La caja de música – 14. Allanamiento de morada

14.Allanamiento de morada

Acabamos de comer en silencio. Leo se levanta, me estira de la mano y nos fundimos en un reconfortante abrazo. Me besa suavemente en los labios y noto como la adrenalina corre por mis venas.
Nos acariciamos mutuamente, recorriendo nuestros cuerpos lentamente, notando como el deseo sexual va creciendo. Cogidos de la mano subimos a la habitación y nos desnudamos el uno al otro, con prisas, como si la ropa nos quemase. Le empujo, haciéndolo caer en la cama para, luego, ponerme encima de él, le monto lentamente, a mi ritmo, observando cómo cambia su expresión, como se relaja, suspirando, mientras acaricia mis pechos. Acelero el movimiento, entretanto escucho sus suspiros ahogados y el olor de nuestros cuerpos sudados se entremezcla consiguiendo que nos excitemos todavía más, hasta que llegamos juntos al clímax. Me apoyo encima de su cuerpo y le digo al oído:

  • Te quiero.

Tiene los ojos cerrado, para mi decepción, no dice nada. Sin poder evitarlo, eso me hace dudar sobre todo lo que me ha contado, así que, descabalgo de su cuerpo y me estiro a su lado, boca arriba.

Me despierto con el sonido del móvil, son las siete, estoy desnuda y boca arriba, tal como me dormí anoche. Miro a mi lado, Leo no está, pero se escucha el agua de la ducha, miro en su mesita de noche y veo que tiene el móvil, me apresuro a cogerlo, para investigar los WhatsApp, sin embargo, me decepciono al observar que lo tiene bloqueado, así que, intento varias contraseñas sin resultados positivos.

Así que, aprovecho para mandarle un WhatsApp a Jessy, resumiendo la conversación de anoche. Me contesta enseguida y quedamos en el Estudio sobre las diez. Miro hacia la puerta y veo a Leo saliendo de la ducha, envuelto en una toalla, con unas enormes bolsas debajo de sus ojos, que delatan que no ha dormido demasiado bien, sin embargo, no me atrevo a preguntarle.

Le abrazo, le beso en el cuello y le susurro al oído:

  • Buenos días.
  • Buenos días – susurra él también – deberías espabilarte, se está haciendo tarde.

Parece ser que no está de muy buen humor, así que entro en la ducha y dejo que el agua caiga con fuerza encima de mí y siento la agradable sensación de que se lleva lo malo y deja lo bueno, recargándome con energía positiva.

Cuando bajo a la cocina, un agradable aroma a café despierta mis sentidos. Me siento en la mesa, donde Leo me ha dejado un plato con dos rebanadas de pan con tomate y jamón. Observo que él ya ha comido y está removiendo el café con la mirada perdida dirección a la ventana. Prefiero no preguntar nada, creo que con el interrogatorio de anoche ya tiene suficiente, por ahora. Así pues, me zampo lo que me ha puesto en el plato y me tomo mi café antes de que él termine el suyo. Mientras lavo los cacharros, me besa en la mejilla y me dice:

  • Voy a sacar el coche.
  • Vale – balbuceo, mientras se dirige, arrastrando los pies como un zombi, hacia el garaje.

Viajamos en silencio hasta que llegamos delante del hospital, le beso en los labios y me bajo del coche, esperando a ver si me dice algo, pero no abre la boca. Me quedo mirando cómo se marcha. Subo corriendo por las escaleras y llego a la habitación jadeando. Menos mal que no hay nadie, solo mamá, estirada en la cama, como siempre, ausente. Me acerco, la beso en la frente y le acaricio la mano. Nada, sigue aislada en su mundo. No me apetece quedarme demasiado rato, así que le cuento que tengo muchas cosas que hacer, le prometo que mañana volveré y le doy un beso en la mejilla.

Bajo de nuevo corriendo por las escaleras y decido apresurar el paso hasta el Estudio. Llego a la puerta resoplando y al abrir la puerta me encuentro con Cosme hablando con el señor que el otro día preguntaba por él. Entro y me meto en la habitación donde guardamos nuestras cosas, intentando escuchar de que hablan, oigo a mi tío decirle que pronto tendrá todo el dinero, aunque necesita más tiempo y eso me da muy mal rollo. Se me ponen los pelos de punta cuando escucho como el otro, con malos modos, le amenaza dejándole dos días para devolver todo lo que debe, si no quiere atenerse a las consecuencias.

Salgo de la habitación cuando escucho el timbre de la puerta y observo a mi tío abatido, sentado en el banco que tenemos para los clientes. Me acerco y le abrazo, sin preguntar nada, ya me lo dirá si lo considera oportuno. Permanecemos así hasta que suena, de nuevo, el timbre de la puerta, levanto la cabeza y veo a Jessy, que entra sonriente diciendo:

  • Buenos días familia.
  • Buenos días – contesto levantándome al mismo tiempo que Cosme.
  • ¿Va todo bien? – pregunta Jessy con el semblante preocupado.
  • Buenos días, Jessy. Si, tranquila, solo algún que otro problemilla, nada importante por lo que preocuparse – responde Cosme, tragando saliva, por lo que no resulta nada creíble.
  • Bueno, si puedo ayudarte en algo, no dudes en pedírmelo – se ofrece ella, sonriendo.
  • Tranquila, está todo controlado – contesta, intentando parecer sereno.
  • De verdad, tío, si podemos hacer algo, dilo. Ya sabes que para mí eres como un segundo padre – suplico esperando que suelte lo que esconde.
  • Estaré fuera todo el día, tengo que hacer unas gestiones y necesito que te quedes a cargo del Estudio – pide Cosme.
  • De acuerdo, no hay problema, aquí estaré, me ocuparé de todo. Ya sabes que para eso siempre estoy dispuesta – respondo besándolo en la mejilla.
  • Pues entonces, hasta luego chicas – se despide.

Nos quedamos las dos mirando como sale por la puerta y sin decirnos nada, nos dirigimos a toda prisa hacia el mostrador, en busca del portátil, mientras Jessy dice:

  • Cuéntame todo lo que te dijo Leo anoche.

Mientras enciendo el portátil le resumo toda la conversación y luego le consulto:

  • ¿Qué hago ahora? ¿Crees que debo entregar el pen a la policía?
  • Si, pero podemos esperar un poco. ¿Qué te parece si intentamos colarnos en casa de Tomás y María? – se ofrece ella.
  • ¿Qué dices? Eso sería allanamiento de morada. ¿Cuándo? Porqué por la noche estoy con Leo, así que no podría escaparme de casa. Y de día está lleno de policías – digo notando como se me acelera el pulso.
  • Que te parece si hoy comemos temprano, sobre las doce puedo ir a comprar comida preparada, luego podríamos coger mi coche para ir a tu casa, lo meteríamos en el garaje y, a partir de aquí, ya veríamos qué podríamos hacer – propone ella.
  • Seguro que Víctor, el jubilado que vive al lado, estará pendiente y nos verá, le tendremos que contar que pretendemos y no sé si es muy buena idea – pienso en voz alta, arrugando la nariz.
  • Probamos y si nos pillase el vecino, le podemos decir que te has olvidado algo en casa, luego le esquivamos y cuando la policía esté comiendo, intentamos colarnos en esa casa. Estoy segura de que podemos encontrar la clave de todo. Quien sabe si podemos salvar a Alma de ese pervertido – explica Jessy, cada vez más entusiasmada.
  • ¡Jope! Me das miedo, Jessy – respondo alucinando.
  • Venga, Raquel. El Mundo es de los valientes – me anima, guiñándome un ojo.
  • Vale, va, pero con la condición de que, si está la policía merodeando, lo dejamos correr – acepto un poco atemorizada, mientras ella sonríe satisfecha.

La mañana pasa lentamente, entran varios clientes para pedir cita, buscar fotografías, hago varias fotos de carnet. Mientras Jessy se entretiene en buscar más información sobre Conciencia Divina. También intenta encontrar a María y Tomás en las redes sociales, aunque, sin ningún resultado positivo.

Mientras estoy haciendo unas fotos para renovar el DNI de un cliente, ella aprovecha para ir a comprar la comida a un local cercano donde tienen variedad de platos envasados, listos para tomar.

Mientras comemos me cuenta su plan:

  • He traído unas bolsas del supermercado, nos las pondremos en los pies, para no dejar huellas, también he comprado guantes de látex, para no dejar ninguna huella.
  • ¿Has pensado como abrir la puerta? Ni siquiera sabemos si tienen alarma, hay algunos vecinos que, incluso, tienen cámaras en el exterior – explico un poco angustiada.
  • Espero que no tengan ninguna alarma, en cuanto a cómo abrir la puerta, no te preocupes, me crie en un barrio marginal y tengo cuatro hermanos, los cuales todos han estado fichados. No es algo de lo que me guste presumir, pero he aprendido mucho de ellos y ahora nos será muy útil – me sorprende con esa confidencia que no me esperaba.
  • Vaya, eres una caja de sorpresas – comento sonriendo.

Por suerte no nos interrumpe ninguna llamada ni tampoco ninguna visita mientras comemos, así que, a la una en punto, cerramos las luces y la puerta y nos vamos al aparcamiento a buscar su coche.

De camino a casa, me llama Leo:

  • Hola preciosa ¿Cómo estás?
  • Hola, muy bien, aquí con Jessy, hemos comido juntas y ahora damos un paseo – miento, intentando ser convincente.
  • Muy bien. Hoy saldré un poco tarde, el jefe me ha pedido un favor y tengo que ir a su casa, así que no sé a que hora terminaré. Tal vez Cosme o Jessy podrían acompañarte a casa – sugiere, aunque no sé hasta qué punto creerle, mientras miro a Jessy que asiente con la cabeza como dando consentimiento de que ella me va a acompañar.
  • No te preocupes, seguro que Jessy podrá acompañarme. Nos veremos por la noche, en casa. Un beso – digo procurando quitármelo de encima cuando entramos en la urbanización.
  • De acuerdo. Un beso, mi princesa – insiste él, mientras le cuelgo, sin darle opción a decir nada más.
  • Ahora hacia la derecha, ve despacio para no hacer ruido. Espero que Víctor no nos vea, porque es posible que no nos lo podamos quitar de encima – indico un poco nerviosa.

Suspiro aliviada cuando percibo que la calle está despejada de vecinos y de policías, así que abro el portal y la puerta del garaje, Jessy aparca dentro y nos metemos en la cocina para estudiar de qué manera y cuando abriremos la puerta de la casa del lado.

Me sorprende de nuevo mostrándome un aparato compuesto con agujas de varias medidas mientras me dice:

  • Con este aparato no se resiste ninguna puerta, ahora debemos rezar para que no tengan alarma o alguna cerradura de seguridad especial.
  • ¿Cuándo quieres intentarlo? – pregunto tragando saliva.
  • Ahora será un buen momento. Primero nos recogeremos el pelo, luego nos pondremos los guantes y, al llegar delante de su casa, las bolsas en los pies – informa hablando en voz baja, como si temiese que alguien nos pudiese escuchar.

Una vez estamos preparadas, salimos a la calle y, rápidamente, nos dirigimos al jardín de los vecinos. La puerta está cerrada, pero ella, con una de sus llaves especiales, lo abre enseguida, luego vamos a la puerta de la entrada y, de nuevo, en unos segundos abre la puerta, por lo visto es una experta en entrar en las propiedades ajenas.

Menos mal que no suena ninguna alarma y parece que la casa está vacía. Las persianas están bajadas y las habitaciones en penumbra, solo entra un poco de luz por las ranuras de las persianas. Subimos al dormitorio, la cama está desecha, como si se hubiesen ido con prisas, lo que me hace pensar que Leo me dijo la verdad sobre eso de que ayudo a escapar a María. El armario conserva la ropa de María, pero hay un lado vacío, lo que nos hace suponer que Tomás se ha marchado definitivamente de aquí.

El baño está hecho un desastre, con varias toallas esparcidas por el suelo, Jessy las mira bien, porque en una de ellas aparecen manchas de sangre. Le hago señas para que lo deje todo tal y como estaba.

Bajamos al salón, aquí todo está perfecto, incluso demasiado inmaculado, diría yo. Entramos en la cocina, que también aparece revuelta. El fregadero está bastante sucio, como si alguien hubiese intentado limpiarlo, sin conseguirlo. Hay un cuchillo de carne encima de una tabla de cortar, más o menos limpios, con alguna gota de sangre seca pegada. La estancia huele a desinfectante y eso me provoca un leve mareo. Me siento en un taburete alto, un momento, porque enseguida, Jessy tira de mí hacia el garaje, donde no hay ningún vehículo. A la derecha hay un armario empotrado de color negro. Abre una puerta corredera y, en una estantería, justo en el centro, aparecen varias cajas de música, muy bien colocadas, una al lado de la otra.

Abro la primera, hay un dedo pequeño, que podría ser de un pie. Noto que me estoy mareando y me vienen ganas de vomitar. Ella abre la segunda caja, hay otro dedo, parece el pulgar del pie. No puedo más, intento aguantarme, pero una arcada me hace vomitar. Ahora tendré que limpiarlo. Se apresura a levantar las tapas de las restantes cajas de música, en total nueve y en todas hay un dedo depositado en su interior. Cuenta seis dedos de pie y tres de mano, a continuación, deduce:

  • Falta uno, el de Alma, el que encontró la policía, se les debió caer cuando huyeron.

Va al lavabo que hay en la planta baja, coge papel higiénico y limpia mis vómitos, lo que me hace sentir muy mal, sin embargo, a ella no parece importarle porque sigue diciendo:

  • Marchémonos de aquí, ahora ya sabemos que Tomás es el líder de la secta.

Salimos corriendo y en la calle nos quitamos los guantes y las bolsas de los pies, lo metemos todo en una bolsa, incluido mi vomito. Cuando entramos en mi jardín aparece Víctor que está paseando a Nuca. Se para delante de casa y me mira asombrado, pero antes de que me pregunte consigo decirle:

  • Hola Víctor. Se me han olvidado un par de cosas y mi amiga Jessy me ha acompañado a casa.
  • Vaya, por un momento me había parecido que salíais de casa de Tomás y María – aventura mirándonos fijamente.
  • Que dices, solo hemos venido un momento, dentro de media hora tengo que estar en el Estudio – logro contestarle, mientras abro la puerta del jardín, pensando que casi nos ha pillado.

Abro el garaje y ella saca el coche ante la atenta mirada del jubilado, que parece no querer perderse ni un detalle. Le observo de reojo mientras cierro las puertas y me monto al coche, saludándole con la mano, al tiempo que Jessy aprieta el acelerador y nos marchamos a toda pastilla.

Mientras Jessy conduce, va trazando un plan a seguir, sin embargo, yo, no puedo evitar, acordarme de esas cajas de música tan bien ordenadas, las cuales albergan una parte de alguien a quien no conocemos, metidas en el armario de una casa que parece abandonada. Se me ponen los pelos de punta pensando dónde estarán los propietarios de esos miembros, personas mutiladas, los cuales, quizás, no son dueños de su voluntad. Tal vez están encerrados en un lúgubre sótano, a punto de morir por una causa que, ni ellos mismos, conocen.

(Continuará)

Lois Sans

09/04/2019

 

 

 

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