La caja de música – 10. Entresijos

  1. Entresijos

Cogidos de la mano, corremos por la calle, como cuando éramos niños. David me va guiando por unas callejuelas estrechas, por las que no había pasado nunca, mientras una lluvia fina nos va calando suavemente. Jadeando, llegamos a una pequeña plaza, rodeada de edificios no muy altos, de tres o cuatro plantas. Ahora ya no llueve, pero huele a tierra mojada, de los árboles caen pequeñas gotas de agua que se han quedado impregnadas en las hojas. Por fin, mi hermano aminora el paso, aunque todavía me tiene cogida de la mano, lo que me da una sensación de seguridad que me hace revivir una etapa de mi vida en la que yo llevaba coletas y él era un palmo más alto que yo. Nos metemos debajo de una arcada, hay una verdulería con una chica oriental sonriendo, una cafetería vintage, con algunas mesas redondas fuera y un restaurante vegetariano, con un rótulo azul marino con letras blancas en las que se lee: Ajo y Perejil.

Entramos en el restaurante, un agradable aroma a verduras me abre el apetito. El local es muy pequeño, pintado de azul, como el cielo. Hay cinco mesas cuadradas de madera, cubiertas con unos manteles blancos, las servilletas azules, como las paredes, con cuatro sillas alrededor de cada mesa. Al fondo hay una barra de madera, detrás se ve una pequeña cocina con las paredes alicatadas en color blanco. Cuando llegamos a la barra, de la cocina, sale una mujer bastante guapa, rubia, con los ojos azules, que lleva un delantal blanco. Al vernos se acerca sonriendo, besa a mi hermano en los labios, luego él nos presenta:

  • Hola Carol, esta es mi hermana, Raquel – dice besándola también. Luego mirándome a mí, sigue presentando:
  • Mira Raquel, te presento a Carol, es mi novia.
  • Hola Raquel, tenía muchas ganas de conocerte, tu hermano me ha hablado mucho de ti – dice acercándose y besándome en las mejillas, mientras yo miro a mi hermano sorprendida.
  • Hola Carol, estoy sorprendida porque mi hermano no me había hablado de ti – contesto un poco atónita, observándola de reojo.

Nos sentamos en una mesa que tenía reservada para nosotros dos, no puedo evitar quedarme embobada mirándola, hasta que David me toca la mano diciendo:

  • ¿Qué te parece si escogemos los platos del menú?
  • Claro, por supuesto – atino a responder – Oye ¿por qué no me lo habías dicho antes? – le pregunto sintiéndome un poco engañada.
  • No he tenido ocasión, por eso quería venir a comer aquí, contigo. ¿Qué te ha parecido? – se justifica, intentando averiguar si le doy el visto bueno.
  • No sé, es muy guapa y parece simpática. Espero que nos llevemos bien. Por cierto ¿desde cuando eres vegetariano? – sigo investigando.
  • Desde hace tres meses, cuando la conocí. Le vendí un portátil para el restaurante y me ofrecí a instalarle los programas necesarios para que todo funcionase correctamente. Cuando inauguro me invitó y, desde entonces, vengo a comer aquí cada día – me explica sonriendo.
  • Que romántico. Aunque parece mayor que tú – confieso.
  • Nos llevamos cinco años, pero no creo que eso importe. Leo es bastante mayor que tú. Papá se lleva unos cuantos años con Jessy. Parece ser que en nuestra familia la edad no importa – explica.
  • Tienes razón, no seguimos los cánones típicos de la gente común – expongo sonriendo.

Me dejo aconsejar los platos que debo escoger y mientras esperamos, hablamos sobre mamá. Los dos estamos de acuerdo en que lo mejor es desconectarla de las máquinas y dejar que la naturaleza siga su curso. Me siento aliviada cuando se ofrece para explicárselo a los tíos.  También se ocupará de hablar con los médicos.

  • Deberíamos decírselo a papá, ¿no crees? – me propone, de repente, dejándome estupefacta.
  • Bueno, desde que se fue de casa, no he hablado más con él – explico un poco disgustada.
  • Lo sé. Yo sí que he hablado con él, en varias ocasiones y me confesó que no sabía como acercarse a ti, porque creía que lo culpabas de que tu relación con mamá se hubiese deteriorado tanto – me explica.
  • La verdad es que al principio sí. Le culpaba de todo, del comportamiento de mamá, de que ella y yo no nos llevásemos bien, pero ahora ya no lo veo así. Pobre mamá, ese tumor ha sido el culpable de sus cambios de humor y su conducta alterada.
  • Podríamos hacer una comida familiar, como la cena del otro día con los tíos. Sería genial que nos juntáramos todos: tú, yo, Leo, Carol, papá y Jessy, para conocernos un poco mejor. Ahora hemos aumentado la familia – propone mirándome como si intentase averiguar que pienso realmente.
  • Supongo que estaría bien, aunque no sé si estoy preparada. Creo que sería mejor que aclarase algunas cosas con Leo, para poder recuperar la confianza que le estoy perdiendo. Necesito muchas explicaciones – sugiero, pensando que no sé si me apetece una comida familiar con gente que no conozco de nada, pero que forman parte de nuestra familia porque están con las personas que más quiero. Demasiadas emociones juntas en poco tiempo.
  • Claro, tienes razón, si quieres te pondré en contacto con papá para que puedas retomar tu relación con él y ya quedaremos todos juntos más adelante – se conforma.

Carol nos trae unas berenjenas rellenas de shiitake, calabacín, cebolla y zanahoria, con pan rallado por encima y tostadas al grill. Huelen de maravilla, así que empezamos a comer, mientras David me pregunta:

  • ¿Qué vas a hacer con la información que hay en el pen que encontraste?
  • No lo sé, todavía. Creo que, primero, intentaré hablar con Leo, antes de decidir si se lo entrego a la policía – contesto, aunque no estoy muy segura de que sea lo que deseo hacer.
  • Piensa que eso es una prueba. ¿Y si Alma es la dueña del dedo? Tal vez todavía está viva, encerrada en algún lugar. ¿Has pensado que, si la policía tiene esta información quizás, puedes salvar su vida? – expone haciéndome sentir culpable.
  • Vale, esta noche hablaré con él – contesto agobiada.
  • Y luego me cuentas que te ha dicho – insiste.
  • De acuerdo – acepto, entretanto pienso que mi hermano no sabe la conversación que he mantenido con Cristina y que, si conociese esa verdad, seguramente, me obligaría a entregar el pen a la policía y a irme a vivir con él.

Una vez hemos acabado de comer el pastel de zanahoria y nos hemos bebido una infusión de té verde con menta, me disculpo con los dos, diciendo que debo volver al Estudio, porque los tíos tienen una entrevista con la psiquiatra del hospital. Carol me abraza fuerte mientras me dice al oído:

  • Me ha gustado mucho conocerte, espero que seamos buenas amigas.

Sonrío sin decir nada y salgo del restaurante, dispuesta a correr un poco para llegar cuanto antes al Estudio, donde espero poder estudiar esas fotografías e intentar averiguar algo más. Respiro profundamente y empiezo correr por el callejón esquivando un chico que va en bicicleta en dirección contraria, el cual casi me atropella.

A medida que me acerco al Estudio veo una persona esperando en la puerta, parece una mujer. Las fotografías del pen van a tener que esperar, porque ahora recuerdo que, a primera hora, teníamos anotado que Marta, la vecina del piso de arriba, vendría para hacerse unas fotos para renovarse el DNI. Espero que no esté mucho rato, puesto que a ella le encanta cotillear y por las tardes no tiene nada más que hacer. La saludo mientras abro la puerta y las luces:

  • Buenas tardes, Marta.
  • Buenas tardes, Raquel. ¿No está Cosme hoy? – pregunta.
  • No, tenía otra cita – respondo pensando que estará en el hospital.

Mientras preparo la pequeña estancia donde hacemos las fotografías de carné, ella se retoca en el espejo del cuarto de baño, hablando sin parar, contándome todos los chismes del vecindario, pero no dejo que me influya su larga habladuría y me concentro en hacer bien las fotografías. Solamente se calla cuando le digo que se quede quieta porque voy a hacer varias fotografías. Luego se las enseño en la pantalla de la cámara para que escoja la que le guste más.

Mientras se imprimen, vuelve a desahogarse, esta vez critica a su sobrina diciendo:

  • Jessy debe tener tu edad y se ha echado un novio que podría ser su padre, se llama Ramón, tiene dos hijos mayores y debe tener, por lo menos, cincuenta años. La verdad es que no sé que le puede encontrar una chica tan joven y guapa como ella a un viejo verde como él.

Sorprendida, intento que no me note que ese viejo verde del que habla seguramente es mi padre, que tiene una novia jovencita que se llama Jessy. Supongo que, si en el mundo hay unos 7.500 millones de personas, solamente interactuamos con unas cuantas y, aunque nos vayamos lejos, seguro que nos las encontraremos, mientras que los restantes millones de personas, nos pasarán desapercibidos.

Una vez impresas, cortadas y cobradas las fotografías, se las entrego con mí mejor sonrisa, intentando que no se me note que estoy estupefacta por toda esa información que me acaba de facilitar sin que yo se la pida y entonces añade:

  • Creo que eres muy guapa y agradable, pero eres poco habladora. Te falta dar un poco de conversación a las clientas para que se sientan más a gusto. Pero, claro, no se puede tener todo – concluye, tocándome la mejilla.
  • Gracias señora Marta, hasta la próxima – me despido acompañándola hasta la puerta y asegurándome de cerrar cuando ha salido.

Vuelvo hasta el portátil, introduzco de nuevo el pen, con la intención de analizar bien todas las fotografías. Abro la carpeta de María y contemplo detenidamente todas las imágenes, una por una. En una foto observo que tiene un moratón en el hombro, en otra en la pierna, en la siguiente foto, aparece un morado en el muslo, así pues, exploro más detenidamente las fotografías donde aparece casi desnuda. Se me pone la piel de gallina pensando que, seguramente, Tomás le pegaba.  Ahora entiendo la conversación de Leo, en la que le decía que se quedase en casa de sus padres, lo que me lleva a preguntarme: ¿dónde está Tomás?

Él no sale en ninguna fotografía, intento recordar su cara, pero no puedo y eso me agobia. Tal vez me he cruzado con él por la calle o me ha seguido y no me he enterado. Un escalofrío recorre mi cuerpo.

Abro la carpeta donde están mis fotografías para inspeccionarlas con esmero. Estoy segura de que, casi todas, están tiradas desde la ventana de su casa. No sé encontrar nada especial, simplemente están hechas sin mi consentimiento, nada más. Observo que las hizo en diferentes días y horas, por la ropa que llevo y porque en unas parece que es por la mañana, otras por la tarde, incluso algunas son por la noche. Sin embargo, siempre estoy sola, abriendo la puerta, yendo a correr, sentada en la tumbona del jardín, volviendo de tirar la basura.

Analizo las fotografías de Alma, esperando encontrar algún detalle que me hubiese pasado desapercibido. Miro bien su cara, por si me es familiar, aunque podría asegurar que no la conozco ni la he visto antes. Me detengo en dos fotografías concretas, en una observo que lleva los pendientes de corazones que me enseño la inspectora y en la otra observo que lleva las zapatillas que encontraron en la papelera. Bueno solamente encontraron una, eso querrá decir que la otra todavía la lleva puesta Me pregunto: ¿Quién tiró su zapatilla y los pendientes en la papelera? ¿Por qué los tiro si había la posibilidad de que alguien los encontraría? La miro fijamente a los ojos y le pregunto:

  • ¿Dónde estás, Alma? ¿Es tuyo el pulgar de la caja de música? ¿Quién te ha hecho esto y por qué?

Concentrada en todas estas preguntas sin respuestas, suena el timbre, levanto la vista y veo a papá, solo. Rápidamente, cierro las carpetas y ordeno al portátil que expulse el pen, para guardármelo en el bolsillo, mientras él se acerca lentamente, sonriendo tímidamente.

Con un nudo en la garganta, me abalanzo sobre él y nos fundimos en un fuerte abrazo, mientras me susurra al oído:

  • Lo siento mucho, pequeña. No sabes como te he echado de menos. Te quiero tanto.
  • Yo también te he echado de menos, papá. Perdóname, no tengo derecho a juzgarte. Te quiero mucho – contesto sin poder evitar que se me escapen las lágrimas.
  • Déjame mirarte bien, estás guapísima. Quiero que me cuentes todo lo que me he perdido – dice mirándome sin dejar de sonreír.
  • Bueno, mamá me obligo a dejar el bachillerato y tu hermano me ofreció un trabajo como ayudante suyo. Me está enseñando todos los secretos para ser una buena fotógrafa y me gusta mucho – explico contenta.
  • Me alegro mucho. Pero hay algo más, estás con alguien. Cuéntame como es – sigue diciendo.
  • Conocí a Leo en la fiesta de cumpleaños de Cris y cuando mamá se enteró me insultó y me gritó, quería obligarme a quedarme en casa con ella. Entonces, él me sugirió que fuese a su casa y desde entonces vivimos juntos – le cuento recordando.
  • Me gustaría presentarte a Jessy, estoy seguro de que llegareis a ser buenas amigas – indica.
  • ¿La tía de Jessy vive en este edificio? – pregunto decidida.
  • Sí ¿Cómo lo sabes? – investiga asombrado.
  • Hoy ha venido a hacerse unas fotos de carnet y me ha contado que su sobrina tenía un novio bastante más mayor que ella y he llegado a la conclusión de que me hablaba de tu novia – revelo divertida.
  • ¡Oye! ¿Por qué no vamos a comer juntos mañana y así os conocéis? – pregunta entusiasmado.
  • ¿Mañana? No sé, es que, con eso de mamá, además creo que mañana Cosme tiene que marcharse y yo tendré que estar aquí – me excuso.
  • Esta semana estoy de vacaciones. Desde que deje el trabajo del vivero, tengo más tiempo libre, ahora trabajo como guarda de seguridad en el banco y tengo mejores horarios. Pero, bueno, aunque estés muy ocupada, tendrás que comer, así que no tienes excusa – insiste convencido.
  • Sí, claro, supongo que tienes razón – claudico, aunque no estoy demasiado convencida.
  • Perfecto, no se hable más. Podríamos ir al restaurante de Carol, la novia de David. Tal vez él también podría apuntarse. Se lo diré – propone muy contento, aunque a mí me agobia un poco. Sin embargo, tal vez, sería mejor que viniese David, me parece que así sería más fácil para mí.

Suena el timbre, son Cosme y Lidia, que sonríen felices de vernos hablar animadamente.

  • Mira quien ha venido. Cómo me alegro de veros juntos de nuevo – dice Cosme.
  • ¿Cómo os ha ido con la psiquiatra? – pregunto interesada.
  • Bien, un poco denso, demasiadas preguntas, algunas demasiado delicadas. Temía responder algo que no fuese adecuado – contesta Lidia.
  • Hemos hablado con David y nos ha explicado que habíais tomado una decisión referente a tu madre. Solo quiero decirte que lo comprendemos y que aquí nos tenéis para lo que necesitéis – explica Cosme.
  • Supongo que es lo mejor para todos. ¿Te lo ha comentado, David? – le pregunto a papá.
  • Sí, me lo ha comentado. Estoy de acuerdo con vuestra decisión – responde papá.
  • ¿Vosotros todavía estáis casados o llegasteis a divorciaros? – pregunta Lidia.
  • No llegamos a divorciarnos, pero entiendo que todo lo que tiene mamá será para vosotros dos – explica poniéndose serio.
  • Pero el piso es tuyo y de mamá, supongo – indago curiosa.
  • El piso lo compro tu abuela y lo puso a nombre de mamá, por lo tanto, ahora será vuestro – informa papá.
  • Caramba, no tenía ni idea. Cuantos secretos se guardan en las familias – pienso en voz alta.
  • En fin, creo que por hoy ya es suficiente, así que vamos a cerrar, llego la hora de descansar. Por cierto, si quieres mañana por la mañana, puedes ir al hospital, pero por la tarde necesitaré que estés aquí, porque tengo que ir al Hotel donde tenemos la boda del sábado para ultimar los detalles con los novios. ¿Recuerdas, Raquel? – dice Cosme.
  • Si, recuerdo que tenemos una boda el sábado. Y también he visto que habías anotado la cita de mañana en la agenda. Si te parece bien, pasaré a primera hora por el hospital, aunque supongo que a media mañana ya estaré aquí – explico.
  • A mediodía iremos a comer al restaurante de Carol – informa papá – si queréis podéis apuntaros – sugiere.
  • Gracias, pero no podemos, porque Lidia trabaja hasta las tres y yo tengo que comer temprano porque he quedado a las tres y media con los novios y el hotel está a más de una hora de aquí. Otro día será – informa Cosme.

Suena de nuevo el timbre de la puerta y ahora entra Leo, sorprendido al ver tanta gente a última hora de la tarde. Me acerco y nos damos un beso en los labios, luego le presento a papá. Se miran fijamente, como desafiándose el uno al otro, luego se saludan con un afectuoso apretón de manos. Cosme propone:

  • Estaría bien que mañana pudieses comer con nosotros. También estará mi novia Jessy.
  • Lo siento, pero tengo una reunión al mediodía y seguramente acabará en una comida formal – responde Leo, entretanto noto una punzada en medio del pecho, porque, después de lo que me ha contado Cris, dudo de que sea verdad, aunque no sé qué decir para pillar sus mentidas.
  • De acuerdo, mañana nos encontramos los que podamos y más adelante ya organizaremos alguna barbacoa donde podamos estar todos juntos, ¿Os parece bien? – plantea Cosme sonriendo.

Salimos juntos a la calle y nos despedimos. Mientras vamos hacia el aparcamiento me concentro pensando de qué manera puedo enfocar el tema del pen para que Leo me explique todo lo que sabe, sin embargo, tengo miedo de enfrentarme a él, sobre todo ahora que he averiguado que nunca me ha contado la verdad.

Siento que en mi cabeza tengo un entresijo de hilos de colores que se cruzan entre sí, formando nudos de diferentes medidas y formas, los cuales debo desenredar, pacientemente, para poder conocer todo lo que Leo me esconde y que, seguramente, tiene alguna conexión con el pulgar en la caja de música, las fotografías del pen y mi vida junto a él.

(Continuará)

Lois Sans

12/03/2019

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.