Habitación 303 – 6

Capítulo 6 – Mi futuro depende de mí.

Termino de preparar la bolsa con mis pertenencias, ha llegado el momento de marcharme de la habitación 303. Iván me ha entregado el Alta esta mañana y Sara me ha abrazado fuertemente mientras me decía al oído que me echará de menos. Nos hemos intercambiado los números de teléfono y ya hemos quedado que el viernes iremos a merendar juntas. Mientras espero a que la abuela venga a buscarme me asomo a la ventana, en el jardín no hay nadie, unas gruesas nubes van cubriendo el cielo, oscureciendo el paisaje, no parece que sea mediodía, es como si estuviese anocheciendo. Suena un fuerte trueno y, a continuación, un relámpago ilumina el jardín. Justo en el momento en que se abre la puerta y entra la abuela una ráfaga de viento recorre la estancia haciéndome estremecer. Paso la vista rápidamente por la habitación para cerciorarme de que no me dejo nada y salgo detrás de ella que empieza a bajar las escaleras tan deprisa que no tengo más remedio que correr para poder atraparla. Salimos a la calle donde un fuerte vendaval acompañado de una lluvia torrencial sacude nuestros cuerpos, intento convencerla de que es mejor esperar a que pase la tempestad, sin embargo, ella no escucha, sigue andando deprisa, casi corriendo, mientras el temporal de lluvia y viento nos abraza. La veo delante de mí, atravesando una calle, en el mismo instante que una riada se la lleva mientras yo, pasmada, me quedo inmóvil, sin poder moverme, como si estuviese clavada en el suelo.

Sentada en la cama, envuelta por un sudor frío que me hace temblar, me abrazo fuertemente a la enfermera de guardia que, con voz suave intenta calmarme, aunque mi corazón late desbocado y mis sienes están a punto de explotar. Consigo tranquilizarme un poco, sin embargo, noto un peso en el pecho que me impide respirar. Me da un vaso de agua con una pastilla y me asegura que dormiré tranquila lo que queda de noche. Una vez se ha marchado, me levanto y escribo en la libreta todo lo que recuerdo de ese horrible sueño. Justo cuando acabo de escribir, se me cierran los ojos, respiro profundamente esperando que no me asalte ninguna pesadilla más.

Cuando abro los ojos veo a Sara sentada en la cama, a mi lado, mirándome con una hermosa sonrisa en los labios, mientras dice:

  • Buenos días, Sabrina. ¿Has dormido bien?
  • Buenos días, Sara. No demasiado, tuve una horrible sueño – respondo estirándome.
  • Vaya, lo siento ¿Quieres contármelo? – pregunta observándome.
  • Aquí tienes – contesto entregándole la libreta que tengo sobre la mesita de noche.

La dejo leyendo mis apuntes mientras voy al baño. Cuando me miro al espejo no veo mejora, sigo paliducha y con unas horribles ojeras bajo los ojos. Claro que no me dejan descansar, vienen a visitarme, me hacen hablar, no comprenden que estoy cansada de todo, me siento deprimida, tengo ganas de llorar.

Intento serenarme antes de volver a la habitación, Sara no está y Nuria me ha dejado la bandeja del desayuno con unas galletas y un vaso de leche con cacao, pero no me apetecen. Me paro delante de la ventana y siento como si estuviese en el sueño, porque el día está nublado, parece que sopla un fuerte viento y me ha parecido escuchar, a lo lejos, un horrible trueno. Espero que no me den el alta todavía, espero que el día que me vaya de aquí haga sol.

Se abre la puerta, entra la doctora, Sara, Iván y Ruth.

  • Buenos días, Sabrina – saluda la doctora.
  • Buenos días – respondo con desgana.
  • ¿Cómo te encuentras hoy? – pregunta la mujer intentando ser amable.
  • No he dormido demasiado bien – informo sentándome en el borde de la cama.
  • ¿Por qué? ¿sentías dolores? – se interesa visiblemente preocupada.
  • He tenido otra pesadilla – respondo un poco seca, porque no tengo demasiadas ganas de hablar.
  • Luego tendrás una sesión con el Dr. Ramírez que, seguramente, podrá ayudarte. Ayer vino a visitarte tu abuela y pidió el Alta. Hemos estudiado tu caso a fondo, porque físicamente estás bien, sin embargo, pensamos que debes seguir una terapia psiquiátrica porque, aunque tu abuela insiste en que ya has podido recordar mucha información anterior al accidente, creemos que lo mejor para ti sería seguir con las sesiones del psiquiatra – explica contenta porque le parece que me da buenas noticias.
  • No creo que esté preparada para marcharme. Esta noche he tenido un horrible sueño, no he descansado y me siento muy deprimida.
  • Seguramente te recuperarás más rápido en tu entorno familiar, tu abuela me aseguró que cuidará de ti y de tu madre que está enferma y me ha asegurado que tenéis personas dispuestas a ayudaros – insiste la doctora visiblemente decepcionada por mi respuesta.
  • ¿Puedo enseñarle tu escrito, Sabrina? – pregunta Sara.
  • Como quieras – respondo sin ni siquiera mirarlas.
  • Vaya, ahora comprendo porque no quieres irte todavía – dice la Dra. Mesa cuando acaba de leer mi manuscrito.
  • Esperaremos un día más. A las 11 debes ir al despacho del Dr. Ramírez, está al final del pasillo, a la derecha, pregunta a la enfermera. Mañana por la mañana volveremos y decidiremos si estás preparada para salir del hospital. ¿De acuerdo? – propone entusiasmada.
  • Vale – respondo resignada.
  • Quédate con ella y luego acompáñala al despacho del Dr. Ramírez – ordena en voz baja a Sara, saliendo de la habitación seguida por Iván y Ruth.
  • Deberías desayunar un poco – insinúa tocándome el hombro suavemente.

Su gesto amable me supera y, aunque intento reprimirme, no puedo evitar ponerme a llorar. Me estira de las manos lentamente, haciéndome levantar para abrazarme con fuerza al tiempo que me acaricia la espalda, haciéndome estremecer.

  • Desahógate, necesitas soltar todo el lastre que has ido recogiendo. Si quieres hablar, te escucharé, igual como tú lo hiciste cuando yo venía a contarte mis problemas – me susurra al oído.
  • No me imaginaba que sería peor volver a recordar mi vida, es que ahora sé lo que me espera y no me gusta – explico entre sollozos.
  • Vamos, todo tiene solución, recuerda que eres mayor de edad, solamente tú debes decidir tu futuro. Nadie puede obligarte a hacer nada que tú no quieras – insiste amablemente, aunque ella no sabe nada de mi familia ni de la hermandad.
  • Es que mi vida es muy complicada, no puedo hacer lo que quiera, pertenezco a una hermandad – explico temerosa de que no logre comprenderme.
  • ¿Una hermandad? ¿cómo la de las Universidades? – pregunta mirándome con curiosidad.
  • No, que va. Es una Hermandad femenina que vela por los intereses de las mujeres. Mi abuela es la Guía Espiritual y todas esperan que yo siga sus pasos para sustituirla. Ella me ha estado adoctrinando, sin embargo, desde que conocí a Carlos, me he sentido agobiada y he intentado desvincularme de todo esto, aunque, parece ser, que no es posible. Una vez al año, el 21 de junio celebramos una ceremonia en la que las chicas que han cumplido 18 años echan su juguete de la infancia al fuego después de andar por un pequeño camino de brasas. Cogida de la mano de mi madre empecé a caminar cuando se escuchó una fuerte explosión que nos dejó inconscientes en el suelo. Lo demás ya lo sabes – explico ante la mirada atónita de Sara.
  • ¿Sabéis quién saboteó la ceremonia? – pregunta fascinada.
  • Hay varias teorías. Creo que mi abuela sospecha de Carlos, sin embargo, yo estoy segura de que no, bueno…, espero que no haya sido él – afirmo convencida, sentándome en la cama.
  • Tal vez se lo contó a alguien y quisieron hacer una broma que se les fue de las manos – sugiere ella.
  • El caso es que yo quiero estudiar en la Universidad de Bellas Artes, tener una relación normal, salir con mis amigas, viajar, en resumen: disfrutar de la vida – explico intentando parecer convincente.
  • Parece ser que eso de la Hermandad es algo muy comprometido. ¿Solo hay mujeres? ¿Y los hombres no son aceptados? Explícame como funciona, lo veo como muy feminista ¿no? – se interesa sentándose en la silla.
  • Si es un poco feminista. Las mujeres de la Hermandad tienen pareja, que puede ser femenina o masculina, hijos, hijas. Son aceptadas todos los tipos de familia, sin embargo, las reuniones, ritos, celebraciones son exclusivamente femeninas. Los hombres las conocen y las aceptan, pero nunca participan – revelo sin darle importancia al asunto.
  • Pero, excluir a los hombres ¿no trae problemas? – consulta visiblemente asombrada.
  • No, los hombres que se casan con las mujeres que pertenecen a la Hermandad de la Madre Tierra aceptan que les excluyan y saben, de antemano, que los hijos varones serán excluidos, por lo que, desde pequeños, se prepara a los niños para observar y a las niñas para participar. Nunca ha habido problemas, excepto ahora que yo me niego a aceptar mi destino – confirmo disgustada.
  • Perdona, Sabrina, pero son casi las once, debes prepárate para la visita con el Dr. Ramírez – exclama mirando el reloj.

Me levanto con desgana y, arrastrando los pies, me dirijo al baño. Me miro al espejo detenidamente, observando esas oscuras ojeras que aparecen permanentemente debajo de mis almendrados ojos castaños. De repente tengo miedo de haber sido tan sincera con Sara, porque, al fin y al cabo, no la conozco de nada, solamente lo que escuché cuando ella creía que nadie podía oírla. Me aterroriza pensar que pueda contárselo a Iván, a la doctora, a Ruth o a otras personas que podrían malentender el compromiso de la Hermandad con la sociedad femenina, lo cual me acarrearía graves problemas con mi abuela y con el resto de las compañeras.

Abro la puerta pensando cómo le diré que es un secreto, sin embargo, no puedo decir nada porque está hablando en voz baja con el Dr. Ramírez, el cual al verme parece que interrumpe la conversación que estaban manteniendo, diciendo:

  • Buenos días, Sabrina. Hoy haremos la sesión en mi despacho, en primer lugar, para que nadie nos pueda interrumpir y, en segundo lugar, porque te irá bien un cambio de decoración, aunque sea dentro del hospital. Así, pues, si estás preparada coge la libreta y sígueme.

Miro de reojo a Sara intentando adivinar de qué estaban hablando en voz baja, cojo la libreta y el bolígrafo dispuesta a no hablar demasiado. Espero que, ahora que me he desahogado con Sara, pueda conservar la Hermandad en secreto.

Abrazo a Sara susurrándole al oído:

  • Lo que te he explicado antes es un secreto, no se lo puedes decir a nadie. Confío en ti.
  • No te preocupes, nuestras conversaciones no saldrán de aquí – responde dejándome un poco más tranquila, mientras me dispongo a seguir al “loquero”.

Recorre apresuradamente los pasillos que nos llevan a su despacho en silencio, saludando a alguna persona con la que nos cruzamos durante el corto recorrido hasta su despacho. Abre la puerta de una estancia cuadrada, pintada de blanco, muy luminosa. Hay una mesa de madera blanca, delante de una gran ventana por donde se cuelan los ruidos típicos de la ciudad, motocicletas acelerando, pitidos de automóviles, conversaciones a voces y alguna sirena perteneciente a una ambulancia. Delante de la mesa hay dos sillas de plástico, al lado un mueble con libros y algunos “pongos” de doctores, enfermeras y enfermos.

Enfrente de la mesa hay un sofá y una butaca de piel marrón que me recuerdan alguna película del siglo pasado. Mientras he estado observando cada rincón del despacho, él ha recogido algunos documentos esparcidos encima de la mesa y los ha embutido en un cajón. A continuación, me muestra una de las sillas invitándome a sentarme mientras pregunta:

  • ¿Quieres tomar algo? ¿Agua, café, una magdalena?
  • No, gracias – respondo intentando ser educada al tiempo que me siento en la silla y pienso en que cuanto antes se acabe la sesión con este señor, mejor.
  • Cuéntame qué has soñado esta noche – ordena esbozando una débil sonrisa en su serio rostro cuadrado.

Sin decir nada le acerco la libreta mientras me reclino en la silla blanca donde me he sentado. Le observo mientras abre la libreta y encuentra el dibujo de Carlos. Lo estudia detenidamente, levanta la vista y me mira preguntando:

  • Buen dibujo. ¿Quién es?
  • Carlos, mi novio.
  • Bien, pero ¿sabías quién era cuando lo dibujaste?
  • No, era el protagonista de mi sueño anterior, él me salvó – respondo al tiempo que empieza a leer ese sueño, el cual ya habíamos comentado.
  • Muy bien explicado – comenta mientras gira la página y sigue leyendo el sueño que tuve anoche.

Me fijo en su cabeza agachada, muestra la coronilla debido a que la mata de fino pelo castaño empieza a clarear. Supongo que acaba de leer cuando levanta la cabeza y me mira a los ojos, preguntando:

  • ¿Por eso no quieres que te demos el alta? ¿Tienes miedo de que ocurra lo que has soñado?
  • Supongo – respondo de mala gana.
  • No tienes de que preocuparte. No tiene por qué pasar nada de lo que has soñado. Simplemente se corresponde con tus miedos. Temes que a tu abuela le ocurra algo malo. Lo comprendo, pero estoy seguro de que te irá bien irte a tu casa, sobre todo para acabar de recordar – intenta convencerme.
  • Ya recuerdo todo – musito en voz baja.
  • Entonces, cuéntame que paso.
  • Mis amigas y yo quisimos divertirnos la noche de San Juan y decidimos pasarla en una casa que mi abuela tiene en el bosque, al lado de un lago. Encendimos una hoguera y a una de ellas se le ocurrió que podríamos andar sobre brasas para purificarnos. Algún bromista tiró unos petardos a la hoguera y al explotar me hicieron saltar por los aires para acabar cayendo inconsciente en el suelo. Se asustaron mucho y me dejaron en un banco del parque, pero me aseguran que llamaron a una ambulancia.
  • ¡Caramba! Tus amigas son de cuidado. ¿Quién tiró los petardos?
  • No lo sabemos, algunos gamberros que tenían ganas de divertirse, supongo.
  • ¿Recuerdas tu infancia?
  • Por supuesto, ahora ya me acuerdo de todo.
  • ¿Por qué nadie de tu familia vino a verte?
  • Mi abuela está cuidando de mi madre, que está enferma. Pidió a Aurora y Rosario que cuidaran de mí. Ellas son amigas de la familia.
  • Sin embargo, me pregunto por qué no dijeron nada.
  • Tal vez estaban asustadas.
  • Bien, entonces no veo porque no podemos darte el alta. Eso sí, deberás venir a verme cada día, luego una vez por semana y más adelante iremos espaciando las visitas.
  • Pero no estoy bien, me duele la cabeza, el corazón me palpita demasiado rápido y tengo muchas ganas de llorar.
  • Debes darte tiempo, piensa que pasaste dos meses en coma, luego escuchando lo que ocurría a tu alrededor, sin poder hablar ni moverte y cuando despertaste no recordabas nada. Necesitas asimilarlo todo.
  • Entonces ¿me echáis del hospital? – insisto intentando convencerle de que me deje quedar un poco más.
  • Nadie te echa, simplemente, estamos convencidos de que te recuperarás más rápidamente en un entorno familiar – explica devolviéndome la libreta.
  • ¿Podemos esperar a mañana? – intento negociar.
  • Vale, prepararemos el Alta para mañana por la mañana, justo después de que hables conmigo, ¿de acuerdo?

Me levanto en silencio, con la libreta en la mano, dispuesta a volver a mi habitación, con una sensación de vacío en el estómago y unas ligeras ganas de vomitar.

Por el pasillo me encuentro con Aurora, me abraza con fuerza, como si temiese perderme. La miro atónita esperando una explicación por esa muestra de cariño tan efusivo, sin embargo, no comenta nada, me coge de la mano y me lleva, como si fuese una niña pequeña, hasta mi habitación. Cierra la puerta y se cerciora de que no hay nadie en el cuarto de baño, nos sentamos las dos juntas en la cama y empieza a confesar en voz baja:

  • Cuando he llegado aquí y no te he visto me he asustado, creí que te habías ido sin el alta médica.
  • ¿Por qué iba a marcharme sin el alta médica? – pregunto asombrada.
  • Creí que estabas enfadada por todo lo sucedido.
  • Oye, ahora que estamos solas, quiero que me respondas a unas preguntas, pero quiero la verdad verdadera, nada de medias tintas – propongo observándola detenidamente.
  • Por supuesto, pregunta lo que quieras.
  • ¿Quién era mi padre y por qué nadie quiere hablarme nunca de él?
  • Bueno, eso deberías preguntarle a tu madre o a tu abuela, que saben exactamente qué paso.
  • Mi madre siempre me dice lo mismo, que era pescador, salió a faenar y una tormenta se tragó el barco con los seis tripulantes que había a bordo. Sin embargo, me pregunto por qué en casa no hay ninguna fotografía suya, ni de cuando se casaron, ni de los dos juntos o conmigo. Intenté preguntar a la abuela, pero todavía es peor, no quiere oír hablar del tema. Ya no sé qué pensar, quizás soy adoptada.
  • Por supuesto que no eres adoptada, tu madre te llevó en su tripa nueve meses y luego tuvo un parto bastante largo, por cierto – explica un poco enojada.
  • Entonces estoy segura de que me esconden información y quiero saber por qué. Ya que me habéis dejado aquí, abandonada, creo que tengo derecho a conocer todo lo que se refiere a mis padres – insisto disgustada.
  • De acuerdo, no te disgustes, te lo contaré. Cuando tu madre estaba a punto de cumplir los dieciocho conoció a John, un marino inglés que vino a pasar las vacaciones a nuestra ciudad. Fue amor a primera vista, un flechazo, como en las películas. Pasaban el día juntos, iban de excursión al campo o a la playa, aunque siempre iban acompañados por las amigas, parece ser que tuvieron algunas citas a solas, porque cuando termino el verano, John se despidió de tu madre, prometiéndole que la escribiría y, sobre todo, que volvería a buscarla para casarse con ella y formar una familia, sin embargo, eso, nunca ocurrió. Pasó el tiempo, no llegaban noticias de John hasta que un día Eulalia descubrió que estaba embarazada. Habló con amigos suyos para averiguar que sabían de John y se enteró de que vivía en Bristol, que estaba casado y tenía dos hijas. Cuando realizó la ceremonia de iniciación tú tenías dos meses, estuviste presente – explica suspirando.
  • ¿Por qué me ha escondido toda esta información? ¿Y la abuela? ¿Por qué no me ha explicado la verdad cuando le he preguntado por mi padre? – pregunto sintiéndome engañada.
  • Lo han hecho para protegerte. Eras demasiado pequeña para comprender y muy doloroso para Eulalia. Además, a tu abuela le había pasado lo mismo, cuando cumplió dieciocho conoció a un hombre, Mateo, del que se enamoró, dejándola embarazada. Cuando ella se lo dijo desapareció y jamás se supo nada de él. Por eso ellas intentaron protegerte de Carlos, porque temían que a ti te ocurriese lo mismo.
  • Comprendo que es un tema delicado, pero me hubiese gustado que me lo hubiesen contado ellas.
  • Tal vez necesitaban más tiempo para explicarte de donde provienes. Tu abuela se enojó mucho cuando tu madre le dijo que estaba embarazada, sin embargo, cuando tú naciste conseguiste que se unieran más que nunca, tú eras mágica y ellas se volcaron en educarte según los preceptos de la Hermandad para que te formaras como la futura Guía Espiritual.
  • Aurora, no me siento mágica, ni siquiera sé si deseo formar parte de esa Hermandad, la cual no comprendo. Necesito ser una chica normal, estudiar, dibujar, salir con mis amigas, amar, viajar, igual que todas las personas que han pasado por mi habitación explicándome sus temores, alegrías o problemas, pero que me han transmitido sus ganas de vivir. Aspiro a viajar por el mundo, conocer otros países con sus costumbres y sus gentes. Quiero relacionarme con gente del resto del Planeta. Sin embargo, estoy triste, porque mi abuela solo piensa en mí como su sucesora.
  • No debes preocupes, podrás hacerlo todo. Eres muy joven y tienes una larga vida por delante, puedes formar parte de la Hermandad y colaborar aquí o en cualquier otra parte de la Madre Tierra. Debes hablar con tu abuela, ella te comprenderá y te ayudará – intenta convencerme.
  • Después de la conversación que mantuvimos ayer, no estoy tan segura de que me comprenda. Solo me ve como su sucesora. Sabes que ha pedido el Alta voluntaria sin consultarme y yo no estoy preparada para irme de aquí. Además, antes de irme necesito despedirme de todas las personas que han estado a mi lado, hablándome y ayudándome. Tú has sido una de ellas, te agradezco que hayas venido a verme cada día, sé que me has hablado, besado y mimado.
  • ¿De verdad? ¿Me sentías cerca mientras estabas en coma? – pregunta sonriendo agradecida por mis palabras.
  • Por supuesto, he estado muy pendiente de tu aroma de manzana – explico sonriendo mientras nos abrazamos.
  • Ahora debo irme, he salido un momento de la oficina, pero mi superiora seguro que está buscándome – explica levantándose y besándome en la frente.
  • Por cierto ¿Tú sabes porque puedo distinguir tan fácilmente cualquier aroma?
  • Por supuesto, tu abuela te ha enseñado las cualidades de las plantas, flores, arbustos y árboles – explica saliendo de la habitación.

Me acuesto en la cama, boca arriba, mirando el techo, intentando asimilar toda la información que me acaba de soltar Aurora cuando se abre la puerta y entra Nuria con la bandeja de la comida y una sonrisa cálida en su agradable cara redonda, preguntando:

  • Hola Sabrina ¿Cómo estás hoy?
  • No sabría decirte, estoy recibiendo más información de la que puedo digerir. No sé en quién confiar, tengo miedo.
  • Lo mejor es no confiar en nadie, haz caso a tu corazón. No tengas miedo a equivocarte, al final la vida es eso, experimentar y si no te gusta, volver a empezar – me aconseja guiñándome un ojo con picardía, al tiempo que se da la vuelta para marcharse otra vez.

Sé que tiene razón, pero, en este momento, me duele que me hayan ocultado información a la vez que siento curiosidad por conocer a ese hombre del que mi madre se enamoró locamente y que es mi padre. Por otra parte, no sé en quién puedo confiar, ya que todo apunta a que Carlos es el sospechoso número uno de haber echado un petardo en la hoguera. Mi madre y mi abuela confabuladas escondiéndome la verdad sobre mi padre. Encima me obligan a seguir con el legado de mi abuela Carolina como guía espiritual de una especie de secta con la que no me siento identificada, la cual no puedo mencionar a nadie, aunque, sin querer, se me ha escapado y se lo he contado a Sara, de la que espero su absoluta discreción.

Mientras ordeno mentalmente todo ese desconcierto escucho un ruido familiar al otro lado de la puerta, así que me levanto rápidamente justo en el momento en que se abre la puerta y aparecen Andrea y Clara con el carrito de la limpieza. Se acercan, primero me abraza Andrea y luego Clara, consiguiendo que me sienta reconfortada. Clara se acerca al carrito y saca una bolsa de color negro con unas letras blancas que dicen “Eres la mejor” y un dibujo de un gato que guiña un ojo. Me quedo embobada cuando me lo entrega diciendo:

  • Esperamos que te guste.
  • ¿Qué es? – pregunto sorprendida sacando una fiambrera térmica, un par de servilletas y unos cubiertos.
  • Ayer te prometimos que te traeríamos algo rico, porque ya sabemos cómo es la comida en el hospital – interviene Andrea riendo.

Abro la fiambrera y encuentro un muslo de pollo con patatas fritas, levanto el plato y debajo hay unos apetitosos macarrones con tomate y queso. Agradecida les doy un abrazo a las dos a la vez y nos reímos las tres. A continuación, Andrea levanta la tapa de la bandeja que hace un rato me ha dejado Nuria y observamos la comida de hoy: arroz hervido, pescado con verduras y un plátano. Clara aparta la bandeja y me obliga a sentarme delante de la mesa para que me coma lo que me han traído ellas, entretanto empiezan a limpiar la habitación.

Las escucho cantar, Andrea tiene una voz muy bonita y Clara hace el coro, hacen una bonita pareja. Me espabilo a terminarme pronto la comida y me uno a ellas para cantar el estribillo de una de esas canciones que se hacen famosas en verano.

  • Chicas, muchas gracias por todo, estoy muy contenta de haberos conocido – explico un poco triste.
  • ¡Uy! Eso me suena a despedida – insinúa Clara.
  • Si, querían darme el alta hoy, sin embargo, he pedido un día más. En primer lugar, porque no me sentía preparada para marcharme a casa, pero también para poder despedirme de todas las personas que me habéis facilitado la estancia en la habitación 303.
  • Te echaremos muchísimo de menos, aquí nos conocimos y decidimos empezar nuestra aventura juntas – dice Andrea abrazándome fuertemente.
  • Me gustaría despedirme de Juani – sugiero suspirando.
  • Ya se ha marchado a Andorra. Mira ayer me envío unas fotos de su casa – explica mostrándome unas imágenes de una casa.
  • Vaya, está muy bien, parece un lugar muy tranquilo – suspiro.
  • Si, está encantada. Y ya tiene trabajo, en un supermercado – me informa Andrea.
  • Me alegro mucho, después de todo lo que le paso con su marido, se merece ser feliz.

Se abre la puerta, entra la abuela, está tan seria que el corazón me da un vuelco. Incluso ellas se dan cuenta, porque acaban de despedirse rápidamente y se marchan cerrando la puerta. Por un momento me parece una desconocida, con su mirada reprobadora, como si quisiera reñirme.

  • Ayer pedí tu Alta médica y ahora, me dice el psiquiatra que tú le has dicho que no te sientes preparada. Me pregunto cómo es posible que no estés preparada para volver a casa, con mamá y conmigo – me riñe mientras noto como un peso se instala en mi pecho impidiéndome respirar.
  • Abuela, tengo miedo, desde el accidente presiento que he cambiado, no soy la misma – susurro con lágrimas en los ojos.
  • No te preocupes, esos miedos los superarás. Pero tu madre te necesita, ella… Cada vez está peor.
  • ¿Peor?
  • Si, solo recuerda lo que pasó hace muchos años, es como si volviera a la infancia, no recuerda nada de ahora. Espero que me ayudes a recuperar su cordura, porque no sé qué más hacer. Estoy desesperada – confiesa tristemente.
  • Vale, pero yo también me siento débil, no sé si podré enfrentarme a esto.
  • Eres más valiente de lo que crees. Estoy segura de que serás de gran ayuda.
  • De acuerdo, haré lo que pueda. Mañana me dará el alta, necesito despedirme de todas las personas que han estado conmigo. El psiquiatra quiere que venga cada día a hablar con él, tal vez podríamos traer a mamá, a ver qué opina – sugiero sin demasiado convencimiento.
  • Quizás cuando te vea, cambie su comportamiento y empiece a recuperarse.
  • Ojalá sea así
  • Me ha dicho Aurora que preguntaste por tu padre – revela visiblemente disgustada.
  • Necesitaba saber quién era y por qué me escondíais su paradero – me defiendo.
  • Solamente queríamos protegerte.
  • ¿Protegerme? Necesito saber de dónde vengo, me siento perdida.
  • Y ahora qué sabes lo que ocurrió ¿cómo te sientes?
  • Tengo ganas de buscarlo, de saber dónde vive, con quién. Quiero conocerlo.
  • Eso es imposible, está lejos.
  • Lo sé, pero necesito ir, quiero intentarlo.
  • Primero debes salir de aquí, luego es necesario recuperar a tu madre y después ya veremos qué se puede hacer – ordena buscando mi mirada de aprobación.

Suspiro sin decir nada, mientras me besa en la frente antes de marcharse, aunque tengo claro que, cuando salga de aquí, averiguaré su nombre y después buscaré quién es y dónde vive. De repente se abre la puerta y entra Nuria a buscar la bandeja, me disculpo explicándole que unas amigas me han traído macarrones a lo que ella sonríe guiñándome un ojo.

Miro el móvil, observo que hay varios mensajes de WhatsApp. El Primero de Carlos que pregunta cuando puede venir a verme. Cierro los ojos intentando evocar cómo era nuestra relación, si realmente estaba enamorada de él. Recuerdo perfectamente el día que nos conocimos, en la fiesta de cumpleaños de Elena. Su hermano Tito le organizó una fiesta sorpresa en un restaurante. Todos llegamos una hora antes para colocar globos de colores y dejar nuestros regalos en un rincón, al lado de una planta. Fina, la dueña del restaurante había preparado unas mesas en forma de U con aperitivos, bocadillos de todo tipo, croissants, donuts y refrescos. Tito me presentó a Carlos como un amigo suyo y sucedió algo que me parecía imposible, me enamoré de sus preciosos ojos verdes, del pelo moreno rizado y del hoyuelo en la barbilla. Pasamos la tarde juntos, primero hinchando globos, luego hablando de nosotros y, cuando sonó la música, bailamos hasta que nos echaron porque era demasiado tarde. Al día siguiente, vino a buscarme al instituto, con su atractiva moto roja, que era la envidia de mis compañeras. Cada día esperaba con impaciencia el final de las clases, para salir a la calle y encontrarme con Carlos, porque juntos recorríamos estrechas carreteras que nos llevaban a hermosos pueblos, donde paseábamos cogidos de la mano y nos besábamos bajo algún platanero centenario. Una tarde de primavera me llevó a una pequeña playa desierta, me pidió que me desnudase como prueba de mi amor, sin embargo, un poco desengañada, le dije que no era el momento adecuado, que esperaba un lugar y una ocasión especial. Noté que se mosqueaba, insistió y le pedí que me llevara a casa. Cuando llegamos, mamá me esperaba en la puerta bastante enojada, porque alguien le había informado de nuestras excursiones en moto. Me sermoneó porque no se lo había confiado, a la vez que me riñó porque consideraba que era demasiado joven para empezar una relación con un chico mayor. Así empezó mi calvario, por un lado, Carlos solicitaba más y mi madre establecía menos. Cuando llegó el día de la ceremonia de iniciación de la Hermandad, me había peleado con mi madre, por milésima vez, por esa relación con Carlos y yo no comprendía porque estaba en contra sin ni siquiera conocerle, me preguntaba porque no le daba una oportunidad. Ahora entiendo que quería protegerme, porque estaba siguiendo sus pasos y los de la abuela, a ella le parecía que me ocurriría lo mismo, enamorada, embarazada y abandonada. Me gusta mucho Carlos, sus besos, sus caricias, sus susurros, pero no sé si estoy preparada para ir más adelante, necesito tiempo para pensar.

Vuelvo a mirar el móvil, el siguiente mensaje es de Marta, me pregunta como estoy, quiere venir a visitarme y se interesa por cuando me darán el alta. Le contesto que mañana, no hace falta que venga, prefiero que nos encontremos en casa.

A continuación, tengo un mensaje de Elena que también me pregunta como estoy y me anuncia que me pasa un video muy fuerte, aconsejándome que lo mire sentada. Abro el video y me sorprendo cuando me veo a mí misma con el vestido blanco, abrazada a mi muñeca, dándole la mano a mamá, vestida con su túnica larga de color rosa, justo cuando empiezo a caminar por las brasas, aparece Carlos y su amigo Oscar que salen detrás de unos árboles, se ve claramente como sacan unos petardos de una bolsa blanca, los encienden, corren hacia la hoguera, tirándolos dentro al tiempo que saltan hacia un lado, a continuación, hay una explosión, seguida de gritos, fuego y oscuridad. Me quedo atónita, me parece increíble. Carlos ha sido el saboteador. No puedo evitar volver a mirar el video, intentando captar cualquier otro detalle. Una oleada de rabia recorre mi cuerpo haciéndome sudar, cuando, de repente, se abre la puerta y entra él, con su bonita y falsa sonrisa, diciendo:

  • ¿Cómo está la chica más bonita del mundo?
  • Muy cabreada – contesto enseñándole el video, sintiendo como mi corazón late a mil por hora.
  • Eso no es lo que parece – insinúa mientras deja el móvil encima de la mesa y yo, en un arrebato de odio, dolor y desilusión, le propino una fuerte bofetada dejándole mi mano marcada en la mejilla.
  • ¡No quiero verte nunca más! – grito intentando reprimir unas lágrimas que luchan por salir.
  • Lo siento mucho, solo queríamos asustar un poco, jamás pensé que podría ocurrirte nada malo – explica frotándose la mejilla.
  • Por tu culpa he estado a punto de morir, he perdido unos meses de mi vida en coma, con los pies quemados, cuando conseguí despertar, no recordaba nada y eso no es lo peor, mi madre ha empeorado, tiene unos coágulos en el cerebro, no sé si la podremos recuperar, tal vez nunca volverá a ser una persona normal. No te lo perdonaré nunca, eres una mala persona – grito abriendo la puerta para que se marche del hospital y de mi vida.
  • Lo siento, de verdad que esa no era mi intención – se marcha musitando en voz baja.

Seguramente esto ha ocurrido para que recapacite sobre el rumbo que debe tomar mi vida a partir de ahora, aunque me siento sola, perdida y vulnerable, desearía volver a ser una niña para sentarme en el regazo de mamá.

Decido que no haré planes a largo plazo, así que, por ahora, debo despedirme y agradecer el paso de todas las personas que han estado aquí, conmigo. Sé que debo ayudar a mamá a recuperarse y dejar que la abuela me guie. Quizás no debo oponerme al destino que tienen previsto para mí.

Decidida, me preparo una toalla y ropa limpia, para ir a la ducha comunitaria que hay al lado de la habitación 301. Dejo que el agua caiga con fuerza para que se lleve todas las dudas que he acumulado esperando que una luz ilumine el camino que debo seguir.

Ahora me siento mejor, limpia por dentro y por fuera, me acerco al mostrador de enfermería para preguntar por Carmen, la enfermera que descubrió que su marido la engañaba con su hermana. Siento una gran desilusión cuando me comunican que está de vacaciones. Intento averiguar su dirección para ir a visitarla, sin embargo, insisten en que no pueden facilitarme esa información. No insisto, intentaré conseguir su dirección preguntando a Sara, tal vez ella me ayudará a averiguarlo.

Llego a la habitación y me encuentro la agradable visita de Oswaldo, el cubano que me curaba los pies en silencio. Nos abrazamos y le doy dos besos.

  • Bueno campeona ¿cómo te encuentras? ¿A punto para volver a tu casa? – pregunta mostrando su blanca dentadura.
  • Estoy muy contenta de que hayas venido a verme, porque mañana me darán el alta y quiero agradecerte todo lo que ha hecho por mí. También quiero despedirme, quizás no volvamos a vernos más.
  • Quién sabe, chiquilla. Tal vez nuestros caminos vuelvan a cruzarse, aunque, espero, que no sea en un hospital.
  • Espero que no. En fin, Oswaldo, muchas gracias por cuidarme tan cariñosamente como lo has hecho.
  • Me alegro mucho y no te diré adiós sino hasta pronto – dice besándome en la mejilla.
  • Hasta pronto, Oswaldo – me despido mientras observo como sale de la habitación.

Me acerco a la ventana para contemplar el jardín. Me atrae el estanque con nenúfares en flor. Al lado hay un par de frondosos árboles, debajo un banco de madera marrón. Al fondo hay un pequeño laberinto, con parterres de setos verdes y rosales de colores en su recorrido hasta el centro donde hay una fuente con la estatua de un enanito. Al otro lado una marquesina de madera permite la invasión de las enredaderas y campanillas violetas. Debajo puedo distinguir una mesa de picnic con bancos de madera y una papelera.

Aparecen Iván y Sara paseando cogidos de la mano y siento la necesidad de unirme a ellos, así que salgo disparada de la habitación y me lanzo escaleras abajo, esquivando una señora con un niño pequeño que subían tranquilamente.

He llegado a la planta baja, camino deprisa por los pasillos, buscando una salida al jardín, sin embargo, todos me parecen iguales, creo que me he perdido. Pregunto a una enfermera, me indica donde está, sin embargo, cuando llego al jardín, ellos ya no están.

Paseo por el camino que he visto desde la ventana, dejando que el sol y el aire me acaricien la piel, me siento en el banco que hay al lado del estanque, con los nenúfares en flor y unos peces de colores nadando bajo el agua. Los observo mientras reflexiono que ellos no están libres, solo pueden nadar de un lado a otro del estanque, sin embargo, parecen felices, tal vez es su destino, vivir entre nenúfares. Quizás el mío sea continuar con el legado de la abuela, dejar que me enseñe todo lo que ella aprendió de la suya, porque, al fin y al cabo, es una profesión que pasa de abuelas a nietas. No hay vuelta atrás, averiguar que Carlos me ha jugado una mala pasada ha conseguido que vislumbre mi futuro, seguro que está escrito, ese es mi destino.

Levanto la cabeza, miro al cielo y le doy las gracias al sol porque ha iluminado mi camino. Decido seguir el laberinto, observando los árboles, arbustos y matorrales, que conozco perfectamente, porque recuerdo que entre mamá y la abuela siempre me han explicado las funciones de los diferentes árboles y plantas, así pues, sin darme cuenta, seguramente estoy más preparada de lo que pensaba. Cuando llego al centro, meto la mano en la fuente y me refresco bajo la atenta mirada del enanito de piedra. Es hora de volver a la habitación, preparar todas mis cosas y dejarlo todo a punto para mañana, que será el día que empiece mi nueva vida, la que debía haber empezado justo cuando Carlos tiró el petardo a la hoguera.

Cuando abro la puerta observo que me han dejado la bandeja de la cena encima de la mesa y me doy cuenta de que me apetece comer lo que sea, me da igual. Levanto la tapa y me encuentro con una ensalada, una tortilla con verduras y un flan. Me lo como a gusto, saboreando cada textura.

Me lavo los dientes, me pongo el pijama y me relajo mirando la tele hasta que entra Nuria, me mira, me sonríe, luego mira la bandeja y me felicita porque me lo he comido todo. Nos reímos juntas y se alegra mucho de que mañana me den el alta.

Sé que he tomado la decisión correcta, por lo que, seguramente, conseguiré dormir toda la noche, puesto que no tengo dudas, nadie me atosiga, solo me falta reconciliarme con mamá y la abuela, las personas más importantes de mi vida.

Abro los ojos, miro el móvil, son las seis de la mañana, sin embargo, no tengo sueño, tengo prisa por marcharme de aquí, quiero volver a casa enseguida, aunque no tengo más remedio que esperar a que venga la abuela a buscarme.

Son las siete y estoy aseada, vestida y a punto para marcharme, pero el tiempo decide caminar más lento que cualquier otro día, parece que el reloj se ha parado.

Entra Nuria con su encantadora sonrisa y la bandeja del desayuno. Nos abrazamos y nos deseamos mucha suerte. Me siento y desayuno, justo cuando acabo se abre la puerta y entra la doctora Mesa seguida de Iván.

  • Buenos días, Sabrina ¿Cómo te encuentras? ¿A punto para volver a casa? – pregunta la doctora.
  • Buenos días. Me encuentro mejor que nunca y a punto para marcharme. ¿Me habéis traído el Alta?
  • Aquí tienes, Sabrina. El alta y las recomendaciones que debes seguir – dice Iván entregándome unos documentos.
  • ¿Y Sara y Ruth? ¿Por qué no han venido? – pregunto mientras ojeo los documentos que me ha entregado.
  • Ellas están con otros pacientes – explica la doctora.
  • Me gustaría despedirme de ellas.
  • Seguramente luego pasarán a verte – comenta Iván sonriendo.
  • Espero que sea pronto, porque no sé a qué hora vendrá mi abuela a buscarme.
  • Antes de marcharte tienes visita con el Dr. Ramírez, a las diez – explica Iván.
  • ¿No puedo ir antes? Tengo ganas de llegar a mi casa y ver a mi madre,
  • Veré lo que puedo hacer – dice la doctora sonriendo.

La abrazo mientras le doy las gracias al oído, cuando nos separamos abrazo a Iván y nos damos dos besos en las mejillas. Cuando cierran la puerta miro el móvil, tengo varios mensajes. Uno de Carlos, el cual me envía un largo audio disculpándose y pidiéndome una nueva oportunidad, sin embargo, ahora me doy cuenta de que no vale la pena, no me apetece luchar por él, supongo que no le amaba, solo me gustaba, el desengaño ha sido suficiente y decido bloquearlo para que no me moleste más. El siguiente mensaje es de Elena pidiendo disculpas por haberme mandado el video de Carlos, le contesto que no se preocupe ya que gracias a ella me he dado cuenta de que no me interesa luchar por esa relación. Marta me dice que vendrá a verme esta tarde. Y, por último, la abuela que me dice que sale de casa para venir a buscarme.

Se abre la puerta y entra Sara, muy contenta, nos abrazamos mientras dice:

  • Espero verte pronto de nuevo, aunque no aquí, en alguna cafetería o dando un paseo.
  • Por supuesto. Dame tu número de teléfono y estaremos en contacto. No quiero perderte.

Intercambiamos nuestros números para quedar cualquier tarde para ir a merendar y ponernos al día. Mientras nos despedimos con un fuerte abrazo y un par de besos, entra Andrea con el carrito de la limpieza.

  • Hola Andrea ¿vienes sola hoy? – pregunto extrañada.
  • Si, Clara está indispuesta y se ha quedado en casa – responde arrugando la nariz.
  • Qué lástima porque me estoy despidiendo, ya tengo el alta.
  • ¡Me alegro mucho! ¿De vuelta a casa?
  • Si, ahora vendrá mi abuela a buscarme. Ya lo tengo todo a punto.

Mientras nos abrazamos entra Ruth para decirme que el doctor Ramírez está esperándome en su despacho y, aunque con ella no he tenido mucha relación, también aprovecho para darle un par de besos en las mejillas.

Voy corriendo por los pasillos, tengo ganas de acabar con esta fase de mi vida y empezar con lo que será una nueva etapa, la cual espero aprovechar al máximo.

La puerta está semiabierta, golpeo suavemente y me asomó, el doctor levanta la cabeza de la mesa y me hace señas para que entre y me siente en una silla delante de él, mientras me pregunta:

  • ¿Cómo estás Sabrina? ¿Te sientes preparada para volver a tu casa?
  • Me siento como nueva, esta noche he dormido profundamente, me he levantado pronto, me he estado despidiendo de todas las personas que han pasado por mi habitación y tengo muchas ganas de volver a casa y de ver a mi madre.
  • Caramba, Sabrina, percibo un cambio de actitud muy importante desde la charla que mantuvimos ayer, cuando me pediste que no te diéramos el alta todavía. ¿Qué ha pasado?
  • Me he dado cuenta de que estaba equivocada con algunas personas, por lo que he dejado a mi novio por gamberro. También he comprendido que los problemas que tenía con mi madre eran porque ella solo quería protegerme y que mi abuela solo quiere lo mejor para mí.
  • Estoy impresionado, Sabrina, pareces más adulta para tu edad. ¿Tienes algo más que comentar?
  • Por ahora no. Solo tengo ganas de salir del hospital y vivir – respondo sonriendo.
  • Pues me parece perfecto. Mira, creo que te hará más bien salir de aquí cuanto antes que cualquier terapia. Eso sí, aquí tienes una tarjeta con mi teléfono por si me necesitas. Y si no hay novedades, quedamos para la semana que viene a esta hora ¿Te parece bien?
  • Ya lo creo, me parece perfecto. Muchas gracias, doctor – contesto levantándome al tiempo que le tiendo la mano para saludarle.

Salgo corriendo del despacho, choco con una enfermera, me disculpo, sigo corriendo hasta que llego delante de la puerta, miro el número 303, con el dedo índice resigo cada número, esperando que me quedé grabado en la memoria. Cuando abro la puerta me encuentro con la abuela, de pie, delante de la ventana, mirando al jardín. Me acerco y la abrazo con fuerza, como si temiese perderla, mientras le grito al oído:

  • ¡TE QUIERO!

Me mira sorprendida, con lágrimas de emoción en los ojos, intentando comprender que me ha pasado desde ayer, cuando le dije que no estaba preparada para ir a casa. Sin decir nada, cojo la bolsa de deporte con mis cosas, la agarro de la mano y tiro de ella diciendo:

  • Vamos, tengo el alta y quiero volver a casa.

Salimos cogidas de la mano, la arrastro por las escaleras hasta la calle, donde siento la suave caricia del sol veraniego, el cual me he perdido mientras he estado encerrada en el hospital y que ahora valoro más que nunca. Subimos al coche, la observo como conduce, con los ojos entrecerrados y una sonrisa en los labios. Abandona la ciudad por una carretera comarcal, casi desierta y me siento feliz porque sé que me lleva a la casa de la laguna, donde he pasado los mejores días de mi infancia y, aunque allí ocurrió el accidente, no siento miedo, al contrario, sé que, a partir de ahora, empezaré mi nueva ruta, llena de aprendizajes, experiencias y aventuras.

Para que el viaje se nos haga más entretenido, la abuela empieza a cantar y yo, gustosamente, la acompaño. Sin darme cuenta hemos llegado. Antes de entrar, me coge del brazo y me susurra:

  • No te asustes cuando veas a tu madre, estoy segura de que con tu ayuda se recuperará muy pronto.

No digo nada, tengo prisa por verla y abrazarla. Abre la puerta y entro deprisa en el salón, la encuentro sentada en el balancín, junto a la ventana, con la mirada perdida. Me acerco, la miro, le cojo las manos y tiro de ella para que se levante y, una vez estamos de frente, nos miramos a los ojos y nos abrazamos fuertemente, mientras le susurro al oído:

  • Mamá, te quiero.

Aunque no contesta me estremezco cuando sus lágrimas me humedecen la mejilla.

FIN

Lois Sans

8 comentarios sobre “Habitación 303 – 6

  1. M ha encantat, !!!em sap greu deixar l habitació 303, escoltava moltes xafardaries. Ha acabat, bé…jo contenta Un petó, guapa

    Enviat des del meu telèfon intel·ligent Samsung Galaxy.

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  2. encara no havia posat res pq em va passar, el dia q vaig acabar de llegir-lo ho vaig deixar i i ara ho he recordat, això es pq ja tinc ganes de tornar a llegir un altre dels teus relats , una història, amb moltes històries de personatges mlt diferents, m’ha agradat molt i mlt!! be, com tot el q escrius, esperant llegir aviat el pròxim, no deixis d’escriure mai pq ho fas molt bé !!👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽😘😘

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