Cuando suena el timbre nos sobresaltamos, pero Leo se levanta, va hacia la ventana y mira abajo mientras se pone los vaqueros y una camiseta, luego desciende corriendo por la escalera de caracol. Mientras algo que ponerme me quedo ensimismada tras la ventana, mirando el jaleo que hay en la calle, vehículos de policía, una ambulancia, dos coches que también llevan luces en el techo y un pequeño camión de bomberos acaba de llegar con las luces encendidas y la sirena aullando a través de la espesa niebla. Mezclas de sonidos, luces azules y sombras moviéndose ligeramente. No recuerdo haber visto nunca tanto movimiento en esta calle.
Me pongo su albornoz azul, porque el suave aroma que desprende me hace sentir protegida y me ayuda a tranquilizarme. Despacio me acerco a la escalera escuchando atentamente con quien habla Leo después de abrir la puerta:
- Buenas noches, señor, soy la inspectora Rodríguez y este es mi compañero, el oficial García – indica una mujer mientras enseñan las placas, como en las películas.
- Buenas noches, inspectora. ¿Qué ha ocurrido? ¿En qué puedo ayudarle? – dice Leo, con un ligero temblor en la voz, que seguramente solo yo puedo reconocer.
- Hace más o menos media hora un vecino ha llamado a la policía asegurando que se ha oído un alarido largo y estremecedor. También afirma haber visto varias personas corriendo. – explica la inspectora.
Leo la mira fijamente y no dice nada, ella sigue hablando:
- Por lo visto esto ha ocurrido delante de su casa. ¿Ha visto o escuchado algo fuera de lo normal?
- No, mi novia y yo estábamos durmiendo y no hemos visto ni escuchado nada – contesta Leo.
- Nos gustaría hablar con su novia. ¿Podemos pasar? – insiste la inspectora.
- Por supuesto. ¿Por qué hay tantos coches? ¿Por un grito? – pregunta Leo, apartándose a un lado para que puedan entrar.
- Los agentes que han llegado primero han encontrado una caja sospechosa, al lado de la papelera y se ha activado el protocolo – contesta la mujer, entrando en el salón.
Mientras acabo de bajar por la escalera de caracol, observo como Leo repasa detenidamente en la mujer, que debe tener casi cuarenta años, es alta, con la cara alargada, el pelo castaño recogido en una coleta, los ojos marrones, viste vaqueros, una chaqueta de cuero y botas de montaña. Su compañero es más bajo, un poco calvo y lleva gafas de pasta. Lleva pantalones negros, cazadora vaquera y deportivas blancas.
Cuando llego al salón, Leo me presenta:
- Ella es Raquel, mi novia.
- Buenas noches Raquel, soy la inspectora Rodríguez y él es mi compañero García. Sentimos molestarles a estas horas de la madrugada, pero hemos recibido un aviso de un vecino que dice haber escuchado un largo alarido, luego ha visto personas corriendo. ¿Ha escuchado o visto algo sospechoso? – dice la inspectora.
- No he oído nada hasta que han empezado a sonar las sirenas y el timbre. – miento con voz temblorosa.
- Está bien, si recuerdan algo que pueda parecer útil les agradeceré que me llamen enseguida – indica la policía alargándome la tarjeta, sin embargo, cuando estoy a punto de cogerla se me cae al suelo.
Nerviosa, me agacho al mismo tiempo que ella y al recogerla roza suavemente mi mano mientras me mira fijamente a los ojos haciéndome avergonzar por llevar poca ropa o, tal vez, por haber mentido. Nos levantamos lentamente mirándonos a los ojos, hasta que no puedo aguantar su mirada, tan penetrante que me da la impresión de que lee dentro de mi cabeza, así que giro la cabeza buscando a Leo, esperando su protección.
Supongo que él se da cuenta porque dice:
- Bien, si no necesitan nada más, les agradeceremos que nos dejen dormir, porque dentro de unas horas tendremos que ir a trabajar.
- Por supuesto, perdonen las molestias. ¿Dónde trabajan? – insiste Rodríguez.
- Soy ejecutivo en una multinacional y Raquel es fotógrafa – contesta Leo abriendo la puerta de la calle.
- Gracias de nuevo y ya saben si recuerdan algo no duden en llamarme, aunque supongo que estaremos por aquí, investigando – explica ella saliendo a la calle detrás de su compañero.
Cuando Leo cierra la puerta, noto que me tiemblan las piernas y decido sentarme en el sillón que hay al lado de la chimenea mientras observo como Leo va hasta la cocina y prepara dos cafés. Quiero preguntarle, pero no me atrevo, quiero saber, pero tengo miedo. Sé que ha hecho algo, pero no sé qué, estoy atemorizada y mareada.
Cuando me acerca el café, se sienta en el suelo, a mis pies y me acaricia suavemente las piernas hasta que suena su móvil, arriba, en nuestra habitación, se levanta de un salto y sube por la escalera, corriendo. Yo me quedo sentada con la taza en la mano, mientras el recuerdo de la pesadilla vuelve a mi cabeza, machacando cada paso en el denso y oscuro bosque.
Para sacarme este horrible sueño de mi cabeza, me levanto y espío tras la ventana de la cocina, intentando entender que ocurre fuera. El sonido del timbre me sobresalta, miro hacia la escalera y escucho a Leo discutir en voz baja, por lo que decido abrir la puerta y me encuentro con Víctor, el vecino del lado, un jubilado de setenta años que vive en compañía de su perra Nuca. Es muy simpático y amable, pero, a veces, puede resultar un poco cargante, sin embargo, ahora siento la necesidad de hablar con él, quiero que me cuente todo lo que sepa antes de que Leo termine de hablar por teléfono, así que, sin siquiera saludarle, le pregunto:
- ¿Qué has visto, Víctor?
- Me ha despertado un alarido tan largo y espeluznante que Nuca ha aullado y se ha escondido debajo de la cama. Me he asomado a la ventana y he visto unas sombras, no sé si eran dos o tres, una de ellas ha empezado a correr y me ha parecido que se metía en tu casa. ¿Sabes que la policía ha encontrado una caja de cartón y han pensado que dentro había una bomba? Por eso han activado el protocolo. Por lo que he podido escuchar andan buscando un cadáver. Luego un búho ha ululado y ya sabes que dice la leyenda – explica sin apenas respirar.
- ¿Un búho ha ululado? ¿Qué leyenda? ¿Qué significa? – pregunto asombrada.
- Mi abuelo siempre decía que cuando el búho ulula en una noche de niebla hay una desgracia – contesta Víctor moviendo su dedo índice lentamente.
- ¿Crees que han matado a alguien? – sigo preguntando con un ligero temblor en la voz.
- Parece ser que hay algo espeluznante en la caja, no me extrañaría que fuese la prueba del delito – contesta el vecino con un deje de misterio en su voz.
- ¿Espeluznante? ¿Qué había? – continuo con el interrogatorio.
- Una caja de música con una prueba y luego he escuchado otra vez al búho. Estoy seguro de que ha habido un asesinato y la policía está buscando un cadáver – prosigue el jubilado que parece que está disfrutando con tanto misterio.
- Víctor, espera, no sigas – corto su palabrería exagerada cuando escucho los pasos de Leo por la escalera.
- ¿Qué has visto, Víctor? – pregunta Leo cuando llega al salón, donde estamos nosotros.
- Demasiadas cosas evidentes, el búho ha ululado, ya sabes… – intenta explicar el vecino, sin embargo, le corto en un intento de que no se lo explique todo.
- Víctor ya se iba, ahora le decía que dentro de tres horas tenemos que levantarnos para ir a trabajar – digo mirando de reojo a Leo.
- ¿Quieres un café, Víctor? – pregunta Leo, que al parecer tiene interés en conocer su versión de la historia.
- Sí, por favor, me hace mucha falta – contesta el vecino, siguiendo a Leo hasta la cocina y sentándose en una silla, mientras observa como le prepara un café con leche.
- Menos mal que en la caja no había una bomba, aunque parece ser que dentro había algo horrible – sigue hablando sin que nadie le pregunte.
- Si, por supuesto, es horrible – contesta Leo con un automatismo demasiado evidente.
Mientras los escucho hablar pienso, sin querer, que solamente hace seis meses que conozco a Leo y, por una parte, es como si le conociera de toda la vida, sin embargo, a veces, aparece otro Leo distinto al que temo porque es imprevisible.
De repente, por un momento, es como si se parase el tiempo, la noche queda en silencio y en el árbol de enfrente se escucha un búho ulular.
(continuará)
Lois Sans
15/01/2019