- Secretos.
Justo cuando Jessy acaba de aparcar, suena su móvil, es mi padre. La dejo y camino deprisa hacia el estudio, ya que voy a llegar casi con treinta minutos de retraso. En la puerta veo una persona esperando y enseguida recuerdo que había quedado con un cliente que quiere renovarse el pasaporte, así que cuando llego me disculpo, al tiempo que abro la puerta y las luces.
Me apresuro a prepararlo todo y me dispongo a hacer varias fotos para que escoja la que más le guste. Me sobresalto cuando suena mi móvil, decido no cogerlo, no quiero hacer perder más tiempo a este cliente, no sea que se enfade.
En pocos minutos tengo impresas las fotografías y le cobro, despidiéndome cortésmente de él. Miro el móvil, la llamada es de Jessy, que, ahora recuerdo, la he dejado en el aparcamiento hablando con mi padre. La llamo, preguntándole:
- ¿Ocurre algo, Jessy?
- Lo siento Raquel, pero no me acordaba de que tu padre y yo habíamos quedado que iríamos a comprar un horno. Hace más de un mes que no funciona el que tenemos y, parece ser, que no tiene solución – explica un poco nerviosa.
- Vale, ve tranquila. No te preocupes – intento tranquilizarla.
- En cuanto terminemos, vendré al estudio. No se me olvida que hemos quedado que te acompañaré a casa al cerrar. Espero que me invites a una cervecita – explica riendo.
- Claro, por supuesto. Si quieres puedes quedarte a cenar. Estaremos solas y podremos seguir con nuestros planes – contesto sonriendo.
- Perfecto, hasta luego – se despide.
- Hasta luego – contesto.
La tarde pasa lentamente, no viene nadie y el teléfono solo ha sonado una vez. Me siento sola y aburrida, por lo visto Jessy llena mi vida más de lo que me habría podido imaginar. Para pasar el rato cojo el portátil y voy a buscar la carpeta “Veleros” donde ella guardó las fotografías del pendrive.
Abro el dossier que lleva mi nombre y miro detenidamente cada una de las fotografías, buscando detalles que nos puedan ayudar a descubrir quién las ha hecho, aunque, cada vez, estoy más convencida de que ha sido Tomás, ya que muchas de ellas están hechas desde una ventana.
De repente, siento una especie de premonición que me lleva a pensar en la posibilidad de que Tomás podría ser la persona que me atacó cuando fui a correr. Intento recordar cuantas veces he visto a Tomás y creo que solo han sido un par de veces, además era de noche y estoy casi segura de que ni siquiera hablamos. Entonces, tengo que averiguar como es Tomás. Solo de pensar que pueda ser el energúmeno que me quitó la ropa e intentó abusar de mí, me tiemblan las piernas.
Estoy tan concentrada en mis pensamientos, que me asusto al escuchar el timbre de la puerta. Es Jessy, que entra sonriente, como siempre. En realidad, es una persona que lleva la alegría allá donde va.
- Ya estoy aquí. Por fin tenemos horno – explica riendo.
- Que bien, me alegro mucho – contesto sonriendo.
- ¿Qué te pasa? Te veo pálida. ¿Ha ocurrido algo más? – pregunta besándome en la mejilla.
- Hay algo que no te he contado. Bueno, en realidad solo lo sabe Leo – confieso nerviosa – Hace unos meses, salí de casa por la mañana temprano para correr en un camino que da la vuelta por un pequeño bosque para volver delante de casa. Una gran parte del recorrido en el bosque hay altos árboles que impiden que la luz del sol ilumine el camino. Cuando llevaba un rato corriendo, tropecé, me caí y un hombre saltó encima de mí, me arrancó la ropa, dejándome desnuda mientras me decía que le había provocado porque llevaba poca ropa. Quería gritar, pero no podía. Aunque intentaba moverme, él estaba encima de mí y me tenía obstaculizada. No sé cómo conseguí coger un trozo de tronco y se lo clavé en un ojo, con lo que dio un salto hacia atrás, entonces aproveché para darle una patada en los genitales, me levanté y corrí, sin mirar atrás, hasta llegar de nuevo a casa. Leo fue muy comprensivo, me ayudo a ducharme y estuvo todo el día pendiente de mí. Desde entonces, casi cada noche tengo una pesadilla en la que se repite esta horrible experiencia – explico llorando.
- Mi niña, que situación más horrible. Lo has debido pasar muy mal. ¿Y no lo has denunciado? – pregunta abrazándome fuertemente.
- No, porque no sabría identificar al agresor, todo fue muy rápido y yo estaba muy nerviosa y aterrorizada. Sin embargo, no sé por qué, ahora tengo la sensación de que podría ser Tomás. – confieso aturdida.
- Desde luego que podría ser él. Total, no sabes cómo es Tomás físicamente, pero, tal vez, podríamos averiguarlo – informa con la mirada fija no sé dónde.
- ¿Qué quieres decir? ¿A quién se lo podemos preguntar? No pensarás en Leo ¿verdad? – cuestiono.
- Claro que no. Pero hay alguien en tu calle que conoce a todo el mundo, incluso sabe los horarios de todo el barrio – dice guiñándome un ojo.
- ¡Víctor! Como no se me había ocurrido antes. Seguro que él habrá hablado, en alguna ocasión, con Tomás – afirmo sonriendo.
Justo cuando me preparo para cerrar, entra Cosme cojeando, con la cara desencajada y un moratón en la mejilla. Me apresuro a cogerle del brazo para acompañarle hasta el banco de madera que tenemos a un lado de la sala y le ayudo a sentarse.
Sin decir nada, voy al cuarto de baño para coger Betadine, gasas y algodón, con intención de hacerle una cura, mientras escucho como Jessy, con todo el descaro, le pregunta:
- ¿En qué lio te has metido?
- Nada importante, una diferencia de opinión con un idiota que no sabe aceptar diferentes ideas – responde evitando su mirada.
- Venga Cosme, que ya somos mayorcitas para que intentes mentirnos. Explícanos que ocurre, podemos ayudarte – presiona Jessy, mientras yo le desinfecto la herida de la cara que, a parte del moratón, presenta un corte.
- Es que Lidia me va a matar cuando se entere – manifiesta preocupado.
- Lo que sea tienes que afrontarlo, total ahora ya está hecho. Por lo visto, es bastante gordo, así, pues, no te queda más que dejarte ayudar – continua ella.
- Lo sé, sin embargo, no puedo involucraros a vosotras – balbucea.
- Por favor, tío, déjate de tonterías y cuenta con nosotras, solo queremos ayudarte. A ver ¿tiene algo que ver el hombre que había esta mañana hablando contigo y que ya vino el otro día preguntando por ti? – pregunto un poco mosqueada.
- Si, veréis. Me propusieron un negocio que parecía algo inofensivo, algo así como una multipropiedad piramidal. No sé si habéis oído hablar de ello – empieza explicando.
- Pero eso es un timo legal ¿no? – dice Jessy.
- Bueno este parecía diferente, se trataba de una inversión que tenía que hacerse por Internet, luego producía sus beneficios que deberían ir directamente a una cuenta en moneda virtual, algo complicado de explicar, pero fácil de practicar – sigue explicando.
- ¿Y te dejaste enredar? – pregunta ella con cara de asombro.
- Sí, la persona que me ofreció este negocio era de mi confianza. Así que pedí dinero a unos prestamistas. El negocio no ha ido bien y ellos quieren que les devuelva el dinero enseguida y este es el problema – concluye.
- ¿Y de cuanto dinero hablamos? – me atrevo a preguntar.
- Algunos miles de euros – masculla.
- ¿Y tu mujer no sabe nada? – pregunta Jessy
- No, sabía que no me dejaría hacerlo, por eso pedí el dinero, pensando que saldría bien y luego le podría dar una grata sorpresa – contesta justo en el momento en que se abre la puerta y entra su mujer.
- Bien, nosotras nos vamos. Hoy tengo que acompañar a Raquel a su casa – explica Jessy, besando a Lidia en la mejilla.
- Bueno, y vosotros tenéis que hablar – revelo abrazando a mi tía, mientras ella me mira extrañada.
Salimos del Estudio en silencio, caminando deprisa, cada una metida en sus propios pensamientos. De repente, Jessy me pregunta:
- ¿Llevas el pen?
- Si, me he acostumbrado a llevarlo siempre – respondo observándola de reojo.
- Tal vez haya llegado el momento de entregarlo a la policía – propone con el semblante serio.
Sabía que este momento llegaría, sin embargo, me da mucha pereza hablar con la inspectora, tengo miedo de que si le miento sobre el lugar donde lo encontré, acabe pillándome.
Cuando giramos la esquina para entrar en nuestra calle, nos encontramos con cuatro coches aparcados en batería delante de la casa de Tomás y María, uno es el que lleva siempre la inspectora, una furgoneta y dos coches de la policía.
A parte de los coches, en la calle están casi todos los vecinos, cotilleando y, justo cuando Jessy aparca el coche en la rampa que va al garaje, vemos como salen tres policías llevando varias cajas de música, las que hemos visto este mediodía, cuando hemos entrado.
- Por fin han conseguido la orden judicial para registrar la casa – explica Víctor, asustándome, ya que ni siquiera me había fijado que se había colado en mi casa.
- Hola Víctor ¿quieres entrar? – le pregunta Jessy, descaradamente, dejándome atónita.
- No, ahora viene lo bueno. Mira llevan sacando varias cajas de música, a saber, que habrá dentro – contesta él.
- Seguro que no nos lo enseñarán – vaticino, pensando que queremos preguntarle si conoce a Tomás.
- ¿Cuánto tiempo hace que están registrando la casa? – pregunta Jessy.
- Un par de horas, creo – responde el jubilado.
- Entonces ya estarán acabando, supongo – explica ella.
- Quién sabe que más pueden encontrar en esa casa – insiste el hombre.
- ¿Han sacado algún cadáver? – sigue preguntando ella, dejándome fascinada por la capacidad de inventiva que tiene.
- No, que yo sepa – contesta asombrado.
- Menos mal, por un momento, llegué a pensar que encontrarían a Tomás ahorcado o con un cuchillo clavado en el corazón – sigue improvisando ella, con una mueca.
- No me parece que Tomás sea de ese tipo de personas – explica Víctor.
- ¿Lo conoces? ¿Cómo es? – me atrevo a preguntar.
- Pues, alto, fuerte, de esos que, si te lo encuentras en una calle oscura, impone respeto, diría yo – revela él.
No puedo evitar pensar, de nuevo, en la posibilidad de que Tomás sea el que me agredió en el bosque y, de nuevo, un escalofrío recorre mi cuerpo haciéndome temblar, al tiempo que observo como la inspectora se acerca, con la cabeza alta y el semblante serio, mostrándose como una profesional eficiente.
- Buenas tardes. Me gustaría hablar con usted, Raquel – dice mirándome fijamente a los ojos.
- Por supuesto, inspectora. Pase – respondo abriendo la puerta de casa, mientras miro a Jessy, que se queda en el jardín junto a Víctor.
Le señalo el sillón y se sienta al tiempo que me siento en el sofá y mentalmente, voy pensando como sacar el tema del pendrive.
- Verá, Raquel. Por fin hemos conseguido una orden de registro para la casa de sus vecinos. Ahora tenemos unas cuantas pruebas que nos permitirán arrestar a Tomás, en el caso de que lo encontremos. Sin embargo, necesito que me responda algunas preguntas.
- Antes que nada, inspectora, quiero darle esto. Lo encontré hace un par de días en la calle. No sé si puede ser importante – explico entregándole el pen.
- ¿Tiene usted un portátil? – pregunta mirándolo fijamente.
- No, no tengo portátil, lo siento – respondo aliviada.
- De acuerdo. Ya me encargaré de esto en Comisaria – explica, poniéndoselo en el bolsillo de la jaqueta.
- Ahora, déjeme que le haga unas preguntas – insiste.
- Por supuesto. ¿De qué se trata, inspectora? – pregunto cada vez más nerviosa.
- Se trata de Tomás. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio? – interroga mirándome fijamente a los ojos.
- Realmente, creo que solo lo he visto un par de veces y era de noche, por lo que no sé cómo es – respondo con un ligero temblor en la voz.
- Entonces ¿no había hablado nunca con él? – sigue preguntando.
- Lo típico entre vecinos. Nos saludábamos, aunque ellos estaban en su jardín y nosotros en el nuestro – contesto esquivando su dura mirada.
- Verá, al ser su vecina más próxima, son muy importantes sus declaraciones, por eso insisto en que intente recordar cualquier situación que pueda ser importante para la investigación – dice a modo de recriminación.
- Tal vez debería preguntarle a Leo, él lleva mucho más tiempo viviendo aquí y creo que los conoce bien, sobre todo a María – confieso recordando, un poco celosa, esas llamadas a horas intempestivas.
- Si, lo sé. Ya he hablado con él. Sin embargo, su opinión también es importante – explica dándome la suficiente confianza para confesar mi secreto.
- Verá, inspectora, quiero explicarle algo que me ocurrió hace unos meses. Un domingo por la mañana fui a correr por el bosque y alguien me atacó, me quitó la ropa e intentó abusar de mí. Por suerte, conseguí coger un palo del suelo y le golpeé en la cara, luego le di una patada en los genitales y logré escapar. No puede ver bien su cara, solo la complexión, era un hombre alto y fuerte. Ahora tengo el presentimiento de que podría ser Tomas, aunque, como no le conozco, no puedo asegurarlo – confieso notando como se me llenan los ojos de lágrimas. Para mi asombro, se levanta del sillón, para sentarse a mi lado y poner un brazo encima de mis hombros, intentando reconfortarme, con lo que consigue que me relaje y, sin poder evitarlo, empiezo a sollozar, aunque enseguida, intento sobreponerme.
- Tranquila, lo comprendo. Si quiere, podemos ir un momento a Comisaria para que le enseñen unas cuantas fotografías e incluso podemos ayudarle a confeccionar un retrato robot del sujeto que usted recuerda – murmura, mostrándome una faceta más humana.
- No puedo recordarlo bien, era temprano, los árboles no dejaban entrar el sol y él apareció de repente, sin darme tiempo a fijarme. Todo fue muy rápido – explico temblando.
- Ha sido un trauma, ¿verdad? – dice suavemente, exteriorizando su sensibilidad.
- Verá, inspectora. Aquí no tengo portátil, pero en el Estudio sí. Por lo que he mirado lo que hay en el pen y tengo miedo – confieso mirándola de reojo.
- ¿Qué hay en el pen? – pregunta un poco alterada.
- Fotografías de María, Alma y mías – contesto cada vez más nerviosa.
- Entonces, por eso me dio la impresión de que ya conocía a Alma. La había visto en las fotografías – comenta fijando esa mirada tan penetrante que me pone de los nervios.
- Es que no sabía que hacer – me excuso bajando la cabeza y mirando hacia el suelo.
- Bueno, ahora ha hecho lo correcto. Pero, por favor, si tiene alguna prueba más o recuerda cualquier situación, por insólita que le parezca, llámeme – ordena levantándose.
- De acuerdo – asiento, levantándome también.
Le acompaño hasta la puerta y mientras sale al jardín dice:
- Una vez haya examinado todas las fotografías, me volveré a poner en contacto con usted. Buenas noches, Raquel – se despide, caminando deprisa, mientras Jessy y Víctor se apresuran a entrar.
- ¿Estás bien? – pregunta Jessy abrazándome.
- ¿Qué te ha explicado la inspectora? – interroga Víctor.
- No me ha contado nada, ella solo pregunta – explico a Víctor haciendo una mueca.
- ¿Qué te parece si preparamos un poco de cena? – consulta Jessy, entrando en la cocina.
- ¿Pero no te ha dicho cuantas cajas de música han encontrado? ¿Qué había en el interior? – insiste el jubilado.
- No, no hemos hablado de esto, ella quería saber si yo conocía a Tomás, si había hablado con él. No me ha explicado sus avances en la investigación – explico esperando que se vaya de una vez, para poder hablar con Jessy.
- Bien, Víctor. No es que pretenda echarte, pero ahora vamos a cenar y luego hay que descansar – dice ella, sin ningún tipo de contemplación.
Una vez Víctor sale de casa, me siento en una silla de la cocina, mientras Jessy abre el frigorífico y saca varios ingredientes para preparar una ensalada. En pocas palabras, resumo la conversación con la inspectora y me percato de que me he atrevido a explicarle más de lo que jamás hubiese imaginado. Ahora solo queda esperar a que mire las fotografías y, tal vez, encuentre alguna prueba que a nosotras se nos puede haber escapado.
Mientras cenamos, Jessy no para de hablar, sin embargo, hace rato que he desconectado, simplemente no escucho lo que me dice, porque no puedo evitar pensar en Tomás, en María, en Leo y en el horrible presentimiento del secreto que esconden los tres, un secreto del que me siento excluida.
Con una taza de té verde cada una, nos sentamos en el sofá, cuando suena el móvil de Jessy. Es mi padre.
- Hola cariño, estoy en casa de Raquel, esperando a que vuelva Leo – dice tomando un sorbo de la infusión.
- No creo que tarde mucho. Si quieres te mandaré un WhatsApp antes de salir – sigue diciéndole.
- No hace falta que te quedes, Jessy. Leo no tardará y yo ahora me iré a la cama – le explico, cortando su conversación con mi padre.
- Mira, Ramón, tardaré unos quince minutos en salir, primero nos tomaremos una infusión que nos hemos preparado – le expone.
- De acuerdo, nos veremos en un rato, mi amor – se despide.
- De verdad que no tienes por qué quedarte, estaré bien – insisto.
- Bueno, me apetece tomarme esta infusión tranquilamente. No me gustan las prisas – se justifica.
- Voy a mirar si me ha mandado algún mensaje – digo cogiendo el móvil que tenía guardado en el bolso.
Nada, no hay ninguna llamada más ni ningún WhatsApp de Leo desde la última vez que hablamos y casi es medianoche. Así pues, decido mandarle un WhatsApp preguntándole si todo va bien. Parece que no está en línea. Tal vez será mejor que le llame antes de que se vaya Jessy. Nada, no contesta. Con un ligero temblor en mis manos, voy sorbiendo el té, lentamente.
- Jessy, será mejor que te vayas. Es muy tarde. Leo estará a punto de llegar, así que yo me iré a dormir – insisto.
- ¿Estás segura? Si quieres puedo quedarme a dormir – se ofrece.
- No, no te preocupes, estoy segura de que te cruzarás con Leo cuando te vayas – digo sonriendo, intentando mostrarme tranquila, aunque estoy hecha un manojo de nervios.
- ¿Tienes el teléfono de Víctor? – pregunta.
- Si, no te preocupes. Si ocurre algo tengo su teléfono y el de la inspectora – intento tranquilizarla, aunque yo estoy peor que ella.
- De acuerdo, prométeme que si pasa algo llamarás a Víctor y si tienes miedo, llámame y vendré enseguida – ordena cogiéndome de las manos.
- Claro, no te preocupes. Estaré bien – digo abrazándola y dándole un sonoro beso en la mejilla.
Cuando me quedo sola, cierro la puerta con llave, miro el móvil, subo corriendo la escalera, vuelvo a mirar el móvil, echo un vistazo al salón y observo que me he dejado la luz encendida, sin embargo, no tengo intención de bajar, ya se ocupará Leo cuando vuelva, si es que vuelve. Noto un ligero hormigueo en la tripa, como una premonición, porque estoy segura de que ha ocurrido algo horrible y tengo miedo a enfrentarme a ello.
Miro por la ventana, la calle está vacía, solo hay un pequeño gato gris enfrente de la casa de Tomás y María. Dejo la cortina abierta para que, entre la luz de la calle, me estiro en la cama, vestida porque no me atrevo a quitarme la ropa, por si acaso. Cierro los ojos, intento relajarme recordando a la abuela, ella siempre sabia como tranquilizarme cuando estaba nerviosa. A menudo me repetía:
- No te fíes de nadie, Raquel. Todos tenemos algún secreto escondido bajo la alfombra, sin embargo, la mayoría de las veces, es mejor no descubrir lo que esconden los demás, porque, quizás, no te guste lo que encuentres.
(Continuará)
Lois Sans
16/04/2019