SOMOS LO QUE RECORDAMOS

SOMOS LO QUE RECORDAMOS

Dicen que en la vida todos

tenemos un secreto inconfesable,

un arrepentimiento irreversible,

un sueño inalcanzable y

un amor inolvidable.

Capítulo 1: Orión

Mientras preparo la maleta, repaso mentalmente, los mensajes de WhatsApp de Orión, el grupo que tengo con mis mejores amigas, las que, como la constelación de Orión, brillan con luz propia y me guían cuando me siento perdida. Estoy muy feliz porque, por fin, hemos logrado coincidir una semana de vacaciones para celebrar nuestra entrada triunfal a los treinta. Cuando conseguimos ponernos de acuerdo con las fechas, fue fácil decidir el lugar, por lo que hemos alquilado una casa rural en Camprodon para poder visitar los pueblos cercanos, ir de excursión y, sobre todo, ponernos al día de lo que nos ha pasado en los últimos meses. Contacté con mi amigo Jaime, que tiene una casa en las afueras del pueblo y con quien compartí mi piso el primer año en la universidad, algunas juergas, muchas confidencias y algún que otro lío. Supongo que, por todo esto, cuando le mande un mensaje preguntándole si nos podía alquilar la casa, enseguida se puso en contacto conmigo por videoconferencia y nos pusimos al corriente de las novedades más importantes en nuestras vidas, como, por ejemplo, que ahora vive en Camprodon y es el jefe de Estudios de la Escuela Pública Doctor Robert. En resumen, estuvo encantado en alquilarnos la casa para la segunda semana de octubre.

Después de rehacer varias veces la maleta, no sé si llevarme ropa de verano, jerséis de invierno, chaqueta acolchada, sandalias o calzado de montaña. Mientras voy metiendo y sacando ropa, cierro un momento los ojos y me veo a mí misma, con un vestido verde y una coleta alta, cogida de la mano de mi padre, entrando a la escuela por primera vez, nerviosa y feliz a la vez, deseando empezar esta nueva etapa y, mientras mi papá insistía en que ya era una niña mayor, yo me sentía cada vez muy pequeña. Le abracé muy fuerte en la puerta de la clase, después María, mi nueva maestra, me cogió la mano y me acompañó hasta las perchas, para enseñarme la que me habían asignado para que colgase la mochila con dibujos de Minie. A continuación, me llevó hasta una de las mesas redondas, la de color naranja, y me hizo sentar al lado de una niña con el pelo rizado, Elena.  Al otro lado se sentó Pedro, un niño muy travieso que siempre se inventaba historias increíbles para conseguir sacarnos la risa. María era alta, delgada, con el pelo muy corto, los ojos redondos, siempre nos sonreía y eso nos daba serenidad. Tenía mucha paciencia y no se cansaba de enseñarnos a ponernos la bata, pintar sin salirnos de la raya, contar hasta diez o hacernos cantar muchas canciones infantiles. Como me gustaba el aroma de las pinturas, pintar con lápices de colores, moldear con plastilina, observar tras los cristales el viento meciendo los árboles del patio, la lluvia mojando los cristales y el sol colándose entre las mesas de colores. No recuerdo en qué momento entraron mis amigas en mi vida, tal vez en el recreo, cuando jugábamos en el patio de piedras a comprar y vender hojas de los árboles, quizás en la cola del baño, mientras inventábamos nuevos juegos. Poco a poco formamos un grupo inseparable, íbamos juntas a todas partes, preocupadas cuando alguna estaba enferma, felices, celebrando el cumpleaños de alguna de nosotras o llorando abrazadas cuando nos explicaron que el curso había terminado y empezaban las vacaciones de verano. Supongo que ese día sellamos, en silencio, nuestro pacto de amistad eterna. A medida que íbamos cambiando de curso pasábamos por situaciones de todo tipo, celebrando nuestros cumpleaños en los lugares más inverosímiles según la época del año, arrastrando a nuestros padres a las ferias, parques temáticos, fiestas de disfraces y, más adelante, a conciertos y discotecas de adolescentes.

Estuvimos juntas el día que la abuela de África murió en un trágico accidente, cuando los padres de Judith decidieron separarse o el día que mi madre publicó su primer libro. Descubrimos las primeras colonias de verano en una tienda de campaña en los Pirineos. En la adolescencia, con la llegada de los teléfonos móviles, estábamos siempre conectadas, tanto para quejarnos de los profesores, de los castigos de los padres, para contarnos nuestras primeras aventuras amorosas o, simplemente, para desahogarnos cuando teníamos un mal día. Porque hemos compartido, desde los primeros deberes, trabajos escolares, actividades extraescolares, algunos amores, celos, desengaños, problemas personales e infinidad de momentos felices y no tan dichosos, así que igual sonrío que se me escapa alguna lágrima, depende del momento y del recuerdo. La etapa más complicada fue cuando nos separamos para estudiar, viajar y vivir en una ciudad diferente; sin embargo, no puedo evitar pensar en la evolución de cada una de nosotras. África siempre ha sido tan exótica como su nombre, sus ojos almendrados rodeados de largas pestañas y con una pequeña peca sobre el labio superior. Como nos reímos cuando descubrimos que tenía el nombre de un continente, y ella, era y es tan tímida y vergonzosa a la vez que inteligente y perfeccionista, siempre sacaba las mejores notas de la clase y sus trabajos eran los más elaborados. Le apasionaban los juegos de palabras, nos retaba al Scrabble porque siempre ganaba y no se perdía ninguna serie ni películas de abogados, jueces o juicios. Después de licenciarse en Derecho, se trasladó a Madrid, donde se preparó para presentarse a las oposiciones de juez. Es la más discreta de todas, aunque siempre explica anécdotas de su vida, jamás detalla nada de su vida privada, no sabemos si alguna vez se ha enamorado o si tiene pareja. Por el contrario, Carol es muy extrovertida, un poco alocada y atrevida. Fue la primera en hacerse un piercing en el ombligo y más adelante, otro en la lengua. Destaca por su energía, su carácter alegre, capaz de contagiar su entusiasmo por aprender cualquier novedad. Ella sí que ha tenido varias relaciones, aunque parece que no le duran mucho. No sé si es porque ella se cansa de estar siempre con el mismo o ellos no la comprenden, tal vez un poco todo. Fue la primera en tener novio, con ocho años se enamoró de Óscar, el más guapo y atrevido de la clase. Esa relación duró muy poco, ya que Carol no soportaba que Óscar piropeara a las demás niñas y él siempre lo hacía. Su asignatura preferida eran las Ciencias, quería ser Cirujana y tuvo un fuerte disgusto cuando no alcanzó la nota necesaria en la selectividad, así que decidió estudiar un grado en Fisioterapia y cuando terminó viajó con su hermana a Vietnam, China, India, Nepal y Japón. Después de pasar varios meses en cada país, cuando volvió, después de visitar a sus padres, hizo una apuesta con su primo, buscó por Internet cuál era el primer viaje que salía en avión y compró un billete de ida para Bergen, en Noruega. Como tenía la piel muy clara y el pelo muy rubio, la confundían con una nórdica, por lo que no le costó encontrar trabajo como masajista en un SPA, donde conoció a Aqsel, hijo de madre alemana y padre cordobés, se enamoraron y, más adelante, fundaron una Sociedad de terapias naturales: Wellness Clinic. Judith es la esotérica del grupo, siempre se ha interesado por los horóscopos, las cartas del Tarot y las líneas de las manos, sobre todo cuando a su tía Marisa se le escapó que su bisabuela Marcela había sido “curandera”, desde entonces está convencida que en otra vida ella fue una bruja buena, de esas que tienen el remedio para cada enfermedad. Tiene la piel morena y una cicatriz en la barbilla de una caída en el patio del colegio, viste con ropas naturales como el algodón o el lino. Se graduó en Biología, después se especializó con un máster y se trasladó a Bilbao para estudiar fitoterapia y naturopatía. Allí conoció a Edurne y juntas crearon una línea cosmética natural “Biokosmetik” y venden sus productos por Internet. En una fiesta de cumpleaños conoció a Iker, que es primo de Edurne y director de una empresa naviera, con quien mantiene una relación desde hace algo más de un año. En cuanto a Maya, siempre ha sido muy inquieta. Apasionada por las películas de Indiana Jones, destacaba sacando las mejores notas en Historia y estaba convencida de que, algún día, descubriría unas ruinas tan importantes como las pirámides de Egipto o El Coliseo de Roma. Después de graduarse en Historia, se doctoró en Historia del Arte y viajó con su prima Silvia por Italia, visitando todas las ruinas que había estudiado. El día que pisó Florencia, decidió que era el lugar donde quería vivir, así que cuando acabó con el viaje que había emprendido con su prima, volvió a la ciudad decidida a buscar un trabajo y quedarse a vivir allí. Estuvo trabajando en una oficina de turismo hasta que, en un restaurante, conoció a Roberto, director del Museo Galileo, no sabemos bien cómo lo convenció, pero empezó a trabajando como su ayudante y ahora es la directora del Palazzo Strozzi, creo que viven juntos en un apartamento cerca del Ponte Vecchio. Rebeca siempre ha sido la más guapa del grupo, con un cuerpo bien proporcionado, facciones suaves, ojos grandes azules y dientes perfectos. En la adolescencia colaboró como modelo de catálogo, pero ella sentía fascinación por las matemáticas, siempre ha tenido como un sexto sentido con los números, nos dejaba con la boca abierta cuando calculaba fácilmente cualquier operación matemática sin necesidad de usar la calculadora, por eso no nos extrañó cuando decidió estudiar Economía y Análisis Financiero. Y aunque su padre le aconsejaba completar el grado con un Máster, ella se empeñó en realizar un curso de bróker, alegando que su verdadera pasión era la Bolsa. Fue entonces cuando conoció a Mario, un compañero bastante alocado que la convenció de que tenía unos contactos importantes en París que les permitirían introducirse en el complejo mundo de La Bolsa Parisina. Así que, en contra de la opinión de sus padres, preparó un par de maletas y voló junto a Mario hasta la ciudad del amor, donde compartieron un pequeño apartamento hasta que consiguió entrar en el Departamento Financiero en una importante empresa multinacional.

En cuanto a mí, me encanta mi nombre, Lina, que en italiano significa “brillante” y que lo escogió mi madrina Esther, la hermana de mi padre. Físicamente, soy muy corriente, pelo castaño, ojos marrones, de estatura normal, con un hoyuelo en la barbilla. Siempre he destacado en todo lo relacionado con el baile y el deporte. De pequeña bailaba hip-hop, más adelante formé parte de un grupo excursionista y en la adolescencia experimenté con la escalada, espeleología, barranquismo, alpinismo y rafting. No me costó decidir cómo encaminar mis estudios. Me gradué en Ciencias Tecnológicas aplicadas al deporte y al fitness. Desde que me trasladé a Barcelona para estudiar no he tenido la necesidad de marcharme a otro país ni a otro lugar más lejano, aunque me gusta viajar por vacaciones y, de vez en cuando, voy a pasar algunos días en Girona, donde vive mi familia. El último curso hice prácticas en un gimnasio y cuando me gradué me contrataron como profesora de pilates, aquagym, yoga y zumba. También he sido entrenadora personal de algunas actrices, cantantes y famosos de la tele, lo cual me ha mantenido al día de los últimos cotilleos. Hasta hace poco tenía una pareja, Israel. Sin embargo, todo lo que nos ha pasado en los últimos meses han desestabilizado la relación y también mi trabajo, porque Israel es el hijo de mis jefes.

Con las chicas, estamos siempre en contacto. Por mi parte, he ido a visitar a Judith a Bilbao, he estado con África en Madrid y el verano pasado fui a Bergen. Solamente me falta viajar a París y Florencia, aunque no descarto hacerlo el año que viene. Con la pandemia, hemos estado unos años sin encontrarnos, pero siempre hemos estado en contacto por WhatsApp. Ahora, con la excusa de que este año cumplimos los treinta, aprovecharemos esta semana de octubre para celebrar por todo lo alto el cambio del 2 al 3 y nos pondremos al día de todo lo que no hemos podido explicarnos.

Capítulo 2: Vacaciones.

Llego al aeropuerto con bastante antelación, como siempre, y es que no puedo soportar la falta de puntualidad. Miro el reloj. El avión de Maya, que aterrizará primero, tiene prevista la llegada dentro de una hora, así que me siento en la cafetería, jugaré al Mahjong en el móvil mientras me tomo una infusión. Menos mal que el avión de Carol tiene previsto el aterrizaje para una media hora después, mientras tanto, África llegará a la estación de Figueres en el AVE procedente de Madrid y poco después el AVE de Rebeca estacionará en la misma estación procedente de París. En cuanto a Judith, viaja en su Toyota RAV4 desde Bilbao hasta la estación de Figueres, donde nos encontraremos todas para desplazarnos en mi coche y el de Judith hasta Camprodon. Me sobresalto con la alarma del móvil que me avisa de que el avión de Maya está a punto de aterrizar, así que me levanto de un salto y voy a la puerta de salida tan nerviosa como una niña esperando la noche de Reyes. En cuanto empiezan a salir, hago lo mismo que siempre cuando estoy esperando a alguien: contar las personas que van saliendo, han pasado treinta y tres cuando aparece Maya arrastrando una enorme maleta gris. Voy corriendo hacia ella y nos fundimos en un fuerte abrazo, mientras me embriaga su fuerte aroma a rosas. Me mira sonriendo mientras me grita:

— ¡Te has hecho un tatuaje nuevo! A ver, enséñamelo.

Le muestro la Flor de Loto en colores que me he tatuado en el antebrazo mientras le digo al oído:

— Es por una superación, ya os contaré.

Charlamos las dos a la vez, preguntando, respondiendo y riendo, como cuando éramos pequeñas. Luego nos cogemos de la mano y vamos en busca de Carol, que aparece al final del pasillo con un conjunto de maletas verdes. Corremos las tres hasta encontrarnos y unirnos como si fuéramos una sola. Carol nos besa en la mejilla, embadurnándonos con su barra de labios anaranjada y reímos felices de habernos encontrado. Ya estamos la mitad del grupo juntas, vamos dirección al aparcamiento, decididas a llegar cuanto antes a Figueres, donde nos encontraremos con el resto del grupo. El viaje hasta Figueres pasa muy rápido, contando anécdotas divertidas que nos hacen el desplazamiento muy ameno. El resto de las chicas nos esperan en la cafetería, sin embargo, decidimos no entrar, les pedimos que salgan y, después de los besos y abrazos reglamentarios, en los que se entremezclan los perfumes de cada una, nos ponemos en marcha. Feliz y emocionada subo al coche acompañada de Carol y Maya, mientras Judith, África y Rebeca suben en el coche de Judith. Al igual que en el viaje desde el aeropuerto, el trayecto hasta Camprodon se hace más corto de lo previsto y, cuando nos damos cuenta, llegamos a la casa rural, Polaris, con Jaime sentado en el porche. Cuando bajo del coche, me dirijo hacia él y nos abrazamos durante un rato. Cuando nos separamos, me guiña un ojo mientras comenta:

— Estás igual, los años no han pasado para ti.

Hechas las presentaciones, nos enseña orgulloso la que será nuestra casa durante los próximos días. Entramos por el porche, directamente a la cocina, equipada con vitrocerámica, lavavajillas, frigorífico de dos puertas, horno y microondas. Una barra separa la cocina del comedor, donde hay una mesa ovalada con diez sillas alrededor. Después nos enseña una habitación con una enorme cama, un armario empotrado y una ventana por donde se cuela la luz de la luna. A continuación, entramos en otra habitación provista de dos literas, un armario empotrado, una cómoda de madera con cuatro cajones, una mesa y una gran ventana por donde se pueden ver las estrellas. Una larga escalera de piedra nos lleva hasta el cuarto de baño, donde encontramos el váter, un lavamanos, un gran espejo, una ducha de hidromasaje y un armario con los productos de limpieza.

— Oye, Jaime, si no es indiscreción, ¿por qué la casa se llama Polaris? —pregunta Rebeca.

—Qué cotilla eres. Tranquilo, Jaime, no tienes por qué contestar si no quieres —defiendo sonriendo.

— No es ningún secreto – responde Jaime——. Esta casa la heredé de mi abuela, con quien tenía una estrecha relación, y al igual que la estrella Polar, ella es mi guía y mi punto de referencia.

— Es una bonita razón, Jaime – aclara Rebeca.

Acompañamos a Jaime a la salida mientras le hacemos prometer que vendrá a comer o cenar antes de marcharnos. Cogemos las maletas de los coches y nos jugamos a piedra-papel-tijera las habitaciones y las camas. Me ha tocado una litera de arriba, lo que me trae recuerdos de mi infancia, cuando iba a veranear al apartamento de mi madrina y mi prima Susana siempre me dejaba dormir en la litera superior. Nos peleamos por colocar la ropa en el armario y la cómoda, así que acabamos con una guerra de almohadas, riendo sin parar como niñas pequeñas. Cuando por fin nos hemos instalado, saco la cena de una pequeña nevera portátil, que consiste en una ensalada de pasta, croquetas caseras y tarta de manzana. En el frigorífico encontramos refrescos, cervezas y aguas, incluso hay una caja de helados de chocolate en el congelador, que Jaime se ha encargado de proveer. Aprovechando que hace una noche estupenda y que el porche está iluminado por unas pequeñas lámparas solares, decidimos cenar en compañía de la luna y las estrellas, mientras el suave olor de las hierbas aromáticas y las flores del pequeño jardín nos envuelven suavemente.

— A ver, en cuanto acabemos de cenar, hay que empezar con el programa de la semana – contesta Maya.

— Por favor, Maya, relájate, esto no es ningún Museo – respondo enojada por ese exceso de control, puesto que a mí me gusta dejar que todo fluya tranquilamente.

— Tal vez hay que pensar un poco en lo que podemos hacer, no hace falta que sea con horas exactas, pero sí decidir a dónde queremos ir cada día – propone Rebeca.

— Pues yo tengo un pequeño resumen de todo lo que deberíamos visitar y le he adjudicado un día a cada uno. No quiero perderme nada interesante —afirma Maya, sacando un papel doblado del bolsillo de su pantalón.

— No me digas que has planificado toda la semana. Eres imposible — comento enfurruñada y divertida a la vez.

— Bueno, Lina, tú te has ocupado de buscar la casa, hablar con el dueño, reservarla. Deja que yo me ocupe de algo — implora la directora del Museo.

La miramos riendo, recordando que siempre ha necesitado organizar su vida y la de los demás, mientras tanto, ella desdobla el papel y, aclarándose la garganta, anuncia:

— Primer día: visitar el pueblo, es decir: la Iglesia de Santa María, la casa natal de Isaac Albéniz, el Monasterio de San Pedro, los diferentes edificios Modernistas, el Ayuntamiento, el paseo de la Font Nova, el paseo Maristany, la plaza del mercado, el puente nuevo, el convento del Carmen, la antigua fábrica de galletas Birba.

— No me lo puedo creer, de verdad que este pueblo tan pequeño tiene tantos monumentos y edificios para visitar – salta Judith, poniendo las finas manos sobre su cabeza.

— Y mucho más – responde Maya.

— Bueno, pero habrá la posibilidad de hacer alguna excursión a caballo, en bici o, incluso, andando, ¿no? – protesto indignada de que hable de visitas a casas antiguas.

— También he pensado en ti – responde Maya riendo – así que he programado un día de senderismo y una excursión a caballo, si os apetece a todas.

— Me encantaría una excursión a caballo, es uno de mis sueños sin cumplir – responde Rebeca con ese brillo que se le pone en los ojos cuando se ilusiona por algún proyecto nuevo.

— A mí no me gustan demasiado los caballos, son muy grandes y me dan un poco de miedo – contesta Judith.

— Tranquila, le diremos que te den un caballo más pequeño y muy manso, seguro que os haréis amigos – responde África.

— Me apunto a la excursión a caballo, pero también me gustaría un descenso por el río en canoa o una ascensión al Bastiments – respondo sabiendo que será imposible que nos pongamos de acuerdo todas.

— ¿Qué os parece si cada una hace una propuesta? Luego podemos votar a la que nos gusta más y la que tengan más votos serán las ganadoras — propone Rebeca.

— ¡Buena idea! Voy a buscar mi libreta y unos bolígrafos – responde Maya, levantándose de un salto y entrando a toda prisa en la casa.

— Pero ¿es necesario hacerlo ahora? – pregunta Carol poniendo su típica cara de fastidio, levantando la ceja derecha.

— También podemos dejarlo para mañana a la hora del desayuno – respondo apoyándola, con una de mis risas más contagiosas.

— De acuerdo – consiente Carol – que cada una lo consulte con la almohada y que a la hora del desayuno se hagan las propuestas y las votaciones.

— ¿Entonces, ¿qué os parece si recogemos la mesa y nos vamos a descansar? – propone Maya.

Sin responder, nos levantamos todas a la vez, recogemos la mesa y en un momento lavamos los cacharros. Luego, cierro la puerta con llave, mientras observo cómo cada una se retira a la habitación que le ha tocado.

Media hora más tarde, con la excitación de una niña, consigo meterme en la litera, me coloco mirando a la ventana, por donde puedo ver el cielo estrellado, aunque no sé si conseguiré dormir.

Capítulo 3: África

Me despierto sobresaltada por la música del móvil que tengo debajo de la almohada, miro hacia arriba. Del techo azul cuelga una lámpara redonda, con agujeros en forma de estrellas. Miro hacia la otra pared, Carol sigue durmiendo en su litera. Se me escapa una sonrisa al recordar que estoy con mis amigas en Camprodon. Después de mi ritual diario de estirar bazos y piernas bajo por la escalera de madera, miro en la cama que hay debajo de la mía y me encuentro con Rebeca sonriendo. Me giro al escuchar la inconfundible risa de Judith, mientras Carol baja por la escalera que hay apoyada en su litera. Nos abrazamos para darnos los buenos días y vamos a la cocina, donde África y Maya ya están organizando el desayuno.

Nos sentamos en el porche con unas rebanadas de pan con tomate y embutido, zumos de frutas y cafés. Mientras tanto, Carol pregunta:

— ¿Habéis pensado qué podemos hacer hoy?

— Yo voto porque visitemos el pueblo, comamos en un buen restaurante y compremos lo necesario para una buena cena en la intimidad del porche – responde Maya, decidida.

— A mí me parece buena idea – la apoya Judith.

— De acuerdo, esta noche, mientras cenamos, podríamos preparar lo que haremos mañana – propone África.

— Buena idea, por la noche hacemos las propuestas y decidimos lo que haremos al día siguiente – confirma Rebeca.

— Perfecto, hoy visita al pueblo y mañana ya veremos – confirmo feliz al ver que nos ponemos de acuerdo enseguida.

Maya ha confeccionado un programa con los lugares más significativos para visitar y el tiempo que necesitamos en cada lugar. Según nos cuenta, es imposible verlo todo bien en un solo día; sin embargo, las demás, nos miramos sonriendo, puesto que sabemos de sobras que no necesitamos tanto tiempo como ella.

Mientras visitamos iglesias, calles, edificios y monumentos, decido reservar mesa para seis en el restaurante “Bistro La Parra”, considerado uno de los mejores del lugar. Pasan las horas volando y cuando escuchamos las siete en el reloj de la iglesia, Rebeca propone:

  • ¿Qué os parece si vamos al super y compramos lo necesario para una buena cena y el desayuno de mañana?
  • Perfecto — confirma Judith — he visto uno en la calle paralela al puente.
  • Vamos allá —exclama Carol.

Después de proveernos, vamos a casa, nos ponemos cómodas y Maya se instala en la cocina, decidida a cocinar una rica cena, mientras Carol y yo preparamos un aperitivo con salmón ahumado, boquerones, paté y tostadas.

La cocina se perfuma con un suave aroma de risotto con setas y gambas, que nos abre el apetito. Mientras preparo la mesa del porche, escucho a África y Judith, que, sentadas en los escalones del jardín, están hablando de sus respectivos trabajos. Entretanto, Carol y Maya llegan con el aperitivo y el arroz.

— Ha pasado un ángel – dice África, después de varios minutos en silencio.

— Eso es porque ha llegado el momento de soltar todo lo que tenemos dentro, esos secretos guardados que solamente se pueden compartir con las mejores amigas – responde Judith, bajando la cabeza como si estuviese avergonzada.

— Primero comemos, ¿no? – pregunta asustada Carol, a lo que todas reaccionamos riendo, ya que sabemos de sobra que cuando ella tiene hambre hay que comer enseguida, porque se pone de muy mal humor.

Seguimos con el aperitivo y cuando Maya reparte el arroz, aprovecho para servir el vino blanco. Levanto la copa anunciando:

— Un brindis por nosotras, por los treinta que hemos cumplido y por los veintisiete años que llevamos juntas.

Después del brindis, empezamos a comer, cada una sumergida en sus pensamientos, Rebeca se levanta y felicita a la cocinera. Mientras tanto, disimuladamente, las observo, percibo que África no ha comido mucho, pasea el arroz con el tenedor, seguro que está preocupada por alguna cosa. Carol, la más hambrienta, está rebañando el plato, de repente, nuestras miradas se cruzan y puedo intuir una sombra en su mirada. Será que la conozco muy bien. Judith ha terminado de comer y se ha bebido todo el vino, así que se levanta y reparte lo que queda en la botella en las copas vacías. En cuanto a Maya, come despacio, no ha tocado el vino, está muy extraña, no parece que esté en un buen momento. Y Rebeca, come lentamente, pero bebe demasiado, ya se ha puesto vino varias veces, parece preocupada.

¿Y yo? ¿Cómo estoy? Nerviosa, avergonzada, un poco deprimida, pero feliz de estar con ellas. Me gustaría explicar mi secreto hoy, quitármelo de encima, sin embargo, a África se le ha ocurrido que hablemos por orden alfabético, así que hoy le tocará a ella. Me levanto para recoger los platos, Maya sigue con el plato casi lleno y África solo se ha comido la mitad. Voy a la cocina, me sigue Judith y cuando dejo los platos, me pregunta en voz baja:

— ¿Qué les pasa a Maya y África? No han comido nada, estoy preocupada.

— Sí, ya me he fijado, pero no tengo ni idea. Supongo que África está preparando su relato, tal vez por eso ha propuesto lo de hablar por orden alfabético, aunque no tengo ni idea de qué va a explicar – respondo en el mismo tono que ella al tiempo que Carol entra en la cocina.

Mientras Judith coge los platos de postres, Carol saca un melón del frigorífico y lo corta a trozos. Salimos al porche en el momento en que África aparta el plato disculpándose:

— Lo siento, está muy rico, pero no puedo más. Necesito hablar.

Carol pone un bol con el melón en el centro de la mesa en el momento en que ella empieza su relato:

— Ante todo, necesito que me confirméis que lo que se hable en Polaris se quedará aquí y nadie lo comentará jamás fuera de este círculo de amistad. Es muy importante para mí.

Todas asentimos y damos conformidad de que nadie hablará jamás de los que se explique aquí, mientras África retoma su confesión:

— Aclarado esto y, a pesar, de ser una jueza de prestigio, hace muchos años que tengo un peso enorme por algo que he estado haciendo desde que llegué a Madrid, una adicción que me hace insoportable seguir con mi vida, necesito desahogarme de una vez y que me ayudéis.

Se levanta, suspira, se vuelve a sentar, se levanta de nuevo, sigue hablando:

— Como ya he dicho, todo empezó cuando llegué a Madrid. alquilé una habitación en un piso compartido con Aurora, que era la hermana de Susana, en aquel momento, la novia de mi hermano. La otra compañera de piso, Matilde, era de Segovia y conocía mucha gente, era muy social y se apuntaba a todas las fiestas que podía. Hacía unos días que Aurora y su novio habían roto, por lo que estaba triste y furiosa a la vez, así que Matilde nos propuso participar en una fiesta de “gente guay”, como decía ella, en una mansión de una urbanización de lujo, donde conoceríamos a gente famosa, con la única condición de que debíamos vestirnos con ropa “adecuada”.

— Mati, sabes de sobras que no tenemos ropa adecuada para una fiesta de esta categoría – respondió Aurora.

— Tranquilas – susurró Mati. Os llevaré a una tienda donde venden ropa de ocasión que ha sido utilizada en rodajes, entregas de premios y otros eventos, o sea que las han llevado chicas famosas.

— Pero, aunque sea ropa de segunda mano, debe ser muy cara, ¿no? – pregunté alarmada porque sabía que no me lo podía permitir y tampoco podía pedir más dinero a mis padres.

— No, qué va, ya verás. Y si la dejas nueva, la puedes cambiar por otra en la misma tienda; es un lugar perfecto para empezar —soltó Mati riendo.

— ¿Para empezar qué? – pregunté nerviosa.

— A ser una dama de compañía – respondió guiñándome un ojo.

Empecé a reír de manera descontrolada, creyendo que era una broma, mientras Aurora, me miraba desconcertada y se cruzaba de brazos esperando a que acabase mi risa desorbitada.

A medida que me percataba de que lo que proponía iba en serio, notaba cómo un sudor frío recorría mi cuerpo.

— A ver, esto no es nada extraño, son gente muy rica y poderosa, necesitan que sus fiestas estén repletas de chicas guapas, cultas y bien vestidas, nada más. Yo llevo tres años haciendo esto y solo me he ido a la cama con los que he querido y porque he tenido ganas; si no, no tiene por qué pasar nada. Somos señoritas de compañía, no prostitutas, por favor – explicó convencida.

— ¿Y te pagan por eso? – preguntó Aurora.

— Desde luego que pagan y muy bien, además te abre puertas para conocer gente influyente y con poder.

— ¿Y por qué no me había dado cuenta de nada? Llevamos dos años viviendo juntas.

— Porque tú solamente tenías ojos para Jorge, no te enterabas de nada.

— ¡Vaya!  Pues tienes razón. Total, no ha servido de nada, me ha dejado por otra que todavía va al Instituto, una niñata – suspira.

— Os propongo que hagáis una prueba. El viernes me han invitado a una fiesta en casa de un actor. Venís conmigo, os dejáis llevar por el ambiente, a ver qué tal se os da y luego ya volveremos a hablar.

— Pero, necesitaremos ropa, peinados, maquillaje – insistió Aurora

— Tranquilas, mañana vamos de compras, dejad que os ayude en esta primera vez y si todo va bien, que estoy segura de que así será, ya me devolveréis el favor y el dinero. ¿Qué os parece?

— Bueno, no sé. Supongo que, por probar, no pasará nada —respondió Aurora.

— A mí me da vergüenza – dije azorada.

— Tranquilas, chicas, no pasará nada que no queráis que pase, suelen ser unos caballeros.

— De acuerdo, será una prueba, pero no me comprometo a más – respondí.

Al día siguiente nos llevó a una tienda de ropa y complementos de ocasión, ropa de lujo que había sido utilizada en algún evento importante. Escogí un vestido largo y rojo, con un corte lateral por donde se veía mi larga pierna morena, con escote en uve y la espalda al aire, los zapatos y el bolso a juego, de raso rojo. Unos pendientes largos de oro rosa en conjunto con un colgante que bajaba por el centro del escote y una pulsera que parecía de brillantes. Aurora se quedó con un vestido negro, corto, con escote, palabra de honor, sandalias de charol y bolso en conjunto. Mati compró un mono azul turquesa, con la espalda al aire, zapatos y bolso dorados. No quiso decirnos el precio de toda la indumentaria, pero observé que sacaba un pequeño fajo de billetes del bolso y lo pagaba al contado.

La noche anterior no pude dormir, pensando en esa fiesta, la gente que conocería, los chicos ricos, me imaginaba a mí misma hablando con ellos, aunque no sabía cómo debía comportarme ni que temas les podría interesar, me veía en un jardín con piscina, iluminado por la luz de la luna, bebiendo cava con personas famosas, sonriendo.

Por la mañana no fui a clase, era la primera vez que faltaba desde que había empezado el Máster y me sentía culpable, pero quería estar espectacular, así que me bañé con unas perlas perfumadas, fui a la peluquería, le expliqué a Toni que tenía una fiesta muy importante, por lo que necesitaba un peinado especial, acompañado de un maquillaje adecuado, con la manicura a juego con el vestido.

Cuando llegó el gran momento, me vestí con cuidado para que no se me estropease el peinado, retoqué el maquillaje, me pinté los labios rojos y me eché unas gotas de mi perfume favorito. A las siete en punto salimos cada una de nuestra habitación y, la verdad, estábamos espectaculares.

Nos miramos en el espejo del recibidor sonriendo mientras Mati comentaba:

— Estamos guapas, sexis, estamos perfectas. Ahora únicamente falta una cosa: debéis escoger un nombre, el nombre por el que queráis que os conozcan. A mí todos me llaman Alina.

— Pues a mí me gustaría que me conociesen como Shakti, la diosa hindúdije sonriendo.

A partir de ahora, en las fiestas, serás Shakti – dijo haciendo la señal de la cruz como si me bautizase.

— Pues yo siempre he admirado a Cleopatra, me gustaría tener su sangre fría.

— A partir de ahora, en las fiestas, serás Cleopatra – respondió Mati, haciendo a la vez la señal de la cruz, de nuevo.

Salimos del piso todo lo rápido que los zapatos de tacón nos permitieron. Delante del portal nos esperaba un Rolls-Royce blanco. El conductor debía tener unos cuarenta años, alto, moreno, con el pelo rizado y una barba de tres días que le favorecía mucho. Apoyado en el capó del coche, silbó al vernos, luego abrió la puerta y entramos con mucho cuidado para que no se arrugaran los vestidos. A continuación, el coche salió de Madrid por la autopista. Media hora más tarde llegamos a La Moraleja, una de las urbanizaciones más prestigiosas cercanas a la capital, en la que la entrada está restringida y controlada por la policía local. Aparcó delante de la puerta de una casa de lujo, de esas que solamente vemos en la televisión. Salimos del coche con el mismo cuidado con el que habíamos entrado. Un guarda de seguridad nos pidió la invitación. Aurora abrió su pequeño bolso dorado y le entregó una tarjeta alargada. Nos encaminamos hacia el porche por una pasarela de piedras iluminadas por pequeñas luces que se encendían a nuestro paso, al final del camino nos esperaba un hombre alto, delgado, de unos treinta y tantos años, sonriendo, cogió la mano de Aurora y tirando de ella la saludó con un piquito en la boca, luego nos presentó:

— Alex, te presento a mis amigas Cleopatra y Shakti.

Cogió mi mano, la acercó a su boca y la besó con una suavidad que me hizo estremecer, al tiempo que no apartaba su mirada de mis ojos. A continuación, se dirigió a mi compañera y repitió el saludo.

Shakti, Cleopatra, os presento a Alex, el dueño de la casa y el que ha organizado esta maravillosa fiesta.

— Encantado, estáis en vuestra casa, espero que lo paséis muy bien.

Entramos a un amplio recibidor con una mesa de cristal, un espejo y una planta a la derecha; en la parte contraria, una lujosa escalera de mármol. Nos adentramos en el salón, con las paredes abarrotadas de cuadros de diferentes temáticas y fotografías de actores, actrices y mucha gente que no conocía. En un rincón, frente a un gran ventanal, había un conjunto de sofás de color negro; al otro lado, otro conjunto de sofás de color blanco delante de una chimenea de mármol. Bajo los cuadros y fotografías, varias mesas alargadas con caviar, gambas, ostras, canapés y otros deliciosos manjares. En un rincón, una barra de bar donde un camarero preparaba las copas que le pedían los invitados. Como Aurora nos había aconsejado comer antes de beber, saboreamos todos los entrantes salados y luego nos deleitamos con deliciosos pasteles y dulces. Después brindamos con champán francés y nos mezclamos con el resto de los comensales. Conocí personas de todo tipo: algunos hombres exóticos, chicas elegantes y guapas, algunas personas más corrientes. Me moví al ritmo de las diferentes músicas que sonaron con diferentes hombres y mujeres. Me sentí cómoda, en ningún momento necesité marcharme, al contrario, el tiempo pasaba rápidamente y justo cuando el sol asomaba por el horizonte, las chicas me rescataron del sofá, donde dormitaba sentada al lado de un rubio con el pelo rizado que tenía un aire a David Bisbal, aunque suspiraba por su chica que le había dejado por su mejor amigo. Cuando salimos al jardín, Alex se despidió de nosotras besándonos en la mano con la misma delicadeza que cuando nos conocimos. En la calle nos esperaba el Rolls-Royce blanco, con el mismo conductor, el cual nos volvió a dejar enfrente de nuestra casa. Cuando entramos, Aurora abrió su pequeño bolso dorado y sacó un fajo de billetes de 100 euros, hizo tres pilas y nos entregó uno a cada una, sonriendo, mientras decía:

— Parece que habéis hecho un buen trabajo, porque Alex estaba muy contento y me ha prometido que nos volverá a invitar a las tres a la próxima fiesta.

— Vaya, pues ha sido más fácil de lo que imaginaba, he escuchado lo que me han contado, he besado algún chico guapo y nada más – explicó Mati

— Sí, ha estado bien, además todos eran muy guapos y ricos, mirad lo que me ha regalado Javi – dijo Aurora mostrando una gargantilla que parecía de oro.

— Vayaaaa, qué bonita – respondí mientras me acercaba para verla bien.

— Bueno, esta fiesta ha sido fácil y divertida, algunas son más complicadas.

— ¿Qué quieres decir con complicadas?

— A veces quieren combinar alcohol con drogas y no es buena mezcla.

Y así fue como me volví una adicta a ese tipo de fiestas, solamente había que comprar ropa bonita, ir al estilista y dejarse llevar y, encima, ganaba dinero para poder seguir estudiando sin tener que pedirlo a mis padres. Algunas fueron muy fáciles como la primera, otras más complicadas, con cocaína y algunas otras drogas; sin embargo, yo siempre he conseguido mantenerme fuerte y no entrar en este peligroso mundo.

— ¿Pero, has mantenido relaciones sexuales con algunos de ellos? – pregunta Maya.

— Sí, claro, siempre que he querido. La primera vez, fue con un jugador de baloncesto, no voy a decir el nombre para reservar su intimidad. La fiesta era en su casa y era imprescindible llevar máscara. Al entrar, Mati nos presentó al anfitrión, que llevaba un frac y una máscara del “zorro”. Me cogió la mano, suave, pero firmemente, mientras sus preciosos ojos verdes que asomaban por el antifaz se clavaban en mis pupilas, haciéndome estremecer. Como siempre, empezamos comiendo un poco para tener algo en el estómago, mientras charlábamos con unos de chicos muy simpáticos, luego me llenaron una copa con champán francés y, de repente, apareció él de nuevo, me cogió de la mano y me llevó al centro de la sala donde habían improvisado la pista de baile, estuvimos flirteando al compás de diferentes melodías hasta que sonó “This year’s love”, entonces nos abrazamos moviéndonos al ritmo de la balada. Un agradable aroma a cedro envolvió mis sentidos trastocando mis emociones. Después de bailar literalmente pegados, me cogió de la mano, subimos al piso superior y entramos en una habitación, que parecía la suite de un hotel, con una enorme cama, un espejo en el techo, un sofá a un lado, una puerta que daba a un vestidor y otra que iba al cuarto de baño. Cerró la puerta, pasó el pestillo, me cogió por la cintura y nos besamos apasionadamente mientras nos quitábamos la ropa el uno al otro. He de decir que mis piernas flaquearon cuando me pidió que no mi quitase los zapatos de tacón ni la máscara, saboreamos largamente nuestras lenguas hasta que recorrió con su lengua mis pechos, se entretuvo jugando con los pezones para continuar rozando con la punta de la lengua el resto de mi cuerpo hasta llegar al pubis, donde se entretuvo para regalarme un orgasmo. Luego, me pidió que le colocara un preservativo. Unimos nuestros cuerpos, moviéndonos al compás para lograr  alcanzar juntos el clímax.

— Uauuu, esto suena a película romántica – interrumpe Raquel sonriendo.

—  Nos quedamos los dos abrazados, acariciándonos hasta que me dormí, más tarde, cuando desperté él ya no estaba, me duché, me vestí y volví a la fiesta, buscándolo por todas partes, incluso pregunté a varias personas, pero nadie sabía nada de él y no hemos coincidido nunca más – responde con la mirada triste.

— ¿No intentaste encontrarle? – pregunta Carol.

— No puedo hacer eso. En realidad, es lo mejor que podía pasar, un encuentro y no coincidir nunca más – responde muy seria.

— Pero seguro que te gustaría volver a verle – asegura Carol.

— Tal vez, pero no es factible.

— Parece que hay unas normas muy severas – afirma Raquel.

— No es eso, en realidad, cada una hace sus propias normas. Como comprenderéis, no puedo enamorarme de todos los hombres que aparecen en estas fiestas, porque solamente soy dama de compañía por un día.

— Pero a ti te gustaba ese que llevaba la máscara del zorro, ¿verdad?—pregunta Maya.

— Lo pasamos muy bien, fue mi primera vez y para mí fue especial, sin embargo, no teníamos futuro, eso lo tenía muy claro.

— Pero yo no he dicho que tuvieras futuro, simplemente afirmo que tú estabas enamorada de él, ¿o no es así?

— Eso es agua pasada, no tiene importancia – responde ella con energía y una sonrisa triste.

— ¿Te ha ocurrido otras veces? ¿Te has sentido muy atraída o enamorada?  – sondea Maya.

— He estado en situaciones parecidas, tal vez no tan intensas, pero sí que he conocido a personas con las que me gustaría repetir, sin embargo, soy muy consciente de que esto no es posible y con el tiempo he conseguido dejar de lado las emociones.

— Pero no siempre se pueden aparcar las emociones, la cabeza dicta nuestras normas, pero el corazón suele actuar libremente, sin hacer caso. ¿No crees? – expone Judith.

— Tienes razón, he tenido que luchar muchas veces para conseguir aparcar las emociones. En esta labor no hay lugar para los sentimientos, para ninguno de ellos. Por suerte, muchos de los hombres que asisten a estas fiestas no buscan nada más que flirtear un poco y hablar mucho, desahogarse de sus problemas, de todo lo que no se atreven a explicar a su familia o amigos. En realidad, ya tienen pareja, novia o esposa, por eso no buscan nada más.

— Sin embargo, ahora que eres una respetable jueza, supongo que lo has dejado. Me imagino que esa historia que nos acabas de contar y que has llevado en secreto, ha quedado como un recuerdo de juventud, ¿verdad? – comenta Carol.

África palidece, se pone una mano en la cabeza, la otra en el pecho y empieza a sollozar. Nunca la había visto así, no sé qué hacer, si dejar que siga hablando o levantarme y abrazarla. Parece ser que todas dudamos, la miramos con compasión esperando que alguna reaccione y decida cómo actuar.

Suspira y luego confiesa:

  • He intentado dejar todo esto muchas veces, incluso estuve haciendo terapias con una psicóloga, pero no lo he conseguido y, aunque me cuesta aceptarlo, no tengo más remedio que confesar que soy adicta a este tipo de fiestas. Con mucho esfuerzo he conseguido participar solamente cuando hay que llevar disfraz o máscaras. Aun así, sé que estoy en peligro, en cualquier momento alguien me puede reconocer, sin embargo, ese temor me excita mucho más. No tengo perdón, ¿verdad?
  • No entiendo tu comportamiento, pero te apoyo totalmente y te ayudaré en lo que me pidas, ya sea seguir o parar – dice Carol.
  • Por supuesto, estoy contigo para lo que sea – la apoya Maya.
  • Yo también estoy a tu lado para lo que necesites — confirmo, intentando procesar toda la información que nos ha proporcionado, mientras recapacito detalladamente en todo lo que nos había escondido y lo engañadas que nos ha tenido todos esos años.
  • Cuenta conmigo – constata Rebeca, levantándose lentamente.
  • Aunque estoy alucinando, ya sabes que también estoy contigo – reafirma Judith, que está de pie detrás de ella.

En silencio, nos dirigimos todas donde está ella y nos abrazamos fuertemente, en uno de esos abrazos que entremezclan nuestros aromas personales, tanto de la piel como de la ropa y los perfumes.

— Gracias, chicas, para mí es muy importante contar con vuestro apoyo. Estoy segura de que ahora conseguiré salir del bucle en el que estoy metida – murmura en medio del abrazo comunitario.

Poco a poco nos vamos separando y nos volvemos a sentar. Nos miramos de reojo, intentando adivinar lo que piensan las otras, hasta que Judith se atreve a preguntar:

— ¿Qué piensas hacer para solucionar el problema?

— Pues, veréis, he conocido a un hombre muy especial, una persona maravillosa que se preocupa por mí, nos queremos. Ahora es el momento de dejar ese otro mundo en el que habito de vez en cuando. Me gustaría tener la fuerza de voluntad para decir NO cuando me propongan una superfiesta de máscaras, pero tengo mucho miedo de no conseguirlo. Os necesito, chicas.

— ¿Cómo podemos ayudarte? – pregunto un poco extrañada.

— Diego es ingeniero informático y su empresa le ha ofrecido un ascenso, pero deberá trasladarse a la filial que tienen en Sabadell. Me ha pedido que vaya con él, me ha propuesto que vivamos juntos. He pensado en pedir una excedencia en el Juzgado de Madrid y, si esto funciona, pediré el traslado a Sabadell o a Barcelona.

— Qué romántico – suspira Maya soltando un pequeño grito.

— Sí, pero no es tan fácil para mí. Llevamos seis meses juntos y he ido a tres fiestas sin que él se entere. Le dije que iba a cenar con unas amigas —explica la jueza.

— Pero ¿no se daba cuenta cuando te ibas de casa vestida sexy? —preguntó asombrada.

— No, porque salía vestida normal y me cambiaba en casa de Mati. Esa ropa no la tengo en mi armario, por supuesto. Él no sabe nada.

— ¿Y no tendrías que decírselo? —cuestiona Rebeca.

— Sí, claro, pero primero quiero estar limpia – responde ella.

— No entiendo cómo podemos ayudarte – cuestiono abrumada.

— Precisamente tú eres la que puedes ayudarme más – alega ella mirándome fijamente.

— ¿Yo?

— Sí, porque iré a vivir relativamente cerca de ti. Sobre todo, no dejes que tenga ropa en tu casa, aunque te lo pida por favor.

— Pero aquí no tienes contactos, ¿no?

— Conozco a mucha gente, he participado en fiestas privadas en Barcelona, también he volado hasta París, Berlín, Roma, Bilbao y muchas más ciudades.

— ¿Has ido a las ciudades donde vivimos algunas de nosotras y nunca has dicho nada? —pregunta Raquel un poco mosqueada.

— Nos llevan en aviones privados, algunas veces, las fiestas empiezan en el avión – responde ella sonrojándose.

— Vaya, ahora, sí que entiendo que esto es un mundo paralelo – suelta Carol.

— Y ¿qué vas a hacer con toda esa ropa? – consulta Judith.

— Pienso deshacerme de toda la ropa que tengo, alguna se la quedará Mati, que seguirá con esto y la que ella no quiera la venderé a las chicas que empiezan ahora.

— ¿Y Aurora? ¿Ya no sigue con las fiestas? — interroga Judith.

— Aurora murió hace un año, una mezcla de drogas y alcohol acabó con su vida – suspira con la mirada triste.

— Bueno, chicas. Ya vale, por hoy, África se ha confesado; entre todas la ayudaremos, aunque la principal vigilante será Lina. Ahora brindemos porque estamos juntas y podemos ayudarnos – explica Rebeca levantando su copa. Mientras nos levantamos y brindamos, analizo a las chicas que, después de esta declaración tan intensa, hemos quedado todas exhaustas, sobre todo África, que parece triste y cansada, aunque se ha quitado un peso de encima.

 — Hablando de otra cosa. ¿Qué queréis hacer mañana? —interroga Maya, fijando sus originales ojos grises en el grupo.

— Podríamos aprovechar para hacer una excursión a caballo. Jaime me ha pasado el teléfono de un centro hípico para hacer una reserva — concluyo sin esperar que se opongan.

— Para mí un caballo pequeño, ja sabéis que me da mucho respeto subir encima de un animal tan grande – aclara Judith.

— Tranquila, son animales muy dóciles, acostumbrados a todo tipo de personas, incluso niños – afirmo sonriendo.

— Vale, te encargas tú de llamar mañana a primera hora para hacer la reserva – comenta Carol.

— Yo me ocupo.

— Son las doce y media. ¿Qué os parece si nos vamos a dormir? —requiere Rebeca.

En silencio, cada una inmersa en sus pensamientos, vamos recogiendo. No pasa ni media hora que ya estamos cada una en su cama, intentando dormir, aunque es un poco complicado por lo intensa que ha sido la sobremesa.

Capítulo 4: Carol

Me despierto un justo antes de que suene la alarma del móvil, son las siete. Cuando me acosté creía que me costaría dormir, sin embargo, caí rendida y he dormido de un tirón hasta ahora, incluso creo recordar un sueño un poco extraño, pero descarto la idea de perder el tiempo en intentar recuperarlo, así que bajo de la litera lo más silenciosamente posible y subo directamente al baño.

Cuando entro en la cocina, Rebeca y Maya están preparando el desayuno. Mientras tanto, aprovecho para hacer la reserva de la excursión a caballo, un muchacho muy amable toma nota y me aconseja. Quedamos a las once en el centro hípico, me mandará la ubicación por WhatsApp. Cuando todo está preparado, nos sentamos en la mesa de la cocina, en silencio, parece ser que cada una está asimilando la confesión de anoche, hasta que Rebeca comenta:

— Vamos a ver, chicas, estamos preparadas para eso y mucho más, de momento solamente hay una confidencia. Creo que, sobre todo, no debemos juzgar, cada una, carga con su mochila, sino, esperad a escuchar a las demás, incluyéndome a mí misma, por supuesto. Lo importante es que nos queremos y apoyamos.

— Claro que sí – confirmo enseguida – nada nos puede separar, al contrario, cada vez estaremos más unidas por nuestras confesiones. Carol, Maya y África se remueven en sus sillas sonriendo en silencio. Acabamos de desayunar y nos preparamos para la excursión. Subimos a los coches y seguimos las indicaciones que nos ha mandado Martín, el chico del centro hípico, en un cuarto de hora llegamos a una bonita masía, un hombre alto y musculoso, de unos cuarenta años, nos está esperando con los caballos encerrados en un recinto al aire libre, después de saludarnos nos aconseja como debemos comportarnos con los animales y las pautas a seguir para que la excursión sea perfecta. Después de asignar un caballo a cada una, nos da unas últimas indicaciones y empezamos la excursión, siguiendo un sendero entre los árboles hasta llegar a un pequeño lago. Descabalgamos y damos de beber a los caballos mientras nosotras aprovechamos para comer y beber algo. Después seguimos cabalgando tranquilamente hasta llegar de nuevo a la hípica. Una vez allí, aceptamos la propuesta de Pedro, el guía, de hacer una visita al centro, dar de comer a los caballos y cepillarles, todo muy terapéutico y relajante. También aprobamos su invitación de comer allí, junto con una familia compuesta por los padres y sus tres hijos de edades comprendidas entre los cinco y diez años. Formamos un buen grupo, compartiendo la comida y las experiencias vividas, estamos a gusto y nos cuesta despedirnos tanto de las personas como de los animales.

Antes de ir a casa, paramos en el pueblo para comprar lo necesario para nuestra despensa y cuando, por fin, llegamos a casa, nos ponemos cómodas. Hoy cocinamos Judith y yo. Las demás se ocupan de preparar un aperitivo y poner la mesa. Mientras preparamos la lasaña de verduras y una tortilla de patata y cebolla, voy cavilando que esta noche le tocará hablar a Carol. No tengo ni idea de cuál es su secreto, puesto que siempre he pensado que su vida es tal y como ella la había soñado. 

Tanto la lasaña como la tortilla han quedado muy buenas y pronto acabamos de comer. Observo que estamos más relajadas, supongo que ayer, África, abrió un camino de confianza hacia las demás.

Mientras degustamos el helado de chocolate, Carol empieza a hablar:

— Mi situación personal y profesional en este momento es caótica. Como ya sabéis, Aqsel y yo nos asociamos y abrimos un centro de terapias. El negocio nos iba muy bien y decidimos invertir una parte de las ganancias en comprar una casa. Como es habitual en ese país, convenimos en alquilar una habitación, pensando que nos ayudaría a compensar los gastos mensuales de la hipoteca, así que pusimos un anuncio en el periódico local. Primero vino una chica, Disa, muy alta y delgada, con la piel muy clara, casi transparente, que parecía una muñeca de porcelana. Estuvo seis meses por casa, entrando, saliendo, aunque casi nunca se relacionó con nosotros, pero tampoco le pedimos más, ya que estábamos muy ocupados trabajando. Creíamos que todo iba bien hasta que dejamos de verla. Pasó una semana, quizás dos, llegó el fin de mes y no pagó el importe del alquiler. Le mandamos varios WhatsApp, la llamamos por teléfono, luego aporreamos su puerta, que estaba cerrada con llave. Parecía que se la había tragado la tierra. Decidimos tirar la puerta y nos encontramos la habitación vacía, se había llevado sus cosas y también nuestros muebles. Pusimos una denuncia, aunque no sirvió de nada, así que, después de pensarlo detenidamente, decidimos comprar muebles de ocasión y colocar un cartel en el Centro ofreciendo una habitación. A los pocos días un cliente se interesó por la habitación. Even, treinta y cinco años, el típico rubio de ojos azules, con una cicatriz en la barbilla que le daba un toque “malote” y atractivo a la vez. Ingeniero Naval, trabajaba diseñando barcos. Había viajado por todo el mundo, jamás había tenido una residencia fija, lo máximo que aguantaba en una ciudad era seis meses. Sabíamos que su estancia sería temporal, pero ya nos iba bien, porque nuestra idea era que la situación económica mejorase y pudiésemos prescindir del alquiler de la habitación. Yo incluso había pensado en ser madre. Todo parecía que iba sobre ruedas, nos combinábamos el trabajo, teníamos adjudicadas horas libres, así podíamos mantener el centro abierto al público más horas. Un día que tenía la mañana libre, Aqsel estaba en el Centro y yo me levanté un poco más tarde, bajé a la cocina a desayunar y me encontré con Even, llevaba un pantalón de pijama corto, sentado en un taburete, bebiendo un zumo de naranja, las piernas abiertas, por un lado, se asomaban los atributos, en pleno auge.

— ¿Atributos? ¿Auge? ¿Qué idioma hablas, Carol? —pregunta riendo, Judith.

— Bueno, ya sabéis… por una pernera del pantalón corto, asomaba el pene un poco empalmado. Yo, llevaba un camisón corto, blanco, casi transparente. Cuando vi la estampa, no pude evitar que mis pezones se erizaran. Nos repasamos mutuamente, él recorrió mi cuerpo con su mirada, con descaro, como si me estuviese desnudando, mientras tanto yo, intentaba apartar la vista de su torso desnudo y de lo que asomaba por debajo del pantalón. Me giré de espaldas a él intentando disimular hasta que noté su respiración en mi nuca, haciéndome estremecer. No sé cómo pasó, de repente, estábamos desnudos besándonos apasionadamente, luego recorrió mi cuello con su lengua hasta llegar a los pezones, donde se recreó poniéndome a mil, al tiempo que yo recorría su cuerpo con la yema de los dedos. Y ya podéis imaginar cómo seguimos, apartando todo lo que había en la mesa de la cocina para acoplarnos como animales salvajes. Después subimos a su habitación y estuvimos toda la mañana en su cama, besando nuestros cuerpos, resiguiendo con la lengua cada rincón, regalándonos orgasmos. Fue increíble y con eso no quiero decir que con Aqsel no lo pase bien, al contrario, siempre ha sido genial; sin embargo, como os podéis imaginar, un cuerpo nuevo, una relación escondida, hacía que pareciese algo extraordinario. 

— ¿Has seguido con Even? ¿O solamente fue aquella vez? —pregunta Maya.

Carol se levanta, camina de un lado a otro como un perrito perdido y luego sigue hablando, sin mirar a nadie, como si explicase su historia al infinito:

— Mi relación con Aqsel siguió como siempre, pero cuando tenía unas horas libres, quedaba con Even y pasábamos un rato juntos. Eso si a él le iba bien, ya que Even siempre ha sido una alma libre y necesita mucho espacio y que nadie le agobie. Un día que estaba trabajando, tenía que hacer un masaje deportivo a un cliente con varias contracturas recurrentes, empecé a encontrarme mal, con la cabeza a punto de estallar, pinchazos en el vientre  y mareos. Le pedí al cliente que me diese unos minutos para llamar a Aqsel y que me sustituyese; sin embargo, no contestaba al teléfono. No me preocupé, pensé que habría salido a correr. Menos mal que el paciente fue muy comprensivo y cambiamos la cita para otro día. Después de este paciente, tenía dos personas más, así que las llamé y cambié sus citas. Entonces, me estiré en un sofá y esperé a encontrarme un poco mejor antes de marcharme a casa. No era nada importante, simplemente me bajó la regla y, aunque nunca lo paso tan mal, esta vez sí que fue horrible. Llegué a casa deseando echarme en el sofá y mirar un rato la tele, sin embargo, al abrir la puerta, escuché unos suspiros y unas risitas que no me eran desconocidas. Subí por la escalera de madera, descalza, intentando no hacer ruido, la puerta de la habitación de Even estaba entreabierta y, aunque me moría de celos también tenía curiosidad por conocer a la rival que estaba disfrutando con Even, así que me acerqué sigilosamente, mientras un sudor frío cubría por mi cuerpo, me asomé temblando, allí estaba Even, desnudo, con el cuerpo cubierto por algún tipo de aceite afrodisíaco, acariciando a Aqsel, que también estaba desnudo. Sin saber cómo reaccionar, estuve espiando, miré cómo se besaban, reían y compartían una complicidad que me costaba comprender. Sin poder evitarlo, me puse caliente, por lo que entré en el baño, me puse un tampón y me metí en la cama con ellos. Se levanta, refriega sus manos, camina unos pasos hacia la derecha, da media vuelta y gira hacia la izquierda, mientras las demás la miramos impacientes, deseando que retome su relato. Después de un rato moviéndose de un lado a otro, se vuelve a sentar y sigue hablando:

— Aunque los avisé de que tenía la regla, fueron muy respetuosos conmigo. Jugamos con las yemas de los dedos y nuestras lenguas rozaron todos los rincones de nuestros cuerpos, proporcionándonos placer hasta perder la noción del tiempo. Cuando quedamos satisfechos y exhaustos, nos abrazamos en silencio, sellando un pacto de sexo.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué tengo la sensación de que ese tiempo de felicidad terminó? —pregunta Judith

— Al principio todo iba muy bien, nosotros seguíamos con nuestro Centro de Salud, nos repartíamos las horas de trabajo en turnos, días libres y vacaciones. Even trabajaba para varias empresas navales diseñando yates de lujo y transatlánticos, ganando muchísimo dinero, lo cual me tenía intrigada. Siempre me preguntaba por qué se quedaba a vivir con nosotros cuando podría haberse construido una mansión en cualquier lugar maravilloso. De vez en cuando viajaba hasta el lugar donde se construía el barco que había diseñado y comprobaba que se fabricaba adecuadamente, pasando un par de meses fuera. Eso sí, siempre pagaba, aunque no pasase el mes con nosotros. Nuestras vidas seguían su curso hasta que volvió de Arabia Saudita, estuvo trabajando para un jeque y cuando aterrizó de nuevo en casa, ya no era el mismo de siempre. Estaba más arisco conmigo, incluso me dio la impresión de que me esquivaba, después empezó a pincharme por cualquier cosa y lograba que Aqsel y yo nos peleásemos por tonterías, de manera que no podíamos estar juntos sin discutir. Mi vida empezó a ser insoportable, tanto en el trabajo como en casa, por lo que un día reuní el valor suficiente para hablar con ellos. Nos sentamos en la mesa de la cocina y solté mi discurso:

— Chicos, no sé qué nos está pasando, pero no podemos seguir así.

Even bajó la cabeza y esquivó mi mirada y Aqsel se levantó y con voz muy baja alcanzó a decir:

— Tienes razón, Carol, no podemos seguir así. Creo que lo mejor que podemos hacer es traspasar el negocio y vender la casa.

— ¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Aqsel, no comprendo.

— Even, yo nos amamos y tú eres un estorbo.

— Aqsel, no estarás hablando en serio, verdad. Dime que se trata de una broma de mal gusto, por favor. No entiendo nada.

— Empezamos los tres y lo pasamos muy bien, pero hemos comprendido que no te necesitamos, estamos bien juntos. Precisamente hoy nos han confirmado que tenemos trabajo en un transatlántico, donde voy a trabajar como fisioterapeuta y a Even lo han contratado como Arquitecto Marino y su trabajo consistirá en que el barco funcione adecuadamente.

— ¿Qué pasa conmigo? – solicité con un nudo en la garganta.

— Puedes comprar tu parte de casa y del centro, seguir con el negocio y vivir aquí.

— Pero qué dices – susurré – no tengo tanto dinero ahorrado.

— Entonces, traspasaremos el negocio y pondremos la casa a la venta – respondió evitando mi triste mirada.

Me levanté, pero mis piernas flaquearon y tuve que volver a sentarme. Noté cómo se me nublaba la vista y me costaba respirar. Even se levantó y me besó en la frente mientras Aqsel me prodigaba una mirada compasiva. Los días siguientes pasaron entre llantos y noches en vela, mientras, ellos efectuaban los preparativos de su marcha. Pusimos un cartel en el centro y al cabo de dos semanas una pareja de mediana edad, se interesaron por el traspaso y después de negociar largamente conseguimos traspasarlo por un precio razonable. Han cambiado el nombre, han reformado algunos de los espacios, han ampliado la oferta de tratamientos, también hacen clases de yoga, Chi Qung y Thai Chi. De momento, conservo el trabajo, sigo siendo fisioterapeuta y continúo viviendo en la casa, pero cuando la vendamos no sé qué haré.

  • ¿Has pensado volver aquí? Estoy segura de que encontrarías trabajo como fisioterapeuta enseguida — propone Judith.

Se levanta, camina unos pasos y vuelve a sentarse, apoyando sus codos sobre la mesa y metiendo la cabeza entre las manos, nos miramos y, sin decir nada, nos levantamos y la rodeamos en un abrazo comunitario para ofrecerle nuestro apoyo. Después de permanecer juntas unos minutos, nos volvemos a sentar y me aventuro a proponer:

— ¿Qué os parece si mañana vamos a Ripoll y Setcases?

— Claro, buena idea – contesta Rebeca mientras África asiente con la cabeza.

— Entonces será mejor que nos vayamos a dormir, ¿no os parece? – propone Maya.

Nos levantamos para recoger y cada una se retira a su cama.

Capítulo 5: Judith

Me despierto con una melodía que me suena mucho, pero aún no estoy lo suficiente espabilada para reconocerla. Escucho a África tararear y sin darme cuenta me uno a ella, desafinando, como siempre. Acabamos cantando a toda voz la canción de Ketama, “no estamos lokos”, poco a poco todas se van uniendo al karaoke improvisado, mientras preparamos el desayuno y cuando estamos listas subimos a los automóviles dispuestas a pasar otro día fantástico. Callejeamos por Ripoll y nos fotografiamos en todos los rincones emblemáticos, comemos en “La Taberneta”, uno de los restaurantes típicos del pueblo y después nos dirigimos a Set Cases, donde paseamos tranquilamente por el pueblo y los alrededores. Como siempre, antes de volver a casa, pasamos por el supermercado para hacer la compra; esta vez serán Rebeca y África las que van a cocinar. Llegamos justo cuando el sol se esconde tras unas nubes juguetonas que se alargan hacia el bosque de encinar que hay en la parte trasera de la casa. Algunas bandadas de pájaros vuelan haciendo piruetas en el cielo. Como está anocheciendo y se ha girado un aire fresco, preparamos la mesa de la cocina, entretanto se asan las truchas en el horno. Como siempre, sin que se den cuenta, las estoy observando. Noto que Judith está nerviosa, supongo que es porque hoy le toca a ella desvelar su secreto y, la verdad, es que estoy muy intrigada. Una vez acabamos con el pescado y, mientras atacamos la tarta de queso, Judith se levanta y empieza a hablar:

— Bueno, como ya os he ido contando, a Edurne y a mí nos va muy bien con las ventas por Internet, hemos contratado a cinco personas más y, ahora, ya somos quince en plantilla. En cuanto a Iker, es una persona maravillosa, me quiere muchísimo, es muy detallista y siempre está pendiente de mí. Hace cosa de un mes me invitó a cenar al Restaurante Atelier Etxanobe, uno de los mejores de Bilbao, y cuando nos trajeron los postres, la camarera abrió una botella de champán francés mientras él decía:

— Como que desde que estamos juntos soy mejor persona, me gustaría compartir el resto de mi vida contigo. Al mismo tiempo, abría una pequeña caja roja, donde reposaba este anillo – explica mientras nos enseña un precioso anillo de compromiso, con un brillante enorme. Nos levantamos todas a la vez para cogerle el dedo y mirar de cerca ese anillo tan espectacular, mientras tanto, una silba, la otra grita, alguna suelta un taco, sin embargo, la miro de reojo y me percato que su cara no refleja felicidad, parece aturdida, por lo que la abrazo fuertemente al tiempo que le pregunto al oído:

— Me parece que esto no es lo que tú deseas, ¿verdad? Se abraza fuertemente a mí, la escucho suspirar. Cuando se separa de mí, tiene los ojos anegados, Maya la mira extrañada y Rebeca pregunta:

— ¿Qué ocurre, Judith? ¿No fue como esperabas?

— No es eso, como ya os he contado, Iker es una persona encantadora y hasta hace poco creía que le amaba con locura, deseaba que me pidiera que nos casáramos, incluso había soñado con una bonita boda, rodeada de las personas que amo, con vosotras como damas de honor, pero mi vida ha efectuado un giro, todo ha cambiado desde que conocí a Rubén.

— ¿Quién es Rubén? – preguntamos al unísono.

— Un chico que conocí antes del verano, hace exactamente cuatro meses, diez días y seis horas.

— ¡Vaya! ¿Qué fuerte! – exclama Rebeca, aunque todas pensamos lo mismo.

— Un día, salí de casa para ir a trabajar y en la pared frente a casa había un grafiti con mi cara – explica mientras mira la cara de incrédulas que vamos poniendo todas. Coge el móvil y busca; luego nos muestra una fotografía de un grafiti con su cara. Es perfecto, igual que ella, la misma sonrisa; parece increíble que sea un dibujo en una pared. Cada una de nosotras exclama la sorpresa a su manera, mientras ella retoma su relato:

  • Miré por todas partes, buscando al autor, pero no había nadie, eso sí, debajo del dibujo había una firma: Rubén, como bien podéis ver. Giré la esquina y en otra pared, de nuevo otro grafiti de mi cara, aunque este era un poco más pequeño. Seguí buscando al pintor, pero no había nadie, así que seguí andando, pero justo antes de entrar en el local, en la pared de la entrada, de nuevo, mi cara en otro grafiti. Todos llevaban la firma de Rubén. Mientras abría la puerta, se me acercó un chico joven, sonriendo, al tiempo que me preguntaba:
  • ¿Qué te parece mi obra?
  • ¿Tú eres el autor de los grafitis? ¿Sabes que puedo denunciarte por acoso? Ni siquiera me has pedido permiso – ataqué un poco enojada a la vez que algo asustada.
  • Vamos, no seas cruel, sé que te ha gustado.
  • ¿Por qué lo has hecho? ¿Quién eres? No te conozco.
  • Mi madre es clienta tuya, siempre me hablaba de lo buenos que eran tus productos, por eso busqué información y empecé a visitar tu página web. Mi nombre es Rubén y te admiro, me encanta tu página, incluso he efectuado alguna compra. Aparte de Grafitero, soy influencer en YouTube y en Instagram, podría hablar de ti. Tengo muchos seguidores.
  • ¡Anda ya! No me vengas con tonterías.
  • No te enfades, estamos hechos el uno para el otro.
  • ¡Estás loco! En primer lugar, no me conoces, no sabes nada de mí, pero, además, eres un crío, seguro que ni siquiera eres mayor de edad.
  • Por supuesto que soy mayor de edad. Y a ti te conozco muy bien, te he estado observando.
  • ¿Observando o espiando?
  • Por favor, dame una oportunidad, solamente te pido pasar un rato contigo – suplicó mientras se acercaba peligrosamente, impregnándome con un suave aroma mentolado.
  • De acuerdo — asentí pensando que era la mejor manera de quitármelo de encima— – iremos a un bar, nos tomaremos unos cafés, hablaremos un rato y, después, nos despediremos. ¿Te parece bien?
  • Claro, por supuesto, lo que tú decidas —respondió sonriendo.

Fuimos a una cafetería cercana, hablamos de todo un poco, de nuestras aficiones, del trabajo, entonces me explicó la responsabilidad que tenía cuando publicaba en las redes sociales, incluso comentó que tenía clientes que le contrataban para pintar grafitis en paredes de edificios, puertas metálicas o muros para evitar que los gamberros ensuciasen con pinturas obscenas o desagradables. Aparte de eso, también trabaja en un centro como tatuador, entonces me enseñó algunos de sus tatus, en la tripa, en el pecho, en el brazo, luego intentó convencerme de que me hiciera un tatuaje en la pierna. Estaba tan a gusto hablando con él que no me di cuenta del paso del tiempo hasta que me llamó mi secretaria, desesperada, porque tenía una reunión importante y hacía casi una hora que me estaban esperando. Me pidió el número del móvil y, sin pensar en las consecuencias, le facilité mi número privado. Después nos despedimos con su promesa de que me llamaría por la tarde para invitarme a cenar. Sin querer, pasé el resto del día consultando la hora y, justo después de comer, sonó el móvil. Era un número desconocido, pero he de confesar que contesté deseando que fuese él. Se me aceleró el corazón al escuchar su voz grave y no cuestioné nada cuando indicó que me esperaba a las siete en la puerta. La tarde pasó lentamente, a las seis y media entré en el baño para arreglarme, luego le mandé un mensaje a Iker, diciéndole que había quedado para cenar con una clienta. A las siete en punto, con un ligero temblor de piernas, salí a la calle. Estaba en la acera de enfrente, apoyado en un árbol, sonriendo. Me acerqué lentamente, con un ligero temblor en las piernas por los nervios, al llegar frente a él, me cogió de la mano, rozó mis dedos con sus labios, mientras su mirada penetrante se clavaba en mis pupilas, logrando que un escalofrío recorriese mi cuerpo. Entonces volvió a sorprenderme cogiendo un patinete eléctrico que tenía apoyado junto al árbol, me ofreció un casco y volamos por las calles hasta el Restaurante “Fuego Negro”, un punto de encuentro de artistas desde hace muchos años, donde actualmente también se reúnen grafiteros, influencer y tatuadores. Es un local encantador, no muy grande, con mesas largas, de madera, donde los comensales comparten comida, bebida y conversaciones. Me presentó a varios colegas suyos, Candi, influencer de Instagram, Mario, escritor de novela erótica, Mar, con un canal de YouTube sobre tendencias, Lali, tiktoker de bailes latinos y otros personajes de los que no recuerdo el nombre. Todo fue muy surrealista y divertido a la vez. A medianoche, salimos de allí, rodando con el patinete por las calles de Bilbao hasta su casa, un loft de dos plantas en el último piso de un edificio del Casco Viejo. Nos besamos en el pequeño y antiguo ascensor, abrió la puerta y un camino de velas nos acompañó por una escalera de caracol hasta el piso superior, donde nos esperaba una cama enorme, situada estratégicamente debajo de una claraboya por donde se colaba la luz de la luna rodeada por millones de estrellas. No sabría qué destacar de nuestra primera noche, su cuerpo joven y musculoso, su cálida ternura, el roce de sus labios sobre mi piel y el sentimiento de culpabilidad que sentí al conseguir varios orgasmos. Me desperté a las cinco de la madrugada y escapé aprovechando que dormía, con un peso en el pecho que no me dejaba respirar, prometiéndome que no se repetiría. Pero eso no paso. Rubén siempre tenía una excusa para quedar conmigo. Me invitaba al cine, a un musical, a una exposición de cuadros o a la presentación de un libro, siempre había un motivo para un encuentro, así que empezamos a vernos casi cada día a escondidas de Iker y de mi grupo de amigos. Por supuesto, sabía que esta relación no podía llegar a ninguna parte, yo era ocho años mayor que él y nuestras vidas transcurrían por caminos muy diferentes, sin embargo, Rubén era como un imán que me atraía sin poder evitarlo y cada encuentro era una aventura divertida, lo que hacía que no desease dejar de verle. Siempre había pensado que el sexo con Iker era fabuloso, pero Rubén logró que nuestros encuentros fuesen irrepetibles, cada día era mejor que el anterior, consiguiendo que le desease más, por lo que, aunque me proponía no verle de nuevo, me era imposible y no podía negarme, el deseo era más fuerte que el amor que creía sentir por Iker. Seguí con esta doble vida hasta que Iker me pidió que nos casásemos. Entonces me di cuenta de que vivía una mentira y ahora no sé qué hacer. Así que ya sabéis, chicas, os necesito.

Nos levantamos todas a la vez y la rodeamos en un abrazo comunitario hasta que, de repente, Maya, sale corriendo del grupo para ir al baño. Voy detrás de ella, me ha parecido que no se encontraba demasiado bien. Cuando llego al cuarto de baño la escucho vomitar, así que abro la puerta despacio y me asomo, intentando que no parezca una intromisión a la vez que quiero brindarle mi ayuda. Sentada en el suelo, me mira sudada y un poco avergonzada, creo. Me acerco a ella y la ayudo a levantarse, nos abrazamos, parece que estas vacaciones serán muy intensas. No le pregunto nada, sé que me lo agradece en silencio, nos reunimos con las demás que están, de nuevo sentadas, y también nos sentamos.

Carol nos observa y luego pregunta:

— ¿Te encuentras mal, Maya?

Me he mareado, pero ya estoy mejor, gracias – contesta esquivando cualquier mirada.

— Bueno, Judith, ahora deberás decidir con quién te quieres quedar – propone África.

— No lo sé, los amo a los dos, aunque de distinta forma, me gustaría no tener que de ninguno – responde agobiada.

— Piensa con quién quieres pasar el resto de tu vida, con quién te gustaría formar una familia, quién prefieres que te cuide cuando no te encuentres bien y a quién prefieres cuidar tú – cuestiona Rebeca.

— Iker es más serio, tiene un trabajo de responsabilidad, es diez años mayor que yo, pero tiene las cosas muy claras, quiere casarse conmigo y formar una familia, todo lo que yo había deseado antes de conocer a Rubén, que me ha cautivado por su vitalidad, ingenio, sensibilidad y mucho más.

— Consúltalo con la almohada y ya nos contarás.

Capítulo 6: Lina

Despierto sobresaltada por la alarma de un móvil mientras intento recordar el sueño en el que andaba sumergida. Parecía tan real y era tan extraño, una extraña combinación de las historias que he escuchado estos días mezcladas con mis recientes experiencias. Estoy nerviosa y algo abrumada a la vez, ha llegado el día en que relevaré mi secreto y, aunque he pensado varias veces cómo enfocarlo, todavía no sé muy bien por dónde empezar. Supongo que después me sentiré aliviada, porque hablar con ellas es la mejor terapia. Estiro primero los brazos y después las piernas mientras me giro hacia la otra litera, donde Carol me mira sonriente. Sin decirnos nada, bajamos las dos a la vez, nos fundimos en un fuerte abrazo y vamos a la cocina cogidas de la mano. Rebeca está preparando tostadas y zumo de naranja mientras tararea canciones de los 90. Después de desayunar, nos preparamos para la excursión que he organizado en Beget. Será una ruta circular por el bosque, atravesando el río en varias ocasiones.

La excursión es un éxito. hacemos miles de fotos y videos, visitamos el pueblo, la iglesia y comemos en Camprodon. Como siempre, antes de volver a casa, pasamos por el supermercado y la carnicería. Hoy cocinarán Carol y África, que nos han propuesto preparar una barbacoa con verduras y carne. Como hemos llegado temprano, decidimos cenar en el porche. Nos repartimos las tareas, mientras preparo mentalmente cómo abordaré mi historia. Entretanto las cocineras preparan la barbacoa, Judith y Rebeca disponen la mesa, Carol y yo elaboramos una deliciosa y refrescante ensalada. Nos sentamos a la mesa, muertas de hambre, después de que el aroma de la carne y la verdura se dispersen por el porche. Cuando Rebeca trae la tarta típica de Camprodon que hemos comprado en la pastelería Vicens, una de las más antiguas y conocidas del pueblo, me levanto dispuesta a iniciar mi relato.

— Como ya sabéis, hace un par de años que Israel y yo decidimos alquilar un apartamento y seguir nuestro camino juntos. Encontramos un ático con una terraza magnífica cerca del gimnasio donde trabajamos. Creo que ya os expliqué que se trata de un negocio familiar que inauguraron sus padres y casi todos los trabajadores pertenecen a su familia. La Junta Directiva está compuesta por sus padres Pedro y Gema, su hermana Lorena, Israel y su hermano mayor Rafael, la recepción la comparten su prima Míriam y su hermana pequeña Marta, una está desde las siete de la mañana hasta las dos y la otra empieza a las dos y termina a las nueve de la noche. Todos los monitores son familiares o tienen algo que ver con la familia. A mí me dieron la oportunidad de hacer las prácticas porque estaba saliendo con Israel. Aunque trabajemos juntos, casi nunca coincidimos, ya que él es el supervisor de los horarios, aparte de entrenador personal de varios clientes importantes, incluyendo algunos políticos conocidos. Mi tarea consiste en impartir varias clases de diferentes tipos, como zumba, yoga, pilates, spinning y también he sido entrenadora personal de algunas personas famosas. Todo iba muy bien, tanto en el trabajo como en nuestra relación personal, hasta el día en que apareció un hombre de unos sesenta años, de complexión mediana, muy bien conservado, con la cabeza rapada, ojos verdes, mirada penetrante y nariz aguileña, ofreciendo sus servicios como “gurú”. Lo atendió Israel y le propuso una serie de conferencias sobre diversos temas, asegurando que tendrían muy buena acogida. Solamente pedía una sala y que los participantes pagasen la voluntad; más adelante, seguro de que sería un éxito, se convendría un precio. La primera ponencia sería sobre el efecto del deporte en la mente. Nos reunimos todos los trabajadores para opinar sobre si era factible o no intentar este novedoso servicio y acordamos que el jueves, a las diez de la mañana, se haría la ponencia en la sala de yoga. Dispusimos una pequeña mesa y una silla por si quería sentarse, una botella de agua y una docena de sillas para el posible público. Marta, que es experta en las redes sociales, se encargó de difundir la noticia y se apuntaron ocho personas, casualmente o no todas eran mujeres de entre cuarenta y cincuenta años. Israel y yo acudimos como representantes del local. He de decir que me sorprendió su facilidad de palabra y el procedimiento usado para captar la atención de las presentes. Al terminar, hicimos un pequeño debate en el que pudimos expresar nuestra opinión, incluso aclarar algunas dudas. Luego agradeció nuestra asistencia y nos pidió la voluntad para poder preparar el próximo discurso. Observé que cada una de ellas le pagó diez euros y marcharon satisfechas.

— ¿Eran clientas? – pregunta Judith

— Dos eran clientas, las otras no – respondo suspirando – Pedro, el padre de Israel, habló con él y acordaron que la siguiente conferencia sería el martes por la tarde, sobre las seis de la tarde, parece ser que Magnus insistió en que a esa hora tendría más asistencia. Esta vez Marta tuvo más tiempo para difundir la noticia en las redes sociales y se apuntaron quince personas, las seis anteriores y ocho más, de las cuales cinco eran clientes, curiosamente, todas mujeres, aunque de diferentes edades. Preparamos de nuevo la sala de yoga y un cuarto de hora antes de la intervención, tanto Magnus como todos los participantes estaban en la Recepción conociéndose e interactuando. Habló sobre la influencia del sexo en la vida cotidiana durante media hora, después ellas participaron preguntando y comentando sobre el tema, en total duró unos cuarenta minutos y, al terminar, tanto el gurú como las participantes parecían realmente satisfechas con la jornada. El viernes le ofrecimos una sesión a las ocho de la tarde, se apuntaron quince personas, sin embargo, media hora antes, teníamos la recepción llena, algunos ni siquiera eran clientes, por lo que la sala se quedó pequeña y faltaron sillas, aunque nadie se quejó, se quedaron de pie. Ese día disertó sobre los recuerdos que almacenamos en nuestra mente, haciendo hincapié en la memoria selectiva, terminó diciendo:

— Los recuerdos que elegimos forman nuestro carácter, nos hacen las personas que nos convertimos, por eso quiero subrayar que: Somos lo que recordamos. 

Las personas que estaban sentadas se levantaron a la vez aplaudiendo largamente, luego efectuaron varias preguntas y el coloquio se alargó casi una hora más. Observamos, que todas las personas salían satisfechas y preguntaban cuándo sería la próxima tertulia, por eso planificamos nuevas intervenciones para la semana siguiente, a diferentes horas, para experimentar qué días y a qué horas había más gente. Cada intervención fue diferente, en las siguientes habló sobre salud, alimentación, deporte, sexo, éxito y la gente lo escuchaba sin comprobar ni objetar nada. En un mes tenía casi todos los clientes pendientes de sus tertulias. En los vestuarios se hablaba de él, de su físico, sus comentarios, incluso empezaron a especular sobre su vida íntima. Un día le preguntaron si estaba casado y contestó: “casado con la vida”, respuesta que dio mucho que hablar. Como cada día que hacía una conferencia había más gente, decidimos que para los socios seguiría siendo gratis, pero a los demás les cobraríamos 15 €. Sin embargo, eso no fue ningún problema, algunas personas se hicieron socias solo para asistir a sus reuniones sin tener que pagar y otros decidieron abonar por cada conferencia.

— ¿Israel y tú asistíais a las conferencias? —pregunta Judith.

— Debido a que todos teníamos clases dirigidas o clientes a los que atender, decidimos turnarnos para conocer con detalle de qué iban las charlas. Un día a la semana nos reuníamos todos y cada uno explicaba su experiencia tanto en el tema de la conferencia como en las diferentes reacciones de los asistentes. Una de las ocasiones en que Israel y yo acudíamos a la tertulia, la cual trataba sobre la Meditación Transcendental, la mayoría de los participantes tenía muchas preguntas y las respuestas eran extensas, por lo que la concentración terminó cuando el gimnasio ya estaba cerrado, viendo el éxito obtenido, se atrevió a proponer un retiro en una masía para profundizar sobre este tema y mostrarnos el poder de la mente. Tuvo un éxito brutal, todos los presentes se querían apuntar, entonces advirtió de que el precio era de 100 € por adelantado y un máximo de 20 personas. Como no estaba la secretaria, cogí un papel y un bolígrafo y anoté a todas las personas interesadas, anunciando que tendrían prioridad los clientes del local. Luego nos reunimos con la Junta Directiva y decidimos que seríamos Israel y yo los iríamos, al considerar que era imprescindible controlar todo lo que ocurría en ese retiro. Los otros dieciocho los sorteamos entre los cincuenta y tres clientes que se apuntaron. Al pagar los 100 €, nos entregó un papel con las indicaciones que debíamos tener en cuenta. Imprescindible llevar un saco de dormir, un neceser para el cuidado personal, una toalla y el móvil con el cargador. El día indicado, un viernes a las seis de la mañana, nos encontramos en La Boquería, donde nos esperaba un pequeño y viejo autocar, que, después de salir de la ciudad, se dirigió por una larga y estrecha carretera de curvas, ascendiendo por un hermoso paisaje entre altos pinos y robustas encinas. Después de cuatro horas de viaje llegamos a un mirador desde el que se podía admirar el valle y las montañas. Bajamos del autocar con el móvil preparado para efectuar miles de fotos, sin embargo, el gurú nos prohibió que fotografiásemos el lugar, argumentando que debíamos ser capaces de retener la imagen en la cabeza y en el corazón. Luego, nos hizo apresurar para que recogiésemos nuestras pertenencias y así, empezar, cuanto antes, con una aventura que, aseguraba, jamás íbamos a olvidar. Cada uno cogió su mochila y empezamos a ascender en fila por un estrecho sendero entre árboles y matorrales. Una hora más tarde llegamos a una explanada, donde encontramos una masía en bastante mal estado. El establo tenía el techo caído, las persianas de madera estaban rotas y no había puertas, pero, al fondo, se vislumbraba una pequeña laguna y un bosque de pinos. Lo primero que hicimos fue sentarnos, sacar una botella de agua y beber, mientras él nos observaba con el semblante visiblemente enojado. A continuación, nos aleccionó sobre el poder de la mente, en la resistencia del cuerpo físico, mientras nos ordenaba que entregásemos el móvil y el cargador a su ayudante Sandra. Leo se encargó de recoger los aparatos, ponerles una etiqueta con el nombre y guardarlos en una caja de madera. Dejamos las mochilas en un rincón y empezamos a limpiar la casa, sacamos la runa con unos cubos y la metimos en un contenedor metálico que había en la parte trasera, después barrimos y fregamos todas las habitaciones. Cuando terminamos, estábamos reventados, pero nos mandó que cogiésemos la toalla y le siguiésemos. Caminamos detrás de él y nos llevó al lago. Se quitó la ropa y empezó a adentrarse en el agua mientras nos ordenaba que le imitásemos. Nos miramos unos a otros dudando, pero cuando vimos que sus ayudantes también se quitaban la ropa, los demás les copiamos. El agua estaba muy fría y tranquila, el sol se escondía tras los árboles, dejando el cielo manchado de diferentes tonos anaranjados y colorados, invitándonos a una espectacular puesta de sol. Nadie se atrevía a quejarse de que el agua estuviese helada, hasta que Marisa emitió un pequeño grito y Magnus aprovechó para sermonear:

— El agua fría limpiará vuestro cuerpo físico, aprovechad para vaciar la mente, dejad todo lo nocivo en el lago, porque él se encargará de eliminarlo.

Algunas personas, las más atrevidas, nadamos tras él, imitando sus movimientos, entretanto, otras, tal vez más tímidas, se quedaban cerca de la orilla, aunque también pendientes de cualquier acción que efectuase el líder. Cuando se giró dirigiéndose, de nuevo, hacia la salida, el resto le imitamos, sin embargo, al salir del agua no encontramos nuestra ropa, solamente las toallas y una pila de túnicas verdes y a su lado una fila de sandalias de cuero. Magnus se secó y se vistió con una de las túnicas y luego se calzó unas sandalias, invitándonos con gestos que hiciésemos lo mismo, así pues, cada uno escogió la túnica y las sandalias que mejor se adaptaban con la medida física. Luego, nos indicó que nos girásemos hacia la laguna y nos quedamos con la boca abierta al observar como una enorme y colorada luna llena asomaba detrás de los árboles reflejándose por completo en el interior del lago, mientras aprovechaba para subrayar la suerte que teníamos de estar en ese lugar y en ese momento. De vuelta a la masía, recogimos ramas secas y algún tronco para encender un fuego en el patio y nos hizo quemar nuestras ropas mientras rezábamos algo parecido a un mantra.

— ¿Quemasteis vuestras ropas? ¿Y nadie se quejó? Pero esto me suena a secta, ¿o no? —exclama África mirándonos a todas.

— Nadie se atrevía a cuestionar nada, Magnus era como un Dios. Después, sus ayudantes abrieron unos cestos de mimbre, sacaron frutas, verduras, pan y las repartieron, entretanto, el gurú disertó sobre la importancia de respetar la vida de los animales, insistiendo en que, jamás debíamos alimentarnos de carne animal, al contrario, debíamos protegerlos con nuestra vida, si era necesario. Cuando acabamos de comer, colocó una cazuela de terracota en las brasas, echó un líquido en su interior. Mientras removía el caldo con un cucharón de madera, nos enseñó un mantra que aseguró iba a sanar nuestra mente.  Después de la ceremonia, llenó unos pequeños vasos de terracota que repartió para hacer un brindis y beber de un solo trago. Seguimos cantando diferentes mantras mientras Leo se ocupaba de colocar las colchonetas y los sacos en la sala principal de la casa, para que pudiésemos descansar. Israel y yo nos tendimos cogidos de la mano y no recuerdo nada más hasta que me desperté con el canto de unos gallos. Cuando abrí los ojos, no recordaba nada, miré a mi lado y vi a Israel a mi lado durmiendo a pierna suelta. Me levanté para ir al baño, sorteando los cuerpos de los demás compañeros, que poco a poco se fueron despertando. Después de asearnos y recoger las colchonetas y los sacos de dormir, nos sentamos en círculo. Leo y Sandra nos entregaron un cuenco con algo parecido a un puré verde oscuro que tenía un sabor indeterminado. Al tiempo que Magnus, sentado en el centro, empezó a hablar sobre la importancia de comprometernos con la Naturaleza, insistiendo, sobre todo, en el equilibrio entre el cuerpo, la mente en conexión con la Tierra y la Luna.

— ¡Vaya! Qué interesante ese Magnus y sus temas de conversación – comentó Rebeca con una mueca.

— Sigue contando, Lina – me anima África, mirando con reproche a Rebeca por haber interrumpido.

— Cuando terminamos de desayunar, Leo nos entregó nuestras mochilas y en su interior había la cantimplora llena de agua, un plátano y una manzana. Magnus empezó a andar por un estrecho camino que serpenteaba entre los árboles y todos nos apuramos a seguirlo, intentando estar lo más cerca de él, para escuchar sus discursos; sin embargo, inició el ascenso por ese estrecho sendero en silencio. No sé cuánto duró el recorrido, se hizo largo y aburrido, tal vez porque era cuesta arriba y no paramos hasta que llegamos a una fuente, protegida por unos altos árboles, con tres mesas redondas de piedra y unos bancos, también de piedra, a su alrededor. Los primeros en llegar nos sentamos en los bancos; los que venían más rezagados, se sentaron en el suelo. Aprovechamos para beber agua y comer una fruta, esperando que Magnus nos soltase algún discurso; sin embargo, solo abrió la boca para comer y beber. De repente, se levantó y volvió al camino, que continuaba ascendiendo entre los árboles hasta llegar a la cima de la montaña, donde se podía apreciar un castillo. Cuando nos acercamos, observamos que estaba bastante derruido, aunque las paredes exteriores se conservaban bastante bien, igual que las torres circulares que remataban las esquinas. Entramos por lo que parecía la puerta principal, nos ordenó que nos sentásemos en círculo, mientras él, de pie, en el centro, nos explicaba cómo podíamos vaciar nuestra mente de pensamientos tóxicos para dejar paso a la plena satisfacción. Bebió agua y el resto le imitamos. A continuación, dijo:

— Ahora cerrad los ojos, poned la mano derecha sobre el corazón y dejad que el aire entre por la nariz, acompañadlo hasta la barriga, contad hasta cuatro y dejad que el aire suba de nuevo hasta que salga por la boca. Debéis concentraros en el recorrido del aire, si viene un pensamiento, observadlo desde fuera y después invitadlo a marchar, que no entorpezcan vuestra labor. No tengo ni idea del tiempo que estuvimos sentados, meditando, pero cuando dio por terminada la sesión, estábamos agarrotados y nos costó levantarnos. Posteriormente, nos dejó tiempo libre para que cada uno explorase la zona, así que, Israel, Toni, Sofía, Gorka, Marisa y yo nos precipitamos hacia unas escaleras medio derruidas, con la intención de subir a una de las torres circulares. Por una estrecha escalera de caracol de piedra, muy húmeda y oscura, fuimos ascendiendo hasta lo más alto de la torre. Lástima que no tuviésemos móviles ni cámaras para hacer fotografías, porque desde allí se contemplaba un hermoso paisaje digno de ser colgado en las redes sociales. Estuvimos vagando por las estancias del castillo que estaban en condiciones hasta que nos llamó y nos dio una lección sobre los vegetales que eran comestibles, algunos frutos de árboles o arbustos, los cuales nadie sabía de su existencia. De repente, Marisa se desmayó y cayó al suelo. Magnus se acercó enseguida a ella, la estiró en el suelo con los pies encima de un tronco y le puso algo parecido a un regaliz en la boca, ordenándola que la mordiese, después le hizo beber líquido de una especie de petaca negra que sacó de su mochila. Cuando parecía que estaba más recuperada, empezó una disertación sobre la importancia de conocer nuestros límites físicos y psíquicos. Mientras tanto, el cielo empezó a enrojecer mostrándonos una hermosa puesta de sol. El gurú ordenó a Jorge, Héctor y Marcos que buscasen ramas secas para encender un fuego, a Chus, Israel y Toni que fuesen a la fuente a rellenar las cantimploras, y a los demás que limpiásemos el patio de piedras, rocas y ramas, para poder dormir. Siguiendo sus indicaciones, nos preparamos para pasar la noche al aire libre. Luego Magnus repartió unos frutos y bayas que podíamos comer y nos pusimos a recoger todo lo que nos fue posible. De repente, alguien murmuró que habíamos pagado 100 € para pasar hambre, quemar nuestra ropa y dormir en el suelo. El murmullo fue creciendo pasando el descontento a la mayoría del grupo. El gurú se levantó visiblemente enojado y nos obligó a sentarnos alrededor del fuego, empezó a caminar de un lado a otro gritando:

— Estoy muy decepcionado con vosotros, he intentado enseñaros cómo sobrevivir en la jungla de la vida y así me lo pagáis, murmurando a mis espaldas. Ahora sí que me doy cuenta de que estoy perdiendo el tiempo pensando que vais a aprender algo de meditación transcendental adaptada a la vida.

Bajamos la cabeza, mirándonos de reojo, sin atrevernos a decir nada, luego Jorge, Héctor, Chus, Sofía y Toni se disculparon y le rogaron que compartiese su sabiduría. Magnus caminó de un lado para otro, con la cabeza baja mientras murmuraba:

— Tengo que pensar bien qué voy a hacer con vosotros, estáis a punto de arruinar vuestra vida.

— Por favor, maestro, no dejes que eso ocurra – imploró Héctor.

— Primero deberéis demostrar que vale la pena perder mi valioso tiempo con vosotros – dijo enojado.

Entonces, sus ayudantes repartieron la comida que habíamos recogido, después nos dieron la cantimplora llena de agua, mientras él colocaba un recipiente en el fuego, donde echó varios líquidos que sacó de su mochila. Con una cuchara de madera removió el brebaje mientras recitaba una oración. Después, con un pequeño cucharón, rellenó los vasos de terracota y los empezó a distribuir. Cuando todos tuvimos un vaso en la mano, levantó el suyo mientras decía:

— Esta poción purificará vuestros cuerpos y las oraciones, la mente tan atrofiada que tenéis. Bebedla de un sorbo para que os haga el efecto deseado.

Nadie se atrevió a protestar, todos levantamos el vaso y le imitamos bebiendo de un solo trago; sin embargo, al tomar un sorbo, no me gustó y, disimuladamente, tiré el resto al suelo. A continuación, nos estiramos alrededor del fuego y dormimos toda la noche. Me desperté con el fresco del amanecer. Miré a mi alrededor, todos dormían, Magnus y sus ayudantes no estaban. Me levanté y, esquivando cuerpos, llegué al baño. Desde allí escuché a Magnus dar órdenes a sus ayudantes, hablaba con voz muy baja, les exigía que fuesen inflexibles y que actuasen con determinación a todo lo que iba a acontecer a partir de entonces, puesto que era necesario para conseguir sus propósitos. Despacio, esperando que no me viesen, volví a mi lugar y me estiré como si estuviese durmiendo. Al poco rato, sonó una trompeta, como en los campamentos militares. Según nos íbamos levantando, Sandra y Leo nos entregaban un cuenco con avena, jengibre, menta y algún ingrediente más que no supimos identificar. Cuando vimos que empezaba a caminar dirección a la masía, nos apresuramos a coger nuestras mochilas y le seguimos. La bajada hasta la casa fue muy rápida y una vez allí nos hizo sentar en círculo. Sus ayudantes nos suministraron un bol con unas hierbas, bayas y algunos frutos y un vaso con un zumo de un color indeterminado; sin embargo, estábamos tan hambrientos que lo encontramos todo delicioso. Una vez recogido todo, Magnus se colocó en el centro y comenzó su discurso:

— No me ha gustado nada vuestro comportamiento, he apostado por vosotros, pensando que estabais preparados para una transformación de gusano a mariposa, por eso, he perdido mi valioso tiempo en formaros para que os convirtáis en personas equilibradas tanto física como mentalmente, sin embargo, habéis murmurado a mis espaldas y me siento muy ofendido. Sé que estáis en proceso de aprendizaje y que, a la larga, me lo agradeceréis. Por eso, he decidido daros otra oportunidad. El plan es el siguiente: me quedaré aquí con vosotros el tiempo que haga falta para que os convirtáis en los seres que os prometí, principalmente que aprendáis a ser autosuficientes. Os enseñaré supervivencia, orientación y meditación. Si conseguís dominar estos tres elementos, podréis sobrevivir en cualquier lugar y circunstancia. Por vuestra parte, os pido que pongáis interés en aprender, también debéis hacer una transferencia bancaria para que yo pueda gestionar el material necesario.

— ¿Cómo haremos la transferencia si no tenemos ningún aparato electrónico? —preguntó Edu mosqueado.

— Vuestros móviles están guardados en una caja, en la sala del fondo, ahora Leo os irá llamando, os dejará vuestro móvil y podréis efectuar la transacción.

— ¿Y cuánto hay que pagar? —consultó Marta.

— Cada uno dará lo que pueda – respondió el maestro.

Y así fue, nos fueron llamando uno a uno. Cuando llegó mi turno, estaba muy nerviosa. Me levanté despacio, temblando, entré en la sala privada de Magnus. Leo me entregó el móvil, llevaba una etiqueta pegada con mi nombre y estaba cargado al 100 % de batería. Me ordenó que entrase en la App de mi banco, luego miró el saldo y me pidió que transfiriese dos mil euros a un número de cuenta del Banco de Santander a nombre de José Luis Cortés.

— ¿Dos mil euros? ¡Qué morro! ¿Y se la hiciste sin rechistar? —preguntó Rebeca asombrada.

— No podía hacer nada más, estaba en una casa abandonada en medio de la nada, bajo los efectos de algunas drogas, por lo que no me atreví a protestar – me justifico avergonzada.

— Sigue contando – pide África impaciente.

— Después de las transferencias, Magnus anunció que íbamos a celebrarlo. Ordenó a Leo, Sandra, Mateo y Lorena que repartiesen unos vasos con un vino espumoso, parecido al cava, mientras nos observábamos desconfiando unos de otros. Entonces, cortó ese silencio incómodo que se había instalado en la comunidad, elaborando tres grupos, cuidando de separar a los amigos, familiares o colegas que había. A pesar de todo, esa noche fue la mejor. Primero, Sandra y Lorena prepararon unas tortillas de harina, agua y vegetales que estaban muy sabrosas. Mateo y Leo prepararon un brebaje rojizo y algo espeso, que también estaba muy rico. Mientras bebíamos sentados alrededor del fuego, Magnus exponía:

— Ahora hablaré del sexo tántrico y del abanico de posibilidades que nos puede ofrecer si nos abrimos a nuevas experiencias. Como norma general, la sociedad etiqueta a cualquier persona o situación. Se suele decir: ese tipo es demasiado alto, esa es muy gorda, este fulano es imbécil, aquel tiene mucha pluma o aquella parece un marimacho. Calificativos peyorativos que se dicen sin pensar si con estos apelativos dañamos la moral de los demás. Acaso, no somos personas, cada uno con sus características, costumbres, ideas, incluso manías; entonces, ¿por qué no aprendemos a convivir con todas las personas, aceptando tal y como son, diferentes a nosotros. Es más, la sociedad está obstinada en apartar del grupo a cualquier persona que sea distinta del resto. En esta fase os enseñaré a convivir con cualquier persona, aceptando cada detalle, nos guste o no. Abrid la mente y dejad que vuestro yo interior se manifieste. Ahora vamos a efectuar un ejercicio de aprendizaje. Sentaos en posición de loto, cerrad los ojos, alzad la coronilla al cielo, como si un hilo estirase vuestra cabeza, dejad que la parte baja del cuerpo se acomode al suelo, mantened la espalda recta, los brazos relajados, las manos encima de las rodillas, el dedo pulgar en contacto con el índice es el chin mudra, el cual está relacionado con la conexión a la tierra, que significa una vuelta a los orígenes, un nexo con nuestro verdadero ser. Ahora inspirad por la nariz y acompañad con la mente el recorrido del aire, observad como pasa por la garganta, sigue hasta el pecho llegando al abdomen, el cual se hincha, retened el aire por unos cuatro segundos y, a continuación, dejadlo salir siguiendo de nuevo su recorrido hasta que lo expiréis por la nariz. No os preocupéis por los pensamientos que vienen, observadlos como si se tratase de una película, como si no fuesen vuestros y después, dejadlos ir, no los retengáis. Seguid inhalando y exhalando el aire, contemplando todo su recorrido. Aprovechando que estáis en estado de meditación, centrad la atención en la zona genital, debéis sentir esta parte viva, observadla como si no formase parte de vosotros. Notad cómo palpita, reclama vuestro interés, sabe que ha llegado su turno, os hace sentir sexy, necesitáis desahogar vuestras emociones más íntimas. Después de unos minutos de silencio, mientras se quitaba la túnica y las sandalinas, comentó:

— Desnudémonos sin vergüenza y hagamos el amor. ¡Vamos!

Tímidamente, mirándonos de reojo, nos fuimos desnudando, entretanto Magnus abrazaba a Leonor y la besaba suavemente en la boca. Así empezó la primera orgía.

— Caramba, Lina, parece sacado de una película erótica – anuncia Maya sonriendo.

— ¡Menuda experiencia! – exclama Carol.

— ¿Y con quién estuviste? ¿Te gustó la experiencia? ¿Hiciste comparaciones? ¿También lo probaste con otras chicas? —Atosiga Rebeca.

— En realidad, no recuerdo muy bien con quién estuve: algunos chicos, tal vez, alguna chica. No sé muy bien, pero he de reconocer que lo pasé muy bien, gocé como nunca lo había hecho, aunque, supongo, que también tendría que ver algunas hierbas afrodisíacas que nos suministró con la bebida.

— Y después de la bacanal, ¿qué pasó? —pregunta Judith.

— No sé cómo ni cuándo acabó la orgía, solo recuerdo que el canto de un gallo me despertó. Abrí los ojos, miré a mi alrededor, varios cuerpos desnudos, algunos boca abajo, otros bocarriba, me senté intentando recordar qué había pasado, busqué a Israel, pero no conseguí encontrarle, me vestí con una túnica que encontré en el suelo y fui al baño, intenté lavarme como pude, mi cuerpo estaba sucio y pringoso. Cuando salí, los demás también se levantaban y buscaban una túnica. Magnus salió de una habitación, desnudo, nos miró sonriendo, musitó un “buenos días” y empezó a caminar dirección al lago. Los demás le seguimos. Cuando llegamos a la orilla, él caminó hacia el interior, cuando el agua le llegaba a la barriga, empezó a nadar. Los que llevábamos túnica nos la quitamos y, poco a poco, nos fuimos adentrando en el agua helada del lago. Cuando él salió del agua, sus ayudantes repartieron frutas para desayunar, después nos sentamos en círculo y meditamos.

— ¿Desnudos? – se interesa Judith.

— Sí, desnudos. Después de la bacanal parecía que ya nadie sentía vergüenza — explico notando cómo, sin querer, un ligero rubor se apodera de mis mejillas – Y así pasaron los días, tal vez semanas, entre charlas, meditaciones, baños en el lago y orgías. No sabíamos qué día era, ni siquiera, cuántos días llevábamos allí; perdimos la noción del tiempo. Magnus estaba muy contento, cada noche escogía a una persona, a veces un hombre, otras una mujer, con quien se encerraba en su sala particular. Tanto hombres como mujeres anhelábamos ser la persona elegida – sigo comentando.

— ¿Estuviste con Magnus? – pregunta Carol curiosa.

— Por supuesto – respondo avergonzada – y no tuve que esperar mucho.

— ¿Y cómo fue? —interroga África guiñando un ojo.

— Pues no sabría explicar, diferente. Magnus apuesta por el sexo tántrico y eso hace que se cree un vínculo misterioso, algo esotérico, diría yo – comento notando un ardor que se instala en mis mejillas.

— Define exactamente “Sexo tántrico” – indaga Maya con un guiño travieso.

— El sexo tántrico es una fase lenta y meditativa del sexo, en el cual no se busca llegar al orgasmo, sino disfrutar de la conexión que se establece en la pareja – detallo.

— ¡Vaya! – exclaman Judith y Rebeca al unísono.

— Entonces el sexo tántrico representa subir a un nivel más elevado, ¿no? – cuestiona Carol.

— Más o menos, quizás eso es lo que nos quiso hacer creer – respondo mordiéndome el labio inferior mientras cavilo cómo seguir explicando mi historia – Y así seguimos con las comidas veganas, bebidas afrodisíacas, algún alucinógeno o sedante, baños en el lago, excursiones, meditación y mucho sexo tántrico.

— ¿Y la relación con Israel no se resintió? ¿Estabais los dos de acuerdo con todas esas prácticas? —se interesa Judith, metiendo el dedo en la llaga.

— Al principio todo iba bien, estábamos muy ocupados conociendo a otras personas y aprendiendo cosas nuevas, por lo que no nos dimos cuenta de que nuestra relación quedaba aparcada. Ya no nos besábamos, ni siquiera nos abrazábamos, incluso evitábamos encontrarnos. Cuando Magnus me eligió, no pude evitar buscar la aprobación de Israel, pero lo pillé besándose con Andrea. Como os podéis imaginar, sentí una punzada de celos, pero Magnus me había escogido y, en aquel momento, era lo más importante para mí, o al menos, eso creía, por lo que me entregué a él esperando una aventura fascinante.

— ¡Espera! ¿Y no fue así? —grita Judith abriendo mucho los ojos.

— Sí, no, tal vez – respondo agobiada— digamos que fue una experiencia diferente. Magnus es fascinante, sin embargo, cuando estoy con Israel siento que le amo y que el acto sexual, aunque no sea tántrico, es nuestra forma de expresar el amor que sentimos el uno por el otro.

— Por favor, Lina, detalla un poco lo que te hizo, siento muchísima curiosidad por eso del sexo tántrico – implora Carol juntando las manos como si estuviese rezando.

Suspiro varias veces antes de empezar con el relato que desvelará mi secreto:

— Cuando entré en su habitación, al principio, sentí mucha vergüenza, porque, al igual que las demás salas de la casa, no había puerta, así que todo el mundo podía vernos. Supongo que lo notó, ya que me cogió delicadamente de la mano y puso, suavemente, sus labios sobre mis dedos, tiró levemente de mí y me besó apasionadamente en la boca mientras sus largos dedos jugaban por mi espalda. A continuación, deslizó sus labios por mi cuello hasta llegar a mis pechos que rodeó con su lengua juguetona y al llegar a los pezones se entretuvo largo rato, mientras tanto, mi corazón se disparaba con el deseo de que nos fundiésemos en un único cuerpo. Sin embargo, él siguió jugando con la lengua, deslizándose lentamente hacia el ombligo, jugando con él, mientras sus largos y delgados dedos reseguían cada rincón de mi cuerpo hasta llegar a la parte más vulnerable, que le estaba esperando ansiosa, la cual esquivó para seguir paseando sus labios primero por una pierna hasta llegar al pie, donde se entretuvo lamiendo cada uno de los dedos para seguir con el otro pie y subir por la otra pierna, con una suavidad estremecedora.

— Pero ¿no te penetró?—pregunta África.

— No – respondo suspirando – estuvo jugando generosamente con mi cuerpo, no sabría decir si minutos, tal vez, horas, solamente sé que cuando notaba que estaba a punto de alcanzar un orgasmo, paraba, me miraba, sonreía y conseguía que entrase en un éxtasis de placer, para seguir rozándome con la yema de los dedos, los labios o la punta de la lengua, logrando que enloqueciera de deseo. Su cuerpo musculoso, su pene erecto, su mirada cálida, sus suaves caricias y el aroma de su piel se conjugaban para que ansiase ardientemente que me penetrase, imaginando un clímax múltiple alucinante. Sin embargo, eso nunca pasó; conseguí acercarme al punto culminante sin llegar nunca a la cima. Cuando consideró que ya habíamos disfrutado suficiente, me susurró al oído:

— ¿Verdad que el sexo tántrico es fascinante? Asentí con la cabeza al tiempo que intentaba reprimir algunas lágrimas de decepción. Entonces, se levantó, entró en el cuarto de baño y le escuché cómo llegaba al orgasmo, lo cual me pareció una estafa en cuanto a todo lo que nos estaba enseñando sobre el sexo tántrico. Me levanté llorando, me vestí con la túnica, salí a la habitación que compartía con el resto y busqué a Israel deseando que me abrazase y calmase el fuego que había encendido Magnus. Lo encontré besando a Marta mientras se dejaba acariciar por Gina. Intenté acercarme y encontrar su mirada, no obstante, solo descubrí en mi interior el significado de los celos, la frustración, la impotencia y la rabia. Salí al patio, no había nadie, empezaba a oscurecer. Unas nubes rojas rompían el azul del cielo, admiré cómo el sol se ponía tras la montaña y la luna empezaba a asomar, redonda, perfecta, anunciando otro atardecer espectacular. Entonces fue cuando decidí que tenía que escapar de allí, intentaría encontrar el móvil y, cuando todos durmiesen, al amparo de la luna, buscaría el camino para llegar a la civilización. Sigilosamente, subí por la escalera de madera que llevaba a la buhardilla hasta llegar a una puerta de caoba, herméticamente cerrada, donde, posiblemente, estaban los móviles y nuestra documentación. De repente, escuché la voz de Leo que anunciaba la hora de la cena, por lo que volví despacio y con mucho esmero a la sala común. Mientras se iban vistiendo con la túnica y se sentaban en círculo, Magnus se sentó en el centro, en posición de loto, como si se preparase para meditar, juntó sus manos y empezó a disertar:

— Estamos llegando a la fase final de este encuentro. Os he enseñado supervivencia, meditación, sexo tántrico y a valorar todo lo bueno que nos da la naturaleza, ahora ya solamente os queda superar el último nivel, perder el miedo a la muerte, aprender cómo dar el paso final con una sonrisa en los labios, sin ningún temor, puesto que hemos venido sin nada y nos marcharemos sin nada, como ya sabéis lo único que nos llevaremos será lo que hemos aprendido y los recuerdos que hemos recogido en el camino de la vida, los cuales forman parte de nuestro ser, porque somos lo que recordamos.

Entretanto, Leo y Sandra repartieron unos boles de bambú con una sopa anaranjada. Disimuladamente, lo dejé en el suelo, mientras observaba cómo iban bebiendo todos, menos Magnus y sus ayudantes. Simulé que me lo acercaba a los labios y bebía por si me estaban vigilando. Me inundó un aroma que me era familiar, pero no supe identificar y me estiré en el suelo, igual que hacían los demás. Tiré el líquido por debajo de la colchoneta y cerré los ojos, aguzando más que nunca los oídos. Escuché cómo Magnus daba órdenes para que preparasen el GRAN FINAL, procuré no moverme, aunque un temblor se apoderaba de mí, mientras ideaba la manera de salir de allí, sin que nadie me viese, para poder avisar de ese terrible final que había pronosticado el maestro. Sin embargo, estaba tan nerviosa que no se me ocurría nada, por el momento. Debía esperar, no sabía si serían unos minutos o, tal vez, horas. Cuando me pareció que no se escuchaba nada más que algún grillo, abrí los ojos, miré a mi alrededor, observé todos los cuerpos tendidos, algunos roncaban, pero nadie se movía más que para respirar, así que me atreví a sentarme, a continuación, me puse de cuclillas y, esquivando a mis compañeros, me moví, lentamente, en dirección a la puerta, luego miré por última vez para asegurarme de que nadie me veía, me asomé al exterior dejando que la luz de la luna me arropase suavemente, vigilando entre las sombras de los árboles que nadie sospechoso estuviese al acecho. Con un apreciable temblor en las piernas, logré levantarme y caminar lentamente, intentando no hacer ruido. El camino de regreso a la civilización se me hizo largo y doloroso, aunque conseguí acostumbrarme a caminar descalza, entre sombras, iluminada por la luz de la luna, sobresaltándome cada vez que escuchaba ulular de algún búho, el quebrar de unas ramas bajo el peso de cualquier animal o el vuelo bajo de alguna ave. Perdí la noción del tiempo, no sé cuántas horas caminé, no obstante, conseguí llegar a la carretera cuando el sol se esforzaba por asomar detrás de los altos árboles, aminorando la inseguridad que me provocaba la noche. Bordeé la carretera hasta llegar a Villanueva del Camino, un pequeño pueblo de montaña, el cual, a simple vista, parecía desierto. Caminé por la calle Mayor hasta llegar a la Iglesia. La puerta estaba entornada, me asomé esperando encontrar alguien que me pudiese ayudar. Estaba adornada con flores blancas, naturales; había unas veinte filas de bancos hasta llegar al altar, también engalanado con flores blancas. Me acerqué lentamente y, cuando estaba a punto de llegar al sagrario, escuché unos ruidos que provenían de lo que intuí que era la sacristía. Me asomé y vi un cura de edad indefinida, preparándose para lo que sería la primera misa del día. Me aclaré un poco la garganta y saludé:

— Buenos días. ¿Podría ayudarme, por favor?

— Buenos días – respondió asombrado, mientras daba un respingo—, ¿en qué puedo ayudarte?

— Vengo de una masía que hay en la montaña, necesito un teléfono para pedir ayuda, mis compañeros están en peligro – respondí con voz trémula, dominando las ganas de abrazarle y llorar en su hombro.

— De acuerdo – dijo mirándome un poco confundido, al tiempo que se acercó a una cómoda muy antigua, abrió un cajón, sacó un móvil y preguntó:

— ¿A quién quieres llamar?

— Al 112, es urgente – respondí alterada, cogiendo el móvil que me ofrecía y marcando rápidamente el número de emergencia.

Lo siguiente que recuerdo fue al abrir los ojos, estaba en una cama y a mi alrededor todo estaba pintado de blanco. Una mujer me hablaba suavemente, preguntándome quién era; sin embargo, yo no recordaba nada, ni siquiera mi nombre. Manuela, la enfermera que me cuidó, me explicó que me desmayé en la iglesia. Una ambulancia me llevó al hospital, me encontraron en un estado deplorable, deshidratada, con carencia de alimentos, muy fatigada, así que me suministraron suero y dormí durante dos días.

— ¿Qué pasó con Israel y el resto de los compañeros?

— Parece ser que en la llamada al 112 logré explicar más o menos dónde estaba ubicada la masía y alertar de que mis compañeros estaban en peligro. Dos helicópteros aterrizaron cerca del lago, con bomberos, médicos y policías. En la masía encontraron a seis individuos echando material inflamable en los matojos y en el interior varias personas inconscientes. Seis habían perdido la vida, algunas se encontraban en estado crítico, otras pudieron ser reanimadas en el acto. Israel fue de los que estaban en estado crítico, estuvo en coma varios días a causa de las potentes drogas que le obligaron a consumir, la falta de alimentos y los esfuerzos como las excursiones, bacanales y demás. A mí no me afectó tanto, porque nunca me lo bebía todo, siempre tiraba una parte. Aunque he de decir que, por culpa de esas drogas que todos tomamos, nos robaron lo que pudieron, sin embargo, hemos puesto una denuncia conjunta y está en proceso de recuperación, nos han asegurado que una parte del dinero nos será devuelta. En cuanto a Magnus es el líder de una Secta que había operado en varios países, primero se ganaba la confianza de la concurrencia con sus originales discursos, a continuación, ofrecía un retiro espiritual, el cual siempre acababa en orgías sexuales y el final era la muerte de todos los participantes. Hasta entonces, operaba en pequeños comités con un máximo de ocho o diez personas, la mayoría no tenían familia, aunque parece que en el gimnasio se creció, reunió un grupo de personas más grande y se le fue de las manos. Por suerte, está en la cárcel y esperamos que sea por mucho tiempo.

— ¿Cómo está Israel? —se preocupa África.

— Recuperándose muy lentamente. Sus padres y hermanas no me hablan y no dejan que me acerque a él; me ofrecieron una buena indemnización para que me marchase del gimnasio. Ahora trabajo en una escuela privada como profesora de educación física en la ESO. Como os podéis imaginar, no es el empleo que deseo, pero me pagan bastante bien y tengo más tiempo libre. Además, me he trasladado a un pequeño apartamento cerca de la escuela.

— ¿No has hablado más con Israel? – se interesa Rebeca.

— ¿Ha recordado todo lo que pasó? – pregunta Carol.

— ¿Cuánto dinero le robaron? – consulta África

— Dejadla tranquila – chilla Judith – parece un interrogatorio de la policía.

— Tranquila, Judith – digo, respirando hondo—. A mí me robaron dos mil y a él mil quinientos, por suerte, no sabían que teníamos una cuenta conjunta, si no  nos dejan sin nada. En cuanto a Israel, he ido a verle varias veces. Una amiga mía es enfermera en la clínica y me avisa cuando no hay nadie de la familia. Todavía está recuperando la memoria, sabe quién es él y me ha reconocido, pero tiene muchas lagunas y no me parece que quiera retomar nuestra relación, más bien, al contrario, parece que intenta alejarme de su vida.

— ¿Y tú? ¿Quieres volver a intentarlo? —cuestiona Judith.

— Esta experiencia nos ha transformado a los dos, siento cariño por Israel, pero no es el mismo sentimiento que cuando me enamoré de él, ya no es el mismo y yo tampoco. ¿Quién sabe lo que nos depara el futuro? Ahora mismo siento que debo empezar de nuevo, quizás más adelante nos volvemos a encontrar y entonces ya veremos. Se levantan todas a la vez y, sin decir nada, me abrazan, consiguiendo que me sienta amada y comprendida, por lo que no puedo evitar que se escapen esas lágrimas que he reprimido durante tanto tiempo.

Capítulo 7: Maya

Me despierta la voz de Madonna cantando “Like a Virgin”, estiro brazos y piernas mientras repaso mentalmente mi declaración de anoche. Ahora me siento mejor, hablar con ellas ha sido la mejor terapia. Miro el reloj y me sobresalto al ver que ya son las nueve, hacía mucho tiempo que no dormía hasta tan tarde. Mientras bajo por la escalera de la litera, observo que las otras camas están vacías, parece que he sido la última en levantarme y me siento un poco avergonzada. Ayer no decidimos a dónde iríamos hoy, así que voy pensando un recorrido por la montaña, tal vez subir al refugio y después hasta el Coll de la marrana, es una excursión muy bonita y no tiene ninguna dificultad. Antes de pasar por la cocina, subo directamente al cuarto de baño, encuentro la puerta cerrada, escucho a alguien vomitar, alarmada, golpeo la puerta sutilmente.

— Salgo enseguida – dice Maya, con la voz entrecortada, mientras abre la puerta y aparece con el rostro pálido y unas grandes ojeras. Sin pensarlo, la sostengo por el brazo y la ayudo a bajar las escaleras, temiendo que no logre mantener el equilibrio. La ayudo a sentarse en una silla de la cocina, mientras le preparo una manzanilla y observo, de reojo, cómo se tapa la cara con las manos y empieza a llorar. Me abalanzo sobre ella, abrazándola tan fuerte como puedo, esperando darle un poco de seguridad, al tiempo que escuchamos la potente voz de África:

— Buenos días, chicas. ¿Qué ocurre?

Nos separamos y Maya coge un pañuelo de papel para secarse las lágrimas, mientras tanto aprovecho para recomendar:

— Tal vez sería mejor que hoy nos quedemos a descansar porque Maya no se encuentra demasiado bien y, tal vez, prefiere desahogarse.

— Os lo agradeceré mucho, ya que no tengo el cuerpo para subirme a un coche y mucho menos para hacer una excursión – alega ella suavemente.

— Por supuesto, Maya, no se hable más, ahora se lo diremos a las demás, seguro que lo comprenderán – asegura África.

Aprovecho que África se queda con Maya para subir al baño, mientras doy vueltas a la situación, creo que podría estar embarazada, pero tal vez no quiere estarlo. Me pregunto por qué tiene que ser todo tan complicado.

Mientras desayunamos, explicamos a las demás la decisión de quedarnos en casa. Convenimos que África y Carol se acerquen hasta al pueblo a comprar provisiones, mientras tanto Rebeca, Judith y yo aprovecharemos para limpiar la casa y poner una lavadora. En cuanto a Maya, la obligamos a tenderse en la hamaca del jardín y le prohibimos levantarse, solamente para ir al baño o a beber agua.

Sobre las once nos reunimos en el porche, Raquel trae una bandeja con infusiones y unas galletas que ha preparado esta mañana, que desprenden un agradable aroma de jengibre y limón.

Maya se levanta lentamente de la hamaca, camina alrededor de la mesa, carraspea y suelta la bomba:

— Chicas, estoy embarazada.

Nos levantamos todas a la vez, como si un muelle nos hubiese empujado. La rodeamos en un gran abrazo, mientras la besamos y la felicitamos por su estado, hasta que observamos que ella mueve los brazos, pidiéndonos que nos sentemos. Sorprendidas, cada una vuelve a su asiento mientras empieza su relato:

— Antes de empezar con mi historia, quiero aclarar un dato muy importante: Roberto es estéril y, de momento, no sabe nada de mi estado, por lo que la situación es muy delicada. Todo empezó cuando mi secretaria, Olivia, se casó y decidió dejar el trabajo. Durante varios meses estuve entrevistando candidatas, pero ella había dejado el listón muy alto y no encontraba a nadie que cumpliese con las expectativas. Roberto, que estaba al corriente de las circunstancias, me hizo llegar a tres candidatas y dos candidatos; sin embargo, a mí me parecía que nadie estaba a la altura de Olivia. Un día entró en mi despacho acompañado de un chico joven, vestido con unos vaqueros rotos y una camiseta blanca.

— Buenos días, Maya – saludó—. Perdona que me presente en tu despacho sin haberte avisado antes, pero conozco tu problema para encontrar un ayudante, así que me he atrevido a facilitarte un candidato. Te presento a Dario, que es el hijo de Giuseppe y Albertina, los mejores amigos de mis padres. Dario ha terminado la educación secundaria y, aunque sus padres desean que ingrese en la Universidad, él insiste en que no está preparado para estudiar, por lo que han llegado a un acuerdo para que durante un año piense qué va a hacer con su vida, con la condición de que trabaje. Por eso he pensado que, tal vez, podría serte de utilidad mientras no encuentras a la persona ideal para ese puesto.

— Buenos días, Roberto y acompañante. Me imagino que sabes perfectamente que es imposible que Dario pueda sustituir a Olivia. Como tú ya sabes, ella era una persona muy eficiente y tenía toda mi confianza para organizar mi vida laboral y parte de la personal. Está claro que Dario no tiene ningún tipo de experiencia por lo que no será lo suficientemente competente para sustituirla – repliqué, alucinando por el atrevimiento de recomendarme alguien tan inexperto, que además era el hijo de un abogado ilustre y una procuradora, por lo que le podían “enchufar” en cualquier otro lugar.

— Verás, Maya, ya sé que Dario no tiene ninguna experiencia, sin embargo, estoy seguro de que tú podrás amoldarlo y enseñarlo a tu manera para que llegue a cumplir tus expectativas. Solamente te pido que le des una oportunidad – insistió él.

— Por favor, Roberto, no me pidas eso, sabes de sobra el tipo de persona que busco y sabes que esta persona no es Dario – respondí mirando de reojo al chico, el cual, además de no sentirse incómodo, parecía divertirse a nuestra costa.

— Por favor, Maya, no te pediría este favor, si no fuese importante. Te compensaré con creces, así que te pido que, al menos, le hagas una entrevista —rogó él.

— Si no hay más remedio – respondí contrariada—, que venga mañana y le haré una entrevista.

— Bueno, Maya, ahora está aquí, puedes aprovechar el momento – exigió él, sin dejar que pudiese excusarme más.

— Aunque estoy muy ocupada, haré un hueco a Dario, solo porque tú me lo pides y no me dejas ninguna otra alternativa – respondí cogiendo la carpeta con las preguntas que tenía preparadas, mientras me levantaba y le tendía la mano cortésmente.

Dario se acercó despacio, cogió mi mano, la acercó a sus labios y la rozó suavemente, al tiempo que su mirada verde se clavaba en mis pupilas, dejándome tiempo para apreciar que era muy guapo y olía muy bien.

Mientras Roberto salía del despacho sonriendo, le invité a sentarse al otro lado de mi mesa de caoba, al tiempo que le importunaba secamente:

— Deme sus datos personales, por favor.

— Dario Triviano, 20 años.

— ¿Estudios?

— Secundaria.

— ¿Por qué cree que debería contratarle?

— Porque lo han ordenado mis padres, aunque no sé si me gustará este trabajo.

— ¿Qué trabajo le gustaría?

— En realidad, ninguno. A mí me gustaría viajar, conocer las costumbres de otros países y aprender idiomas.

— Claro, a todos nos encanta viajar con el dinero de los padres.                           

— Ellos quieren pagarme una carrera, yo pido vivir experiencias.

— Sabe, para poder vivir es necesario trabajar y ganar algo de dinero; sin dinero no se puede viajar.

— Lo sé, por eso he aceptado su condición, trabajaré un año y luego viajaré por todo el mundo.

— Estoy segura de que no puedo ayudarle, porque yo busco a una persona con experiencia y ganas de trabajar y no me parece que usted se acerque a este perfil.

— Sé que no tengo experiencia, pero aprendo rápido. Si me da la oportunidad de demostrarle a usted y a mis padres de lo que soy capaz, al menos durante un tiempo, después me marcharé y no volveremos a vernos nunca más.

— Es que no veo cómo podría ayudarme. Busco a una persona que sea capaz de llevar mi agenda laboral, compaginarla con la personal, que pueda coordinar reuniones, viajes, visitas, coordinar las diferentes actividades a las que debo asistir como directora de este Museo. ¿Cree que será capaz de organizarlo? —ataqué con dignidad.

— Por supuesto que soy capaz de coordinar su agenda, yo soy relaciones públicas de la discoteca Blue Velvet – responde con la frescura de su edad.

— No es lo mismo hacer una lista de personas que van a asistir a una fiesta que organizar los eventos de un Museo – expongo observándole atentamente.

— Bueno, todos los trabajos precisan de un aprendizaje. En el caso de relaciones públicas, de una sala de fiestas, requiere una atención al crear las listas y también es importante el aspecto físico – se defendió mirándome fijamente.

— ¿Vestir con vaqueros rotos? – pregunté irónicamente.

— Es lo que se lleva, seguramente estos vaqueros son más caros que algunos vestidos de las señoras que se pasean por el Museo – rebatió sonriendo.

— Sin embargo, lo que espero de mi ayudante es que se vista con traje y corbata si es un hombre – repliqué con seriedad.

— También seré capaz de disfrazarme si hace falta – confirmó suspirando.

— Bien, entonces, deme cinco razones por las que debería contratarle —insistí esperando a que desistiese.

— Uno porque mis padres, que son dos personas muy importantes en la ciudad, se lo han pedido, dos por mi físico, tres por mi simpatía, cuatro porque me comprometo a aprender y cinco porque puede ser divertido para los dos – enumeró guiándome un ojo.

— De acuerdo, estará a prueba durante tres meses – contesté agobiada mientras me levantaba de la silla y él replicaba:

— Le aseguro que no se va a arrepentir.

— Le espero mañana a las 9 menos cuarto – respondí al tiempo que nos dábamos la mano y una corriente de energía recorría mi brazo, haciéndome estremecer.

Y así empezó nuestra relación laboral, empecé por enseñarle el Museo, le proporcioné libros y folletos, le enseñé a responder los tediosos mails como si los hubiese contestado yo y acabó aprendiendo a organizar reuniones y eventos a los que debíamos asistir juntos.

— ¿Entonces cumplió tus objetivos? —pregunta África sonriendo.

— Aprendía rápidamente y su juventud e inexperiencia jugó a mi favor, ya que pude enseñarle y marcarle mis objetivos según mis necesidades. Todo progresaba adecuadamente, hasta que un día Roberto y yo recibimos una invitación del presidente del ICOM de para asistir a una cena de gala en Roma. Teníamos tres semanas para preparar el viaje, el hotel, el transporte, los trajes, etc. Mientras Nancy, la secretaria de Roberto se ocupaba de buscar un hotel elegante, un coche adecuado y un frac, Dario se encargó de espaciar y cambiar todas las visitas, reuniones y eventos que tenía durante la semana para que pudiese salir a buscar el vestido y complementos adecuados para la ocasión. Todo seguía su curso. Dario me acompañó a varias boutiques de ropa elegante y me probé varios vestidos largos. Al final me quedé un precioso vestido azul, con los zapatos, bolso y complementos a juego. Todo parecía ir sobre ruedas, aunque desde hacía un par de semanas Roberto tenía una tos persistente, que acabó complicándose con fiebres nocturnas, por lo que avisé al Doctor Alberto Gullo, médico y amigo de su familia, el cual se personó a nuestra casa y después de reconocerle le diagnosticó una bronquitis aguda, así pues, debería permanecer en la cama unos quince días. Consternados por la noticia de su enfermedad, decidimos avisar a Nancy para que nos excusase con la secretaria del presidente porque no podríamos asistir a esa importante cena en Roma, la cual nos parecía una buena oportunidad laboral. Sin embargo, cuando Roberto se lo comunicó a Nancy, ella respondió:

— Sr. Ricci, siento comunicarle que puedo excusarle a usted de asistir a la cena, por su enfermedad; sin embargo, el presidente no aceptará que su señora no se presente. A mi entender, ella debería asistir con su ayudante o alguna otra persona que le represente.

— Tienes razón, Nancy, ella debe asistir a la cena, pero como no tiene tiempo de buscar un acompañante, creo que será mejor que la acompañe Dario, su ayudante – afirmó Roberto.

Por una parte, me entusiasmaba la idea de poder asistir a la cena, en esos lugares se conoce a gente muy interesante y es una buena oportunidad laboral, sin embargo, no estaba convencida de que fuese buena idea ir en compañía de Dario, estaba segura de que él no estaba preparado para una ocasión tan especial, además iba a echar en falta a Roberto, ya que estaba acostumbrada a asistir con él a este tipo de eventos, pero faltaban pocos días para el acontecimiento y no tenía más remedio que encontrar una solución rápida, por lo que llamé a Dario al despacho y le ordené que se sentase en la misma silla en la que unos meses antes le había entrevistado. Primero aproveché para felicitarle:

— Dario, le felicito porque en el poco tiempo que lleva aquí conmigo, se ha esforzado en aprender los protocolos, controla mi agenda, incluso ha organizado reuniones y eventos con éxito.

— Gracias, Maya, ya le dije en la entrevista que no le defraudaría – respondió sonriendo.

— Por eso voy a premiarle dejando que me acompañe a una cena de gala en Roma – le informé mirándole atentamente.

— ¿Cómo? ¿Se refiere a la cena de gala organizada por ICOM? —balbuceó sorprendido—. ¿Por qué? ¿No va con el Sr. Ricci?

— Verá, el Sr. Ricci está enfermo y yo no puedo excusarme, debo asistir con un acompañante, por lo que creo que usted será la persona ideal, le quedará muy bien el frac – contesté sonriendo.

— Muchas gracias por confiar en mí, seguro que será divertido disfrazarme de pingüino – bromeó visiblemente halagado.

— Caramba, Maya, esto se pone realmente interesante – interviene Judith sonriendo.

— ¿Le ayudaste a escoger el frac? ¿O tal vez la ropa interior? —ironiza Rebeca riendo a carcajadas.

— Vale, chicas, dejad que siga explicando – amonesto molesta al observar que Maya se sonroja avergonzada.

— Perdona, Maya. Sigue con la historia que está muy interesante – la anima Judith.

Se levanta, suspira y camina lentamente alrededor de la mesa, como si midiese las palabras que quiere decir a continuación. Se para, nos mira a todas y empieza a relatar de nuevo:

— Una limusina nos llevó a Roma. Las tres horas de viaje pasaron volando, hablamos de todo un poco, de su familia, su hermana pequeña, su hermano mayor, luego le hablé de España, de vosotras, también de lo que nos gustaba y lo que nos aburría. Descubrimos que teníamos muchas aficiones en común. Aunque Nancy había intentado reservar dos habitaciones sin conseguirlo, cuando llegamos al Hotel Anantara, en la recepción solicité de nuevo una habitación para él; pero el hotel estaba lleno y me aseguraron que era imposible. Nos subieron las maletas a la suite que teníamos reservada en el ático y, aunque los dos estábamos acostumbrados al lujo, nos quedamos boquiabiertos cuando el camarero nos abrió la puerta. Primero entramos en una sala tipo recibidor, con un sofá, dos sillones, una mesa redonda, de cristal en el centro y a la derecha, una chimenea. A la izquierda, la habitación, con una cama extragrande en el centro; a los lados, entre las ventanas y la salida a la terraza, varios sofás de color rojo adornaban la estancia. Una puerta corredera de madera maciza comunicaba al cuarto de baño, donde encontramos dos lavamanos, una ducha de hidromasaje y, aparte, una pequeña habitación con un váter y un lavamanos. En la terraza, rodeada de árboles y arbustos en flor, un sofá blanco, dos sillones a conjunto y un jacuzzi. Me sentí incómoda al entrar allí con Dario, en lugar de Roberto, incluso me arrepentí de haberlo dejado solo en casa y enfermo. Al parecer, Dario lo notó, puesto que, acercándose sutilmente, me susurró:

— Maya no tiene por qué sentirse culpable, es un desagradable incidente que el Sr. Ricci haya enfermado. No se preocupe, dormiré en el sofá.

Comimos en el Restaurante del Hotel y luego paseamos por Roma, hablando de todo y nada, conversaciones banales hasta llegar a la terraza Pincio, donde pudimos disfrutar de una hermosa y romántica puesta de sol, nos acercamos peligrosamente y nuestros labios se rozaron, sin embargo, el vuelo bajo de unos pájaros deshizo el encanto del momento, así que bajamos las escaleras lentamente, cogidos de la mano como una pareja de enamorados.

— Cierro los ojos y os veo como en una película romántica – suspira Judith.

— ¿Cuándo era la cena? ¿Esa misma noche? —pregunta Rebeca.

— La cena era el sábado, al día siguiente, pero Nancy había reservado la habitación para tres noches, de viernes a domingo, para que aprovechásemos el fin de semana en Roma – aclara Maya – Y ya lo creo que aprovechamos, porque cuando llegamos al hotel, primero cenamos y después nos relajamos en el jacuzzi.

— ¿Desnudos? – investiga Alexa sonriendo.

— No, yo iba en bikini y él en bañador. Primero nos sentamos uno frente a otro, me sentí un poco avergonzada. No sabía hacia dónde mirar, así que cerré los ojos y me dejé llevar por la música relajante de Enya que sonaba en mi móvil. En algún momento noté que algo cambiaba y al abrir los ojos de nuevo, él ya no estaba enfrente de mí, se había sentado a mi lado y me miraba fijamente. Quise hablar, amonestarle antes de que ocurriera lo que los dos teníamos ganas de que sucediese, sin embargo, solo logré abrir y cerrar la boca varias veces, sin lograr articular ningún sonido, así pues, nos dejamos llevar por el aroma de su colonia fresca que se mezcló con mi perfume dulzón, envolviéndonos en una nube que nos arrastró a besarnos impulsivamente.

— ¿Os enrollasteis en el jacuzzi? – pregunta Rebeca riendo.

— Cuenta, cuenta – apremia Judith.

— Primero nos besamos apasionadamente, luego me sentó a horcajadas en su regazo, abrazándonos como si temiésemos que todo se acabase de repente, el contacto de nuestros cuerpos medio desnudos puso nuestra libido a mil y nos quitamos la poca ropa que llevábamos con prisas, besando, lamiendo y mordiendo cualquier rincón de nuestros cuerpos. Me sacó del jacuzzi en volandas y apoyados en la barandilla de cristal, nos acoplamos, como animales, con fuerza, como si se nos acabase el tiempo, procurando disfrutar del momento hasta conseguir un orgasmo brutal. Quiero aclarar que con Roberto el sexo es fenomenal; sin embargo, los dos somos muy sensatos y prudentes, nos preocupamos tanto de que el otro disfrute que no sabemos llevar al límite nuestro propio goce. Con Dario follamos como animales, mojados, de pie, llevando nuestro cuerpo al extremo y me hizo sentir como una adolescente que pone a prueba a sus padres fumándose un porro, aunque sabe de sobra que no debe hacerlo.

—¿Y después? – me atrevo a preguntar.

— Después hubo más, en el baño, en la ducha, en la cama, en el suelo, en cualquier parte. Dario, a sus veinte años, está en la edad de follar a todas horas, se recupera y quiere seguir, es joven e inagotable y yo lo he disfrutado.

— Al día siguiente debías estar agotados, ¿no? – pregunta África.

— Que va, al día siguiente, nos levantamos, pedimos que nos trajesen el desayuno a la suite, nos duchamos, nos arreglamos y salimos a pasear. Comimos en un pequeño y romántico restaurante de la Via Condotti, luego fuimos al hotel dispuestos a hacer una siesta y lo que surgiese.

— Ya me imagino la siesta, desnudos con los cuerpos entrelazados… — comenta Rebeca.

— Más o menos – responde sonriendo mientras busca en el móvil— — Luego nos empezamos a preparar para la cena. Mirad que bonita pareja hacemos —dice enseñando la foto del móvil, orgullosa.

— Estáis geniales – grita África.

— Uauuu, parecéis dos actores recogiendo un Óscar – comenta Judith

— Jolines, hacéis muy buena pareja – dice Rebeca

— Estoy con Judith, parecéis dos actores de Hollywood – aclaro sonriendo.

— Sí, sí, estáis magníficos – expresa Carol guiñando un ojo.

— La limusina nos esperaba a la salida del hotel para llevarnos al Palazzo Chigi, el cual está cerca, sin embargo, el chofer nos paseó por las principales calles de la ciudad, parando en la puerta del Palacio, donde nos esperaba un amable sirviente que abrió la puerta de Dario y después la mía, me ofreció su mano para ayudarme a salir. Dario me ofreció su brazo y caminamos hacia la puerta, donde otro criado nos acompañó hasta la primera sala. Allí estaba el presidente del IAM y su esposa, después de los saludos formales nos presentó a la Signora Meloni.

— ¿Cómo iba vestida?—me intereso.

— Mira – responde buscando una fotografía en el móvil— Aquí la tenéis, conmigo. ¿Verdad que estaba espectacular?

— Uauuuu, es más guapa de lo que parece en televisión – explica Judith, mientras nos pasamos el móvil contemplando la fotografía de Meloni con Maya y es que las dos están guapísimas.

— Primero tomamos un cóctel de champán y unos canapés de salmón, caviar, jamón, bacalao y otros manjares. Después nos hicieron pasar al comedor, donde había una gran mesa alargada con los nombres de cada persona en una tarjeta al lado de las copas. Nos sentamos enfrente de la directora de la Galleria Borghese y el director del Palazzo Altemps de Roma. A mi lado estaba el director del Palazzo Ducal y al lado de Dario el de la Galleria dell’Academia. Algunos directivos iban acompañados de sus parejas y otros, como yo, de sus ayudantes.

— ¿Qué os dieron de cenar? – pregunto por curiosidad.

— Primero antipasto de embutidos, quesos y aceitunas servidos en unas tablas de madera, muy parecido a los entremeses que comemos aquí. También las típicas bruchettas, rebanadas de pan tostado con ajo, tomate y albahaca. Y no podían faltar Fiore di zucca, las flores de calabaza rebozadas, que son una delicia. Después espaguetis a la carbonara, a continuación, bacalao a la romana y finalmente Tiramisú.

— ¿Comisteis todo eso? Menudo atracón para cenar ¿no? – cuestiona Judith alterada.

— Bueno, los platos eran degustaciones, no un plato lleno hasta arriba como nos comemos aquí – responde sonriendo.

— Y después de cenar, ¿qué hicisteis? – consulta Rebeca.

— Nos levantamos y pasamos a una sala adjunta para poder hablar y tomar cafés, capuchinos o infusiones, incluso alguna copa o chupito. Allí conocimos a muchas personas interesantes y pudimos intimar con las que nos convenían o apetecían más.

— Vaya, Maya, eso fue toda una experiencia, ¿verdad? – comenta Judith.

— Por supuesto, eso ha sido un buen impulso para mi carrera como directora de Museo, sin embargo, ahora siento que estoy en un punto muerto – responde suspirando.

— Es por el embarazo, ¿no? – cuestiona Rebeca.

— Cuenta, cuenta. ¿Qué pasó aquella noche, después de la cena? – suplica África.

— Salimos del Palazzo sobre la 1 de la madrugada, la limusina nos esperaba en el mismo sitio donde nos dejó y el chófer, Mattia, nos enseñó Roma de noche, conduciendo por las calles iluminadas, la gente joven se reunía para ir a bailar en alguna discoteca de moda o charlar en un pub donde actuaba algún mago, cantante o monologuista. De repente, justo cuando la limusina entraba en Trastevere, Dario le pidió a Mattia que parase en una esquina. Se bajó del coche y habló con unas chicas jóvenes que pasaban por allí, luego observé anonadada cómo las besaba en la mejilla. A continuación, se acercó, me ofreció su mano y me ayudó a salir del coche. Después se dirigió a Mattia, diciéndole:

— Muchas gracias, Mattia, seguiremos a pie. Queremos ir a una discoteca que hay cerca. Mattia me miró desconcertado, consultando qué debía hacer y, aunque dudaba de que actuásemos correctamente, asentí con la cabeza, le agradecí su labor y le pedí que estuviese atento por si en algún momento le necesitábamos. Se acercó lentamente y, sonriendo, me susurró al oído:

— Goditi la notte italinana, signora.

— Grazie mille, Mattia – contesté sonrojándome.

— Significa: disfrute de la noche italinana, señorita, ¿verdad? – consulta Rebeca.

— Exactamente, y así fue. Fuimos al Notorious Club Roma, un local bastante lujoso, con una seguridad muy estricta en la puerta, aunque a Dario eso no le importó, porque habló con uno de los guardias, creo que le endosó algún billete y entramos enseguida. En el interior encontró a unos colegas suyos que eran amigos del DJ. y nos lo presentaron. Era un personaje original a la vez que agradable y divertido. Bebimos, bailamos y reímos hasta bien entrada la madrugada. Cuando decidimos marcharnos, le envié un WhatsApp a Mattia y en diez minutos estuvo delante de la puerta. La ciudad empezaba a despertar, el sol asomaba tras las antiguas ruinas y el paisaje era muy bello. Llegamos al hotel y nos relajamos en el jacuzzi, después, como ya imagináis, unimos nuestros cuerpos mojados hasta quedar rendidos en la cama. El día siguiente lo pasamos en la habitación haciendo el amor y durmiendo por partes iguales. Sobre las cinco de la tarde, sonó el teléfono de la habitación insistentemente, era Mattia, tenía órdenes de llevarnos de vuelta a Florencia. Busqué mi móvil y volví a la realidad al ver cientos de llamadas perdidas de Roberto. Había vivido un fin de semana de cuento, me había sentido como una princesa, pero ahora me tocaba volver a la vida real. Me duché sola, hice la maleta con prisas y llamé a Roberto, intentando que mi voz sonase como siempre; sin embargo, un nudo en la garganta me impedía ser la Maya de siempre.

— Pero ¿qué le dijiste? – se interesa Judith.

— Pues, le dije que todo había ido bien, que estaba cansada y tenía ganas de verle. Luego me interesé por su enfermedad y, tal y como hacen todos los hombres cuando están enfermos, me contó con todo detalle los síntomas y cómo se sentía, en resumen, muy solo y enfermo. Le consolé como pude y quedamos en que estaría en casa por la noche. El viaje de vuelta a Florencia se hizo largo, sentada al lado de Dario, no me atrevía a mirarle, cada uno con su móvil, intentando no recordar los felices momentos que acabábamos de dejar en Roma. Mattia paró primero en mi casa, salió del coche, me abrió la puerta y me ayudó a salir. Dario se apeó detrás de mí, pero le hice señas de que volviera a entrar. Le tendí la mano para despedirnos mientras el conductor sacaba la maleta y la dejaba al lado del portal. Sin mirar atrás, agradecí a Mattia su labor, al tiempo que él me susurraba al oído:

—  Il meglio della vita lo si passa a dire ‘è troppo presto’ e poi ‘è troppo tardi’ – que significa: Lo mejor de la vida se pasa diciendo “es demasiado temprano” y luego “es demasiado tarde”, frase que me dejó descolocada. Entré en casa arrastrando la maleta, desanimada y cansada. Lo encontré en la cama, parecía que tenía mejor aspecto, sin embargo, él insistía en que se encontraba muy mal. Supongo que necesitaba que le hiciese un poco de caso y yo no tenía ganas de estar con él. Tenía ganas de echarme en el sofá, evadirme de la realidad, recordar los buenos momentos pasados en Roma y soñar. Los días siguientes fueron duros para mí, intentaba ser cariñosa con Roberto, cuidarlo, mimarlo y escucharlo, pero me costaba mucho estar a su lado. Dormí en otra habitación para que los dos pudiésemos descansar mejor y eso aún alimentaba más mis ganas de soñar con historias imposibles. Mientras tanto, en el trabajo, tenía que esquivar encuentros con Dario, porque sabía que todo era como un sueño. Lo peor llegó cuando sospeché que podía estar embarazada, tenía dos faltas y sabía de sobras que Roberto no era fértil, porque me lo confesó al poco tiempo de empezar nuestra relación, incluso me comentó que comprendería el hecho de que no continuase con él, puesto que jamás podría tener un hijo suyo. En aquel momento me pareció exagerado, recuerdo que le dije:

— Para mí no es lo principal tener un hijo, no te preocupes por eso, lo importante es que seamos felices juntos. Y ahora que sé que estoy embarazada, no quiero renunciar a la posibilidad de ser madre, aunque sea madre soltera.

— Pero ¿Has hablado con Dario? ¿Se lo has contado? — pregunto asombrada.

— No, por ahora no lo sabe nadie. Sois las primeras en conocer la noticia y, de momento, debe seguir así. Primero tengo que evaluar todas las opciones y decidir cómo decírselo a ellos – contesta abrumada.

— Claro, cuenta con nosotras – dice África.

— Por supuesto, estamos contigo – confirmo mientras todas nos levantamos y la rodeamos en un abrazo.

— ¿Qué os parece si los días que nos quedan los pasamos aquí, descansando, leyendo, charlando o tomando el sol en el jardín? – propone África.

— Creo que es una muy buena idea, es lo que más me apetece en este momento – responde Maya con la voz entrecortada por la emoción.

— Estoy de acuerdo, pero, si os parece bien, podemos invitar a Jaime a comer o a merendar, se lo prometimos – indico esperando que mi idea sea aceptada.

— Por supuesto, se lo debemos – responde enseguida Judith— podemos invitarle mañana a cenar, si os parece bien a todas.

— Perfecto – apunta África.

— Anotado en la agenda – señala Carol sonriendo.

— Ok – indica Rebeca guiñando un ojo.

— A sus órdenes – confirma Maya.

— Si os parece bien, podemos invitar también a su pareja Margot – propongo.

Como todas aceptan la propuesta, le mando un WhatsApp, así tendremos tiempo para preparar el encuentro adecuadamente. Al cabo de un rato me responde que aceptan la invitación, vendrán mañana por la tarde.

— ¿Qué os parece si hacemos una rica ensalada, con atún, tomate, lechuga, cebolla y aceitunas? – propone Judith.

— También podemos hacer varias tortillas diferentes, con patatas, con calabacín, con verduras, con espárragos, incluso una con chorizo – se anima Rebeca.

— Y podemos comprar un buen jamón, fuet y butifarra – plantea África.

— Me ofrezco para cocinar un pastel de queso, que me sale para chuparse los dedos – resuelve Carol.

Seguimos elaborando un menú para el encuentro con nuestros invitados y Maya corre a buscar papel y bolígrafo para anotar todo lo que hemos hablado, asignando a quién se encargará de cada labor. La observamos sonriendo y luego cruzamos nuestras miradas, ya que, a pesar de todo, sigue siendo la misma, ordenada, capaz de ordenar su vida y la de los demás, aunque en este momento la suya esté un poco revuelta.

Capítulo 8: Rebeca

Hemos pasado el día sin hacer nada, en especial, sin embargo, tengo la sensación de que estoy más cansada que si hubiésemos escalado una montaña. Eso sí, gracias a Maya, disponemos de una lista de todo lo que tenemos que comprar y preparar para la visita de nuestros invitados.

Como hemos desayunado tarde, no comemos, decidimos que haremos una merienda-cena sobre las seis de la tarde, luego Rebeca podrá acabar con la ronda de confidencias.

Rebeca y yo vamos al pueblo a comprar unas pizzas en un restaurante italiano donde ya sabemos que se come muy bien. Por el camino hablamos un poco de los problemas de cada una y me confiesa que tiene ganas de hablar, de quitarse un peso de encima, como hemos ido haciendo todas. Al llegar a casa, encontramos la mesa del porche preparada, abrimos las cajas y un agradable aroma de especias italianas nos inunda, abriéndonos el apetito.

Cuando veo que ya todas damos por acabado el banquete, me levanto y saco el melón del frigorífico, lo corto a pedacitos que dispongo en una bandeja, la cual colocamos en el centro de la mesa para ir picando. Cuando nos disponemos a saborearlo, Rebeca se levanta diciendo:

— Chicas, ahora es mi turno. Veréis, en primer lugar, he de pediros disculpas, porque os he mentido. Sí, no me miréis extrañadas, pero es que soy muy orgullosa y no me atreví a admitir que la propuesta de vivir en París no fue buena idea; al contrario, fue un desastre, desde el primer momento. Incluso estuve a punto de tragarme el orgullo y volver a casa en varias ocasiones. La idea de ir a vivir allí fue de mi compañero Iván, con el que hice el curso de Bróker, insistió en que tenía buenos contactos en París que nos abrirían las puertas de la Bolsa, donde, según él trabajaríamos como freelance con nuestros maletines de piel y los iPhone de última generación, contactando con nuestros clientes, comprando o vendiendo acciones. Así fue como me convenció y llenamos nuestras maletas de ropas para ejecutivos, las últimas novedades tecnológicas y nuestras más íntimas ilusiones. Conseguimos un visado de tres meses y volamos a la Ciudad de la Luz y el amor. Cuando llegamos, su amigo Marcial, un sevillano que llevaba dos años allí, nos esperaba en el aeropuerto para llevarnos a su casa, que en realidad era un sótano en un edificio viejo de un barrio marginal. Por doscientos euros al mes cada uno, nos subarrendaba una colchoneta para los dos en una habitación sin ventilación, eso sí, con derecho a cocina y baño compartido por seis personas más, dos chicas, cuatro chicos y una plaga de cucarachas. Y una de las chicas, Mar, fue la que nos consiguió nuestro primer trabajo con contrato, en un restaurante rumano en la esquina de nuestro nuevo hogar. Trabajábamos diez horas diarias, sin embargo, cuando llegaba a “casa”, aunque estuviese reventada, sacaba mi portátil del escondite para buscar posibles ofertas de trabajo, enviando currículos a todas las empresas a las que creía que podían contratarme por un sueldo y un horario más digno, el cual me permitiese salir del oscuro sótano compartido. Mientras tanto, Iván, encontró trabajo en un bar de noche, preparando copas, por lo que nunca coincidíamos en el colchón compartido.

– ¿Tenías Internet en el sótano? – pregunto extrañada.

– Que va, tenía que compartir los datos del teléfono móvil.

– Creía que Iván y tú os lo montabais – comenta Judith.

– Pero qué dices. Iván es gay, creía que ya os lo había dicho. Aunque pagaba su parte de alquiler, solamente venía a ducharse y cambiarse de ropa. Así seguimos hasta que una de las empresas a las que les presenté mi currículo me ofreció una entrevista, así que pedí una tarde libre en el restaurante, cogí dos autobuses y me personé en el polígono industrial donde estaba ubicada. Cuando llegué me encontré con que éramos diez personas las que optábamos para una única plaza de recepcionista. Hicimos un test psicotécnico, quedamos tres finalistas y en la entrevista con el director de RRHH salí escogida. El contrato era para recepcionista de una fábrica de maquinaria de envasado y embalajes. Mi trabajo consistiría en contestar las llamadas con la centralita del teléfono, atender a clientes, proveedores y transportistas. El sueldo era casi el doble y el horario de ocho a cinco con una hora para comer. Por suerte, tienen una sala que utilizan como comedor, con microondas, cafetera y frigorífico, con la posibilidad de traer la fiambrera de casa, pero también existe la posibilidad de pedir comida, ya que nos mandan un mail con tres propuestas de menú por un precio muy económico. Mi propósito era ahorrar tanto como fuese posible para buscar una vivienda digna hasta que un día que comía con Gema, la hija del jefe me explicó que una amiga suya se había comprado una casa y buscaba a alguien de confianza para alquilar una habitación que le ayudase a pagar la hipoteca, algo así como Carol. El único problema es que la casa estaba en una urbanización y el trabajo estaba en un polígono industrial y como no tenía coche, cada día debía coger el tren hasta París, luego el metro y finalmente un autobús para llegar al trabajo, con lo que perdía casi dos horas en transporte.

– ¿Qué pasó con Iván? ¿Se quedó en el sótano? – pregunto indiscreta.

– Iván enfermó antes de que me marchase. Tenía mucha tos, fiebre, ni siquiera se sostenía en pie, así que avisé a su hermana y lo vino a buscar. Nos abrazamos llorando en la puerta del sótano y cuando me pidió al oído que me fuese con ellos, estuve a punto de hacerle caso y marcharme, pero mi orgullo me hizo recapacitar, además ya tenía el nuevo trabajo y me trasladaría a casa de Alma, así que nos despedimos deseándonos mucha suerte. Conocí a Alma y Andrés una tarde lluviosa en una cafetería del Barrio Latino, Gema me acompañó, nos presentó y se marchó. Andrés era alto y delgado, no era guapo, tenía una cara corriente, sin embargo, me pareció alguien en quien confiar, ya que cuando le pregunté como había ido a parar allí me explicó:

– Soy sevillano, me gradué en Ciencias Económicas y Empresariales, sacando la mejor nota, un diez. Empecé a recibir ofertas de trabajo de empresas de Londres, París, incluso de Berlín. En aquel momento no tenía novia, ni siquiera demasiados amigos, por lo que mis padres me animaron a que diese el salto a Europa y después de valorar los diferentes puestos de trabajo y los sueldos de cada uno me decidí por París, una ciudad que siempre había deseado visitar. Empecé compartiendo piso con dos españoles hasta que conocí a Alma, nos enamoramos y al final, decidimos comprar la casa. No pude evitar examinar disimuladamente a Alma, sentada al lado de Andrés, en silencio, con la mirada triste, perdida, el cutis blanco y suave, enmarcado por una cabellera larga y ondulada. Como el precio del alquiler me pareció razonable, Andrés me invitó a ver la casa antes de decidir, así que nos montamos en su RAV4 y una media hora más tarde llegamos a la urbanización donde estaba ubicada su casa, la cual era pequeña, pero muy bonita y bien arreglada, con un pequeño jardín con césped, un parterre con flores de colores y entre dos árboles colgaba una hamaca de macramé. En el porche tenían una mesa con cuatro sillas y dos tumbonas. En la planta baja había una cocina americana con una barra y dos taburetes altos, una mesa redonda con cuatro sillas y un sofá negro encarado a un televisor de grandes dimensiones. En el piso superior tres habitaciones y un cuarto de baño. Unas escaleras de madera bajaban hasta el sótano donde tenían la lavadora, la secadora, la caldera, un mueble antiguo con un tocadiscos y un sofá viejo. Andrés me pareció muy amable y educado y Alma tímida y tranquila. Debido a que no tenía demasiadas cosas que trasladar, en pocos días estuve instalada, conseguí crear una rutina diaria, levantarme temprano, preparar algo de comida para llevar, aprovechar el transporte público para leer, aprender algo nuevo o repasar lo que había estudiado, conocer gente nueva y al llegar a casa, aparte de ayudar a Alma en las tareas diarias, intentar relajarme y retirarme a dormir a una hora temprana. Los sábados iba a comprar, lavaba la ropa y poca cosa más. Un fin de semana que ellos quedaron con unos amigos, me quedé sola en casa, por lo que decidí darme una alegría y pedir una pizza. Salía de la ducha cuando sonó el timbre de la puerta del jardín, por la cámara observé al chico que la traía, abrí con el mando y lo esperé en la puerta de la entrada envuelta en una toalla. No sé cómo explicar lo que pasó a continuación, se mezclaron los aromas de las especias de la pizza, la frambuesa del champú y el almizcle de su colonia, un cóctel explosivo que perturbó nuestros sentidos. Subió los cuatros escalones despacio, mirándome fijamente a los ojos, mientras tanto me quedaba embobada en los rizos morenos que se escapaban de la gorra roja, la cicatriz de la mejilla, la nariz aguileña y esa sonrisa juguetona que asomaba entre sus gruesos labios. Si, chicas, fue amor a primera vista. Dejó la pizza en la mesa del recibidor, me abrazó y nos besamos apasionadamente.

– Esto tiene regusto a película romántica – comenta África sonriendo.

– Al principio sí, por supuesto. En primer lugar, era muy guapo, pero, además, yo estaba muy necesitada amor, cada noche me dormía soñando que conocía alguien que me amaba locamente y de la que yo estaba locamente enamorada, incluso fantaseaba con una noche loca de sexo. Desde que estaba en París solo había estado con Iván, nos enrollamos una vez y como no disfrutamos ninguno de los dos no repetimos más.

– Pero ¿qué pasó con el pizzero? – pregunto decidida.

– Después de besarnos, nos miramos a los ojos mientras me quitaba la toalla al tiempo que me besaba en el cuello, deslizando suavemente la lengua hasta llegar a los pezones, mientras tanto le saqué la gorra, la camiseta y cogiéndole de la mano bajamos hasta el sótano, donde nos acoplamos como dos animales en celo. Una vez relajados, sentados tranquilamente en el sofá, nos presentamos:

– Mi nombre es Maxi, soy colombiano. Como que en mi país trabajaba con mi tío en trapicheos ilegales y estaba harto de tener que esconderme de la policía, le propuse a mi hermano mayor Sam que nos enrolamos en un barco de mercancías, en el que navegamos seis meses, realizando trabajos de todo tipo hasta que desembarcamos en la costa norte de Francia. David, un compañero de viaje nos convenció para llegar a París y buscar trabajo. De momento solo hemos encontrado este como repartidores de comida.

– ¿Dónde vivís? – indagué

– En un cuarto de 15 m² en la última planta de un viejo bloque de Saint Dennis, junto con cuatro personas más. ¿Y tú? ¿De dónde eres? ¿Qué haces aquí?

Le resumí mi situación mientras nos comíamos la pizza que me había traído. Ese fue el inicio de nuestra relación. Nos encontrábamos siempre que podíamos, le avisaba cuando sabía que iba a estar sola en casa, luego le conseguí un trabajo como repartidor de correspondencia en la empresa donde trabajo yo, así que nos lo montábamos donde podíamos, en el baño, en el almacén hasta que me pidió que buscásemos un lugar donde vivir juntos.

– Pero eso no es todo, ¿verdad? – pregunta África.

– Todo parecía perfecto, mi relación con Maxi, la vida compartida con Andrés y Alma, el trabajo, donde cada día me sentía más a gusto. Sin embargo, desde el día que conocí a Alma, noté en ella algo que me intrigaba, siempre parecía triste, no hablaba casi nunca, en fin, aunque yo le había explicado algunas cosas sobre mí, a ella no la conocía. Nuestra relación cambió una noche que Andrés tenía una cena con sus jefes y unos clientes importantes, por lo que Alma y yo nos quedamos solas en casa. Salí de la ducha, me puse una toalla y bajé a la cocina, dispuesta a cenar, pero, al salir de mi habitación me encontré con ella, también recién duchada y con una toalla, nos miramos a los ojos y, por una vez, me aguantó la mirada, no me esquivó, como siempre hacía, sonreímos al observar la coincidencia de llevar solo una toalla y la vi muy bella, como una muñeca de porcelana, bonita y frágil. No sé qué paso exactamente, creo que nos quitamos la toalla una a la otra, nos miramos nuestros cuerpos y nos acariciamos los pechos mutuamente, con una suavidad que yo jamás había experimentado. Nos besamos en la boca y corrimos a su cama, buscando algo que no conocíamos, pero que deseábamos aprender.

– ¿Estás segura de que ella no lo había hecho nunca con una chica? – intenta averiguar Maya.

– No, que va, las dos éramos igual de torpes, pero nos enseñamos mutuamente lo que más nos gustaba y nos regalamos varios orgasmos. Después nos quedamos abrazadas en la cama y me contó su historia:

– Nací en Pamplona, soy la pequeña de tres hermanas y, aunque siempre he sido muy tímida, encontré varios trabajos relacionados con la moda, como modelo de bañadores para una página web, de peinados para una empresa de estética, incluso de manicura y pedicura. Tuve la mala suerte de enamorarme de Bruno, uno de los fotógrafos, el que trabajaba en la empresa de bañadores, era muy guapo, muy zalamero, siempre estaba pendiente de mí, por lo que caí rendida a sus pies. Salimos seis meses y me pidió que me casase con él, así pues, alquilamos un piso, compramos muebles, lo decoramos y empezamos a preparar la boda. Juntos elegimos la iglesia, los anillos, el restaurante, el menú, las flores. Con mis hermanas y mi madre escogimos mi vestido, el de mi madre y los de las damas de honor. Fuimos a probar diferentes menús, abrimos una lista para regalos, una cuenta en común, escogimos a los fotógrafos que harían las sesiones de videos y fotografías, aprendimos a bailar vals, salsa y bachata. Por fin llegó el día esperado, mi padre vestía un elegante traje gris oscuro, mi madre estaba radiante con su vestido largo azul marino, mis hermanas y las demás damas de honor con el vestido rosa, mi sobrina de tres años llevaba los anillos. Me vino a buscar una carroza con dos caballos, el cochero vestido con un traje de época, con sombrero de copa. Subí a la carroza con mi padre y nos dirigimos a la Iglesia de San Lorenzo, paseando por toda la ciudad. Las piernas me temblaban al escuchar la marcha nupcial al entrar en la Iglesia cogida del brazo de mi padre, en el altar me esperaba Bruno, guapísimo con un traje negro, una rosa blanca en la solapa y una sonrisa difícil de olvidar. El cura nos casó, firmamos los documentos y al salir nos tiraron pétalos de flores. La misma carroza nos llevó al restaurante, a las afueras de la ciudad, el día era soleado y nos hicieron miles de fotos y algunos videos en los jardines, luego comimos bajo una carpa junto con los trescientos invitados. Todo salía como había soñado. Después de cortar la tarta, mi padre, el padrino, mi mejor amiga y mis hermanas hicieron sus discursos, a continuación, abrimos el baile con un vals, nos hicimos fotos con todos, vídeos bailando, estuve con mis amigas, comentamos lo bien que estaba saliendo todo, luego les pedí que me ayudaran a ir al baño, porque con el vestido que llevaba yo sola no podía. María, Susana, Amalia y yo nos metimos en los servicios de señoras cuando, por casualidad, no había nadie en su interior, recuerdo que estuvimos criticando a algunas mujeres, nos reímos con María, porque es muy irónica con sus comentarios. Nos quedamos en silencio mientras me ayudaban a levantarme la larga y ancha falda y entonces fue cuando escuchamos unos gemidos, que a mí no me eran desconocidos. Nos quedamos quietas, intentado saber de dónde venían, Susana insistió en que primero hiciese lo que había ido a hacer y luego ya indagaríamos. Los gemidos sonaban cada vez más fuertes y acelerados, así que me apresuré, me ayudaron a colocarme bien el vestido, salimos al pasillo y en la puerta de la derecha, que estaba un poco entreabierta, salían unos alaridos de placer. Temiendo lo peor, di una patada a la puerta y en el cuarto de la limpieza, en medio de los cubos de fregar, las escobas y los aspiradores, apoyados en la pared estaba Bruno con los pantalones bajados metiéndosela a mi prima Margarita. Me acerqué y con fuerza le acabé de bajar los pantalones y le metí el palo de una escoba en el culo, luego le agarré de los pelos y le arañé en la cara, mientras mis amigas intentaban sujetarme para sacarme de allí cuanto antes. A continuación, caí en un vacío, no recuerdo nada más, sé que mis hermanas se ocuparon de mí, me llevaron a casa, me dieron tranquilizantes y decidieron que nos iríamos las tres de luna de miel a París, a la suite que habíamos encargado con Bruno. Así pues, subimos a la Torre Eiffel, visitamos El Louvre, entramos en la Sainte Chapelle, a Notre Dame, paseamos por el Sena. Visitamos a la tía Marie, que hace más de veinte años que vive cerca del Arco del Triunfo y ella me convenció de que no volviese a Pamplona, que me quedase en su casa por un tiempo, hasta que me sintiese preparada. Con ella aprendí a hablar, escribir y leer correctamente en francés, me preparó para buscar un trabajo con el que ganarme la vida, me ayudó a habilitar mi currículo y me obligó a presentarme como recepcionista a la empresa donde trabajo actualmente. Sé que ella tuvo algo que ver con que me escogiesen para el puesto vacante, porque yo no tenía ni la más remota idea de contestar la centralita de teléfono, ni mucho menos pasar las llamadas a la extensión correspondiente. Enseguida me sentí acogida por todo el personal, aunque eran franceses. Un día, en el comedor, conocí a Andrés, con él podía hablar mi idioma, su gracia sevillana me hacía reír y poco a poco se coló en mi vida, invitándome a merendar, al cine o al teatro. Por mi cumpleaños me enseñó esta casa y me convenció para que viviésemos juntos. Así que utilizó sus ahorros para entregar la entrada y firmó una hipoteca, en ningún momento me pidió dinero ni que compartiese gastos, aunque luego se le ocurrió la idea de alquilar la habitación a alguien de confianza.

– ¡Vaya! ¡Qué fuerte! – exclama África.

– Que valiente – matizo asombrada.

– Seguimos abrazadas contándonos nuestras cosas hasta que escuchamos la puerta de la calle, así que salí disparada de su cama y corrí hacía mi habitación antes de que él subiese la escalera. Ahora viene mi reciente error, he seguido manteniendo relaciones con los dos, cuando ellos se marchan de fin de semana, estoy con Maxi y cuando Andrés sale con sus amigos o tiene una cena con algún cliente, sigo con Alma. Pero este no es el problema, porque yo podría seguir así indefinidamente, los amo a los dos, lo paso genial con cada uno, de manera diferente, la verdad es que les necesito a ambos. El contratiempo es el siguiente, hace unos días que Maxi me confesó que está casado en Colombia y tiene dos hijos, el mayor, un adolescente de diecisiete años tiene problemas y Claudia, su mujer, le ha pedido que haga lo posible para sacarlo de allí y traerlo a París, para que viva con él. Para eso necesita bastante dinero y no dispone de esa cantidad. Me ha pedido que le preste tres mil euros para cambiarlos por dólares.

– ¿Y tú le crees? Seguro que eso es un timo para sacarte el dinero – asegura Maya.

– No lo hagas, Rebeca – puntualiza Judith.

– Eso tiene pinta de trampa – matiza África.

– No lo veo claro – intento suavizar.

– Bueno, en realidad no dispongo de esa cantidad, sino no viviría en una casa compartida – explica ella abrumada.

– ¿Se lo has dicho? – pregunta Carol.

– No, todavía no – aclara – además, por otra parte, Alma parece que duda en dejar a Andrés porque dice que preferiría vivir conmigo.

– Uauuuu – exclama África – ¿Y tú? ¿Con quién te quieres quedar?

– No lo sé, ya os he dicho que amo a los dos, a mí me gustaría seguir como hasta ahora, aunque sé que es imposible.

– ¿Alma sabe que estás con Maxi? – se interesa Judith.

– No exactamente. Bien, ella sabe que tengo un amigo con quien salgo a menudo, sin embargo, es muy reservada y nada entrometida, al fin y al cabo, ella está con Andrés. Yo no le he negado ni confirmado nada en concreto, por ahora. Ella tampoco ha preguntado, pero sí que me ha confesado que le gustaría vivir conmigo.

– Y tu ¿qué le contestaste? – indago curiosa.

– Nada, me callé y cambié de tema sutilmente.

– ¡Que lista! – exclama Carol.

– No tanto, antes de volver, tendré que pensar detenidamente en mi futuro y tomar decisiones importantes.

Nos miramos mientras nos levantamos y la abrazamos. Al tiempo que cada una nos sentamos alrededor de la mesa, se me ocurre pensar que los días que nos quedan serán claves para la mayoría, habrá que sopesar todas las opciones posibles y decidir el futuro con la cabeza fría.

Mientras el cielo enrojece y el sol se va escondiendo tras las montañas, las bandadas de pájaros bailan en el cielo mostrándonos un bello espectáculo que todas intentamos inmortalizar con nuestros teléfonos móviles. Nos retiramos pronto a descansar, aunque, seguramente, nos costará dormir.

CAPÍTULO 9: JAIME                              

Sin haberlo planeado, nos levantamos todas temprano, a las siete y media estamos alrededor de la mesa de la cocina, comiendo tostadas, fruta y saboreando los cafés. Observo, de reojo, que todas tienen ojeras, incluso yo, lo he visto claramente en el espejo. Como ninguna dice nada sobre lo que se ha hablado estos días, decido comentar cómo organizaremos la comida de hoy con Jaime y Margot. Maya saca su pequeña libreta azul y ordena a cada una sus tareas. A las una y media tenemos la mesa preparada en el porche y la comida a punto para cuando lleguen nuestros invitados. Escuchamos el ruido de un coche y al cabo de unos minutos suena el timbre, abro la puerta del jardín y aquí está Jaime, sonriendo, nos abrazamos y luego le hago pasar. Después de los saludos correspondientes, se sienta excusándose:

– Os pido disculpas de parte de Margot, pero justo hoy tiene una videoconferencia muy importante de su trabajo y no puede venir.

– Que lástima, nos habría gustado conocerla – manifiesto sonriendo.

– ¿En qué trabaja? – pregunta África.

– Veréis, es complicado de explicar, ella no vive en Camprodón, vive en Prats de Motlló, en Francia, que está a treinta minutos en coche. Es educadora especial, igual que su hermana y su trabajo consiste en acoger niños con problemas durante el curso escolar – explica.

– ¿Y le pagan por tener niños en casa? – cuestiona Judith.

– Si, es un trabajo muy bien remunerado. Este curso tiene dos niños y una niña, más su hija Emma – explica Jaime – ha de llevarlos a la escuela, recogerlos, ayudarles con los deberes, jugar con ellos, alimentarles, vestirles, como si fuesen suyos.

– ¿Cuántos años tiene su hija? ¿Cómo lo lleva? ¿No tiene celos de los demás? – ametralla Maya.

– Emma tiene seis años y los niños acogidos van desde los seis hasta los diez años – responde Jaime sonriendo.

– ¿Qué os parece si dejamos de importunar a Jaime y empezamos a comer? – propongo un poco agobiada después escuchas tantas preguntas.

– No importa, Lina, me apetece explicarlo – declara sin dejar de sonreír – ¿Queréis que os explique cómo nos conocimos Margot y yo?

– Sí, por favor, cuenta, si no te importa, mientras tanto podemos ir comiendo – solicita Rebeca.

– Veréis, yo nací aquí, en Camprodón, tengo dos hermanas y un hermano. Cuando tenía quince años, en las Fiestas de verano conocí a Margot, ella había venido a pasar el verano en casa de sus tíos, era de la misma edad que su prima Montse, la cual era muy amiga de mi hermana Laura, por lo que ellas salían juntas de excursión o simplemente se encontraban para charlar de sus cosas. Sin embargo, llegaron las Fiestas y el pueblo se vistió de gala, con flores en las calles y la plaza del Ayuntamiento se llenó de luces de colores y un grupo de músicos tocó por la noche. La vi desde la esquina, con un vestido blanco que le destacaba su piel morena y el pelo largo, suelto acariciándole las mejillas sonrosadas. Aunque ya la había visto con mi hermana y su prima, no me había fijado en lo hermosa que era, así que me comí mi timidez y le pedí que bailase conmigo. Nos abrazamos para movernos al ritmo de una balada mientras un agradable aroma a violetas se apoderaba de mí y se colaba en mi corazón adolescente. Bailamos al son de las músicas lentas y también de los pasodobles, rumba, rock y todo lo que los músicos tocaron. A partir de esa noche no nos separamos, solamente para comer o dormir. Le enseñé mis rincones preferidos, nos bañamos en el río, paseamos por el monte y nos besamos con la puesta de sol como testigo. Cuando acabó el verano, ella volvió a su pueblo, con la promesa de que volvería el próximo verano. Y así fue hasta que se fue a estudiar a la Universidad de Toulouse y yo a Barcelona. Al principio nos llamábamos a menudo, luego nos mandamos mensajes de vez en cuando hasta que dejamos de tener contacto. Me licencié en Educación Especial, hice prácticas en varias escuelas de Barcelona y provincia hasta que, en unas vacaciones de Navidad, que pasé en casa con mi familia, me encontré con Sonia, una amiga de la infancia que trabajaba de maestra en la escuela de Camprodón, hablamos del trabajo, me comentó que precisaban de un titulado en Educación Especial, me animó a que hablase con el director de la escuela, que había sido profesor mío en primaria. Me ilusioné con la propuesta, así que me puse manos a la obra, le mandé el currículo al director, me hizo una entrevista y firmé el contrato para empezar a trabajar después de las vacaciones de Navidad. Mi familia estuvo muy feliz de que volviese a casa. Al principio me quedé con mis padres, pero cuando me aseguré de que aquí era donde quería estar, me compré una vieja casa en las afueras, la arreglé y ahora vivo allí con mi perra Cori. Hace un par de años, en las fiestas de verano vi a una mujer con una niña, era igual que Margot, me acerqué para asegurarme de que era ella, la toqué al hombro y cuando se giró me percaté de que estaba muy guapa. Nos miramos sonriendo y nos abrazamos fuertemente. Nos sentamos en un banco del parque infantil y mientras la niña jugaba nos pusimos al corriente de nuestras vidas. Había estudiado psicología, pedagogía y se había especializado en educación inclusiva. Cuando le pregunté por la pequeña me explicó que un verano fue de viaje a París con unas amigas, en una discoteca conoció a un motero muy guapo, se llamaba Jean-Yves, recorrieron la ciudad en moto y estuvieron juntos toda la semana. Cuando estuvo segura de que estaba embarazada le llamó varias veces, sin embargo, nunca le cogió las llamadas. En aquel momento vivía en Toulouse y trabajaba en un Centro Médico, por lo que le fue de gran ayuda, tanto con las visitas médicas como con las ecografías y demás pruebas. A los ocho meses le dieron la baja por maternidad y volvió a su pueblo, con su familia que la ayudo tanto a la hora del parto como los primeros meses con la niña. Más adelante alquiló una pequeña casa y se presentó junto con su hermana a unas oposiciones para tener acogidos a niños especiales, las cuales aprobaron, aunque después tuvieron que hacer unos cursos de formación.  Cuando empieza el curso escolar les proponen varios niños de edades entre cinco y diez años, ellas deben darles casa, ropa, comida, ayudarles con las tareas escolares y efectuar terapias. Al acabar el curso escolar deben volver al Centro de Acogida.

– ¿Les pagan bien por hacer ese trabajo? – pregunta Judith.

– Por supuesto, cobran un sueldo del estado, además, mientras los niños están en la escuela, organizan grupos de terapias para adolescentes y adultos con problemas emocionales – explica Jaime.

– ¿Qué pasó después de vuestro encuentro? – consulto deseando conocer la historia.

– Empezamos a encontrarnos más a menudo, yo estaba feliz de haber recuperado nuestra relación, me gustaba mucho la mujer en la que se había convertido. Con su hermana Yvette y su hija Emma congeniamos enseguida. Yvette es una persona muy alegre y activa y Emma es igual que Margot, así pues, cuando terminaba temprano de mi horario laboral conducía hasta su casa para pasar la tarde juntos. Les ayudaba con los niños, cenábamos todos juntos y cuando los niños estaban en la cama nos quedábamos charlando hasta medianoche, que volvía a mi casa.

– ¿Y su hermana? ¿Os dejaba solos? – pregunta África.

– Yvette se retiraba sutilmente con la excusa de leer un cuento a los niños antes de dormir. Los viernes me llevaba una bolsa con ropa y me quedaba todo el fin de semana allí hasta el lunes, que muy tempranito volvía a Camprodón con el tiempo justo de darme una ducha, desayunar y estar a punto cuando se abría la escuela. Y así fueron pasando los días, simplemente vivía el presente con la mente en el fin de semana contando las horas que faltaban para reunirme con mi nueva familia. Cuando llegó Semana Santa, hice mi maleta, subí a mi Toyota y conduje hasta su casa. Cuando llegué ya era de noche, sin embargo, allí no había nadie. Alterado, pensando que podía haber pasado algo terrible, la llamé al móvil, pero no contestaba, también llamé a Yvette, pero tampoco contestaba, así que pregunté a la vecina y me aseguró que no había visto a nadie en todo el día. Fui al hospital más cercano y luego a la comisaría de policía. Nadie sabía nada, así que me senté en el coche esperando que en algún momento apareciese su furgoneta o que me llamase dando algún tipo de explicación. Después de pasar la noche en el coche, durmiendo a ratos, vencido por el cansancio, a las siete y media sonó el móvil, salté del asiento por el sobresalto. ¡Era ella! Contesté alterado:

– ¡Margot! ¿Qué ha pasado? ¿Estáis todos bien?

– Claro que estamos bien, ¿por qué no íbamos a estarlo? – respondió con una calma que, en aquel momento, no podía soportar.

– Pero ¿dónde estáis? Vine ayer por la noche y no encontré a nadie. Me he asustado mucho.

– Bueno, no habíamos quedado en que vendrías. Me llamó mi amigo Charles y me propuso pasar unos días en una casa que tiene en Bañuls.

– ¿Bañuls? Pero esto está lejos, a más de una hora en coche.

– Si, pero lo hemos pasado muy bien por el camino y la casa es preciosa, está delante de una playa, los niños están muy contentos.

– ¿Por qué no me dijiste nada? ayer te mandé mil mensajes y te llamé millones veces. Estaba preocupado.

– Tenía el móvil en silencio. Pero no creo que te deba ninguna explicación, Charles me ofreció su casa y a nosotras nos pareció una buena idea. En ningún momento habíamos quedado en que pasaríamos estos días juntos. Además, ya te dije que quería una relación abierta, no quiero pertenecer a nadie, yo decido con quien paso mi tiempo y el de los niños también.

– ¿Relación abierta? ¿Qué quieres decir?

– Pues eso, podemos estar juntos y pasar tiempo con otras personas.

– ¿Quieres decir que no vamos a pasar estos días juntos?

– No será posible, porque estamos en Bañuls con Charles. Cuando volvamos a casa ya te avisaré.

– Claro, no dejes de hacerlo – contesté enojado al tiempo que colgaba el teléfono y me sumía en un vacío que del que no tenía ganas de salir.

– ¿Y qué ha pasado desde entonces? ¿Has vuelto a su casa? – pregunté preocupada.

– Si, claro. Ella actúa como si eso de la “relación abierta” fuese de lo más normal, pero pregunto: ¿es normal?

– Bueno, si me permites que me entrometa – indica África – creo que todo es normal siempre que las dos partes estén de acuerdo y a mí me parece que tú no estás de acuerdo con este tipo de relación.

– Claro que no estoy de acuerdo. Estaba feliz de haber recuperado al amor de mi adolescencia, me adapté a la idea de que ella tiene una hija de otra relación, incluso me parece admirable que su trabajo consista en acoger niños especiales, pero no puedo comprender porque no podemos tener una relación normal, como las de nuestros padres.

– ¿Y le has pedido explicaciones? – cuestiona Maya visiblemente asombrada.

– Por supuesto que se lo pedí. Aquel día volví a casa abatido, sin comprender nada, con un nudo en la garganta. Escribí en un papel todo lo que quería preguntarle, para poder mandarle un mensaje de voz, sin embargo, algo me decía que debía contenerme, que debía mantener intacto mi amor propio, así que dejé el móvil en un cajón, me calcé las botas, cogí mi mochila, metí algo para comer, una cantimplora y caminé de una montaña a otra, durmiendo en los refugios que conozco combinando la soledad con la compañía de los guardas y los excursionistas que seguían el mismo camino. Cuando volví a casa, recuperé el móvil y encontré un mensaje de Margot pidiéndome disculpas por no haber dejado claro, desde el principio, su idea de una relación abierta. Me pidió que fuese a su casa el sábado siguiente para poder aclarar este tema. Lo que quedaba de semana casi no dormí, intentando formular preguntas que no pareciesen acosadoras, trazando un plan para convencerla de que una relación abierta no puede ser buena para los niños, pensando en las posibles explicaciones suyas y las posibles salidas por mi parte. Cuando llegó el sábado, creía que lo tenía todo preparado, preguntas y respuestas de las dos partes, sin embargo, cuando llegué, aparqué en su garaje y al salir del coche me echó las manos al cuello, me abrazó con fuerza y me besó apasionadamente en la boca, mientras mis piernas flojeaban y, sin proponérmelo, me sentí el hombre más feliz del mundo, en un momento mi estrategia quedo atrás.

– Entonces ¿no hablasteis? – pregunto anonadada.

– Primero subimos a su habitación, hicimos el amor como si fuese la primera vez, descubriendo nuevas sensaciones, acariciando nuestros cuerpos lentamente hasta que nos regalamos un maravilloso orgasmo. Estirados en la cama, nuestros cuerpos desnudos, entrelazados, empezó a explicar:

– Siento que no quedase claro el tipo de relación que deseo. Déjame aclararte el porqué: ya he tenido en una relación cerrada, con Pierre, el cual era muy celoso y siempre intentaba controlarme, miraba mis mensajes del teléfono, leía mis correos, miraba las fotografías de la galería y si veía algo que no le gustaba, me gritaba, incluso alguna vez, llegó a levantarme la mano. Cada vez estaba más aterrorizada. Me apartó de mi familia, de mis amigas hasta que me quedé sola con él. No me atrevía a decir nada a nadie, incluso me daba vergüenza hablar con mi hermana. Un día mis padres vinieron a casa de visita, ellos siempre habían pensado que Pierre era mi pareja perfecta y que yo era la culpable de que no participásemos de las reuniones familiares, por eso mi madre se atrevió a preguntar: – ¿Qué te ocurre, hija? ¿Qué hemos hecho mal? –  me eché a llorar desconsoladamente al tiempo que Pierre me acusaba de mala hija. Después de discutir me atreví a insinuar que Pierre no me dejaba ni respirar, entonces mi padre comprendió que estaba dominada por él y se pelearon. Fue terrible, casi se pegaron, mientras mi madre y yo recogíamos algunas cosas mías y nos marchábamos los tres tan deprisa como pudimos. Los días siguientes fueron mi peor pesadilla, me llamaba continuamente, me dejaba mensajes implorando mi perdón y anunciando que si no volvía con él se suicidaría. Regresé al pueblo con mis padres y toda mi familia me estuvo apoyando, entonces fue cuando mis mejores amigas me propusieron pasar unos días en París y allí conocí a Jean-Yves y el resto ya lo conoces.

– ¿No has vuelto a ver a Pierre?

– No, le denuncié y emitieron una orden de alejamiento. Supongo que todavía vive en Toulouse y quizás esté torturando a otra pobre infeliz.

– Pobre muchacha – lamenta Rebeca

– Si, pero esto no justifica su comportamiento con Jaime – exclamo defendiendo a mi amigo.

– Las personas actúan según las experiencias que han recibido de la vida – justifica Judith.

– Si, supongo que todo el mundo lo hace, incluso nosotras, sin embargo, nos cuesta comprender el comportamiento de los demás, aunque esté justificado – explica Maya.

– Como decía un gurú conocido: Somos lo que recordamos – me atrevo a comentar.

– Me cuesta mucho comprender su actitud, puesto que estaba convencido de que habíamos vuelto a conectar y me pensé que estaba tan enamorado de mí como lo estoy yo de ella – declara Jaime intentando controlar sus emociones.

– Seguramente te quiere mucho, sin embargo, debido a sus experiencias, siente que no debe comprometerse – expone Rebeca.

– En mi opinión, Margot debía explicar esta situación a Jaime al principio, antes de que él apareciese cada semana por su casa y le ayudase con los niños, manteniendo una relación aparentemente “normal” – declaro firme.

– Tienes toda la razón, Lina, sin embargo, cuando una situación nos resulta traumática, solemos guardarla en el fondo de la memoria, en un intento de olvidarla – replica Maya.

– ¿Y qué piensas hacer ahora, Jaime? – inquiere África.

– No sé qué hacer. Por una parte, siento que formo parte de ella y de esa familia tan especial que ha formado, sin embargo, no puedo evitar sentir miedo de que no quiera que esté con ellos – responde agobiado.

– Lo mejor que puedes hacer es hablar con ella y preguntarle abiertamente qué es lo que desea. Si quiere que sigas con tus idas y venidas, aunque no quiera comprometerse, ya será un pequeño paso para ti, ¿no crees? – propongo.

– Bueno, seguramente, seguirá con la idea de la relación abierta y yo no sé si estoy preparado, me gustaría tener una relación normal – expone.

– En realidad, cualquier relación puede ser normal siempre y cuando las partes implicadas estén de acuerdo – informa Judith.

– Claro, por supuesto, sin embargo, a mí me da miedo que no busquemos lo mismo y acabemos haciéndonos daño.

– Si no pruebas nunca sabrás el desenlace, aunque tengas miedo, ¿no crees? – insiste Judith.

Nos quedamos en silencio, supongo que ha llegado el momento de meditar como debemos seguir con nuestras vidas. Jaime se levanta diciendo:

– Muchas gracias, chicas, por escucharme y apoyarme, habéis sido de gran ayuda. Sois maravillosas.

– Gracias a ti, por tu confianza. Mañana será nuestro último día aquí. No te preocupes, dejaremos la casa tal y como la encontramos – afirma Rebeca.

– No tengo la menor duda. ¿A qué hora tenéis previsto marcharos?

– Todavía no lo hemos decidido, te avisaremos por WhatsApp para que puedas venir a despedirnos y devolverte las llaves – aventuro.

– De acuerdo, si os apetece podemos desayunar o comer juntos, depende de la hora que decidáis viajar – propone Jaime.

– Perfecto, mañana te avisaremos con lo que decidamos – declaro levantándome para acompañarle hasta la puerta del jardín, donde nos abrazamos largo rato, como cuando compartíamos piso en Barcelona y necesitábamos un achuchón.

– Han sido unas vacaciones intensas – expone Judith cuando vuelvo a la mesa.

– Mañana debería ser un día de reflexión y por la noche podríamos comentar nuestras decisiones – propone África.

Asentimos en silencio, mientras varias bandadas de pájaros atraviesan el cielo que cambia de color azul a rojo intenso y el aire fresco de otoño nos abraza haciéndonos estremecer. Sin decir nada más, recogemos y entramos en casa. Cada una dedica su tiempo a lo que le apetece, África se distrae en las redes sociales, Judith lee, Maya y Rebeca miran “Friends” en la tele, Carol chatea por WhatsApp, entretanto las observo intentando no juzgar nada ni a nadie.

Capítulo 10: Final de las vacaciones.

Nos levantamos tarde, con cara de no haber descansado toda la noche, supongo que cada una ha estudiado qué camino deberá seguir a partir de ahora. Hoy no hay música ni canciones como otros días al levantarnos, nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina, unas con zumo, otras con café, alguna con una infusión y desayunamos los restos que han quedado, en silencio, sumidas en nuestros propios pensamientos, hasta que África propone:

– Podemos empezar a preparar las maletas, luego pedimos que nos traigan pizzas o pollo asado para comer y por la noche acabamos con las sobras de estos días. A mí me gustaría salir temprano, si llegamos al mediodía a Figueres, podré coger el AVE de las 16:50 y por la noche estaré en casa.

– Me parece bien, así puedo pasar a visitar a mis padres antes de volver a París – manifiesta Rebeca.

– Yo también voy a quedarme un par de días con mi familia antes de volver a Bilbao – expone Judith.

– Pues yo no tengo valor para ver a mi madre, no estoy preparada para decirle que estoy embarazada. Si a Lina le parece bien, volveré con ella a Barcelona y cogeré el primer vuelo de regreso a Florencia – propone Maya.

– Por supuesto, si quieres puedes quedarte en mi casa hasta que estés preparada para volver – confirmo feliz de poder ayudarla.

– ¿Y tú, Carol? ¿Qué quieres hacer? – pregunta Rebeca.

– Estaba pensando en hacer una visita a mis padres y mi hermana, explicarles mi situación y dejar que me mimen, me queda una semana de vacaciones.

– Es muy buena idea, seguro que te irá bien – respondo convencida.

Mientras África pide unas pizzas por Internet, Rebeca decide ducharse, Carol empieza a hacer la maleta, Judith lee estirada en la hamaca, Maya mira un programa de cocina en la televisión y yo voy de un lado para otro sin saber qué hacer. Al final me siento en el porche meditando sobre la suerte que tenemos de seguir con esta hermosa amistad, sabiendo que podemos contar con las demás, a pesar de la situación delicada que estamos pasando, incluido Jaime. Espero que cada una sepa escoger el camino adecuado o el menos doloroso. Envuelta en mis pensamientos no escucho el timbre de la puerta hasta que veo a Judith levantarse de la hamaca, abre la puerta del jardín, es el repartidor de pizzas.  Preparamos la mesa en el porche y nos repartimos las pizzas y una ensalada que ha preparado África. Comemos en silencio, se escucha algún ladrido lejano, seguimos metidas en nuestros pensamientos hasta que Rebeca se atreve a preguntar:

– ¿Habéis tomado alguna decisión? ¿creéis que es hora de explicarlas?

– Como yo fui la primera es justo que continuemos con el mismo orden – anuncia África – He pensado mucho en cómo debo afrontar mi problema, pero si quiero que mi relación con Diego funcione, he de contarle la verdad. Es importante que sepa que no volveré a participar a ninguna fiesta, esperar que me comprenda y me perdoné.

– ¿Estás segura de contárselo todo enseguida? – pregunta Rebeca.

– No estoy segura, tengo miedo a perderle, pero sé que es lo correcto, aunque no se ni por donde empezar.

– Pues, tal y como nos lo explicaste a nosotras, seguro que lo comprenderá, al fin y al cabo, forma parte de tu pasado – expone Judith.

– Espero que no me reproche que no se lo haya explicado antes.

– Seguramente será más comprensivo de lo que piensas – comenta Carol – Yo he decidido pasar unos días con mis padres, tengo muchas ganas de hablar con mi madre y mi hermana, siempre habíamos tenido muy buena relación. Por otra parte, después de esta semana con vosotras, me he dado cuenta de que mi relación con Aqsel y Even ha marcado un cambio en mi vida. Ahora mi prioridad es vender la casa y liquidar las deudas, después acabaré de decidir qué hago con mi vida.

– Bien hecho, lo más importante es que puedas liquidar las deudas – comenta Judith – mi caso es más complicado, porque amo a Iker, pero estoy “colgada” por Ruben, aunque he intentado hacer una lista de pros y contras con cada uno, aún no he decidido qué hacer. Uno es serio, ideal para formar una familia y el otro es divertido, para seguir haciendo locuras. Todavía no sé en qué fase estoy yo.

– ¿Vas a explicarle a Iker la existencia de Ruben – pregunta Rebeca?

– ¿Creéis que debo decírselo? Y si se lo toma mal.

– Si decides casarte con él, deberías decírselo, no es compatible tener secretos con la persona que piensas pasar el resto de tu vida. Y si decides cortar con él y seguir con Ruben también tendrás que darle explicaciones, aunque no hace falta que entres en detalles, ¿no crees? – comenta África.

– Supongo que tienes razón, pero primero he de decidir con quién me quedo.

– En el caso de que decidas casarte ya nos avisarás, Judith, no me perdería por nada del mundo tu boda – alego convencida – Yo no tengo mucho que decidir, ya que Israel no tiene intención de volver a retomar nuestra relación y yo, después de pensarlo detenidamente, tampoco. No podría seguir con él como si no hubiese pasado nada, porque han ocurrido muchas cosas y no solo físicas, todo esto nos ha cambiado por dentro, desde la forma de ver las cosas hasta nuestra manera de actuar. Así pues, por ahora, seguiré con mis clases de educación física a adolescentes. Conseguí que el jefe de estudios me dejase esta semana, porque le dije que ya lo teníamos pagado, pero el lunes volveré al Instituto, a mis salidas de escalada y los paseos por el Pirineo.

– No es un mal trabajo, seguramente tendrás más tiempo libre y eso también se agradece – comenta Maya.

– Tienes razón, en el gimnasio, tenía muchas clases dirigidas, más responsabilidades, sobre todo cuando era instructora personal de algunos personajes famosos. Ahora mi salario no es tan elevado, pero dispongo de mucho tiempo libre y también se agradece. Las responsabilidades también son menores. Estoy más relajada.

– Creo que este trabajo te vendrá muy bien, aunque sea temporal, siempre puedes buscar otras opciones, con tus conocimientos puedes cambiar incluso de ciudad, podrías hacer de guía de montaña, profesora de escalada, en fin, tienes muchos recursos, eres joven y estás muy bien preparada físicamente y seguro que conocerás a alguien que te hará feliz – explica Maya – En cambio, mi situación es muy delicada. Cuando me hice la prueba de embarazo, no sabía si seguir adelante o abortar, desde que Roberto me explicó que es estéril había aceptado que no tendría hijos, jamás me planteé dejar esta relación ni siquiera se me había pasado por la cabeza que no le necesitaba para quedarme embarazada, por eso, me costó tomar una decisión. Por supuesto, quiero tener este bebe, es más, estoy feliz de estar embarazada, quiero sentir como crece dentro de mí, como se mueve y amarle cada día un poco más. Sé que debo explicar la situación a los dos, pero quiero pensar bien como se lo explico a cada uno. No sé cómo reaccionaran, por lo tanto, no quiero pensar en el mañana.

– Tu situación es muy complicada, sin embargo, sé qué harás lo correcto. Siempre puedes coger un año sabático, volver a Girona, con tu familia y criar este bebe aquí – explica Rebeca – Bueno mi situación tampoco es fácil, me gusta mi trabajo y me he acostumbrado a vivir con Alma. He recapacitado mucho sobre lo que realmente deseo y lo que debería hacer. Ha sido complicado decidir. Por una parte, está Maxi, un personaje muy divertido, con mucha imaginación, sobre todo en las relaciones sexuales, pero no tiene una estabilidad ni emocional ni laboral, en varias ocasiones me ha pedido dinero y algunas veces se lo he prestado. Ahora me explica que tiene una familia en Colombia y encima me pide un dineral para pagar el billete de avión de su hijo César. Quizás cree que voy a mantenerlos a todos, en primer lugar, no tengo tanto dinero, pero además no estoy preparada para vivir con un adolescente que viene de un barrio marginal. En cuanto a Alma, es una persona maravillosa, he aprendido mucho con ella y lo hemos pasado muy bien juntas, pero tampoco me siento preparada para vivir con una mujer, tal vez porque no estoy enamorada de ella, solamente ha sido una bonita experiencia. Así pues, dejar a Maxi va a ser relativamente fácil, sin embargo, con Alma será más complicado puesto que vivo en su casa.

– Estoy segura de que tomarás las decisiones correctas, ya verás que todo irá bien – comenta África – Bueno, chicas, parece que nos ha ido muy bien esta semana de confidencias, porque cada una ha podido pensar en sus problemas y buscar la solución más adecuada.

Suena de nuevo el timbre, Judith abre la puerta, es Jaime que viene a despedirse, se sienta con nosotras mientras Rebeca va a buscar las infusiones y cafés. Me siento a su lado y le pregunto:

– ¿Cómo estás? ¿Has pensado que harás con Margot?

Me mira sonriendo mientras dice:

– Chicas, muchas gracias a todas por escucharme, poder hablar con vosotras ha sido lo mejor que me podía pasar. Ya no veo la situación tan caótica, incluso creo que será bueno para mí, tanto a nivel laboral como personal. He pensado dejar las cosas tal y como están, decidiendo qué hacer según el momento.

Abrimos una caja de galletas Birba para acompañar las infusiones y cafés mientras nos dejamos acariciar por la brisa suave de otoño al tiempo que el cielo cambia de colores con el paso de las bandadas de pájaros que parecen vigilar nuestros pensamientos.

Con la caída de la noche, nos despedimos de Jaime, cada una le abraza y le susurra algunas palabras al oído, aunque yo me espero la última para poder sentir la magia de su abrazo más rato. Luego, quedamos que le dejaremos la llave en el interior del buzón.

Capítulo 11: Un año después

Ha pasado un año desde nuestro encuentro en Camprodón y hemos conseguido coincidir una semana para repetir la experiencia, por lo que, desde hace un mes, tenemos alquilada la casa de Jaime: Orión, para nuestro reencuentro. Mientras preparo la maleta, reflexiono sobre el rumbo que han seguido nuestros caminos. África le explicó a Diego su participación en fiestas privadas y, no tal solo lo comprendió, sino que la justificó diciéndole:

– No me extraña que te contraten para participar en fiestas de lujo, porque eres guapa, inteligente y divertida. Solamente te pido que me prometas que no asistirás a ninguna fiesta sin mí. Ha pedido una excedencia en el Juzgado de Madrid por un año y se han trasladado a Sabadell, donde les he ido a visitar en varias ocasiones, así como ellos han venido a verme a Barcelona. En cuanto a Carol, consiguió vender la casa, pagó todas las deudas pendientes y cuando habló con Aqsel para devolverle la parte que le correspondía, le contestó:

– Siento mucho que hayamos terminado así. Quédate con el dinero para empezar de nuevo. Me gustaría que no hubiese rencor entre nosotros. Quién sabe si algún día volveremos a encontrarnos.

Ella está segura de que no volverá a encontrarse con ninguno de los dos. Ahora está preparando su vuelta a Sant Boi de Llobregat, donde ha comprado un apartamento en el barrio donde vive su hermana y trabajará en el Centro de Estética de su tía como masajista. Cuando Judith volvió a Bilbao habló primero con Ruben intentando averiguar cuáles eran sus prioridades sobre el futuro y comprendió que tenían diferentes intereses, lo habían pasado muy bien, habían disfrutado del sexo, de una relación “prohibida”, pero Rubén no tenía claro que tipo de relación deseaba. Entonces, se atrevió a explicarle a Iker lo ocurrido, que reaccionó pidiéndole:

– Judith, eres el amor de mi vida, solo quiero pasar el resto de mis días contigo, aunque no comprendo muy bien porque lo hiciste, solo te pido que me digas si quieres casarte conmigo.

Ella se echó a sus brazos, llorando, arrepentida, pidiéndole perdón y afirmando que deseaba casarse con él. Se casarán en mayo del año que viene, así pues, ya tenemos solicitada una semana de vacaciones para trasladarnos a Bilbao, primero compraremos los vestidos de damas de honor, luego le haremos la despedida de soltera que se merece y la acompañaremos hasta el altar, en el Palacio de Ubieta, un lugar mágico para celebrar un día tan especial. Maya habló con Roberto, le explicó lo ocurrido en Roma con Dario. El pobre no daba crédito de que se hubiese acostado con su ayudante, el cual es el hijo de los mejores amigos de sus padres. Cuando le explicó que estaba embarazada, le preguntó:

– ¿Qué piensas hacer? ¿Tendrás al bebe?

– Aunque me había mentalizado de que no tendría hijos, ahora que estoy embarazada, estoy muy ilusionada, así que he decidido seguir adelante. Si quieres podemos tenerlo juntos, pero si no quieres hacerte cargo, lo comprenderé.

– Desde que me diagnosticaron paperas en la adolescencia me había hecho a la idea de que jamás podría tener hijos, sin embargo, me gustaría intentar ser el padre de tu bebe, estoy seguro de que juntos podemos formar una bonita familia. Solo te pido que despidas a Dario y, sobre todo, que no les digas a nadie que estas embarazada de él.

– De acuerdo, le despediré sin darle explicaciones.

– Perfecto, entonces ¿Quieres casarte conmigo?

– Si, quiero casarme contigo para formar esa familia que ya está en marcha.

Se casaron en enero en el Palazzo Vecchio, fue una boda muy íntima, solo los familiares más cercanos y algunos amigos, Por supuesto nosotras hicimos una escapada de fin de semana para estar a su lado. En mayo nació Nora, una niña preciosa con unos bonitos ojos verdes como los de su padre biológico. Así pues, Maya y Nora están viajando en avión y yo las esperaré en el aeropuerto para ir juntas hasta Camprodón. Cuando Rebeca volvió a París, se encontró que Andrés le esperaba muy enojado, porque Alma le había explicado que estaba enamorada de Rebeca y que habían mantenido relaciones sexuales. Le pidió que recogiese sus cosas y se marchase, mientras Alma lloraba desconsoladamente. Así pues, Rebeca llamó a una pensión para poder pasar las primeras noches, recogió sus pertenencias y Andrés la acompañó con su coche, como si quisiera asegurarse de que no volvería con Alma. Mientras tanto, Maxi la acosaba con mensajes y llamadas para que le dejase dinero, asegurando que lo necesitaba para traer a su hijo a París. Al final bloqueó a Maxi para que no la molestase y después a Alma que le pedía que se escapasen juntas. Agobiada, no encontró otra salida que preparar su vuelta a casa. Habló con sus jefes, explicándoles su situación, bueno creo que solo les habló de Maxi, porque Andrés y Alma son amigos de Emma. Pues bien, Rebeca está preparando su vuelta a casa. Su familia está muy feliz de que haya decidido volver, incluso tiene un par de entrevistas concertadas con empresas de la zona. Ayer hablé con Jaime, parece que está más tranquilo, ha aceptado la posibilidad de una relación abierta, aunque él insiste que solo será por parte de ella y que espera que con el tiempo se le pasé. Por ahora, sigue en la escuela de Camprodón y los fines de semana, le pregunta a Margot si puede ir a visitarles. En cuanto a mí, soy una Lina nueva, hablé con Israel, nos disculpamos y nos perdonamos mutuamente, nos abrazamos y quedamos como amigos en la distancia. Me pidió que volviese al Gimnasio, pero he decidido seguir como profesora de educación física y cada vez me gusta más mi trabajo, eso que creí que jamás llegaría a pensar eso, puesto que lo veía como un castigo. Tengo unos horarios que me permiten salir a escalar o a esquiar algún día entre semana, sábados y domingos libres siempre, como también vacaciones en semana santa, verano y Navidad. Estoy en un grupo excursionista y he conocido a personas realmente interesantes, como Jorge, al que seguiría hasta el fin del Mundo si me lo pidiese.

Fin

Lois Sans

08/04/2025

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