo y su familia también se han ido. Cojo el cochecito y empiezo a correr, mientras una fuerte lluvia acompañada de truenos y relámpagos nos envuelve. Una rueda del coche se atranca en un charco de barro, decido coger a Elvira en brazos para correr hacia casa, pero no está, solamente encuentro su muñeca de trapo.

Abro la boca para chillar, sin embargo, no sale nada de mi garganta, quiero llorar, pero no puedo, mi corazón palpita desbocado, aprieto fuertemente los ojos y cuando los vuelvo a abrir veo a mis tíos que intentan tranquilizarme de lo que ha debido ser una horrible pesadilla.

Miro el móvil, el reloj marca las tres, solamente me quedan un par de horas para descansar, pero estoy demasiado aterrorizada como para intentar dormirme de nuevo. Lidia me deja una infusión en la mesita de noche, me abraza con fuerza y me besa en la frente, sin preguntar, sin decir nada, solamente quiere que sepa que está conmigo.

De nuevo sola en la habitación, lentamente saboreo la infusión, bebiendo pequeños sorbos, intentando borrar de mi cabeza ese horrible sueño en el que perdía a Leo y a mi hija. Parece ser que últimamente solo tengo pesadillas, tal vez tendré que visitar a la Dra. Aurora, la psiquiatra del hospital para que me explique el significado de todos estos sueños. Aunque, como decía Calderón de la Barca “La vida es sueño y los sueños, sueños son”

 

(Continuará)

07/05/2019

Lois Sans.

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