- Pasado, presente y futuro.
Obedeciendo a la petición de la inspectora para interrogarme, me levanto con un ligero temblor en las piernas. Menos mal que ellos también se levantan y siento un gran alivio cuando escucho a mi hermano decir:
- Nos gustaría estar presentes en el interrogatorio, porque, aunque mi hermana ya es mayor de edad, pensamos que es muy joven y, actualmente, está pasando por un momento muy difícil.
- De acuerdo, no hay ningún problema, pueden estar presentes. La doctora Vergara nos dejará su despacho – contesta la Inspectora.
Nos dirigimos hacia el ascensor y, una vez dentro, me siento incomoda, no sé dónde mirar, así que decido bajar la mirada hacia los pies, que me permite observar disimuladamente a cada uno. Mi hermano que, seguramente debe estar tan incomodo como yo, mira hacia los botones. El tío Cosme, sin embargo, mira descaradamente, a los policías, repasándolos sin compasión. La inspectora está absorta, manipulando su móvil y su compañero está entretenido escribiendo en una libreta.
Cuando se abren las puertas del ascensor nos encontramos a la psiquiatra esperando, nos saluda y nos acompaña hasta su despacho.
La inspectora se sienta en la silla que habitualmente ocupa la doctora, el oficial coge una silla y se sienta a su lado con la libreta encima de la mesa, dispuesto a tomar notas, supongo.
Faltan dos sillas, así que la doctora, con la ayuda de un enfermero, traen un par de sillas y, una vez estamos todos sentados, discretamente, salen del despacho cerrando la puerta tras de sí.
- Mire Raquel ¿reconoce esta zapatilla de deporte? – me pregunta enseñándome una fotografía en su móvil.
- Se parece a las que llevo normalmente, aunque yo no tengo ninguna de ese color rosa – contesto echando una mirada a mis pies.
- ¿Qué número usa? – continúa preguntando.
- Treinta y ocho – respondo sin dudar.
- Bien, es un treinta y nueve. La hemos encontrado en la papelera que hay al final de la calle, entre el banco y la farola. Estaba envuelta en papel de periódico, una hoja de La Vanguardia de la semana pasada. ¿Le suena ver que lo llevase alguna vecina? – acaba preguntando.
- No me suena, aunque no conozco demasiado a los vecinos. Bueno, a Víctor sí, porque vive al lado y siempre está en la calle con su perra Nuca o viene a menudo de visita – explico mirando el móvil.
- En el interior de la zapatilla hemos encontrado esto – dice mostrándome otra fotografía en la que se ve un pendiente blanco, en forma de corazón.
- No es mío y no recuerdo haberlo visto nunca – contesto mientras lo observo detenidamente.
- ¿Conoce a los vecinos que viven al otro lado de su casa, en la esquina? – sigue preguntando.
- No mucho. Sé que hay una pareja joven. Tienen un gato persa, muy grande, de color negro, que siempre está en el jardín. No he coincidido demasiado con ellos, porque siempre están trabajando y los fines de semana no están casi nunca – explico mientras intento recordar como son físicamente.
- Son Tomás y María. Al gato, parece ser, que le llaman Gordo. ¿Cree que estos objetos pueden pertenecer a María? – sigue interrogando.
- Si, es posible – digo sin pensar, mientras intento recordar cuando fue la última vez que los vi.
- ¿Cuánto tiempo hace que vive en esa casa? – continúa indagando.
- Unos seis meses, más o menos – respondo un poco cansada de tanto interrogatorio.
- ¿Cuánto tiempo hace que conoce a Leonardo Gallego? – prosigue.
- Unos seis meses – aseguro.
- Bien, dejaremos el interrogatorio, por ahora, pero, sobre todo, si recuerda algo más no dude en llamarme, sea la hora que sea. Aquí le dejo de nuevo mi tarjeta – dice acercándomela por encima de la mesa, rozándome en la mano, justo en el momento que voy a cogerla.
- A parte del zapato y el pendiente ¿han encontrado algo más? – me atrevo a preguntar.
- Debajo de la papelera había unas gotas de sangre. Las están analizando en nuestro laboratorio. Nos está costando que los vecinos colaboren con la policía y eso nos da la impresión de que tienen algo que tienen algo que esconder. Aunque al final, acabaremos averiguándolo todo – contesta con un esbozo de sonrisa, que más bien parece una mueca.
- Yo no he escondido nada, inspectora – afirmo un poco incomoda.
- ¿Cuántos años tiene, Raquel? – pregunta con una sonrisa.
- Diecinueve – contesto sin entender qué tiene que ver la edad.
- Realmente es usted muy joven y también inocente. Le daré un consejo: no se fie de nadie y, sobre todo, mantenga los ojos bien abiertos y observe a su alrededor.
- Gracias, inspectora, así lo haré – murmuro tocándome el bolsillo donde tengo guardado el pendrive, lo que me hace pensar que, seguramente, tiene razón en que todos tienen algo que esconder, incluso yo.
- Seguiremos en contacto. Hasta luego – dice levantándose de la silla al mismo tiempo que su compañero.
Mientras ellos salen de la habitación nosotros tres nos quedamos sentados, cada uno metido en sus pensamientos. Al cabo de unos pocos minutos, entra la doctora diciendo:
- Raquel ¿qué te parece si seguimos con el cuestionario?
Suelto un suspiro mientras asombrada me escucho decir:
- Vale, pero con la condición de que ellos se queden conmigo.
- De acuerdo. He estado hablando con la inspectora y comprendo que, actualmente, estas sometida a mucha presión. No te preocupes, cuando te sientas cansada, me lo dices y lo dejamos para mañana – propone la doctora.
- Adelante doctora – me animo a decir, esperando que el interrogatorio no sea tan intenso como el de la mañana.
- Me decías que la hermana de tu madre se suicidó. ¿Cómo vivisteis los miembros de la familia este suceso? – pregunta mientras repasa lo que ha escrito en el ordenador.
- Fue muy duro, mamá cada vez estaba más nerviosa y deprimida. Pasaba de estar exaltada a no importarle nada en un segundo. Nunca sabíamos cómo reaccionaría ante nada y eso nos afectaba a todos, porque no sabíamos que hacer para ayudarla. – contesto mirando a David como pidiendo su conformidad.
- ¿Cómo reaccionó su marido, es decir tu tío? – sigue preguntando.
- Cuando nos llamó contándonos que la había encontrado colgada en el garaje parecía muy afectado y el día del entierro se le veía abatido, pensamos que le costaría mucho recuperarse, sin embargo, al cabo de un mes nos llamó para decirnos que había vendido la vivienda y que se marchaba a Perpiñán, donde le habían ofrecido un trabajo en un hotel. Luego nos enteramos de que se había ido con una francesa, con la que hacía tiempo mantenía una relación – respondo sintiéndome disgustada y enfadada a la vez
- ¿Y tu madre? ¿Qué dijo ante esta situación? – pregunta mirándome con sus penetrantes ojos verdes.
- Cuando se enteró mamá le llamó al móvil y le gritó todos los insultos que pudo hasta que él interrumpió la comunicación. Luego se echó a llorar y, aunque papá intentó consolarla, ella no se dejaba ayudar – explico esquivando su mirada.
- ¿Qué paso cuando tu padre le dijo que quería separarse de ella? – continúa interrogando, aunque a mí me da la impresión de que mete el dedo en la llaga.
- Una tarde, cuando llegué del instituto, me encontré a papá haciendo las maletas y llenando cajas con sus pertenencias, mientras mi madre le insultaba, incluso le tiraba objetos, estaba rabiosa. Les observé a una distancia prudencial, sin decir nada, hasta que llegó David. Él se enfrentó a los dos preguntándoles qué ocurría y entonces mamá gritó: “explícales a tus hijos que nos abandonas, que te vas con una chica que podría ser tu hija, cuéntaselo, atrévete, malnacido”. Papá no dijo nada, siguió preparando sus cosas y, cuando lo tuvo todo recogido, se acercó a nosotros y nos explicó que ya no podía más, que no la soportaba, que lo sentía mucho por nosotros y que esperaba que algún día lo comprendiéramos y que deseaba que mantuviésemos el contacto – explico, advirtiendo como me invade una enorme tristeza.
- ¿Qué paso cuando David se marchó de casa? – consulta mirándonos a los dos alternativamente.
- Eso fue lo peor que me pudo pasar, ya que mientras estuvimos juntos nos repartíamos las tareas y los berrinches de mamá. Cuando nos quedamos solas nuestra relación empeoró, creo que enloqueció un poco más. Me obligo a dejar los estudios, a buscar trabajo y me utilizó como su criada, gritándome por todo. Criticando todo lo que hacía, además quería que permaneciera encerrada en casa, con ella y solamente me dejaba salir para ir a trabajar o a comprar – explico con lágrimas en los ojos, porque ya no puedo más.
David se levanta y tira de mí, abrazándome y acariciándome la espalda, mientras me dice lo mucho que siente haberme dejado sola. La doctora decide que ya hay suficiente por hoy. Nos avisa de que mañana seguirá con el tío Cosme y, si puede ser, con su mujer Lidia.
Una vez nos hemos despedido de la doctora vamos a la habitación de mamá y en la puerta encontramos a Leo esperándome. Nos miramos y nos fundimos en un reconfortante abrazo. Dejo que me envuelva su particular aroma, sexy y fresco a la vez.
Saluda a mi tío, con quien han coincidido en varias ocasiones, ya que cada día viene a buscarme al Estudio y luego le presento a mi hermano, a quien todavía no conoce.
Entramos en la habitación, donde todo sigue igual y nos ponemos a hablar los cuatro animadamente. Me siento feliz viendo que David y Leo tienen muchas cosas en común, incluso se cuentan chistes y se ríen con un punto de complicidad. Cosme también entra en el juego, mientras les observo divertida.
Mientras estamos charlando animadamente llega Lidia, la mujer de Cosme y, entre todos, le hacemos un resumen de todo lo que ha sucedido, tanto en nuestra casa como en lo referente a mamá.
Mientras Lidia nos da su opinión, entra una enfermera diciendo:
- Bueno, ya es hora de que se retiren y dejen descansar a Emilia.
- Pensaba que alguno de nosotros debía quedarse a hacerle compañía por la noche – dice David.
- No hace falta, el equipo de enfermería nos ocuparemos de ella, dándole su medicación y controlando sus constantes vitales. Si surge algún contratiempo o cambio les avisaremos. ¿Nos han dejado un teléfono de localización? – pregunta la enfermera.
- Si, tienen mi móvil – responde mi hermano.
- Entonces, no hay más que decir, despídanse de ella hasta mañana – sigue ella mientras empieza a controlar los diferentes aparatos.
Me acerco y le beso en la mejilla, dándole un pequeño achuchón como los que me daba ella cuando era pequeña y no puedo evitar que se me escapen un par de lágrimas. Cuando me levanto, Leo me abraza y me susurra al oído:
- Tranquila, preciosa, yo cuidaré de ti.
Cuando todos se han despedido, salimos de la habitación en silencio y bajamos en el ascensor. En la calle ha empezado a oscurecer, se han encendido las farolas y en el cielo han aparecido unos nubarrones colorados.
Pienso que es como si hubiese perdido un día de mi vida, metida en este hospital, hablando sobre mi pasado y mi presente, a la expectativa de un futuro incierto. Mientras doy vueltas a esa idea oigo a Lidia que propone:
- ¿Qué os parece si vamos a ese restaurante que hay al otro lado de la calle y cenamos juntos?
Me alegra observar que todos estamos de acuerdo, así pues, cruzamos la calle y entramos en el restaurante, dispuestos a cenar en buena compañía. Y aunque al principio me ha parecido que no tengo hambre, un agradable aroma a sopa y especias consigue que cambie de opinión. Nos sentamos en una mesa redonda y me siento afortunada de disfrutar de tan buena compañía, por lo que pienso que, algunas veces, las situaciones desagradables, nos traen buenos momentos.
Distraída con mis pensamientos, me sobresalto al escuchar el timbre del móvil de Leo, que está sonando insistentemente. Se levanta rápidamente y se disculpa mientras le escucho preguntar:
- ¿Qué ocurre?
Cuando le veo salir a la calle siento la necesidad de averiguar con quién está hablando, así que me levanto y me dirijo hacia fuera, mientras doy vueltas a lo que me ha explicado la inspectora sobre los vecinos del lado, Tomás y María. Ahora recuerdo que la noche de niebla, mientras Leo estaba en el baño, una persona llamada María lo llamó al móvil. Y, aunque él me aseguró que se trataba de su hermana, tal vez podría ser la vecina que, en definitiva, no sé qué relación tienen.
En la calle ha caído la noche y una fina lluvia está mojando el suelo. Veo a Leo apoyado en la farola de la acera de enfrente. Me acerco sigilosamente, esperando que no me vea, intentando oír su conversación, aunque solo consigo escuchar una despedida corta y formal. Observo que tiene una expresión asustada, como si le hubiesen dado una mala noticia. Al verme se mete el móvil en el bolsillo e intenta disimular mostrándome su agradable sonrisa. Me coge del brazo mientras me susurra al oído:
- Todo va bien, algunos pequeños problemillas, nada importante que no se pueda solucionar.
Entramos de nuevo en el restaurante y nos sentamos. Él actúa como si no hubiese pasado nada, habla animadamente con mi tío, le hace bromas a mi hermano y le cuenta anécdotas a mi tía. Mientras tanto yo me quedo pensativa, dando vueltas a todo lo que me está sucediendo, segura de que será transcendental, porque parece ser que todo está conectado, la caja de música, la noche de niebla, María, los objetos de la papelera y, seguramente, el pendrive.
(Continuará)
Lois Sans
19/02/2019