Capítulo 2 – Confesiones
Seguramente me inyectan calmantes, por eso no siento dolor y paso muchas horas dormida. Parece ser que me despierto con el aroma de los perfumes que llevan las personas que me visitan, como ahora que me envuelve el agradable aroma de la colonia infantil de Sara, a la cual no he oído entrar, aunque puedo escuchar su suave respiración. Me imagino a una chica joven, guapa, mirándome desde los pies de la cama hasta que escucho sus pasos suaves que se acercan, se sienta en la cama, a mi lado y, con voz serena empieza a hablar:
- Buenos días. ¿Cómo has pasado la noche? Me gustaría que pudieses contestarme, sobre todo hoy que he venido para compartir una confidencia contigo. Estoy muy contenta porque ayer por la tarde, cuando acabamos el turno, Iván me invitó a merendar, le dije que sí intentando no parecer demasiado interesada. Tuve suerte de que Ruth hubiese quedado con Alfonso, de lo contrario, seguramente se hubiese acoplado. Me llevó al Tres por Tres, esa cafetería pija que tiene las mesas y sillas de colores, la que está cerca de la estación, no sé si la conoces. Nos sentamos en una mesa pintada en color azul, la que está situada al lado de la terraza y pedimos un chocolate caliente con galletas. Mientras esperábamos la merienda me cogió las manos y las acarició suavemente al tiempo que me explicaba una anécdota que le había pasado con uno de sus compañeros de piso. Yo estaba embobada mirando fijamente sus ojos marrones que cambian a verde cuando le da el sol y no prestaba demasiada atención en lo que me estaba contando, así que, cuando él se echó a reír, supuse que había acabado la historia y me reí con él. Involuntariamente, moví la cabeza y un mechón rebelde se soltó de mi coleta invadiéndome la cara, entonces, dejó una de mis manos, apartó el mechón y, cogiéndome suavemente la cabeza nos besamos en la boca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, haciéndome estremecer, deseando que este momento no terminase nunca. Entonces, llegó la camarera con la bandeja, interrumpiendo ese dulce instante. Merendamos explicándonos situaciones divertidas con compañeros, amigos o familiares, riéndonos de todo, confiándonos pequeños secretos de nuestra infancia, logrando que me sintiese el ser más feliz de este mundo. De repente, sonó su móvil, me pidió disculpas diciendo que era un colega con el que había quedado para cenar. Aunque se acabó la magia del momento, seguimos hablando de nosotros, nuestras aficiones, aspiraciones, en fin, lo que nos define como personas. Pues resulta que tenemos más cosas en común de las que habíamos imaginado. Cuando acabamos el chocolate, se disculpó diciendo que debía marcharse, porque su colega lo estaba esperando, pagó la merienda y nos despedimos con dos cálidos besos en las mejillas.
Se queda en silencio un buen rato hasta que, de repente, se levanta, camina de un lado para otro, roza mi mano con la yema de su dedo y se vuelve a sentar diciendo:
- Te preguntarás porque tanto misterio, no parece nada extraño, dos compañeros que se están conociendo, sin embargo, tengo miedo a enamorarme perdidamente de él, porque no sé si él siente lo mismo o solo quiere ligar conmigo, como ha hecho hasta ahora. No puedo preguntarle a Ruth, porque, como ya sabes, se han liado varias veces. Y yo sigo queriendo que mi primera vez sea especial, con alguien de quién esté enamorada, pero cuando pienso en él se me pone una sonrisa boba en la boca y siento un hormigueo en la tripa, lo que me asusta mucho.
Se levanta deprisa, me toca en el brazo y dice apresuradamente:
- Es tarde, tengo que irme. Volveré luego con la doctora.
Mientras pienso en lo que me ha contado Sara, noto e inconfundible aroma a almizcle que delata que Iván está en la habitación. Si hubiese venido unos minutos antes se habrían encontrado. Noto su presencia a mi lado, lo imagino de pie, estudiando el historial médico hasta que, de repente, empieza a hablar:
- Bueno días Esperanza. No sé si me estás escuchando, pero si puedes oírme quiero animarte a que hagas un esfuerzo intentando despertar. No debes preocuparte por nada porque estoy a tu lado para ayudarte a recuperar la vida que tenías antes del accidente o lo que fuese que te dejó en este estado. Se te ve una chica sana y muy guapa, aunque ahora estás un poco pálida. Ahora debo marcharme, pero volveré dentro de un momento con el resto del grupo.
Escucho sus pasos rápidos que salen de la habitación, ojalá me ayude a recuperar mi vida, porque alguien comentó que, si logro despertar del coma es posible que no recuerde nada, incluso puede ser que no sepa caminar, hablar o controlar los esfínteres, lo cual me atemoriza mucho, llegando a pensar que tal vez es mejor que me quede como estoy.
Alguien ha abierto la puerta y escucho un rumor de voces con sus correspondientes aromas a almizcle, violetas, cítricos y colonia de bebé, por lo que deduzco que llega la doctora con sus alumnos. Me los imagino alrededor de la cama y juego a ponerles cara según su perfume hasta que suena la potente voz de la doctora preguntando:
- ¿Hay novedades, Iván?
- Bien, tiene las constantes vitales normales para su situación. Las quemaduras de las plantas de los pies están casi curadas. Solo falta que despierte del coma para poder evaluar los daños en el cerebro – explica él.
- De acuerdo. Alguna propuesta – dice la doctora.
- Podríamos hacerle una Electroencefalografía para determinar si se muestra alguna actividad en el cerebro – propone Iván.
- Aunque se sometió a un TAC cuando ingresó, puede ser interesante un EEG para descartar una muerte cerebral, teniendo en cuenta que cuanto más tiempo pase en coma más difícil será volver a la normalidad – afirma la mujer.
- De acuerdo, me ocuparé de ordenar el EEG cuanto antes – confirma Iván.
- Bien, entonces sigamos. Ahora iremos a la habitación trescientos veinte – ordena la doctora.
Escucho como se alejan charlando en voz baja y, ahora que me he vuelto a quedar sola, aprovecho para repasar todo lo que han dicho haciendo un intenso esfuerzo por recordar todo lo que he escuchado, intentando recordar quién soy y cómo he llegado a esta situación.
Mientras pongo en orden mis pensamientos percibo un suave perfume a rosas que delata a la enfermera que vigila mis constantes vitales, por lo que intento recordar su historia, convencida de que seguirá contándome sus desventuras. Me pone el termómetro murmurando:
- Hola, estoy aquí de nuevo para controlar que todo siga conforme dentro de tu retiro.
Silencio, pita el termómetro, empieza a sollozar, se suena, entre suspiros logra explicar:
- Ahora sí que mi matrimonio se ha acabado. Ayer hablé con Mateo, le puse entre la espada y la pared, al final confesó que lleva casi un año encontrándose con Rocío. Admitió que está loco por ella, aunque asegura que me tiene mucho cariño, pero nada más. Luego me soltó que del amor al odio hay un solo paso, por lo que asegura que si sigue conmigo ese cariño podría transformarse en tirria.
Solloza más fuerte, le cuesta respirar, vuelve a sonarse y consigue decir:
- Encima me reprocha que no le haya dado ningún hijo y eso me supera, porque hace algunos años sentí que era el momento apropiado y se lo propuse, sin embargo, contestó que no se sentía preparado. Más adelante estuvo flirteando con otras, por lo que no tenía tiempo para tener un hijo conmigo.
Me da mucha pena escuchar como llora desconsoladamente por un impresentable que no se la merece y aunque me esfuerzo en abrir la boca, no lo consigo. Suspira largamente y, cuando puede, sigue desahogándose, diciendo:
- Y lo que se me ha sentado peor ha sido cuando me ha confesado que Rocío está embarazada, porque, cachondeándose, ha puntualizado: – Deberías estar feliz ahora que vas a ser la tía Carmen – y esas palabras se me han clavado al corazón como si me hubiese apuñalado. Solo puedo reconocer que no sabré vivir sin él.
Me controla la tensión mientras sigue explicando:
- Hoy me ha llamado Rocío, pero no he contestado. No quiero hablar con ella. La odio por mentirme, por decirme que Mateo es un impresentable y luego follar con él, por haberse quedado embarazada, porque yo quería tener un hijo y ella me lo ha robado.
Sigue llorando mientras anota los datos en el historial, luego se sienta a mi lado diciendo:
- La vida es una mierda, ojalá estuviese en tú lugar, al menos tú no sufres.
Se levanta y se marcha llorando, a toda prisa, dejándome preocupada. Al cabo de un tiempo impreciso para mí se abre la puerta, escucho el ruido del carrito de la limpieza envuelto en un fuerte olor a café y tabaco, mientras escucho la voz de Andrea que pregunta:
- A ver, Juani, ahora que estamos solas, cuéntame lo que ha pasado con Sebas. ¿Te ha pegado? ¿Por qué tienes un ojo morado? No me digas que le explicaste lo de Toni.
- Ay, Andrea – responde suspirando profundamente – se me ocurrió quejarme porque no me ayuda en casa, le dije que siempre está sentado en el sillón bebiendo cerveza y, de repente, se levantó gritando que gracias a él sobrevivimos, que se pasa el día trabajando y que no le valoro. A mí se me sentó muy mal y le contesté que yo también trabajo muchas horas, limpiando la mierda que otros dejan. Discutimos echándonos en cara todo lo que no soportamos el uno del otro y entonces me envalentoné y le expliqué que hay quien me valora más que él. Se le sentó muy mal y me contestó que no me atreviese a ponerle los cuernos con nadie, jamás, recalcó al tiempo que me abofeteaba golpeándome con el anillo al lado del ojo. Me dejé caer al suelo, haciéndome la víctima, pensando que se arrepentiría y me pediría perdón, sin embargo, empezó a patearme, insultándome, gritándome mientras yo, muerta de miedo, intentaba cubrirme la cara con las manos.
- Cuanto lo siento, Juani. Ven, déjame que te abrace. ¿Y cómo lograste deshacerte de él? ¿Te llevó al hospital? – comentó la joven.
- Que va, cuando se cansó de darme patadas se marchó dando un portazo, dejándome tirada en el suelo – sigue explicando la pobre mujer – entonces me levanté como puede y llamé a Toni. Le conté lo que acababa de suceder y enseguida vino a buscarme y me llevó al hospital, entré en urgencias y me obligaron a denunciar a Sebas por malos tratos. Así es que, por ahora, no puedo volver a casa, porque cuando se entere me va a matar. Menos mal que Toni me ha pedido que vaya a su casa, al menos hasta que se solucione este tema.
- Supongo que le habrás dicho que sí a Toni – presupone Andrea.
- Primero puse excusas como la de que tengo todas mis cosas en casa, luego le dije que lo mejor era que fuese a casa de mis padres o de mi hermana Loli, pero él siguió insistiendo y al final me convenció – explica Juani.
- Me alegro mucho, por la ropa no te preocupes, te puedo dejar algo, tenemos más o menos la misma talla – propone Andrea.
- La misma talla sí, pero vestimos muy diferente, a mí me gusta llevar vestidos y tú siempre vas con vaqueros y camisetas – se excusa riendo – Mi hermana Loli me dejará ropa y Toni me ha prometido que me regalara algún vestido.
- Eso suena a final feliz, no sabes cuánto me alegra – sigue Andrea.
- Cuando veo a esta chica joven y guapa tendida en esta cama de hospital sin poder hacer nada, como un vegetal, me doy cuenta de la suerte que tengo de estar viva, de tener problemas con soluciones, de trabajar, aunque sea limpiando y de poder contar con gente que me quiere, como Toni, mis padres, mis hermanas y mis amigas – comenta Juani aliviada.
- Y conmigo – grita Andrea.
- Tú entras con el grupo de mis amigas, no sé qué haría sin ti, bonita – explica Juani con un suspiro.
- Bueno, esto ya está más que limpio. ¿Seguimos? – propone la chica más joven.
- Vamos allá, chiquilla – dice la otra empujando el carro para salir de la habitación.
Siento envidia de todas las personas que me cuentan sus problemas, porque tiene la suerte de poder afrontar las dificultades que se les presentan, mientras yo sigo aquí tumbada, sin poder moverme, intentando recordar lo que escucho, deseando enfadarme, reír, llorar, estar enamorada, hablar con mis amigas. Por cierto, no recuerdo si tengo amigas, sin embargo, aunque no puedo hablar ni moverme, sé que puedo contar con algunas personas que me explican sus secretos más íntimos, haciéndome sentir útil, aunque sea solo para escucharlas.
Gracias a ese suave olor a coco sé que el enfermero cubano ha entrado en la habitación, aunque va acompañado de alguien que desprende un original perfume oriental. De repente, escucho su voz musical con acento cubano que dice:
- Acércate, Rosario, vamos a curarle los pies a esta chica.
- ¿Está en coma? – pregunta ella.
- Si, desde hace más de una semana – contesta el hombre.
- ¿Cómo se llama? – sigue preguntando la mujer.
- No lo sabemos, no llevaba documentación – explica el hombre.
- Pobre chica, tan joven. ¿Qué le pasó en los pies? – continúa cuestionando.
- Ingresó con quemaduras en las plantas de los pies. Observa, ahora ya está mucho mejor, pero hay que cambiarle los vendajes cada día y deberás ponerle esta pomada, así, dándole un masaje en la planta, suavemente – explica él.
- A ver, déjame probar con el otro pie – pide ella.
- Espero que la cuides bien mientras estoy de vacaciones, porque le he cogido mucho cariño – dice el hombre.
- Por supuesto, Oswaldo, no te preocupes. Puedes márchate tranquilo de vacaciones, yo cuidaré de ella – asegura Rosario.
- Confío en ti. Ahora vamos a la habitación trescientos dos, donde tenemos un caso mucho más delicado – ordena el cubano mientras escucho como recogen el material y se marchan.
Enfrascada en mi tarea de rebuscar recuerdos, intento anclar todo lo que he ido escuchando desde que tengo consciencia hasta que, de repente distingo la suave fragancia de la manzana de Aurora mezclada con el exótico aroma oriental de Rosario, la enfermera que ha venido hace un rato con Oswaldo, el cubano. Me sobresalto al escuchar su voz explicar:
- No te preocupes Aurora, ahora que Oswaldo se marcha de vacaciones yo me ocuparé de ella.
- Lo sé, pero es que no puedo evitar sentirme culpable de que Sabrina esté aquí, en esa cama, sin poder moverse – comenta Aurora sollozando.
- Vamos mujer, tú no tienes la culpa. Solo iniciaste el ritual y luego se te escapo de las manos. Al fin y al cabo, Eulalia estaba presente y ella es su madre – explica Rosario.
- Lo sé, sin embargo, Carolina confió en mí para que todo el ritual se efectuase sin problemas y han salido madre e hijas perjudicadas. Me siento impotente porque no sé cómo ayudarlas – confiesa Aurora.
- No te atormentes más no podemos hacer nada más que conjurar a la Madre Tierra para que nos devuelva sus almas – sigue Rosario.
- Cada día ruego por ellas, para que se recuperen, pero luego, cuando vengo aquí y la veo inmersa en su mundo, igual que Eulalia, me siento culpable. Sé que no es casualidad que las dos estén sin conocimiento, incluso, a veces, he llegado a pensar que están retiradas en otra dimensión, juntas, riéndose de nosotras – comenta Aurora muy triste.
- Lo peor es que Sabrina está aquí, en este hospital, expuesta. Sobre todo, si se despierta y empieza a recordar. Teníamos que haberla llevado a casa – insiste Rosa.
- Carla insistió en que Sabrina debía ir al hospital para que le curasen las quemaduras de los pies – explica Aurora.
- Supongo que todo habría ido mejor si Sabrina no se hubiese enamorado de la persona equivocada – conjetura Rosario.
- Eso también influyó, porque ella no estaba suficientemente concentrada en su iniciación. Además, se sospecha que el chico saboteó la ceremonia – insinúa Aurora.
- Tienes razón, esa fue la causa de que todo el proceso fallase, sin embargo, hay que ir con cuidado con las novicias, porque no comprenden la dimensión del ritual. Pero, dejarla en el parque, no era la mejor opción, aunque avisásemos a una ambulancia – insiste Rosario.
- Tienes razón, debí oponerme, pero estaba tan agobiada después de la explosión que no supe cómo reaccionar – sigue Aurora, mientras posa sus labios suavemente en mi frente, envolviéndome con su suave aroma a manzana.
A continuación, Rosario me besa en la mejilla dejándome una estela de su especial perfume oriental. Las escucho marcharse tan silenciosamente como han venido, abandonándome envuelta en un mar de dudas sobre quién soy y qué me ha pasado, así que hago un gran esfuerzo intentando ordenar todo lo que he escuchado para construir mi propia historia hasta que percibo el suave aroma de Sara que, silenciosamente, se sienta en la cama, a mi lado y me acaricia la mano suavemente mientras dice:
- Hoy estoy hecha polvo. Ayer tuve una cita con Iván y dejé que ocurriera algo que no tenía que pasar, porque no era el momento adecuado. Me equivoqué y ahora no tengo más remedio que conformarme con las consecuencias.
Suspira largamente y luego sigue hablando:
- He estado esperando impaciente a que llegase el momento de entregar mi virginidad a una persona especial, en un momento único, para recordarlo felizmente toda mi vida, pero al final no ha sido, ni mucho menos, como yo me lo esperaba. Ayer Iván me invitó a cenar, lo cual me hizo sentir deseada porque, de repente, se fijaba en mí, quería estar conmigo y yo creía que era feliz.
Se levanta, camina, vuelve a suspirar, se sienta otra vez y sigue explicando:
- A las nueve en punto llamaba a la puerta de casa, Ruth no estaba porque la habían invitado a una fiesta de cumpleaños de una amiga de la infancia. Cuando abrí la puerta, me piropeó, halagando lo guapa que estaba, me besó apasionadamente en la boca y sentí como mi cuerpo se derretía entre sus brazos y como una parte de mí palpitaba excitada, deseando amar y sentirme amada.
Vuelve a suspirar, incluso me da la impresión de que solloza en silencio y me la imagino, intentando reprimir alguna lágrima que se le escapa hasta que sigue confesando:
- Mientras me besaba empezó a acariciarme, primero la espalda, luego el culo y siguió metiéndome mano hasta los pechos haciéndome enloquecer, deseando que siguiera, ofreciéndole todo por nada.
De nuevo silencio, suspiros, sollozos para continuar relatando:
- Nos quitamos la ropa, con prisas, como si se fuese a acabar el mundo, mientras íbamos camino de mi dormitorio. Nos tumbamos en la cama entretanto me besó en los labios, en el cuello, en los pezones, en el ombligo para perderse en mi sexo, repasando con su lengua juguetona cada pliegue, nublándome la razón, deseando entregarle todo mi ser. Todo era mágico hasta el momento en que me penetró, sin más, rompiendo toda la magia del amor, poseyéndome bruscamente, dañando mis entrañas y mi corazón, mientras le suplicaba que saliera, sin embargo, él no me escuchaba, solamente buscaba su satisfacción y entonces me di cuenta de que para él era una conquista más, no era la persona especial que había esperado, transformándose en una situación horrible que ansiaba olvidar.
Me gustaría abrazarla mientras llora desconsoladamente por el desengaño que ha sufrido, creyendo que había encontrado al amor verdadero, pero, al final, solo ha sido una experiencia sexual, nada más.
Se suena y respira profundamente, luego me besa en la mejilla, humedeciéndome con sus lágrimas, se levanta y se marcha. Pasados unos minutos o tal vez horas, reconozco el aroma a almizcle de Iván y me lo imagino de pie, estudiando el historial médico, mirándome de reojo, esperando que me mueva. Escucho como respira hasta que coge aire y dice:
- Sabes, hoy estoy un poco decepcionado, incluso enojado conmigo. Es por lo que me paso ayer. Habitualmente no me es difícil conseguir a cualquier chica que me proponga, sin embargo, con Sara todo era diferente, me gustaba que se resistiese, aunque estaba convencido de que al final lograría conquistarla. Ayer la invité a cenar, por lo que fui a su casa a buscarla. Cuando me abrió la puerta la encontré terriblemente sexy, vestida con una pequeña falda blanca, envuelta con su colonia infantil y su cuerpo revelaba deseo, así pues, no conseguí resistirme, me lancé a besarla y acariciarla llevándola a mi terreno hasta que enloquecí y no supe parar, la empotré como un animal y sé que no me lo va a perdonar, porque, definitivamente, ella es diferente a las demás y me gusta que sea así. Temo haberla perdido para siempre. No sé porque te cuento esto, tal vez, porque no puedes reprocharme nada ni siquiera decirme que puedo hacer para recuperarla. En fin, ahora debo irme, pero volveré dentro de un rato. Hasta luego.
¡Qué bien! Se ha dado cuenta de que la cita de ayer no salió bien, o sea que, si lo hablan pueden solucionar esta mala experiencia. Si pudiese despertar les aconsejaría que se diesen una segunda oportunidad.
(Continuará)
Lois Sans
03/02/2020