EL TEMPLO DE LOS SENTIDOS – 3

La magia del primer amor

consiste en nuestra ignorancia

sobre que pueda tener fin.

(Benjamín Disraeli)

CAPITULO 3: En metro

Ana

Bajo las escaleras del metro corriendo, esperando no llegar tarde, porque, aunque sé que antes de cinco minutos parará otro convoy, he estado esperando impaciente toda la semana para coincidir, a las 8:30, con mi admirador secreto. Sin embargo, solo logro reconocer unas manos suaves que me acarician sutilmente unos pocos minutos.

Me gustaría saber quién es, pero a esa hora hay tanta gente que no he podido verle, solamente le siento muy cerca. Aprovecha que estamos muy apretados para rozarme con la punta de los dedos, logrando que me estremezca.

Recuerdo el primer día en que noté que alguien me rozaba el culo por encima de los pantalones, me sobresalté, intenté girarme para ver quién era, pero no logré descifrar de quién se trataba. Quería coger su mano, pero gustaba tanto su mano moviéndose suavemente sobre mi culo, que dejé que siguiese. Tres paradas más adelante, desapareció y, aunque lo esperé cada día a la misma hora, hasta el siguiente jueves no volvió.

Así pues, estoy toda la semana soñando con él y cada jueves me visto con faldas o vestidos cortos, para facilitar su labor.  Hoy le tengo reservada una sorpresa agradable, me he puesto la falda corta de volantes y no llevo ropa interior.

Hasta ahora no he tenido experiencia con chicos, solamente me han besado una vez, fue Tomás, que era tan inexperto como yo y, tal vez por eso, no me gusto demasiado que me metiese la lengua hasta la campanilla. He decidido que la próxima vez que me besen ha de ser con alguien especial, que me guste mucho.

Sobre todo, el día en que pierda mi virginidad, deberá ser con un chico del que esté enamorada, en un ambiente especial para recordarlo como uno de los mejores días de mi vida.  No me importaría que el chico del metro fuese el primero en besarme, desde luego, ha sido el único al que le he dejado que acariciase las partes más íntimas de mi cuerpo.  

Soy la única de mis amigas que todavía no lo he hecho, porque tanto Sara como Aida ya se han estrenado. Sara lo hizo con un primo diez años mayor. Fue un fin de semana que sus padres fueron a Londres por trabajo y ella se quedó en casa de su tía Lorena y su primo Fran. Mientras la tía dormía en el sofá, Fran entró en su habitación desnudo, se metió en su cama y la acarició hasta que se la metió, luego empezó a moverse hasta que él se corrió.

Aida, en cambio, se estrenó con Ricardo, un compañero de clase muy guapo, aunque se lo tiene bastante creído. Dice que la llevó a su casa, se bañaron desnudos en el jacuzzi de sus padres y luego la cogió en brazos, la depositó suavemente en la enorme cama de sus padres y la trató como una princesa. Besó y acarició todo su cuerpo y, cuando le pareció que estaba preparada, la desvirgó.

Aida estaba loca por él, le pidió una relación estable, incluso lo invitó a su casa, sin embargo, él se fue alejando de ella hasta que cortaron. Aida lo pasó muy mal, estuvo deprimida mucho tiempo, mientras que él ha cambiado mucho, ahora se hace llamar Ricky y sale con una “choni” que ni siquiera va al instituto, Jessy creo que se llama.  

Llego al andén justo a tiempo, la estación está a reventar y no tengo más remedio que esquivar a los demás pasajeros para poder ponerme en primera fila, cuando se abren las puertas de los vagones. Me cuelo entre la multitud, para subir la primera y me pongo en el rincón de siempre, espero que me vea y pueda colocarse a mi lado. Observo todas las caras buscando a mi príncipe azul, lo imagino con el pelo rubio como el sol, ojos verdes y una sonrisa permanente.

Justo cuando se cierran las puertas noto una mano subiendo lentamente por el muslo, miro a los lados, pero no sé a quién pertenece, entretanto la mano me acaricia suavemente el culo, con la yema del dedo roza mis labios húmedos, se entretiene unos segundos en el clítoris regalándome un orgasmo, que intento disimular. Agarro su mano, es pequeña, parece ruda, intento retenerla, sin embargo, logra escabullirse. El vagón se ha parado, ya han pasado las tres paradas, se vacía un poco. Miro a todos lados buscando ese chico que me hace feliz cada semana. No entiendo como lo hace para estar a mi lado y de repente, desaparecer.

Me quedo soñando, intentando imaginar su bonita sonrisa, soñando que vamos juntos por la calle, cogidos de la mano. No sé si es rubio o moreno, en realidad, no me importa su aspecto porque me he enamorado de su ternura. Y, aunque me gustaría poder verle, tendré que esperar toda una semana para volverle a encontrar y la próxima vez, haré lo posible para retener su mano.

Carlota

Me gustaría ser valiente para decirle que la amo, que estoy enamorada de su cara de niña, sus ojos color avellana y el pelo recogido en una coleta alta con algunos mechones rizados que escapan de la goma rosa. Sin embargo, no me atrevo, quizás pensaría que estoy loca y se asustaría. De momento, solo puedo disfrutar del momento, colocarme a su lado, lo más cerca posible y, aprovechando la aglomeración de la hora punta, acariciar delicadamente, su piel tersa y suave.

No sé cómo me atreví con todo esto, tal vez porque no he tenido suerte con los hombres. Mi experiencia con el sexo ha sido tan nefasta que he llegado a odiarlos a todos. Recuerdo la primera vez, fue con Edu, un vecino y amigo de la infancia, siempre habíamos jugado juntos. Yo tenía doce años y él dieciséis, nos quedamos solos en su casa, me propuso jugar a hospitales, él sería el médico y yo la paciente. Me ordenó que me quitase la ropa y, aunque yo no quería y me moría de vergüenza, me convenció para que me quedase desnuda ante él. Mientras intentaba cubrirme con las manos, él me miraba babeando, asustándome, hasta que me hizo estirar encima de la cama y me besó, retorciendo su larga lengua en mi boca. Luego besó mis pequeños pechos, que justo empezaban a despuntar mientras yo le pedía, llorando, que me dejase, que eso no estaba bien, sin embargo, continuó besando mi cuerpo hasta el ombligo para llegar a esa parte de mí que yo todavía no conocía. Entonces fue cuando murmuró que no quería dejarme embarazada, me obligó a ponerme a cuatro patas y me penetró sin ninguna delicadeza, el dolor que sentí fue tan grande que me desmayé.

Me desperté oliendo a desinfectante, me había curado las heridas y estaba limpiando las manchas de sangre de la colcha, me besó tiernamente en los labios y después me amenazó:

  • Este es nuestro pequeño secreto, no puedes contárselo a nadie, porque si lo haces lo desmentiré. Es más, diré que tú me provocaste, que eres una chica fácil.

Mi dolor físico duró varios días, pero el daño que me hizo en el alma, este dolor todavía no he logrado curarlo. Confiaba en él, creía que era mi amigo y abusó de mí en una tierna edad en la que ni siquiera conocía el verdadero significado de la palabra sexo.

Aunque me invitó de nuevo a su casa, jamás volví y cuando él venía a la mía, procuraba que mamá siempre estuviese presente. Jamás volví a quedarme a solas con él.

Debido a que una horrible enfermedad se llevó a papá cuando yo tenía seis años, mamá trabajó como criada en una casa de nuevos ricos y, aunque no le pagaban demasiado, teníamos suficiente para las dos.

Un día llegó a casa con un hombre, se llamaba Rafa, era pequeño y delgado, con el pelo rizado y una larga barba, parece ser que era primo lejano de la señora donde estaba trabajando.

Al principio venía algún domingo a comer, más adelante se quedó alguna noche a cenar y, poco a poco, se fue introduciendo en nuestras vidas. Solía traer comida y vino blanco.

Se portaba muy bien con mamá, siempre pendiente de ella, le regalaba flores, la ayudaba en casa y conmigo teníamos una relación como si fuese un colega.

Cuando cumplí los quince me regaló un televisor portátil para mi habitación, me sentía feliz porque mamá estaba contenta y parecíamos una familia normal.

Como que era encargado en una fábrica, así que utilizó su influencia y consiguió un trabajo para mamá en una cadena de montaje, bajo sus órdenes, con mejor sueldo y horario, mientras soñaba con que, si me esforzaba, algún día, podría ir a la Universidad.

Mis sueños se truncaron una tarde que mamá fue a un entierro, yo estaba en mi habitación cuando, de repente, se abrió la puerta y ahí estaba Rafa, borracho y desnudo, diciéndome:

  • Mira que regalo tengo para ti. Ya es hora de que te conviertas en una mujer.

Le miré aterrorizada, recordé a Edu y vi en él la misma mirada, temblando conseguí rogarle:

  • Por favor, no me hagas daño. Si te marchas ahora no le diré nada a mamá.

Se acercó y me abofeteó haciéndome sangrar por la nariz, mientras me tiraba encima de la cama y me ataba a la cabecera con unos cordones. Se sentó encima de mí, luego me desnudó, entretanto yo gritaba y lloraba hasta que me tapó la boca con un pañuelo.

Con un insoportable tufo a vino me sobó y babeó encima de mis pechos, luego metió su mano entre mis piernas tocando mi sexo sin ningún tipo de afecto hasta que introdujo su miembro hasta el fondo de mi ser, desvirgándome el cuerpo y el alma.

Después se estiró a mi lado satisfecho, se durmió, incluso roncó. No sé cuánto tiempo estuvimos así, solo sé que se hizo eterno. Cuando despertó me miró, supongo que vio el miedo en mis ojos porque emitió algo parecido a una disculpa diciendo:

  • Lo siento, no quería asustarte. Bueno, ahora ya no hay vuelta atrás, no puedes contarle esto a tu madre ni a nadie. Así que procura no abrir esa boquita tan bonita que tienes, porque lo desmentiré, tu madre seguro que me creerá a mí y yo te dejaré como una fresca.

De nuevo, necesité varios días para recuperarme físicamente, aunque no he logrado olvidarlo ni perdonarlo. Le dije a mamá que estaba enferma, que me dolía la tripa. Cuando pude llamé a la tía Aurora, hermana de papá, que vivía en la ciudad, lejos de ese pueblo que tanto odiaba. Le pedí que me buscase un trabajo y que me dejase quedar en su casa una temporada, hasta que pudiese buscarme un lugar decente donde vivir.

Luego me tocó mentir a mamá diciéndole que la tía Aurora me había pedido que fuese a vivir con ella una temporada. Al principio no quería, pero logré convencerla diciéndole que era hermana de papá y estaba sola y en la ciudad tendría más oportunidades para poder estudiar.

Aurora trabajaba en una panadería y consiguió que me contratasen a tiempo parcial para que pudiese terminar con los estudios primarios. Mamá nos ha visitado en varias ocasiones y siempre le hemos hecho creer que he estudiado enfermería y trabajo en una clínica. Siempre he vivido con ella, en su casa, hasta hace unos seis meses que murió en un accidente de coche y he heredado su vivienda.

Ya llega mi niña, corriendo, como siempre, con los ojos brillantes, sonriendo, con la coleta moviéndose de un lado para otro. Observo donde se coloca y me acerco disimuladamente, mientras ella mira descaradamente a su alrededor, buscando a la persona que la acaricia cada jueves. Seguramente se habrá imaginado que es un chico de su edad, seguramente ella no sabe que, a su edad, los chicos no son tan delicados.

Cuando entra en el vagón me pego a ella, puedo oler su aroma a rocío recién caído, disimulo mirando hacia otro lado mientras paso la yema del índice por su muslo subiendo lentamente, encontrándome con una agradable sorpresa, no lleva ropa interior. Aprovecho para acariciarla suavemente hasta que noto sus jugos mojándome la mano.

Lástima que llegamos a mi parada, he de bajarme, me hago paso entre la gente y la miro por última vez, con una sonrisa de felicidad y un brillo en los ojos que recordaré toda la semana hasta el próximo jueves. Mientras bajo del vagón huelo mis dedos, que han estado en contacto con su cuerpo y que desprenden un aroma especial, de su néctar más íntimo.

(Continuará)

Lois Sans

30/12/2020

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