La caja de música – 11. Conciencia divina

  1. Conciencia divina

Inmersos cada uno en nuestros propios pensamientos, no pronunciamos ni una palabra en todo el viaje de camino a casa. Está anocheciendo y en el horizonte destacan unas luces azules, tal vez ha tenido lugar un accidente. En la entrada de la urbanización nos percatamos de que pertenecen a un control policial. Nos detenemos detrás de un todoterreno negro, que lleva dos ocupantes, los cuales están esperando las ordenes de los agentes, equipados con chaquetas fluorescentes y provistos de armas. Impresionados, sin atrevernos a articular ninguna palabra, observamos como los ocupantes del coche de delante les entregan sus documentos. Después de examinarlos detenidamente sus documentos, les ordenan que circulen de nuevo.

Ahora es nuestro turno y uno de ellos nos mira fijamente, mientras nos hace señas para que nos acerquemos. Leo arranca despacio y se para a su lado, bajando la ventanilla, mientras dice:

  • Buenas noches ¿Ha ocurrido algo?
  • Buenas noches. Tenemos ordenes de pedir la documentación a todos los que entren o salgan de esta urbanización. Si son tan amables de facilitarnos el DNI y los documentos del coche, una vez revisados, podrán seguir su camino. ¿Viven aquí o vienen de visita? – pregunta un hombre alto y delgado, provisto de una barba negra y espesa.
  • Vivimos aquí, en la calle Marina ciento once – responde Leo mientras le entrega nuestros carnets y los documentos del coche.

Mientras el de la barba estudia las credenciales que le hemos entregado, mientras el otro oficial, un hombre con el pelo cano, más bajo y provisto de una barriga prominente, busca nuestros nombres en el listado que tiene en su poder y efectúa unas anotaciones.

  • De acuerdo, pueden seguir. Pasen buena noche – dice el policía de la barba, entregándonos todos los documentos.
  • Buenas noches – responde Leo, subiendo la ventanilla y arrancando el coche mientras me desahogo con un largo y profundo suspiro que parece surgido de las entrañas.

Llegamos a nuestra calle que ya es de noche y está muy oscura, porque solo funciona una de las farolas. Entretanto él aparca el coche en el garaje y yo cierro la puerta del jardín, aparece Víctor, el cual seguramente debía estar espiando detrás de la ventana de la cocina.

Entramos juntos al garaje y, cuando cierro la puerta, dice exaltado:

  • Hoy sí que os habéis perdido una buena movida, tengo muchas noticias que contaros.
  • ¿Qué ha pasado, Víctor? ¿Han encontrado algún muerto? – pregunta Leo con una mueca en la cara.
  • No, pero han averiguado a quien pertenece el pulgar de la caja de música – explica entusiasmado.
  • ¿Y a quién pertenece? – me atrevo a preguntar, temiendo conocer la respuesta.
  • Casualmente, he escuchado como la inspectora explicaba que pertenece a una mujer joven, que es modelo de peluquería. Por lo visto, su hermana denunció su desaparición hace tres o cuatro días – explica Víctor, abriendo mucho los ojos
  • ¿Has oído su nombre? – pregunto sobrecogida, esperando que no sea el que me imagino.
  • No lo han dicho, supongo que para preservar su intimidad. Pero sí que han comentado lo mucho que había cambiado desde que ingresó en una secta – sigue revelando, poniendo voz de misterio.
  • ¿En una secta? ¿Cuál? – sigo preguntando, sintiendo curiosidad y temor a la vez.
  • “Conciencia divina” – indica en voz muy baja, como si fuese un secreto.
  • ¿Conciencia divina? Suena bien – dice Leo, que parece asombrado y divertido a la vez.
  • En la entrada hay un control policial con agentes armados, nos han parado y pedido la documentación. Uno llevaba un listado donde hacia anotaciones – le explico exaltada.
  • Tal vez buscan a alguien en concreto – aventura el vecino mirándonos fijamente.
  • Pues no nos buscan a nosotros, puesto que nos han dejado pasar – digo notando un ligero temblor en las piernas.
  • Dice la inspectora que nadie está libre de sospecha – explica Víctor.
  • Bueno, de momento creo que iremos a cenar. Estoy muerto de hambre – dice Leo acompañando, sutilmente, al vecino hasta la puerta.
  • Hasta mañana – se despide el vecino.

Preparamos la cena y cenamos en silencio, mientras intento ordenar todo lo que ha ocurrido hoy. También intento buscar la manera de atreverme a preguntarle su parte de verdad en esta historia, que se me antoja, cada vez más complicada. Sin embargo, no sé cómo hacerlo, así pues, cuando acabo de cenar, me levanto, le beso suavemente en los labios y me disculpo:

  • Estoy muy cansada, si no te importa, me voy a dormir. Buenas noches.
  • Por supuesto, cariño. Yo me quedaré un rato mirando la tele. Buenas noches. Descansa – me anima él.

Estirada en la cama, empiezo a elaborar un plan para averiguar toda la verdad. Abro los ojos, asustada, Leo está sentado a mi lado, zarandeándome suavemente, inundándome de besos, al tiempo que me dice al oído:

  • Buenos días, bella durmiente. Es hora de despertarse, se está haciendo tarde para ir a trabajar.

Me levanto de golpe como si un muelle me echase de la cama, sorprendida por haber conseguido dormir toda la noche del tirón, sin despertarme para nada, sin ninguna pesadilla agobiándome.

Me ducho y me visto rápidamente. Cuando llego a la cocina un agradable aroma a huevos fritos y zumo de naranja me recuerdan que estoy hambrienta. Una vez hemos desayunado, salimos a toda prisa, esperando no encontrar ningún control policial. Me aseguro de llevar el pen, el móvil y todo lo necesario para pasar el día fuera de casa.

Me deja en la entrada del hospital, donde nos despedimos, como cada día. En la habitación encuentro a los dos doctores, revisando la ficha médica de mamá.

  • Buenos días ¿cómo está? ¿hay novedades? – pregunto esperando una mejoría.
  • Buenos días, Raquel. Todo sigue igual. Ayer le hicimos una resonancia y no hay respuesta positiva en su cerebro. Lo siento – responde el neurólogo.
  • Entonces ¿qué nos aconsejan? ¿Debemos desconectarla? – sigo preguntando.
  • Bueno su hermano nos comentó que habían tomado la decisión de desconectarla y creemos que es la mejor. El protocolo nos exige que esperemos a que todos los familiares puedan despedirse de ella. Cuando ustedes nos den su conformidad, procederemos a sedarla y desconectarla – explica el Dr. Suárez.
  • Ella no sufrirá ni se enterará de nada ¿verdad? – atino a decir con un hilo de voz.
  • No se preocupe, en ningún momento sufrirá, seguirá dormida y ya no despertará – confirma el neurólogo.

Cuando se marchan me siento en la cama, a su lado, le cojo la mano y la contemplo, me parece pequeña y suave, la acaricio lentamente, parece que, de repente, pesa toneladas. Examino su cara, cada vez más pálida, delgada y llena de arrugas. De la boca sale un tubo que la ayuda a respirar. No sé qué pagaría para que volviese a abrir esos bonitos ojos negros, para que se despertase de ese pesado sueño y me contase como era ese mundo en el que ha permanecido estos días.

  • Hola pequeña – escucho la voz de papá, detrás de mí. Me levanto y me abrazo a él fuertemente, dejando ir algunas de las lágrimas que he reprimido.

Permanecemos abrazados hasta que escuchamos la voz de la psiquiatra diciendo:

  • Buenos días. Raquel, me gustaría hablar contigo antes de desconectar a tu madre, piensa que es importante que estés preparada para este momento.
  • Creo que deberíamos dejarlo para más adelante. Ahora quiero pasar tiempo con mi madre y también con mi padre – respondo secándome las lágrimas con la manga del jersey, mientras señalo a papá.
  • Soy la Dra. Vergara, psiquiatra de este centro – se presenta ella alargándole la mano.
  • Soy Ramón, el padre de Raquel. Mucho gusto – dice papá saludándola.
  • De acuerdo, Raquel, si me necesitas, no tienes más que decírmelo. Ya sabes dónde está mi despacho – se ofrece la doctora.
  • Creo que será mejor que salgamos a tomar el aire – me propone papá, cogiéndome de la mano, como si fuese una niña pequeña.

Salimos cogidos de la mano y damos un paseo por el parque que hay cerca del hospital. Nos sentamos en un banco de madera, debajo de un pino. Miro hacia arriba, entre sus ramas hay una pequeña casita de madera, que parece de juguete, una casa para aves. Estamos a gusto, dentro de un silencio cómodo, hasta que al final me propone:

  • Si quieres podemos pasar el día juntos ¿Tienes que ir a trabajar? – propone.
  • Si, debo ir al Estudio. Además, me gustaría enseñarte una cosa, quiero conocer tu opinión – explico pensando en el pendrive.
  • Claro, por supuesto, cuéntame – dice ilusionado.

De camino al Estudio, le explico exactamente todo lo que pasó la noche de niebla, la caja de música, los hallazgos de la policía, el pendrive y lo que me contó Cristina sobre Leo. Cuando llegamos, encontramos a Cosme haciendo un reportaje fotográfico para una escritora. Miro a papá y él mueve la cabeza dando por entendido que mientras el tío esté aquí no diremos nada sobre el asunto que nos llevamos entre manos.

Cuando termina con el reportaje, preparamos el material que tendrá que llevarse Cosme para hacer unas fotografías donde tendrá lugar la boda, para que luego podamos repasar donde quedaran mejor las fotos, por la luz y las vistas panorámicas.

A las doce en punto, mandamos al tío a comer, para que tenga tiempo de descansar, antes de coger el coche y ponerse en ruta. Por fin nos quedamos solos, introduzco el pen y abro la carpeta de Alma, mostrándole las fotografías a papá. Cuando estamos los dos enfrascados observando las fotos, suena el timbre de la puerta y entra una mujer alta, pelirroja, muy guapa. Papá se acerca a ella y, ante mi asombro, se besan en la boca, a continuación, él dice:

  • Mira Raquel, te presento a Jessy, mi novia
  • Hola Raquel, tenía muchas ganas de conocerte – dice ella acercándose al tiempo que yo sigo paralizada como un pasmarote.

Sonriente, me da dos besos en las mejillas y entonces reacciono, recordado que he dejado las fotografías en la pantalla. Cuando intento cerrar la carpeta, papá me dice:

  • ¡Espera! Jessy puede ayudarnos. A ella le gusta mucho leer novela negra. También mira todas las series policíacas que echan en la tele y siempre me hace acompañarla al cine a ver películas de suspense.

Me quedo alucinada, escuchando como papá se lo cuenta todo a Jessy, si lo sé no se lo explico. Ella escucha atentamente, mientras se pone delante del portátil y empieza a mirar las fotografías, como si fuesen suyas. No la conozco, pero ya le estoy cogiendo manía. ¿Qué se habrá creído la niñata esta? Mientras me voy enojando, ella va comentando todo lo que observa en las fotografías, sin embargo, yo no la escucho, porque cada vez estoy más indignada.

De repente, suena un teléfono, es el de papá. Se disculpa y sale a la calle para hablar tranquilamente, mientras Jessy y yo nos quedamos solas. Quiero decirle que deje de mirar las fotos, no quiero que se meta en algo que solo me concierne a mí, pero no se como hacerlo sin herir a papá, al cual veo muy contento de que estemos los tres juntos. Mientras pienso la manera de decírselo, grita:

  • ¡Mira Raquel!
  • ¿Qué has visto? – pregunto asustada.
  • Aquí – dice señalando una fotografía de Alma, detrás de ella, reflejado en el cristal de una ventana, se ve la cara de un hombre, el que está haciendo la foto.
  • Amplíala con el zum – le ordeno, nerviosa.

Consigue agrandar la imagen, luego la recorta y la guarda. Seguimos mirando las fotografías detenidamente, esperando encontrar algo más. Puede que papá tenga razón, tal vez su novia es realmente buena investigando.  Quizás deba considerar la posibilidad de que me ayude. Entra de nuevo papá y le enseñamos el hallazgo, entretanto él me dice:

  • Lo ves Raquel, ya te he dicho que Jessy es realmente buena investigando, sin embargo, chicas, deberemos dejarlo para más tarde, porque ahora nos esperan David y Carol para comer.

No sé muy bien como ha sido, pero de camino al “Ajo y Perejil” me sincero con Jessy y le cuento lo que me explicó Cris y también que la noche de niebla Leo estaba en la calle. Jessy, asombrada, se ofrece para que investiguemos juntas, diciendo:

  • Empezaremos por averiguar todo lo que podamos sobre Leo, después buscaremos a María y Tomás. Tengo mis medios para indagar en la vida de los demás.
  • A ver si os vais a poner en peligro. Hay cosas que es mejor no saberlas nunca – dice papá en un intento de meternos el miedo en el cuerpo.
  • Ya llegamos, creo que ahora es mejor no sacar el tema, si no David me obligará a trasladarme a vivir con él y también me exigirá que entregue el pen a la policía, porque dice que puede ser una prueba – explico
  • Pues tiene razón – dice papá.
  • Bueno, ya veremos – dice Jessy haciéndole señal de que se calle, porque están los dos esperándonos en la puerta.

Mientras comemos, en medio de un ambiente relajado, nos vamos conociendo un poco más. Carol es una mujer realmente encantadora, simpática y divertida, estoy convencida de que mi hermano y ella van a ser muy felices. He de confesar que mi opinión sobre Jessy ha cambiado completamente, no tan solo es guapa y divertida, también es muy inteligente, se nota que le gusta leer y está al día de todas las noticias importantes. Cuando me levanto para ir al baño, Jessy viene conmigo. Mientras nos lavamos las manos me dice:

  • Me gustaría mucho ayudarte en esta investigación, tanto en lo que se refiere a tu chico como en lo del pulgar en la caja de música. Lo encuentro realmente apasionante.
  • Vale, puede ser divertido investigar juntas, porque yo sola, no sé si me atrevo – le confieso.
  • Sabes, hace poco leí en un libro que para entrar en algunas sectas hay que efectuar pruebas de iniciación. Estoy segura de que, si buscamos por Internet, encontremos algo que nos puede ayudar – propone sonriendo.
  • No se me había ocurrido, eres realmente buena. Serías una gran detective – contesto con verdadera admiración – Oye, después podemos volver al Estudio y seguimos mirando fotografías a ver si encontramos algo más.
  • Si y también buscaremos todo lo que hay escrito sobre sectas – dice entusiasmada.
  • Pero no le digas nada a mi hermano, porque seguramente que no nos dejará hacer nada – le pido.
  • Por supuesto. También nos desharemos de tu padre. Vaya, esto ha sonado muy mal – explica riendo, mientras se abre la puerta y entra Carol.
  • Chicas, creía que os habíais fugado por la ventana. ¿Qué hacéis? – pregunta sonriendo.
  • Nada, nos hemos liado aquí, charlando, pero ya vamos – dice Jessy riendo.

Después de los postres, me disculpo explicando que debo ir a abrir el Estudio, puesto que Cosme no estará en toda la tarde. Cuando me he despedido de todos, Jessy me abraza y me dice en voz muy baja, al oído:

  • En cuanto consiga excusarme con tu padre, vendré al Estudio.

Me voy muy contenta, reconozco que todo ha salido mejor de lo que esperaba. Camino deprisa por la calle, pensando lo bien que hemos estado todos juntos. He de reconocer que tanto Carol como Jessy me parecen fantásticas. Y eso que la primera impresión que he tenido con Jessy no ha sido nada buena, sin embargo, ahora que la he conocido mejor y que se ha ofrecido para ayudarme, me siento más valiente, capaz de afrontar cualquier obstáculo, porque sé que ya no estoy sola.

Estoy a punto de llegar, distingo dos personas esperando en la puerta, tal vez alguien que quiere hacerse unas fotos de carné o quizás pretenden que les hagamos alguna sesión de fotos familiares. A medida que me acerco, observo, con desilusión, que son la inspectora y su compañero.

(Continuará)

Lois Sans

19/03/2019

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